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La amiguita de mi hijo es una loba feroz

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La vida se va jalonando con recuerdos y vivencias, gratas y de las otras.  De las otras, mejor olvidarse, de las gratas, algunas más caras a nuestros afectos van quedando como gota de miel sobre tantas otras cosas que nos amargan. Algunos aún hoy se muestran vívidos, con grato sabor, enriqueciendo la historia personal. Para gratificarme y despertar esas sensaciones del pasado no tan lejano, voy a compartirla con ustedes, esperando que lo disfruten tanto como yo.

Mi hijo y sus compañeros se reunieron para organizar el tradicional viaje de fin de curso a Bariloche. No tuvieron mejor idea que venirse a casa, toda una tarde, varones y muchachas, hasta bien entrada la madrugada delineando proyectos e intercambiando opiniones acerca del futuro viaje que los despega a una importante etapa de sus vidas, para muchos una despedida de la permisiva adolescencia, casi todos están en la franja de la mayoría de edad, el despegue de la adolescencia para entrar en la categoría de responsable adultez.

Llegada la hora de marcharse, ayudé en la devolución a sus hogares de las “niñas”, en realidad es una forma de decir, todas superaron recientemente los dieciocho años y algunas con formas rotundas, de belleza contundente capaces de hacer perder la cabeza al más pintado al perderse en la sinuosidad de las curvas de sus cuerpos jóvenes y ardientes.  Yo me ocupé de tres, a cuál más apetecible, ni pensar en eso, traté de comportarme como una persona de otro planeta, luchaba fuertemente por no verlas como el fruto prohibido, de no hacer caso de la serpiente haciéndome ver donde no debía.

Todas con el desenfado propio de la adolescencia y el “sex a peal” de quien quiere beber el mundo de un sorbo. La vestimenta del verano, top ajustado y mini, muy mini, mostrando más allá de lo prudente, no contribuía demasiado en calmar mi ánimo soliviantado por haber compartido buena parte de la tarde con ellas, menos mal que los muchachos no están como este veterano con intención de pegarles una revolcada para guardar en la memoria corporal.

Estábamos por llegar a la casa de Claudia, la última en el delivery de restitución hogareño. Trigueña, todo picardía y sensualidad juvenil, toda ella emanaba un halo de tentación y pecado, de lujuria y voluptuosidad, haciendo trastabillar en mi responsable concepto de la prudencia y saltar el cerco de la impúdica sensualidad que consumía mis deseos más oscuros. Me pidió detener el auto, en una zona poco transitada, donde las sombras de previas a la nocturnidad nos ponían a cubierto de los ojos ajenos. Me miró, sin aviso previo, sin prevención, se colgó de mi cuello, la cara en sus manos y me zampó un besó, tan dulce como sorpresivo, con tanta pasión que necesitaría revolver un buen rato en mi memoria para poder compararlo con otros tan fogosos.  Poco se esforzó para meter la lengua en mi boca.  Me besó con intensidad, todos los condimentos de febril pasión se estaban expresando, liberando los efectos del cóctel de hormonas en ebullición.

Separó de mí, para poder vernos mejor, agitados, trastornados, el sexo excitado, como nunca.  Posó una mano sobre él y se asombró gratamente ser culpable de la rápida reacción.

—Papi, ¡qué bien!, ¡cómo te pusiste!

—Nena, yo no soy de madera. Vos, la culpable de todo esto, ¡mira como me calentaste!!!

—Sí, yo te puse al palo ¿no?

Por suerte a esa hora, entre las sombras nadie nos vio, menos aún pudo escuchar que me hizo aceptar que solo me dejaría “tranquilo” en ese momento si prometía pasar por ella al día siguiente después del horario escolar.

Con tal de zafar de un posible problema, aceptaba cualquier cosa, aunque en el regreso a casa esa promesa comenzó a acosarme en la parte más sensible de mí ser: el deseo.

