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El acoso que sufrí por parte de mi hermana

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Me estaba sintiendo acosado. Era horrorosa la situación, no sé cómo hay gente que puede aguantarla e, incluso, disfrutar de ella. Estaba un día cualquiera, solo en mi habitación, estudiando para un examen, totalmente abstraído. Sin llamar a la puerta, cosa que me molesta sobremanera, entró mi hermana pequeña, en bragas y sujetador. Me sentí muy incómodo y no pude menos que reprocharle su indumentaria y actitud.

—Podrías llamar a la puerta ¿No? ¡Y vestirte un poquito más! —Le dije de mala leche.

—Venía a buscar una cosa. ¿Te molesta verme así? —Su tono no era ni amable ni enfadado sino un poco incitante

—Pues sí, me molesta bastante. —Contesté

—¡Ya salió el mojigato! ¿Es que te parezco un adefesio? —Había puesto los brazos en jarras y me miraba desafiante...

—No me pareces nada. Me parece impúdico que te exhibas así delante de mí. —Mi humor no era para echar cohetes, precisamente...

El conjunto que vestía no tenía nada de particular, blanco, liso, sin encajes, más parecido a un bikini que a ropa interior. Sin embargo, mi hermana estaba muy buena y lo lucía espléndidamente. Me daba rabia verla así, con esa desvergüenza. He de recalcar que Marta y yo nos llevamos bastante mal. No sé si siempre ha sido de este modo, pero, en la actualidad, todo lo que hace me sienta mal. No me pregunten porqué pero es así. Siempre nos peleamos y chinchamos, dándonos malas contestaciones a todo y provocando, continuamente, el enfado de nuestros padres. El resto del tiempo nos ignoramos mutuamente.

Pero, desde hacía unos días, las cosas iban peor. Parecía que el único objetivo en la vida de mi hermana era fastidiarme, me incordiaba continuamente y hacía todo lo posible por hacerme saltar. Lo estaba consiguiendo... Últimamente todo eran insinuaciones, comentarios de índole sexual que me ponían frenético. Si quería irse a follar con alguien, que lo hiciera, pero que me dejara en paz, que a mí no me importaba nada. Creo que necesitaba un buen polvo para bajarse los humos. Marta me contestó... —¿Impúdico? Yo creo que te pongo... —Me dijo, más insinuante aún.

Desde luego, esta tía era gilipollas. ¡Que me pone! ¿Cómo se le podía ocurrir? Aunque no fuera mi hermana y solo estuviera ella sobre la tierra me seguiría dando asco.

—Mira, imbécil, déjame en paz y lárgate de aquí. Eres la tía más gilipollas que me he echado a la cara.

Se fue de mi habitación refunfuñando y diciéndome de todo por lo bajo. Si había venido a buscar algo, se fue sin ello, desde luego.

Tenía que reflexionar. ¿Por qué se estaba comportando así la subnormal esta? Una cosa era llevarnos mal, pero otra distinta lo que estaba haciendo ahora. ¿Qué intentaba insinuándose así? A lo mejor le picaba el coño. Pues que se lo rascara ella solita...

Unos días después hubo otra escena parecida... Estaba tranquilamente en el cuarto de baño, a punto de pegarme una buena ducha. Sin venir a cuento, o sea, sin llamar, entró Marta, solo en bragas, con las tetas al aire y una toalla en la mano. Me pilló totalmente en pelotas antes de cerrar la mampara. Al verla me llevé una buena sorpresa y, al percatarme de los atributos que mostraba generosamente, tuve una empalmada inmediata, se me puso el garrote mirando al cielo. Cerré rápidamente el cristal, pero no lo suficiente como para evitar que ella se diera cuenta de mi estado. Ni siquiera pidió perdón. —¡Te quieres ir de aquí, imbécil! ¡Cuántas veces te he dicho que no entres sin llamar!

—¡Como se te ha puesto la polla! —Dijo en tono medio jocoso medio sorpresa— ¿Ves como si te pones cachondo conmigo? —¡Eres gilipollas! ¡Los tíos reaccionamos así ante unas tetas, da igual de quien sean!

Ni corta ni perezosa, en vez de irse, abrió la puerta de la bañera...

—¡Joder, que pollón! —Hizo ademán de coger mi miembro... Ante la sorpresa estuve a punto de soltarle una leche en toda la cara.

—¡Estás mal de la cabeza, niña? —Le di un empujón y, cogiendo una toalla para taparme, salí de allí. Todavía oía sus risas cuando entré en mi habitación.

Estaba rojo de rabia y de vergüenza, esta tía se iba a enterar, se me estaban inflando los cojones. Pero... ¿Qué se había creído? ¿Qué me podía vacilar? ¡Ya veríamos!

