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Días previos a su boda (Primera parte)

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Hace un mes un antiguo compañero de preparatoria hizo una reunión a la que acudí. En la tertulia saludé a varios de mis ex compañeros que no veía desde hace mucho. Algunos ya están casados e incluso ya tienen hijos. Yo, para mi fortuna, aún no me enredo en tal compromiso y lo digo pues noté que la mayoría de los que sí lo han hecho (tanto hombres como mujeres) son quienes más se han avejentado.

Por tanto, fue grata mi sorpresa cuando vi el arribo de Jazmín.

Jazmín era una bella mujer. Parecía que su silueta no había cambiado en lo más mínimo. Un entallado y corto vestido cubría su cuerpo, tal y como usualmente lo hacía en aquellos años de bachillerato. En esos días, cuando atravesaba la explanada de la escuela, llamaba la atención de muchas miradas. No era para menos, pues Jazmín era de las pocas chicas que tenía, y aún tiene, una buena razón para usar tales prendas. De perfecta piel morena, sus piernas y muslos mantienen buena forma y firmeza, sus redondeadas caderas llaman de manera natural la mirada, y sus nalgas destacan por su buen tamaño, consistencia y perfil. Y esos pechos... ufff, esos pechos. No por nada era conocida como “la tetona González”.

En esos pensamientos estaba yo, viéndola de abajo a arriba, cuando me reconoció y se acercó a saludarme. Nos abrazamos y de esta manera pude volver a sentir sus generosos senos aplastándose sobre mi pecho. También disfruté del delicioso aroma que emanaba de su largo cabello; era tal cual la recordaba.

Jazmín y yo conversamos y fue así que me pude enterar de que estaba a punto de casarse. Tenían cinco años de conocerse. Habían sido compañeros de trabajo y se habían hecho amigos y luego novios.

De regreso a casa no pude despegar de mi mente la imagen de Jazmín cuando ambos estábamos en el mismo grupo de estudios. Sin ser la chica de rasgos más finos del salón, sí era la de mejor físico y yo la deseaba. De tez morena, sus bien torneadas piernas habían ganado popularidad gracias a que frecuentemente usaba muy cortas minifaldas, tan entalladas que acentuaban perfectamente las curvas naturales de sus ponedoras nalgas.

En ese tiempo era demasiado tímido y nunca me acerqué a ella tanto como me hubiese gustado. Me conformaba con (y a decir verdad era para mí ya un gran deleite) conseguir alguno que otro roce aparentemente accidental.

Fue así cómo, furtivamente, llegué a tocar algunas partes de su cuerpo como sus nalgas o sus bien formados pechos. No obstante, mi mayor logro en aquellos años de colegio, fue durante una visita a un museo que un pequeño grupo de compañeros hicimos por encargo escolar.

Cinco de nosotros, entre los cuales también iba Jazmín, acudimos al Museo Nacional de Antropología, viajando hasta allí en metro. Dado que fuimos en día y horario laboral, tuvimos que enfrentarnos a las grandes masas de gente, de tal suerte que, mientras mis otros tres compañeros alcanzaron lugar en uno de los vagones, Jazmín y yo quedamos rezagados y debimos esperar al siguiente convoy. Éste venía casi tan repleto como el anterior pero, como había más gente a nuestras espaldas, una vez que se abrieron las puertas, tales personas nos empujaron precipitadamente al interior del vagón quedando Jazmín justo enfrente de mí y tan apretados que no nos podíamos ni mover.

Mi sexo quedó prácticamente incrustado entre sus voluminosas nalgas y sólo la tela de nuestras ropas separaba mi pene de sus bien formados glúteos. En tales condiciones me fue inevitable tener una erección que estoy seguro ella también percibió, aunque nunca dijo nada. Ese momento quedó tan grabado en mi memoria que aún hoy disfruto al recordarlo.

Mientras me deleito con aquel recuerdo de hace años; rememorando detalles como: el rico olor de su cuello, de su pelo; mi miembro deliciosamente atrapado entre sus perfectas nalgas, y aquel placentero calor entre nuestros cuerpos, mi pene toma tal firmeza bajo el pantalón que me incomoda mientras conduzco.

Froto mi erección sobre mi pantalón, aprovechando el alto de un semáforo en rojo. Tardíamente me doy cuenta que, desde la ventanilla de un microbús, un pequeño grupo de chicas colegiales de instituto puede verme y se ríen de mí al haber observado cómo restriego mi miembro. Avergonzado, me alejo tan rápido como puedo, una vez la luz cambia a verde.