Dudé en ir a buscarla, pero tenía miedo que esta pendeja me acosara y se me viniera a casa, esa había sido una especie de velada amenaza, esto me estaba complicando la existencia, pero como contrapartida me gustaba a morir. Este era una de esas situaciones en que se debe optar entre el placer y la honestidad, pero bien sabido es que el pecado siempre triunfa sobre la virtud, este caso triunfo el placer del pecado. Zanjados mis problemas de conciencia, la cabeza de abajo decidió el curso de los acontecimientos. En cinco minutos estuve para buscarla. Subió y salí como una exhalación puse distancia del lugar, en el trayecto tenía decidido el sitio poco transitado para pegarle una buena “apretada”.  Esta vez los dos estábamos con la pasión a flor de piel para dar rienda suelta a la calentura que nos consumía.

—¡Qué bueno, otra vez estás al palo!

Sin tiempo para nada, la muchacha derribó todas mis prevenciones y precauciones, abrió la bragueta, metió mano, liberó la verga del encierro forzado, con la soltura de quien está tocando lo que le pertenece, masajea, acaricia, seguridad y experiencia hablan de que no es una improvisada a la hora de excitar a un hombre. Sabe cómo y dónde aplicar la experiencia acumulada, controla y maneja a su antojo mis reacciones, los pocos años sucumben por la mucha experiencia.

—¡Qué gorda y caliente!, ¡ahhhh! –le hizo efecto el contacto, por un momento llegué a pensar que nada la conmovía.

Fue lo último que le escuché, la metía en la boca. Hacía los honores y comenzó la deliciosa mamada. La situación era tórrida, yo no podía concentrarme demasiado, mirar para todos lados, inquieto de que pudieran vernos mientras ella hacía su faena.  La adrenalina por el peligro, era un nuevo ingrediente, que eleva el morbo de la relación bucal con esta preciosura.

Mamó como nunca me mamaron, calidad y cantidad de movimientos bucales increíbles. La acabada llegó urgente y perentoria, ni siquiera pude ponerla sobre aviso, sus ojos fijos en los míos y el rostro encendido eran datos fehacientes que disfruta su labor. Siguió chupando hasta asegurarse que no me quedaba más leche calentita. Retiró mi carne de la boca, se relamió el resto, había tragado todo. Otro detalle para mencionar fue que para no mancharme el pantalón, había puesto un pañuelo a modo de babero. Sin dudad era experta consumada, amerita un diez en “oral-idad”.

—¡Tócame acá!

Llevó mi mano a su entrepierna, con un par de dedos en ella comprobé lo mojadita que la tenía. Se abrazó a mí, apretó mi mano contra su fuego interior, gemía, estaba acabando con mi mano en su chocha. Al serenarse, corrió la bombachita, limpió y recogió todo el flujo en el pañuelo, me lo dejó de regaló, como trofeo.

—Por ahora me basta, pero quedamos con ganas de más ¿no? Asentí.  Acordamos que el viernes nos “diéramos con todo”.

No podía conciliar el sueño, anduve un par de días “al palo”, quería sacarla de mi mente, otra vez el conflicto de pasión y obligación moral: pudo la pasión·.

Llegó el momento, la llevé al hotel. La desnudé casi a mordiscos, le dejé la piel toda besuqueada, y lamida. Los pechos firmes, cúpulas de azúcar coronadas de frutilla, goloso quise comerlas pero solo llegué a dejarle rastros de las casi mordidas. Recorrí la planicie del vientre dejando mi saliva en el hoyo del ombligo, rodé por el matorral de pendejos hasta saciar la sed en el oasis de su sexo. A esta altura ya nos habíamos colocado en la clásica postura del sesenta y nueve.

No perdió el tiempo, trabajaba a destajo con el miembro, poniéndolo en condiciones de dar guerra. La lamida de los labios vaginales, terminaron por ponerla en condiciones de pedirme que la carme masculina fuera a calmar su hambre de fémina. La calentura aceleró los tiempos, pidió urgente tenerme en ella. Abrí de piernas y le apoyé la verga en la entrada, empujé, se resistió retrocediendo un poco diciendo que sentía dolor. No entraba fácil. Repetía, que a pesar de las ganas le costaba, por no tener mucha experiencia o por tan gorda, era visto que toda su experiencia había no había pasado demasiado de la exposición oral, ahora estaba rindiendo sexo tradicional en examen práctico...