Sin embargo, no hice nada. Durante los días siguientes Marta se comportó de forma normal, ignorándome como yo a ella. La paz volvió a reinar en casa y volví a centrarme en mis estudios que era lo que más me importaba.

La gente dice que soy un tipo algo raro, lo que se define como un empollón, aunque yo no me veo así. Físicamente soy normal, delgado, tirando a alto, 1,82 o algo así y bastante fuerte. Reconozco que no voy con tías casi nunca y que, fundamentalmente, me dedico a estudiar. Ya tendré tiempo luego, cuando termine la carrera. Además soy bastante cortado y se me da mal ligar, las chicas me ponen nervioso. Cuando estoy muy apurado me hago un par de manolas y ya está. ¡Ah! Se me olvidaba, tengo 22 años.

Mi hermana Marta tiene 18, ya he dicho que está buena aunque a mí no me guste, es extrovertida y liga un montón, cosa que me trae sin cuidado, tampoco es muy buena estudiante pero, curiosamente, no ha repetido nunca.

Un fin de semana, poco tiempo después, estaba estudiando, como de costumbre, cuando Marta volvió a entrar en mi habitación sin llamar. Iba, otra vez, en ropa interior y debía venir con ganas de guerra... Esto se estaba convirtiendo en una costumbre, seguro que lo hacía para joderme... —¿Oye Luis, me prestas tu Discman? —Me dijo nada más entrar

—¡Joder! ¡Me estoy cansando de que entres en mi cuarto! ¡Y, además, vestida así! ¡Voy a tener que cerrarme con llave!

—¿Te molesta porque te empalmas? ¡Uy hijo, yo no me voy a asustar! ¡Es más, a lo mejor me excito yo también! —Y soltó una risita que me puso de más mala leche...

—¡Te la estás ganado! ¿Lárgate de una puta vez! —Mi mal humor era más que evidente...

—¡Uy, qué miedo! Luisito se pone gallito —Me horroriza que me llamen Luisito, mi cara debía ser ya un poema, la rabia me empezaba a cegar...

Siguió hablando con sorna...

—¿Y qué me vas a hacer? ¿Te vas a chivar a los papás? Pues lo siento, se han ido de viaje... ¿O me vas a dar unos azotes? —Dijo meneando el culo delante de mí.

—Mira Marta —dije, con la poca serenidad que me quedaba, estaba a punto de estrangularla— como no te largues hago una burrada. ¡Me tienes hasta los cojones...!

Mi hermana, en vez de hacerme caso se pasó una mano por el coño haciendo un gesto de lo más obsceno, me hizo un corte de mangas y soltó:

—¡Que te den!

Fue la gota que colmó el vaso. No sé qué pretendía pero se iba a llevar ración doble. Me levanté de la silla, me fui hacia ella, la agarré de un brazo y le solté un bofetón ¡PLAFF!

—¡Hijo de puta! ¡Cabrón! ¡Cómo se te ocurre! ¡Eres gilipollas o qué! —Dijo, llevándose una mano a la cara.

Me quedé parado ¡Le había pegado a una mujer! ¡A mi hermana! ¡Joder a qué límite había llegado! ¡No me lo podía creer! ¡Yo, que no hacía daño ni a una mosca! La otra siguió... —Eres un hijo de puta, ya verás cuando se lo diga a papá. Te va a dar una ostia que te vas a cagar...

—Vale, dile lo que te salga de las narices, pero ya te estás pirando... —Solté con voz cansina

De pronto, mi hermana cambió totalmente de actitud. Se abrazó a mí, aplastando sus tetas en mi pecho... —Jo Luis, ¿por qué te llevas tan mal conmigo? Si yo te quiero un montón...

¿Pero de qué iba esta tía? Estaba alucinando. ¡Ahora resulta que era yo el que se llevaba mal!

—Mira, déjame en paz. No haces más que incordiarme todo el puto día. ¿Acaso yo te doy la coña por algo? —Le dije intentando separarla de mí— No, pero no me haces ni caso y me siento muy sola... —Su voz era muy melosa, como un ronroneo...

¿Qué se siente muy sola? Ya no sabía qué pensar. Mi hermana se había vuelto loca de remate. ¡Si se pasaba el día con tíos fuera de casa!

—¡¿Y a mí qué me importa?! —Yo seguía de muy mal café, con ella y conmigo mismo por la ostia que le había dado. Seguía Intentando soltarme de su abrazo, me estaba agobiando...— ¿Ves? Siempre me contestas mal —Dijo con voz mimosa. Sin venir a cuento, posó directamente su mano sobre mi paquete y empezó a restregarlo. Tuve un empalme inmediato y me puse como una amapola; de un fuerte empujón me separé de ella—¡Qué coño haces! —Casi chillé. Me había cogido totalmente de improviso.

