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Extorsión a una mujer casada (Parte 04)

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Luís, el marido de Victoria, se hallaba en su hogar por esos días, lo que nos impedía a Héctor y a mí continuar con los calientes encuentros privados con su esposa. Obviamente tal situación no nos causaba ninguna gracia.  

Un día, en la escuela, Pablo nos invitó a almorzar a su casa el domingo a mediodía. Por supuesto, con sus padres. La idea no me entusiasmo en absoluto, pero Héctor me convenció de que podía valer la pena. Entonces allí fuimos.

El día en cuestión, nos recibió don Luis, el cornudo.

—Pablo está en su habitación –nos avisó.

—Voy a saludar a Victoria —pidió Héctor con su mejor cara de tonto. Luis le indicó que su esposa estaba en la cocina. Fui discretamente tras él. La mamá de Pablo se hallaba cocinando frente a la mesada. Llevaba puesta una remera musculosa color verde agua y una pollera azul cuya falda le llegaba hasta la rodilla. Estaba envuelta en un delantal de cocina.

—Ho-hola, Héctor –balbuceó temerosamente la señora, al verlo.

Héctor, observándola fijamente, le plantó un beso en la boca al tiempo que deslizaba su mano hacia atrás apretándole su gordo culo. Victoria dio un respingo y se mordió los labios. Mi amigo se apartó y la mami quedó frente a mí. Me dije que no iba ser menos, así que mientras le comía su boca trémula, levante una mano y le froté sus gordas tetas. Victoria hizo un notorio esfuerzo por no reaccionar ante nuestros desvergonzados manoseos.

Minutos después, nos hallábamos todos sentados a la mesa almorzando; entonces don Luis nos dijo: 

—Les agradezco que le hagan compañía a Pablo acá en su casa, y a Victoria. Ustedes saben que mi trabajo me obliga a ausentarme por varios días y es bueno que ellos no se sientan solos.  

—No hay problema, Don Luis –Respondió Héctor– su mujer nos atiende muy bien…

—Si –agregué– ella es muy amable con nosotros.

Observé de reojo a Victoria justo para ver como agachaba, sonrojada, su cabeza.

—¿Qué tal se portan los chicos, Vicky? –quiso saber el padre de Pablo.

Victoria levantó su cabeza haciendo un esfuerzo por aparentar normalidad y respondió con una falsa sonrisa:

—Se portan muy bien, Luis. Los dos. Son muy atentos…

Luego de los postres, don Luis dijo que saldría a la vereda a lavar su auto y su hijo Pablo eligió quedarse en el comedor a ver un partido de futbol. Victoria dijo que subiría a descansar a su habitación, ubicada en el piso superior de la casa, cuya ventana daba a la calle. Con Héctor dijimos que nos gustaría jugar a la PS, en la habitación de Pablo, ubicada también en el piso superior.    

Hacia allí fuimos, y mientras jugábamos nos cuidamos de dejar la puerta parcialmente abierta pues Victoria, para llegar a su habitación, debía pasar obligadamente frente al cuarto en el que estábamos.

Minutos después, luego de terminar con sus quehaceres, Victoria subió las escaleras y pasó frente a nuestra puerta, rumbo a su cuarto, sin detenerse. Esperamos cinco minutos y luego nos dirigimos a su habitación y al tratar de entrar, comprobamos que había trabado la puerta. Entonces Héctor golpeó y la llamó cuidándose de no alzar la voz.  

—Ahora no –escuchamos el ruego de Victoria del otro lado de la puerta– por favor. Está mi familia.

Insistimos, pero la señora se mantenía en sus trece.

—¡Si no se van ahora llamo a mi marido y se lo cuento todo! –nos advirtió del otro lado de la puerta.

—No va hacer falta que se lo cuentes –respondió con firmeza Héctor– ahora mismo le mando todas las filmaciones y las fotos a su mail ¿Querés eso, Victoria?

Luego de un instante que me pareció eterno, la señora destrabó la puerta, desconsolada, y nos cedió el paso. Ni bien estuvimos dentro, Héctor la tomó del escote de su remera y la atrajo hacia él. Victoria lo observaba asustada, con los ojos abiertos como platos.

—Escuchame bien, perra –la retó mi amigo– ¿aún no te enteraste que sos nuestra puta particular? Creí que te había quedado claro.   

—¡No me hagan daño, por favor! –rogó la señora.

—Entonces repetí, ¿qué sos?

Victoria tragó saliva y dijo:

—Soy-soy su perra, su puta particular.

Héctor le ordenó que se pusiera de rodillas y se parara de manos, como los perros. Victoria así lo hizo y luego sacó la lengua y empezó a respirar por la boca.