Al llegar a casa no puedo esperar más y busco a Jazmín en el Facebook. Al dar con ella, inmediatamente me pongo en contacto. Por tal medio veo fotos de su novio y futuro marido, un tipo llamado Álvaro. Aún sin conocerlo, no puedo evitar sentir celos de él. Aquél que tendrá la fortuna de compartir su vida con aquella maravillosa mujer.

Con aquel sentimiento en mi interior decido citarme con Jazmín.

Quedamos de vernos en un café. La espero con ansias y una vez llega nos ponemos a platicar.

Tras confesarle mis viejos sentimientos soy rechazado por ella. Trato de no exponerle mi desazón tras su respuesta y guío la plática por otros derroteros. Por la conversación saco en claro que, más que por amor, Jazmín se casa por presiones de sus padres quienes, chapados a la antigua, temen que se quede soltera, sin alguien que la respalde cuando ellos falten.

Por mi parte le expreso que una mujer, al igual que un hombre, no necesita de las convenciones sociales como el matrimonio para realizarse en la vida, pero claro que si en verdad ama a su futuro marido pues...

Ella esboza una sonrisa tras oír mis palabras.

Como veo que no la convenzo en dejar de pensar en el matrimonio se me ocurre algo.

—Oye, qué te parece si vamos a divertirnos. Por los viejos tiempos. Me gustaría llevarte a algún sitio ahora que aún está soltera.

Jazmín, afortunadamente, aceptó.

Posteriormente nos fuimos a un antro de strippers. Ella se sorprendió de la naturaleza del lugar, pero yo la convencí de que la había llevado con la intención de que disfrutara de una de sus últimas noches de soltería.

Jazmín se mostró muy divertida al ver el show de algunos strippers. Con pretexto de ir a los sanitarios me escabullí para hablar con un amigo que trabajaba allí. Él era Roberto, un musculoso stripper a quien había conocido en un gimnasio. Aquél, hacía tiempo, me había contado que en los privados (a donde llevaban a las clientas que solicitaban un servicio de cierta índole) había manera de espiar.

Los privados eran pequeños cubículos ubicados detrás de una bodega, y estaban separados de ésta tan sólo por un muro que no llegaba hasta el techo, de tal suerte que, trepándose en algunas cajas, uno podía asomarse. Las clientas pocas veces miraban hacia allí, por lo que no notaban que eran espiadas, e incluso grabadas, por empleados del lugar, mientras disfrutaban de aquel servicio. Roberto me había mostrado algunos de esos videos en su celular. Era muy excitante ver a mujeres que pagaban por ser cogidas. Muchas de ellas eran de buen ver. Me impactó que mujeres así pagaran por eso. Yo creo que más de uno se las hubiera cogido de gratis.

Luego de hacer un trato con él, llevé a mi amigo Roberto para presentarlo con Jazmín. Ella quedó impresionada. La verdad es que su musculatura está bien trabajada, aunque lo que más llamó la atención de mi amiga, según pude darme cuenta por los breves, pero constantes vistazos que le daba, era el tremendo paquete que se guardaba en el interior de su tanga. Roberto vestía únicamente las diminutas prendas propias de su oficio.

Por más que ella quería disimular, no podía evitar revelar el interés que aquel bulto entre las piernas de mi amigo le provocaba.

Bebimos unas cuantas copas, lo que animó a Jazmín para mantener una amena conversación con Roberto. Mientras tanto, en mi mente calenturienta, alejada de aquel diálogo, rumiaba ya la idea que le había propuesto a Roberto.

Le había pedido a mi amigo que se llevara a Jazmín a los privados. Ya allí, le pedí que le hiciera un baile erótico. Por mi parte, gracias a un compañero de Roberto, entraría a la bodega desde la cual me asomaría hacia los privados. Todo esto para grabar con mi celular a Jazmín en situación comprometedora. Planeaba enviarle aquél video a Álvaro, su futuro marido, para que éste dudara sobre su decisión de matrimonio.