Se soltó el broche del sujetador, quedando al aire unos pechos perfectamente formados. Firmes, redonditos, quizás un poco pequeños para algunos gustos, debía medir algo menos de 90 de talla, sobre los 87 u 88, pero me parecieron sensacionales, con un pezón rosita encantador...

Me quedé con la boca abierta, no podía creer que Marta me estuviera enseñando las tetas así, con ese descaro... Mi rabia iba en aumento, no me gusta nada exteriorizar mis emociones y, mucho menos, sucumbir a ellas. No podía hacerle ver a mi hermana que sus tetas me parecían maravillosas y me apetecería comérmelas enteras...

Ella prosiguió con su particular striptease, bajándose las bragas, mostrándome un coñito depilado y bien recortado. Adoptó una pose sumamente sensual

—¿No tienes nada que decir de tu hermana? —Se sobaba las tetas, tirando de los pezones con los dedos y pasando luego por el coño... Era la imagen más erótica que había visto en mi vida. Tenía la polla a punto de reventar el pantalón...

—¡Estás loca! ¿Se puede saber qué pretendes? —Dije con voz jadeante por la excitación y el desconcierto...

—¿Qué pretendo? No pretendo nada, solo relajarte un poquito. ¡Siempre estás tan metido en los libros...! Creo que por eso te llevas tan mal con todos.

No sabía ni dónde meterme, si esto seguía así podía llegar a cometer una locura. Luchando con todas mis fuerzas conmigo mismo conseguí serenarme un poco, al menos dar esa imagen... Por dentro estaba hirviendo como un volcán...

—Mira Marta, no sé qué plan te traes entre manos pero ya está. No quiero saber nada. Ahora mismo te vistes y te vas de aquí.

Ella no me hizo ni caso, puso una cara muy mimosa y se volvió a acercar a mí. Como yo estaba cerca de la cama, caí sentado en ella al recular. Marta se me sentó encima, desnuda como estaba, pasando sus piernas alrededor de mí y apoyando su depilado coño sobre mi polla a punto de reventar. Estaba totalmente desconcertado, incapaz de reaccionar cuando ella inició un movimiento de vaivén sobre mi paquete. Yo no quería, intentaba apartarla, pero estaba consiguiendo llevarme a un grado de excitación inimaginable. Al empujar, mis manos se posaron, accidentalmente, en sus senos...

¡Qué tetas...! ¡Qué suaves! ¡Con el pezón totalmente tieso! Un calambre me recorrió toda la columna, desde la nuca a la rabadilla, produciéndome una sensación maravillosa. Aun así, intentaba resistirme a sus avances, lo que estaba sucediendo no entraba en mis esquemas, me estaba desarbolando por completo y no quería, no podía sucumbir a las tretas de mi hermana...

Vana ilusión. Me abrazó por el cuello y pasaba los dedos por mi nuca, rascando y acariciando el pelo, sin dejar de moverse sobre mi cosa, apretándose más a mí, sujetando con su cuerpo mis manos sobre las tetas.

Me miraba fijamente, la cara roja, la boca entreabierta, jadeaba... Me besó. Acercó sus labios a los míos y, ladeando la cara, me dio un beso apasionado, intentando introducir su lengua en mi boca... Me resistía, giraba la cabeza de uno a otro lado intentando escapar de esa boca incestuosa. Con mi forcejeo y su peso caí tumbado sobre la cama, con las piernas colgando. Lo aprovechó para inmovilizar mi cara con sus manos y comerme los labios, el cuello, las orejas.

Yo, ya no era yo. No sabía ni donde estaba, me sentía totalmente dominado, indefenso ante los ataques de Marta, incapaz de reaccionar con coherencia. Mi fuerza por quitármela de encima era cada vez menor, me sentía débil.

En un momento en que no me di cuenta Marta me bajó el pantalón y el calzoncillo, dejando en libertad mi miembro que se mostraba erguido en todo su esplendor.

Lo sujetó con una mano y, mirándome a la cara, se fue dejando caer sobre él, introduciéndoselo en su mojada vagina poco a poco. ¡Qué estrecha estaba! Aún en mi estado alucinado pensé que mi polla entraría mejor en su coño.

Se quedó quieta un momento, con una respiración profunda y jadeante que hacía subir y bajar sus tetas de forma enloquecedora. Apoyó sus manos en mi pecho y se dejó caer de golpe, ensartándose hasta el cuello de la matriz. Cerró los ojos muy fuerte y soltó un gemido ahogado mientas una lágrima rodaba por su mejilla.