—Ahora nos entendemos, esclavita –asintió Héctor acariciando su cabeza.

—Arf, arf –farfullaba sollozando, la señora.

—¿La perrita va a chuparnos bien las pijas ahora? –preguntó Héctor.

—Guau, guau –asintió Victoria moviendo su cabeza.

Entonces pelamos nuestras vergas paradas y las acercamos una a cada lado de su rostro. La mamá de Pablo agarró una con cada mano, nos masturbó por un momento y luego abrió su deliciosa boca y se dio a la tarea de chupar ávidamente, una a cada vez. Resultaba muy excitante contemplar a esa voluptuosa señora de rodillas, chupando dos vergas como si le fuese la vida en ello. Victoria levantaba nuestros carajos con mano experta y recorría nuestros huevos con su húmeda lengua dejándolos brillantes con su saliva. Resultaba claro que, a pesar de querer negarlo, la situación la excitaba tanto como a nosotros.  

Entonces sentí que estaba a punto de correrme y así lo hice, arrojando un torrente de semen caliente sobre la boca y la cara de la señora. Héctor se hizo a un lado de un salto eludiendo mi andanada. Chocamos nuestras manos en señal de complicidad. La mujer se tragó mi leche sin esfuerzo.

—¿Victoria, estás ahí? –escuchamos de repente, para mi sobresalto. Se trataba de Luis, su marido.

Pero con alivio, comprobamos que el papá de Pablo llamaba a su mujer desde la vereda de la casa, junto a su auto. Victoria se incorporó rápidamente y en voz alta le respondió que sí.

—¡Acercate a la ventana, por favor! –le pidió el cornudo.

La señora nos observó por un momento, desconcertada y sin saber bien que hacer; su rostro embardunado de semen, pero Héctor le hizo una seña indicándole que se asomara a la ventana. Un nuevo llamado de su marido la decidió. Victoria se asomó.

—Necesito que me alcancen el celular –pidió don Luis– aunque sea que me lo traiga uno de los chicos.

—No sé dónde están… –respondió Victoria.

—¿Tenés algo en la cara? –escuchamos que preguntó Luis.

—Eh, ah –vaciló Victoria– es crema facial. La que me pongo antes de acostarme…

Entonces Héctor avanzó por detrás hacia la mujer y le levantó su pollera. Luego le bajó la bombacha y de un golpe la ensartó por el culo. Victoria se echó hacia delante apoyando sus codos en la ventana, con la intención de disimular el empellón.     

—¿Cómo pega el calor, no? –dijo el hombre, desde abajo.

—Si-si –respondió forzadamente Victoria– es tremendo… 

Me agaché y me acerqué a la señora cuidándome de no ser visto y le separé las blancas nalgas facilitándole la penetración a mi amigo. Héctor le metía su palo en el culo con fuerza. La señora hacia un notorio esfuerzo por disimular el dolor y el placer que comenzaba a embargarla.

—Bueno, cuando alguien pueda, que me alcance el teléfono. Creo que está en la cocina –Exclamó don Luís.

—Yo… yo me encargo, querido –respondió Victoria y se apartó de la ventana. Una vez fuera de la vista de su marido, sus piernas se aflojaron y cayó de rodillas apoyando su cabeza en el piso. De tal manera quedó con su gran culo parado y servido en bandeja, lo que Héctor por cierto aprovechó.

—Ay, mi culo, chicos, mi culito… —gemía la señora.

Finalmente, Héctor cerró los ojos, la ensartó hasta los huevos e instantes después se corría dentro del ojete de Victoria.

—Tomá, Vicky, tomá… —repetía mi amigo extasiado.

Arreglamos nuestras ropas rápidamente y salimos de la habitación. Antes de cerrar la puerta, observé hacia adentro y vi a Victoria arrodillada, exánime, con la cabeza apoyada en el piso, el culo bien parado y las rodillas juntas. De su ano abierto chorreaba semen que corría hacia abajo por la cara interna de sus muslos. Extraje mi teléfono y le saqué una foto.

Bajamos y nos despedimos de nuestro amigo Pablo, quien estaba en el comedor viendo el partido. Luego pasamos por la cocina, Tomamos el teléfono portátil de Don Luis, anotamos y guardamos su número de teléfono, y luego salimos. El marido de Victoria se hallaba pasándole una franela a su auto. Le dimos su teléfono.

—Gracias, muchachos –dijo Don Luis– Y ya saben, pasen cuando quieran.

—Eso vamos a hacer, jefe –respondí con una sonrisa. 

CONTINUARÁ...

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