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Malena 1: Primeros Tiempos 1

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La historia de Malena: empezando por el principio

LA HISTORIA COMIENZA.

El día en el que celebraba el primero de sus cumpleaños, su madre biológica la había puesto, personalmente, en brazos de su madre adoptiva de acuerdo a lo convenido.

De esa manera, Malena se unía a la familia que durante el resto de su vida reconocería como la suya.

Un varón y dos hembras, que eran sus hermanos por parte de padre, la habían precedido. Todos tenían diferentes madres biológicas, todos habían sido engendrados por su padre, todos, como ella misma empezaría a serlo a partir de ese momento, estaban siendo criados por su estéril esposa.

Aún faltaba uno por llegar, lo haría al año siguiente, sería varón y completaría la familia.

EL FRUTO DE UNA HISTORIA DE AMOR

A finales de 1.945 un ex oficial de las SS llegó al país con su mujer y una hija, llamadas ambas Lena.

La niña Lena, había nacido en 1.943 en plena época de bombardeos.

Tenían planeado seguir viaje hacia el sur del continente apenas sus contactos los autorizaran para ello.

El abuelo paterno de Malena, simpatizante de la doctrina Nacionalsocialista, se encargaba, al final de la segunda guerra mundial, de auxiliar a los fugitivos alemanes.

Él se encargó de proporcionarles refugio y atención, auxiliado en estas labores por su hijo Héctor, quien para el momento contaba con nueve años de edad.

Héctor y la niña Lena terminaron por convertirse en inseparables.

Él, la protegía, jugaba con ella, le enseñaba el idioma y la acompañaba para todos lados. Con los años el sentimiento amistoso fue tornándose en amor.

En 1960, ella ya de 17 años y él de 24, secretamente se comprometen.

Para el padre de la muchacha esa notoria relación va contra sus planes: su hija única deberá casarse con un hombre de raza aria pura.

Para evitar tener que verse en la necesidad de negarle el permiso para casarse con el hijo de su benefactor, la obliga a contraer nupcias, sorpresivamente y en secreto, con el hijo de un alemán, emigrado como él, ex SS como él, al cual ella apenas había visto una vez.

Lena y Héctor quedan destrozados.

Héctor, decide contraer nupcias con la hija de un amigo de su padre, para que se evidencie que Lena y él habían acatado la decisión de su padre con sumisión total y entre ellos no queda más que amistad.

Quieren seguir viéndose, aunque sea de lejos, pero podrían impedírselo si sospecharan que entre ellos hay más que amistad y sumisión a las disposiciones del padre de Lena: los separarían definitivamente, enviándola a otro país junto con su joven esposo.

Pudieron seguir viéndose, esporádicamente, en reuniones de familia sin denotar el sentimiento que los unía. Para ellos eso era mejor que nada.

Ninguno de los dos matrimonios fue capaz de procrear: El esposo de Lena resultó ser estéril y la nueva esposa de Héctor, también.

El esposo de Lena muere en 1.963; para ese momento, sus padres se habían mudado a Uruguay definitivamente.

Ella, queda sola y establecida en la Colonia -un enclave alemán en las montañas del centro del país- donde continuó atendiendo el negocio que el marido le había dejado.

Ya para esa época Héctor y su esposa Josefina, obedeciendo al plan que se han trazado, ya tienen los tres hijos que han programado usando el sistema de procrearlos en vientres alquilados fecundados por Héctor.

Él, convence a su mujer para tener un hijo más, Josefina acepta: le gustan los niños.

Desde la muerte del marido de Lena, ella y Héctor se han estado viendo en secreto. Debido al terror que les produjo una enfermedad, a la que Lena casi no sobrevive, ella decide darle un hijo para perpetuar su amor, en caso de que la muerte los separe.

Él se lo llevará a su casa para que su esposa lo crie y crezca cerca de su padre. Será un recuerdo viviente para el que sobreviva, ella no puede quedarse con él niño, por la rigidez puritana de la sociedad en la que vive y el problema que le generaría con su padre, al saber que había mezclado su sangre.

En secreto, ponen manos a la obra con el aval ya otorgado por Josefina.

En 1.965 nace una niña, que es casi una copia exacta de su madre, Héctor desea que lleve por nombre el suyo, pero ella se opone, deberá llamarse María Magdalena.

En 1.966, la niña de un año de edad, es depositada en brazos de su madre adoptiva.

Héctor prosigue su relación con Lena, pero sin tener más descendencia.