Volvió a parar, parecía estar a acostumbrándose a tener mi pollón dentro del coño, yo sentía algo caliente deslizarse por las ingles. Instintivamente acerqué la mano para notar aquello. ¡Sangre! ¡Era sangre! ¡No me lo podía creer! ¡Mi hermana virgen! Ya no sabía qué pensar, mi cabeza era un torbellino de sensaciones contradictorias que me tenían agotado.

Poco a poco empezó a cabalgar, con suavidad, sin apenas dejar que mi polla saliera de su vagina. Realizaba movimientos de adelante a atrás o giraba sus caderas, siempre con mi miembro clavado hasta las entrañas. Jadeaba cada vez más, cogiendo mis manos las llevó a sus tetas y empezó a masajearlas. Yo no reaccionaba, parecía un zombi pero, poco a poco, con los dedos, iba pellizcando los pezones, excitándolos al máximo.

No tuve más remedio que dejarme llevar. Marta tenía un coñito tan estrecho... Era maravilloso sentirse dentro de ella. Iba levantando mis caderas para conseguir una mayor penetración, golpeando con la punta del nabo el cuello del útero, haciendo que sus músculos vaginales se dilataran al máximo.

Los movimientos iban en aumento, al igual que los gemidos y jadeos de ambos, se apoyó sobre mi pecho, restregaba su clítoris contra mí, metía la cabeza en mi cuello mordiéndolo y chupando, me mordía las orejas....

Abrazándome muy fuerte se corrió, clavándome las uñas en la espalda y dándome un mordisco en el hombro. Se convulsionó entera y soltó un gran gemido Aaaahhh. Fue fabuloso, pero yo aún no había tenido mi orgasmo.

Tras descansar un momento, solo realizando movimientos muy suaves, intentando recuperar la respiración y dándome besitos tiernos en los labios, empezó a acelerar, sin cambiar de posición.

El mete saca se hizo furioso, cada vez que mi polla entraba ella daba unos grititos que me estaban volviendo loco de excitación. Aceleró más y más, me llevaba al límite, arqueó la espalda hacia atrás y hundiéndose mi nabo todo lo que pudo volvió a correrse, esta vez de forma escandalosa, dando unos gemidos tremendos mientras respiraba fuerte por la boca. Aaaahhh, Aaaahhh, Aaaaahhhh

Yo no podía más, sentí como se me arrugaban las pelotas y solté toda mi carga en su interior, inundando de espesa leche todo su conducto vaginal.

Nuestros movimientos fueron a menos. Me miraba sonriente, con cara de satisfacción y de cariño, pero yo permanecía serio. Con suavidad la aparté hacia un lado y me incorporé, me subí los calzoncillos y pantalones y le acerqué a ella su ropa interior que había quedado en mitad de la habitación.

Se levantó y me dio un besito en los labios. Lo fue haciendo más profundo, jugando con la lengua en mis dientes, mordisqueándome los labios... La dejé hacer, sin colaborar pero sin apartarme.

—Te quiero Luis. Esto no ha sido una calentura... Te quiero —Me dijo con palabras muy tiernas y sentidas.

Yo seguía dándole vueltas a la cabeza y no tenía el mismo humor que ella.

—Ya —Le dije.— Vale, pero vístete, anda.

Puso una cara como de pena, pero me hizo caso, se vistió y se fue a su habitación.

Al quedarme solo me sentí muy culpable. ¡Qué habíamos hecho! ¡Dios mío, habíamos follado! ¡Y éramos hermanos! Me parecía que me habían violado, me encontraba sucio... Fui a darme una ducha para intentar calmarme y asimilar toda la situación.

Cuanto más lo pensaba, más convencido estaba que mi hermana se había aprovechado de mí, de que no era culpa mía. Claro que yo era mucho más fuerte que ella, pero eso no quitaba hierro al asunto. No había utilizado violencia física, evidente, pero se había valido de sus armas de mujer para seducirme... La rabia y la vergüenza volvían, peor que antes.

Con el paso de los días me iba sintiendo peor con Marta. Ahora ella se portaba como si fuera su novio, con una confianza inusitada entre nosotros, pero a mí no me valía, en cuanto faltaban nuestros padres se me insinuaba, intentaba besarme, etc. Yo no hacía ni caso, es más, me apartaba de ella, le echaba la bronca, no estaba dispuesto a dejarme pillar como la otra vez pero parecía que mis desprecios y mal humor no le hacían mella, me estaba volviendo loco...

Cuando estaba en mi cuarto me tenía que cerrar con llave para que no entrara, tenía que vigilar cuando iba al baño, no fuera a aprovechar para meterse dentro conmigo, estaba siempre con cien ojos para poder evitarla, lo dicho, me sentía acosado y perseguido en mi propia casa.

Siguió pasando el tiempo y la situación parecía ir relajándose, consiguientemente fui bajando la guardia. Es algo natural. Pero ella estaba al acecho y en cuanto se dio cuenta volvió a la carga, pillándome otra vez como quería, de improviso.

