Nuevos relatos publicados: 7

El sacrificio

  • 4
  • 13.559
  • 8,90 (30 Val.)
  • 0

Me llamo Juan y tengo 18 años. Mi familia y yo vivimos en una estancia llamada "la esperanza". Desde que yo soy muy chico vivimos acá, ya que mi padre Sergio se desempeña como puestero en este lugar, cumpliendo con las labores que le encomienda su patrón, el señor Garmendia. Él es muy rico, y es dueño de la estancia y viene todos los fines de semana de visita. Tiene más de 60 años, pero aparenta ser más viejo. Es un hombre panzón, canoso y de piel rugosa y dientes amarillos. Es muy desagradable, siempre está fumando habanos y bebiendo vino fino. Yo lo odio, ya que suele sobre exigir laboralmente a mi padre. Mi madre, se llama Carla y es la principal protagonista de esta historia. Ella es muy hermosa. Pese a sus casi 40 años posee una figura increíble. Cuenta con un busto muy prominente, al que suele escotar muy a menudo. Debo reconocer que en más de una ocasión no he podido evitar mirar sus grandes y redondos pechos. No es una mujer que pase desapercibida fácilmente. ¡Su contextura física es muy llamativa, llegando a medir 1, 80 m, y con una cintura muy fina, que cualquier veinteañera envidiaría y una cola perfecta que a veces roza al caminar con su larga y lacia cabellera, sin mencionar sus piernas que son para enloquecer! Además, su pelo bien oscuro y su piel blanca resaltan sus grandes ojos verdes, en tanto que sus labios, bueno sus labios, son la frutilla del postre... Son muy gruesos y carnosos y su boca es lo suficientemente grande como para despertar cualquier fantasía. 

Mi padre Sergio es muy bueno y trabajador, pero es alcohólico, por esta misma razón el señor Garmendia lo amenazó con dejarlo sin trabajo y echarnos de la estancia. Mis padres estaban muy preocupados, ya que en la ciudad saben que no hay chance para ellos. Así que una noche mi madre decidió preparar una rica cena e invitar al señor Garmendia para que este le diera una nueva oportunidad a mi padre. El viejo aceptó y el sábado a las nueve de la noche llegó a casa, con una botella de whisky y otra de vodka, vestido de traje blanco y botas tejanas. Mi madre hizo canelones y un flan de vainilla y chocolate como postre. Mi padre y su patrón bebieron a lo largo de toda la velada, y vaciaron las dos botellas de bebidas blancas. Aunque el señor Garmendia bebía más despacio. Al llegar la medianoche, mi papá no se podía mantener en pie, a lo que mi madre optó por llevarlo y acostarlo en la cama. Este quedo como desmayado, completamente inconsciente. El viejo se despidió y se fue. Yo me acosté a dormir, mi madre se quedó limpiando el comedor, y dijo que al terminar se daría una ducha.

Media hora después desperté, tenía muchas ganas de orinar, en casa estaba todo apagado y en silencio. Como el baño lo tenemos afuera, tuve que vestirme y salir. Al llegar a este, vi que la puerta estaba un poco entre abierta y que se veía que la luz estaba encendida. Yo creí que mi madre se habría olvidado de apagar la luz antes de irse a acostar. Pero al acercarme escuche una voz. Al asomarme y mirar para adentro pude ver al señor Garmendia jadeando, sentado en el inodoro con sus pantalones por las rodillas, mientras que sostenía su mano sobre la cabeza de mi madre, la cual estaba arrodillada, dándole sexo oral. Sus pechos estaban al descubierto, y se mecían al compás del movimiento de su cabeza, que subía y bajaba rápidamente, mientras que se escuchaba el ruido de sus labios succionando el pene tieso del viejo, que susurraba: “vamos putita, así, así, yo sabía que te iba a convencer, ponémela bien dura así te rompo esa cola hermosa que tenés". Esa escena se prolongó durante 5 minutos más o menos, luego el viejo se paró y la tomo del brazo a mi madre, la giro y la puso de espaldas, sobre el lavamanos, le subió el vestido y bajo su tanga, para luego penetrar su ano, mi madre quiso gritar muy fuerte, pero se contuvo.

El viejo empezó a envestirla por detrás, sosteniéndola por las caderas. Sus testículos golpeaban frenéticamente contra las nalgas de mi madre, que suavemente jadeaba, tapándose la boca con una mano. El señor Garmendia empezó a jadear y acelerar sus envestidas, y a susurrar: “toma, toma, putita, te voy a llenar la cola de leche calentita, toma, toma, toma! ¡aaahhh!!  aaaahhh!!"

Yo después de ver eso... me fui a acostar... No podía creer lo que había visto. Al día siguiente, mi madre me despertó contenta, diciendo que el patrón había decidido no echar a mi padre. Obviamente no sospecha que yo se la razón por la cual el viejo cambio de parecer.

(8,90)