Viven en lugares cercanos y todo se desenvuelve con normalidad, él la mantiene al tanto de los avances de su hija y ella la conoce por fotos: es una bella mujercita de raza nórdica, rozagante, sonrosada, catirita como sus antepasadas, de trenzas largas y mirada triste como la suya.

-Es muy nerviosa, como tú, le comenta Héctor.

Ella se queda mirando largo, recordando los horrores que su madre le había contado que pasó durante los bombardeos aliados.

Él la cuida y protege con fervor. Ella tiene una posada turística, que le sirve para mantenerse bien y en el caso de morir, pues su salud es débil, quiere que su hija la herede. En su testamento Héctor es su heredero universal pero deberá traspasarle la propiedad de la posada a su hija María Magdalena.

La esposa de Héctor, descubre la relación: “o, la dejas a ella, o, te vas con ella” es su ultimátum.

Él sabe que su deber principal es velar por los hijos.

Lena y él deciden acabar la relación. Debe cuidar bien a la niña y evitarle los malos recuerdos de un divorcio por culpa de su propia madre.

Se separan en paz…con mucho dolor.

Para curar las grietas que hayan podido surgir en la relación matrimonial debido a sus devaneos y para demostrarle que su decisión de quedarse con ella no es algo temporal y que no volverá a descarriarse: Héctor, le propone a Josefina, tener otro hijo.

Al año siguiente nacería y llevaría por nombre Francisco como uno de los mejores amigos suyos.

ENCUENTRO EN EL AUTOBÚS

Malena ya tiene diez y siete años en el momento en el que…

En cuanto se subió al vehículo de transporte público se fijó en esa mujer.

Ambas se miraban hipnóticamente, víctimas de un poder irresistible que las mantenía encadenadas a través de la mirada.

Malena, comenzó a desplazarse hasta el asiento que le había ofrecido un galante pasajero. Recorría el camino hasta el lugar, removiéndose dificultosamente entre el gentío que atestaba el pasillo del autobús de pasajeros, agarrándose fuertemente a los soportes del techo para no caer, sin prestar atención a los acostumbrados agarrones, pellizcos y apretujamientos descarados de algunos hombres para poder frotar sus cuerpos contra el suyo.

Al fin pudo llegar al puesto vacío que le habían obsequiado. Quedó a espaldas del asiento de esa mujer y en diagonal, por lo que pudo analizar su perfil, su cabello, su cuerpo… con la comodidad que da la observación clandestina:

 -¡Dios mío! Esa señora es igualita a mí.

Malena, conocía a medias la historia de su origen. Estaba observando casi con toda seguridad a su madre. Su madre, tenía que ser, pues le parecía imposible que, alguien que no lo fuera, se le pareciera tanto.

En una parada, muchos pasajeros se apearon, se hizo más fácil el trasladarse y la señora se movió de su asiento y se sentó a su lado.

Parecían morochas: una de menos de veinte y la otra de casi cuarenta.

Ambas temblaban por la emoción, hacían los mismos gestos nerviosos y sudaban en su barbilla y labio superior, se secaban el sudor de la misma manera. Parecían estar jugando el juego infantil de remedar al vecino.

-Estoy muy nerviosa, le susurró la señora con fuerte acento germánico.

-Yo estoy en pánico, le respondió Malena con acento lloroso.

Súbitamente la señora le pasó el brazo sobre el hombro y la atrajo hacia sí, apoyando su cabeza sobre su hombro con ademán maternal. Así se fueron calmando.

-No le cuentes a Héctor, le dijo de repente sin apartar su abrazo protector y acto seguido se levantó.

La señora, había llegado a su parada. Con el pasillo del autobús más despejado pudo voltearse a contemplarla una vez más y por ultimo le lanzó un beso de adiós.

HECTOR

Se decía en la familia que Héctor estaba mal del corazón y que había que evitarle emociones, contrariedades y sorpresas. Por ello, tardó varios dias en decidirse a contarle en secreto lo que había acontecido con la señora del autobús.

Contrariamente a lo que esperaba, notó que los ojos de Héctor se humedecieron a medida que oía su narración.

La tomó por el brazo y salieron del cuarto donde se atrincheraban para contarse sus secretos.

-Josefina, voy con Malena a comprar pizzas, le gritó a su esposa ya saliendo.

Se la llevó a su bar favorito y allí entre cervezas y cigarrillos, le contó toda la historia, con pelos y señales.