Mis padres habían salido de viaje y Marta aprovechó para pedirles permiso para ir a dormir a casa de una amiga. Sabedores de que no nos llevamos bien, no pusieron ninguna pega. Se marcharon y poco después mi hermana dijo que se iba también y se despidió con un grito desde la puerta.

Me quedé solo, solo y feliz. Un par de días con la casa para mí, sin tener que soportar a esa pesada que me agobiaba continuamente. Estaba tumbado en mi cama, viendo la tele, medio adormilado. Estaba cansado de soportar aquella tensión y, por primera vez desde hacía tiempo, me encontraba realmente relajado.

Mi susto fue mayúsculo cuando noté que alguien se había metido en la cama conmigo. Debía de haberme dormido completamente, sino no me lo explico... Era ella, desnuda, guapísima, insinuante, pero era mi violadora...

—¡Marta! ¡Qué coño haces aquí! —Chillé mientras salía volando de la cama. Estaba vestido solo con unos calzoncillos, de esos tipo boxer.

Miraba divertida mi cara de sorpresa, sus senos me apuntaban desafiantes, no podía apartar la vista de ellos...

¡No se había ido! ¡Me había engañado!

¡Mi polla reaccionó ante aquella sublime visión! Estaba sentada en la cama con las piernas recogidas, como la Sirena de Copenhague. Era una imagen divina, llena de erotismo, pero yo no estaba para erotismos... Me sentía pillado, indefenso ante sus encantos. Me quedé con la boca abierta sin reaccionar, de pie en medio de la habitación.

—Ven Luis, ven aquí conmigo —Dijo, dando palmaditas en la cama.

—Ni hablar, Marta. No pienso volver a hacer nada contigo. Tú no estás bien de la cabeza ¿Se puede saber que quieres de mí?

No hice ademán de acercarme sino al contrario, me parapeté con la silla de mi escritorio. Ella puso cara de "qué le vamos a hacer", se sentó bien en la cama y se dispuso a echarme una charla, como el padre que da explicaciones a su hijo.

—Ay Luis, ¿Todavía no te has dado cuenta? —No había reproche en sus palabras.

—Si me he dado cuenta de qué —Realmente temía lo que me podría decir a continuación.

—Es un poco difícil de explicar o, mejor dicho, difícil de creer. La cuestión es que me he enamorado de ti. No me preguntes por qué, porque tampoco lo entiendo, pero me ha pasado. No sé... de repente me di cuenta. Al principio me dio mucha rabia, te odiaba por sentir eso y porque tú no me hacías ni caso...

—Pero... Vamos a ver, Marta. Tú no te puedes enamorar de mí, de tu hermano. No hay química entre nosotros, no puede haberla... Esto... Esto no puede ser, no puede pasar... —Me había dejado anonadado ¡Era increíble!

—Ya te he dicho que no es algo que yo haya querido. Cuando estuve totalmente segura decidí hacértelo ver, pero parece que vives en otro mundo ¡No te enteras de nada! ¡Me tuve que lanzar como una cualquiera! ¡A ver si te crees que fue fácil! ¿Te crees que no me da vergüenza plantarme aquí desnuda?

—¡Pues no lo parece! ¿Y el otro día? ¡Prácticamente me violaste! —Intentaba por todos los medios disuadir a mi hermana de su locura.

—¡No seas exagerado! ¡Yo creo que lo disfrutaste! —Me espetó

—¡Como si me hubiera follado a una muñeca hinchable! —Esto sí le hizo daño

Me miró con una mezcla de amor y determinación. No estaba dispuesta a rendirse con facilidad.

—No sé lo que pensarás tú, pero te juro que vas a ser mío como sea. Cuando te vi el otro día con una chica, casi me muero de celos, no podía soportarlo. Entonces decidí que tenías que saber que te quiero.

—¿Con una chica? ¡Pero si yo no he salido con ninguna desde hace un mogollón de tiempo...! —Ya sí que no entendía nada. Mi hermana debía estar viendo visiones.

Pero seguía allí desnuda y en mi subconsciente no hacía más que besarla, follarla, comérmela entera. ¡Joder, qué buena estaba! Mi instrumento seguía en pie de guerra a pesar de mis esfuerzos por evitarlo.

—¡Sí, te vi con una chica en el portal de casa! ¡Creí que me comía a esa mosquita muerta! ¡Te llega a poner una mano encima y la mato!

Me tenía totalmente desconcertado. Debía referirse a alguna compañera de clase, pero ahora no caía en quien podía ser... Decididamente Marta estaba enferma. Ante mi expresión de sorpresa se relajó un poco, veía que no tenía rivales. Siguió explicándose:

—Luis, lo tengo decidido, me ha costado mucho decidirme pero lo tengo claro. ¡Quiero ser tu mujer!

