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El sacrificio (2)

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La mañana siguiente a lo acontecido en la noche anterior mi padre y yo nos fuimos a alambrar. Al pasar por la mansión de la estancia vimos al señor Garmendia junto a dos albañiles bolivianos dialogando, y al vernos nos saludó muy efusivamente con su mano en alto. Estuvimos con mi padre un largo rato trabajando, pero este me pidió que volviera a pedirle una pala de punta a mi madre, pues a la que teníamos se le había roto el mango.

Al volver a casa no encontré a mi madre, por lo que me dirigí hacia al gallinero, pero antes de llegar escuché nuevamente un susurro extraño. Me acerqué sigilosamente y miré por el agujero de una chapa. Mi madre estaba tendida boca abajo, sobre una pila de bolsas de maíz, y el señor Garmendia estaba recostado sobre ella, con las manos sobre sus hombros y penetrándola por detrás de una manera bestial. Mi mamá tenía una tanga roja tensada entre sus dos rodillas, y su pollera floreada estaba arrollada en su cintura, dejando ver su cola perfecta que era castigada por las rápidas envestidas del viejo que jadeaba y decía: “Si, si, como me gusta romperte el culo putita, voy a cogerte todas las veces que quiera, ¡toma, toma, toma!”, a lo que mi madre gemía cada vez más fuerte, parecía sufrirlo y disfrutarlo al mismo tiempo, era raro. Ambos empezaron a agitarse mucho, hasta que el patrón de mi padre empezó a gritar: “ahí vengo, ahí vengo, toma, toma toda la leche puta! Tomaa, tomaa!! Aaahh! Aaaaahhhh!!!!”.

El viejo se subió los pantalones, limpio el sudor de su frente con un pañuelo y abrochándose el cinturón dijo: “Andá acostumbrándote. Ahora sos mi esclava sexual, y no te vas a negar a nada que yo te pida. Si te negás, vos y tu familia, van a ir a parar a la calle. ¿Entendiste?”. Y luego salió del galpón.

Pero este no notó que había dos albañiles mirando desde el paredón que da a la mansión, ellos también me habían visto a mí, y rápidamente cuando el viejo se fue se acercaron corriendo hasta el gallinero donde aún se encontraba mi madre. El último en entrar, antes de cerrar la puerta me miro y golpeó su boca con su dedo índice, dándome a entender que no dijera nada. Volví a espiar por el agujero y vi que los dos rodeaban a mi mamá, que se encontraba sentada sobre la pila de bolsas de maíz, y trataba de tapar sus pechos desnudos. Ella dijo: “Y ustedes quiénes son? ¿Qué quieren?”. Uno de ellos le respondió: “Nos mandó el señor Garmendia, dijo que usted nos iba a dar sexo a los dos juntos”.

Mi madre abrió sus ojos grandes, mientras los dos hombres se bajaban sus pantalones y dejaban ver sus miembros grandes y erectos. El que había hablado se acercó, y empezó a frotar su pene sobre los grandes pechos de mi madre, el otro empezó a masturbarse y a bajarle la tanga y a lamerle sus muslos. Mi mamá se puso en cuatro patas y el primero de los albañiles empezó a cogérsela por la boca, metiendo y sacando su pene duro entre sus gruesos labios, que derramaban saliva y succionaban. Su compañero empezó a chupar su ano, para luego tomarla por las caderas y empezar a penetrarla por detrás. Mi mamá empezó a gemir, sin dejar de chupar. Sus pechos se sacudían al compás de las envestidas. Luego el albañil que estaba envistiéndola por atrás, la tomó de las caderas y la sentó encima de él. Mi madre empezó a hundir su tieso pene en su vagina, mientras que el otro albañil se masturbaba, frotando su pene entre sus pechos. Los tres empezaron a jadear. El que se masturbaba con sus pechos, empezó nuevamente a cogérsela por la boca, hasta que tomándose de la cabeza de mi madre comenzó a gritar: “aaahhh!! Aahh!! ¡Me vengo en tu boca putaaa!! Aaahhh! ¡Toma, tomátela todaaaa siii siiii!!! Asii!!”.  

¡La muy puta se tragó toda la leche del tipo sin parar de chupársela!!

El otro que estaba abajo se paró rápidamente y empezó a eyacular sobre sus pechos, gritando: “Putaaa!! Putaa de mierdaaa!! Aaaahhh!! Aaaahhh!!”.

Yo, tomé la pala que estaba apoyada sobre la chapa del gallinero y volví con mi padre.

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