—Ten paciencia, muero de ganas, andá despacio.

Colaboró con voluntad y dedicado esmero en la cogida, hasta que fue entrando, resbalando por el estrecho pasadizo. Se sentía estrecho, disfrutaba en él, por momentos apuraba la penetración, urgente, ir y venir de la pija en su conchita. No paró de gemir y respirar con dificultad, entrecortado en toda la extensión del polvo.

La fui trabajando ahora ponía en práctica toda la experiencia, era el momento de lucir las medallas ganadas en buena ley, la estaba haciendo caminar por las nubes, el estado de excitación hacía estragos en ella, balbucea algo inteligible, sonidos sin sentido, hasta que pude interpretar que pretendía avisar que estaba cercana al momento de gloria.  El pene respondió al pedido, noté que se hinchaba más todavía, se movía más a prisa dentro de la cueva.

El final estaba cada vez más cercano, trataba de mantener la concentración para no terminarle dentro, la premura del calentón no dejó tiempo de comprar preservativos y ni siquiera sabía si se cuidaba. Dentro de la notable y urgente calentura aún conservaba un rasgo de lucidez y responsabilidad, debía cuidarla, no vaciarme dentro de su vagina. Mi placer subía por el ascensor, saltando de a tres pisos por vez.  Ella se mueve aferrada a mi cuerpo, arquea su cintura para aproximarse en cada embestida, estamos llegando al borde del precipicio, la orden cerebral era un par de pasos más y era el salto al vacío, ella urgía más intensidad en las acciones, yo pretendía detenerme al mismo borde y ella continúa aferrada a mi mano, arrastrándome al borde de la cornisa. Nuevamente el conflicto de mi responsabilidad y la pasión, ella exige urge acción, como puedo le hago saber el riesgo, imposible consensuar riesgo y pasión, me sujeta para imponer su criterio de goce, ella corre los límites más allá de la prudencia, pide que siga, que nada importa más que su felicidad, nada ni nadie la separa de mí, urge y exige, desesperada y dispuesta a todo por sentir mi descarga masculina dentro de su sexo.

¡Sólo un poco más! es la exigencia suprema, justo el espacio que la separa del glorioso orgasmo que avanza dentro de sus entrañas. Un “tsumani”, un maremoto fueron sus palabra para contarme el placer de ser mujer y poder gozar esa experiencia inédita.  Se convulsiona, ondas de calor la recorren, oleadas de placer la trastornan.  Retenido y exigido salté al vacío, nada más importaba que dejar fluir el volcán que ella había fogoneado, el magma lácteo produjo una nueva onda de calor que apuró un nuevo y más prolongado y definitivo orgasmo.

Le costó reponerse, las emociones las superaron, abrazados durante un tiempo, recuperamos el deseo de otro polvo. Lo hicimos, dolió menos que el anterior, lo disfrutó con igual intensidad, gritó el orgasmo, sostuve la penetración alargando su placer y el mío hasta el último momento.  Previo al desenlace no quise repetirlo, contra sus deseos, la retiré y busqué terminar en su boca.  Me permitió entra en su dulce boquita, chupó con fruición sus propios jugos que se conjugaron con los míos.  El borbotón de leche se derramó dentro de ella y la degustó todita.

Intenté, sin éxito, convencerla de olvidar lo sucedido, de momento me hizo saber que era tarea imposible, pretendía seguir con estas experiencias.

Seguimos teniendo sexo una vez a la semana, hasta el viaje a Bariloche, luego muy de vez en cuando, ahora tiene un noviecito que la tenía bien nutrida de producto lácteo. Nos hicimos amigos, ¡qué bueno!

Joven mujer si la experiencia de Claudia te pareció interesante, puedo explicarte los detalles omitidos por razones de espacio y transmitirte las personales en forma privada y confidencial y escuchar lo que me quieras contar al respecto. El señor Lobo Feroz estará gratamente agradecido de recibir tu correo en [email protected] y retribuirte del mismo modo, hasta luego…

Lobo Feroz

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