—¿????

—Ya me has oído, voy a ser tu mujer, te guste o no.

Dios mío, Dios mío, Dios mío. ¡Me cago en mi puta vida! Pero... ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¡Decididamente mi hermana estaba loca del todo! ¿Ser mi mujer? ¡Alucinante!

—Pero... Pero... ¿Tú te has dado cuenta de lo que estás diciendo? ¿Mi mujer? ¡Tú no puedes ser mi mujer! ¡Somos hermanos! ¿Se te había olvidado ese pequeño detalle? ¡Joder, Marta! ¡Estás peor de lo que pensaba!

Se levantó de la cama y vino hacia mí, apartó la silla tras la que me escondía, me abrazó pegando su cuerpo al mío, clavándome los pezones en el pecho, restregando su pubis contra mi enhiesto miembro...

¡Joder, qué sensación! ¡Si es que estaba buenísima! ¡A ver quién es el santo varón que aguanta esto!

Me besó suavemente los labios mientras yo estaba como paralizado, me miró fijamente a los ojos. Había serenidad y determinación en esa mirada...

—Más vale que te hagas a la idea. Me importa un huevo que seamos hermanos. Te guste o no, tú me desvirgaste y eso te compromete. Tú verás cómo te lo montas para que nadie se entere, pero que voy a ser tu mujer, eso seguro. No tienes escapatoria...

Su mano se había adueñado de mi polla y la masajeaba mientras hablaba, me estaba llevando al séptimo cielo. No lo podía resistir, me estaba llevado al huerto y yo no hacía nada por evitarlo. ¡Me estaba comiendo el coco! ¡Joder, si era más pequeña que yo!

¡Dios, qué placer! No pude aguantar más, ya no pensaba nada, nada que no fuera ella, su cuerpo, sus tetas, su coño... La llevé hacia la cama, casi a trompicones y caímos sobre ella abrazados, comiéndonos los labios, intercambiando saliva en una sin igual batalla de lenguas. Recorría todo el interior de su boca, sus dientes, mordía sus labios hasta hacerle daño y ella hacía lo propio conmigo.

Empecé a sobar sus pechos, amasándolos de abajo a arriba, pasando los pulgares por las areolas, sin llegar a tocar los pezones. Suspiraba de gusto, metía una pierna entre las mías intentando rozar su clítoris con mi muslo, restregándose contra él. Yo hacía fuerza hacia arriba para proporcionarle más excitación. Movía sus caderas como una fiera, era evidente su grado de calentura, se había convertido en una auténtica loba.

Cogí los rosados pezones entre el índice y el pulgar y tiraba de ellos, daba mordisquitos en su cuello y metía la lengua en la oreja... Ella se pegaba cada vez más a mí.

Bajé hasta sus tetas con la boca y empecé a chuparlas enteras, ensalivándolas, rozando apenas con los dientes, mamando con auténtica delectación, alternando manos y labios de una a otra sin parar. Seguí descendiendo a lo largo de su vientre, liso como una tabla jugando un ratito con su ombligo.

Me iba acercando a su divino tesoro, solo guardado para mí. Me entretuve un rato con las ingles y el interior de los muslos, excitándola, haciendo que anhelara un ataque directo. Me agarraba del pelo intentando guiar mi cabeza hacia su zona y levantaba las caderas en claro ofrecimiento. La hice sufrir un ratito más, pero no mucho.

Metí la lengua a lo largo de su raja, empezando por abajo y subiendo lentamente, separando los labios, haciendo círculos en la entrada sin penetrar, acercándome a su tierno botón sin tocarlo... Me apretaba la cabeza contra su vulva, sus movimientos pélvicos eran incontrolados y frenéticos, deseaba sentirme dentro... Y más que lo iba a desear...

—Vamos Luis, cómetelo. Por favor ¡Cómetelo ya, cabrón!

Ya que me lo pedía por favor... Introduje la lengua en la vagina todo lo que pude, realizaba movimientos de mete saca con ella, pero mi hermana quería más. Me fui directamente al clítoris... Allí estaba, tieso, rojo, recubierto por su capuchón... Lo froté un poco con la nariz, presionándolo, mientras me deleitaba con un poco más de flujo que manaba a raudales... ¡Sabía a gloria!

Gritaba de placer... Se corría, se corría patas abajo sin remedio, cerrando sus piernas alrededor de mí. Fue entonces cuando cogí su protuberancia eréctil entre los labios y chupé, mamé con ansia, presioné entre la lengua y los dientes... El resultado fue espectacular... Arqueó la espalda apretándome fuerte con manos y muslos, movía las caderas como una loca arrastrándome con ella, sus orgasmos se multiplicaban sin descanso, se encadenaban uno tras otro, sus jugos se deslizaban hacia su culo sin descanso... Sujetándola de las nalgas le metí un dedo en el culo, como hacía ella, sin permiso. Estaba la zona totalmente lubricada, por lo que no tuve problema y apreté sin compasión, hasta el fondo, haciendo círculos dentro, excitando sus paredes internas.