Ahora era tiempo de dar el siguiente paso. Interrumpí la plática entre aquellos dos para pedirle a mi amigo uno de sus servicios privados para mi “amiga”. Ella, por supuesto, se quedó boquiabierta pues no se lo esperaba y, un poco avergonzada, dio un par de negativas las cuales Roberto terminó por vencer al decirle que su servicio sería bastante soft. Además, lo haría en un lugar reservado, lejos de miradas indiscretas, pues estarían sólo ellos dos. Enfatizó que yo la tendría que esperar pues ningún hombre, excepto los strippers, podían entrar. Jazmín me vio como si necesitara de mi aprobación y por supuesto que yo asentí.

Una vez hecho lo anterior, Jazmín se fue con mi amigo. Mientras él la conducía, sin que ella se diera cuenta, Roberto me hizo una seña que yo supe interpretar por lo que poco después me acerqué a un camarero.

Roberto se había puesto de acuerdo con su amigo, el camarero, para que me llevara a la bodega. Una vez que aquél me llevó le di una propina y se marchó dejándome allí solo. Con cuidado, coloqué unas cajas de madera sobre otras y trepé hasta poder asomarme hacia los cubículos con mi celular, ya preparado, para grabar lo que sucedía tras ese muro.

Cuál sería mi sorpresa al ver que Jazmín y mi amigo ya estaban en plena faena sexual. Aquel no había sido el trato. Claramente le había dicho que creara una situación comprometedora, pero no que se la follara.

Roberto estaba sentado en una silla plegadiza y sobre él Jazmín ya lo cabalgaba cual verdadera jinete.

Haciendo a un lado mi primer impacto, me asombró el desenvolvimiento de mi antigua compañera, nunca me habría imaginado con que agilidad e ímpetu podría moverse en una situación así.

Los gemidos de Jazmín llenaban el lugar, el cual, por sus características, creaba una reverberación acústica que los hacían aún más cachondos y sensuales. Escucharla gemir así, y verla menearse de tal forma, me hizo pensar que aquella mujer verdaderamente necesitaba una cogida así. Y qué pendejo había sido al no aprovecharla y, en vez de eso, dársela en bandeja de plata a mi amigo Roberto.

Poco después, vi cómo Roberto, tomándola de su cintura con ambas manos, la levantó hasta que su gordo pene escapó de lo que parecía una apretada opresión vaginal. Jazmín se quedó parada frente a él, contemplando, atónita, aquel falo como si ella no pudiera asimilar aún cómo tal pedazo de carne (tan largo y grueso como el brazo de un niño regordete de dos años) hubiese podido entrar todo en su estrecha cavidad.

Mientras de forma ágil y resuelta, Roberto acomodaba a Jazmín sobre sus cuatro extremidades en aquella pequeña silla (de tal forma que pudiera follársela de a perrito), alcancé a escucharla diciéndole que era la primera vez que cogía con alguien a quien apenas había conocido. Roberto, sin decir nada, sólo se limitó a levantarle la falda (que Jazmín ni siquiera se había molestado en quitar) y la comenzó a penetrar.

Debo reconocer que el cabrón de mi amigo sabe su oficio pues, desde las primeras embestidas, ya la tenía gimiendo de placer. Los embates eran cada vez más brutales mientras que las manos de él se aferraban a la estrecha cintura de mi ex compañera con tal fuerza que no le permitían escapar de tan frecuentes y feroces penetraciones.

Las nalgas de Jazmín eran todo lo hermosas que imaginé. Hechas de carne prieta, demostraban su firmeza pese a su gran volumen y los empellones que estaban recibiendo.

Pese a los varios minutos que duró tal cópula, él no parecía agotarse, la bombeaba duro y constante, al mismo tiempo que Jazmín expulsaba gemidos cada vez más agónicos de placer. Parecía que Roberto podría seguir así por horas, sin embargo, mi amiga, después de tan sólo veinte minutos, ya no aguantó más y gritó: “¡Ya... ya por favor para, para!”.

Después de una última y contundente estocada, mi amigo sacó su largo y carnoso miembro del cuerpo de Jazmín, a quien ayudó a incorporarse.

Supuse que el haber estado en aquella posición, durante todo ese tiempo, la había dejado engarrotada pues, al ponerse en pie, Jazmín se dio un estirón desentumecedor, al mismo tiempo que expulsó una especie de gemido bastante sensual.

Lamentablemente, en tal movimiento, casi me pilla, ya que miró hacia arriba, pero me guarecí a tiempo.

Aún sin volverme a asomar los oí charlar detrás del muro.

—“Jijo”, ni mi novio me da tanta batalla —decía ella.

—Pues cuando tú quieras corazón. Ya sabes, estoy a tus órdenes —le dijo Roberto por respuesta.

