Alberto y Cristina habían decidido pasar la tarde en la playa, pero ya estaba atardeciendo.
Cristina quería irse y él realizar su mayor fantasía, mantener una sesión de sexo pasional con su amante en la playa.
Así que sin pensárselo mucho, la cogió por la cintura y la atrajo al agua con una mirada pícara en sus ojos, comenzó a besarla mientras recorría su cuerpo con sus manos, desde su cabello hasta su turgente trasero. Ella sin vacilar respondió a su beso, primero con un juego de lenguas, luego paso a mordisquearle la oreja y el cuello, entretanto sus manos acariciaban su pecho, hasta llegar a tocar su pene. Ambos se quitaron el bañador mutuamente y cuando él lo hacía, rozo maliciosamente su miembro con el sexo de ella, lanzando así un gemido de placer.
Ella, siguiéndole el juego, cogió su pene y lo introdujo despacio en su vagina, prolongando así el placer y cuando ya lo tuvo completamente dentro comenzó a moverse, primero despacio, para después hacerlo más y más rápido mientras él mordisqueaba también sus pezones.
Al cabo de un rato ambos llegaron al clímax observando el cielo nocturno, que había sido cómplice de lo ocurrido.