Fue una apoteosis, un homenaje al orgasmo. Con los últimos estertores se dejó caer sobre la cama, relajando las piernas, liberándome de aquel abrazo amoroso que casi me ahoga... Estaba roja, roja, como una amapola, derrengada, ahíta de placer, pero no se olvidó de mí. Con movimientos pausados por el desfallecimiento llevó una mano a mi miembro viril, introduciéndola por el elástico de mi ropa interior. Inició un lento magreo mientras yo volvía a sobarle las tetas y a besar sus jugosos labios.

Me despojé del calzoncillo, sin prisa pero sin pausa. Quiso llevar su boca a mi instrumento para hacerme una mamada, pero no la dejé. Sabía que me correría enseguida y no me apetecía, aquello tenía que durar más. Quería que me sintiera en su interior, no humillarla, sino que viera que yo seguía siendo el macho, aunque pensándolo bien, se había salido con la suya y estábamos follando, como ella quería.

Me situé entre sus piernas, acariciando sus muslos hasta llevar una de mis manos a su suavísimo culo e izándolo, me ayudé de la otra para colocar mi polla entre los labios de su entrada vaginal. Empujé despacio pero con fuerza, sin descanso, avanzando centímetro a centímetro hasta llegar al fondo. Aun así me faltaba parte por meter y seguí presionando. Le estaba subiendo el útero hasta el paladar, pero no desfallecí. Ella tampoco se quejaba, apretaba los dientes y aguantaba estoicamente, mirándome fijo a los ojos, animándome a continuar.

Tras unos cortos movimientos de entrada salida para dilatar su estrecho túnel, conseguí que mis pelotas se estamparan contra sus nalgas. ¡AH! Qué sensación de gusto, de triunfo, estaba enterito dentro de ella...

Empecé a moverme muy despacio, recreándome, sacando el nabo casi entero para volverlo a meter, muy despacio también. Su expresión iba cambiando, transformando la cara de tensión por cara de placer, empezaba a moverse acompañando mis acometidas, levantando lujuriosamente las caderas cada vez que me volvía a introducir.

Jadeaba cada vez más fuerte, cambié de postura sin sacarle la polla situándome yo debajo. Su cabalgada era cada vez más violenta, movía su cintura en todos los sentidos, en círculo, en vaivén, acelerando continuamente hasta que arqueó la espalda, dio un gemido más prolongado y tuvo un orgasmo fabuloso. Me encantaba que Marta se corriera con tanta facilidad...

La puse a cuatro patas, me situé detrás de ella y se la volví a meter, frotando el clítoris con los dedos para que no bajara su excitación. Volvió a correrse, una y otra vez, destilando jugos patas abajo, presionando mi vientre con sus nalgas. En un momento, levantándome un poco, le saqué mi miembro del coño y apoyándolo en la entrada del culo se lo metí sin contemplaciones, nada de poco a poco, de golpe...

—¡aaaahhhh, cabrón! ¡Que me has rajado, cabrón!

Se dejó caer sobre la cama pero yo seguí dentro de ella. Aplastándola con mi peso, solo medianamente apoyado en las rodillas, pasé las manos bajo su cuerpo, acariciándole las tetas y metiendo un par de dedos en la vagina. La situación me estaba desbordando, era acojonante sentir sus nalgas en mi tripa. Aunque no podía moverme por falta de apoyo, tenía la polla totalmente encajada en su prieto culo, frotaba su clítoris, frotaba sus pezones, sus orgasmos se sucedían uno tras otro, se estaba meando por el descontrol y no pude más...

Empecé a llenarle el recto de leche, mi esperma salía a borbotones, no sabía cómo había durado tanto... Era maravilloso, su esfínter me apretaba la base del pene haciéndome sentir sus contracciones y el fuerte latido de su corazón. La mordí fuerte entre el cuello y el hombro mientras subía y bajaba mi orgasmo...

—aaaahhhh dioossss Luis...

Me quedé medio muerto encima de ella, recuperando el aliento, empapado de sudor... Me dejé caer a un lado, la pobre Marta estaba asfixiada...

¡Joder, qué polvazo! No es que hubiera echado muchos, pero este, desde luego, era el mejor. Si estas iban a ser las relaciones con mi hermana, valía la pena... Lo dicho ¡QUÉ POLVO! Con mayúsculas.