—No lo creo, dentro de unos días me caso. Voy a ser una mujer felizmente casada —comentó Jazmín con regodeo.

—¿Y eso qué? No importa. Casada o soltera. Da igual, yo te cumplo.

Ella rió en respuesta.

Cuando me atreví a asomarme de nuevo, Roberto sostenía con ambas manos las pantaletas de mi amiga, a quien caballerosamente ayudaba a colocárselas. Ella introdujo primero uno y luego otro pie en dicha prenda y él la subió cuidadosamente hasta acomodársela. En agradecimiento, Jazmín le dio un tierno beso al mismo tiempo que una de sus manos se topó con el miembro duro y erecto de mi amigo. Al notar que seguía tan firme como al principio, ella froto aquel pedazo de carne.

—Oye, sigues pero si enterito. ¿A poco te vas a quedar así? —le preguntó Jazmín.

Roberto, le acarició el rostro y respondió:

—Si quieres me vengo aquí, en tu hermosa carita.

Jazmín se sonrojó por el halago y bajó la mirada un poco chiveada.

—No, qué tal si cuando salgamos él se da cuenta.

—¿Por qué?

—Ay, porque quedaría oliendo —le dijo Jazmín como señalando lo obvio.

—¿A qué quedarías oliendo? —preguntó Roberto maliciosamente.

— Pues a qué va a ser, a tu semen —le dijo ella con las mejillas más rojas que un tomate.

Roberto rio.

—No te preocupes. ¿Qué te parece si me vengo en tu linda boquita y así te llevas un recuerdo mío?

Jazmín ya no se hizo del rogar. Lo besó en señal de asentimiento y se dispuso a hincarse para estar a la altura del enorme miembro de mi amigo. Pero antes, Roberto colocó una pequeña colchoneta para que ella no se lastimara las rodillas.

Roberto se quitó el condón que, hasta ese momento, había cubierto estrechamente su pene cual embutido.

Acercó su miembro a los labios de Jazmín y ésta lo chupó y masturbó hasta conseguir el clímax. Eyaculó tanto que parte del líquido se le escapaba por las comisuras de los labios a mi ex compañera. Con total malicia, Roberto apretó las fosas nasales de Jazmín no dejándole respirar por lo que ésta tuvo que tragarse los espermas de mi amigo. Aquella le reclamó tal acción pero Roberto se limitó a reír. Pese a tal burla Jazmín no parecía enojada, muy por el contrario, salió abrazada de uno de sus macizos brazos como si fueran una pareja de amorosos novios.

Cuando los vi irse también salí. Pero pese a mis esfuerzos ellos me ganaron. Cuando salí, Jazmín ya me buscaba viendo a su alrededor, por lo que me acerqué explicándole que había ido al sanitario. Perversamente les pregunté sobre su experiencia a lo que ella, sin evitar sonrojarse, sólo respondió que había estado bien. Yo ya no quise insistir en el tema y guardé silencio mientras veía que Jazmín entrelazaba los dedos de una de sus manos con los de Roberto.

En ese momento pensé que de seguro aquel no sería el único encuentro sexual entre ellos. Casada o no casada, ese cabrón de seguro se la volvería a coger.

Fue inevitable sentir celos. Sin embargo, no podía dejar de lado que yo mismo lo había provocado. Yo los había presentado y fui yo quien le entregó a Jazmín en bandeja de plata, pese a lo que yo sentía por ella. Aquello me mortificó.

Durante el trayecto en el auto, contemplé una sonrisa plena en mi ex compañera. Jazmín se veía feliz, realizada.

Al llegar a su casa se despidió dándome las gracias. Antes de bajar del auto me dio un beso en la mejilla y yo alcancé a oler, proveniente de su boca, un cierto tufillo que sin duda provenía del esperma de mi amigo. Percibir aquel aroma me produjo una mezcla de sensaciones; por una parte, me causó repulsión pues sentía como si me hubiera embarrado tal viscosidad en mi cara, pero también me llevó a recordar la lujuria expuesta por Jazmín apenas unos minutos antes.

Viendo a Jazmín caminar hacia la puerta de su casa, contoneando aquella sugestiva figura, a la vez que recordaba su cachondería de hacía sólo unos minutos, una erección creció bajo mi pantalón.

Arranqué el auto y me fui a casa con intención de masturbarme en honor de mi amiga.

 

FIN DE LA PRIMERA PARTE

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