—Ay, Luis, ay... ¡Eres maravilloso! —Acercó la cara para darme un beso... Nuestras lenguas volvieron a cruzarse, intercambiando saliva, sus jugos...

—¿Ves cómo tenía yo razón? Iba a ser tu mujer y lo he sido.

—Oye, oye. No tan deprisa. ¡Que me hayas seducido no quiere decir que te conviertas en mi mujer! —Le contesté

—¡Ya estamos! ¿Voy a tener que venir a tu cuarto en pelotas cada vez que te lo quiera demostrar? Sabes que puedo hacerlo y lo haré, si es lo que quieres. —Estaba de lo más sonriente, segura de su triunfo.

Lo dicho, ¿Para qué iba a luchar contra ella si me iba a ganar siempre? En fin, si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él. Además, estaba un poco harto de discutir siempre con ella, sería una verdadera experiencia el llevarnos bien, para variar.

—Bueno, vale, vale. Tú ganas, eres mi mujer. ¿Y ahora qué? —Le dije, dándome por vencido.

—Pues ahora, eso, que somos pareja. —Me contestó con una sonrisa de oreja a oreja

—Marta, me parece que sigues olvidando que somos hermanos. Eso de "somos pareja y ya está" no es tan fácil...

—Para mí, sí. Hombre, no te digo que vaya a hacer manitas o darte un morreo delante de los papás, pero cuando se acuesten...

—¡Oye! ¡Que esto no lo podemos hacer con ellos en casa! Y además están tus amigas. ¿Qué les vas a decir? Porque si cuentas que tienes novio, lo van a querer conocer, así que ya me dirás... Y si no dices que tienes pareja, se van a mosquear por no salir con ellas... ¡Tú misma!

—¡Joder Luis! ¡No haces más que poner pegas! —¡Je, qué cachonda! Ahora resulta que yo pongo pegas. Si ya te digo...— Bueno, ¡Piensa algo!

—Si ya pienso, ya pienso. Lo malo es que no se me ocurre nada. En fin, el tiempo dirá...

Y así pasó el tiempo... Cada dos por tres, cuando mis padres salían de viaje, teníamos unas sesiones de sexo increíbles. Mi hermana era insaciable y reconozco que yo no le iba a la zaga. Me encantaba follar con ella, era la amante perfecta, la soñada por cualquiera. Un poco celosa, cosa que me molestaba, pero aparte ese pequeño detalle, no podía pedir más. El resto del tiempo teníamos una relación normal, aunque mis padres estaban un poco extrañados a la par que encantados de cómo nos llevábamos ahora.

Lo curioso fue que el destino se encargó de solucionar todo, en forma de mazazo moral y sentimental.

Desgraciadamente, todavía siento congoja cuando lo recuerdo, mis padres fallecieron en un accidente de tráfico, no mucho tiempo después. El golpe fue muy duro para Marta y para mí, tardamos en superarlo.

Nos habíamos quedado en una situación económica desahogada gracias al dinero que tenían y a los seguros de vida, eso ayudó bastante... Al cabo de unos meses, cuando ya estábamos más tranquilos, me encontré con la sorpresa de que toda la ropa de mi habitación había desaparecido del armario. Me fui a buscar a Marta aun no repuesto de la sorpresa, pero esta no había hecho más que empezar. Lo había colocado todo en la habitación de mis padres...

—Bueno Luis —Me dijo en cuanto la vi— ahora sí que tenemos que rehacer nuestras vidas, así que he pensado que nos vamos a instalar aquí los dos. Ahora sí que vanos a ser una pareja en toda regla. Vete haciéndote a la idea.

Mi hermana me sorprendía cada vez más. No nos habíamos tocado un pelo desde el accidente y ahora esto. Yo alucinaba.

Esa noche descargamos toda nuestra tensión, nuestra pena y nuestra congoja con un polvo de los que hacen época. Estuvimos follando hasta el amanecer de todas las formas posibles, los orgasmos de Marta se sucedían sin tregua y era una artista para lograr mi recuperación cada vez que yo me corría, con la boca, las manos, las tetas... Acabé con la polla destrozada, y ella con el coño y el culo que parecían un bebedero de patos. ¡Tremendo!

No seguimos mucho tiempo así. La habitación de nuestros padres nos daba un poco de respeto, parecía que les engañábamos, así que vendimos la casa y nos compramos otra más pequeña en una ciudad diferente en cuanto acabé la carrera.

Y así seguimos. Aquí todo el mundo que hemos ido conociendo cree que somos matrimonio. Siempre nos dicen que como nos hemos casado tan jovencitos, pero no creo que piensen nada raro. Queda siempre una duda, y es que Marta y yo nos parecemos mucho físicamente, pero ya se sabe, los matrimonios, con el tiempo, dicen que se acaban pareciendo.

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