Regresaron a la casa olorosos a cerveza y cigarrillo, con los ojos enrojecidos por el llanto derramado durante la exposición minuciosa que él le había hecho.

Al verlos llegar así, josefina se extrañó. Fue su hija la primera que reaccionó:

-Nos asaltaron y nos robaron las pizzas, y dio rienda suelta a su llanto para el que ahora si tenía una buena excusa… nos tomamos unas cervezas mientras esperábamos, había mucha gente… sucedió cuando llegábamos al carro…le contaba a Josefina entre lloriqueos.

Puede que fuera una mala explicación -pero explicación al fin- para lo de las cervezas y lo de la lloradera. Para lo de la fumadera no consiguieron nada que funcionara como excusa.

-¿Por qué no compraron otras? Preguntó Josefina a su marido.

-Malena se asustó tanto que se puso histérica y me la traje. Toma, le dijo entregándole dinero, dile a Teco que vaya por otras.

-Está bien. Vayan a bañarse que huelen a cigarrillo. Bastantes veces le he dicho a Malena que deje la fumadera, que eso le hace mal para los nervios y… a ti también… para el corazón, les ordenó Josefina entre rezongos y miradas incrédulas.

“MI PAPÁ ME CONSIGUIO UN EMPLEO”

Se trataba de una casa de antigüedades. Los dueños, una pareja amiga de su padre desde la infancia, contemporáneos suyos, españoles ellos, accedieron a colocarla en sustitución de la empleada que hacía poco había renunciado.

Casualmente, el día que la llevó a su primer día de labores, allí se encontraba otro amigo del grupo llamado Félix. Todos se saludaron efusiva y ruidosamente.

Su padre no advirtió el significado de las miradas que estos tres personajes proyectaron sobre la nueva empleada, de haberlo hecho, se hubiera percatado de que se había abierto la temporada de caza de “Malenas”.

EL EMPLEO DESDE EL PRIMER DÍA

Apenas cumplidos sus diez y siete años y recién culminados sus estudios de bachillerato, había sido aceptada como asistente en la tienda de antigüedades de los amigos de su padre Francisco y Macarena, eso le permitiría, ayudar a costearse los estudios universitarios que deseaba emprender y colaborar con la no muy boyante economía casera.

Fue Macarena quien le dio el visto bueno definitivo para que se quedara, apartando sus escrupulosidades originadas en su inexperiencia y juventud.

La impactó desde que la vio con su carita de mosquita muerta y su cuerpito de diosa joven. Le gustaban las muchachas y la hija de Héctor, era de una perfección tal, que cumplía con sus muy exquisitas exigencias.

Francisco, por su parte, desde el primer momento se sorprendió favorablemente por la belleza de la hija de su camarada. Quedó fascinado por su presencia deleitable y a pesar de su edad y de su parentesco con el amigo, no dejaba de admirarla con frescura y notaba que las galanterías que le lanzó como al desgaire no caían en saco roto.

Era una belleza de hembrita que le mantendría entretenido todo el día y con la libido en alza. Solo habría que esperar unos meses más… hasta que fuera mayor de edad… por si acaso…

Félix, por su parte, se mostró impertérrito ante la presencia de la bella muchacha. No hacía ningún comentario, ni parecía tomarla en cuenta.

Malena, estaba deslumbrada por el poder que, notoriamente, ejercían sus encantos de mujer joven y bella, aún en proceso de maduración, sobre esas personas.

Decididamente, se sentía atraída por los maduros porque eran poderosos y protectores.

Desde niña, había depurado su técnica para captar las debilidades de los adultos y aprovecharlas en su beneficio. Por ejemplo en este caso, inmediatamente se dio cuenta de que cuando requiriera algún permiso para faltar al trabajo, sería más fácil conseguirlo si se ponía una falda corta y ajustada como la que traía ese día, pues el señor Francisco se notaba muy entusiasmado por sus atributos.

MARÍA MAGDALENA… empezando a conocerla.

Su nombre era realmente María Magdalena, pero, para abreviar, los amigos y sobre todo en su casa la llamaba Malena.

Años después cuando conoció a Shay, ésta le decía que ese nombre de María Magdalena le quedaba perfecto porque era nombre de puta y siempre la llamó por su nombre completo.

Se sabía bonita y perturbadoramente atractiva. Había tomado consciencia de ello desde hacía algunos años, por las miradas que le arrojaban en la calle que la hacían ponerse nerviosa, por los piropos que la perseguían y la hacían sonrojarse y por la actitud abiertamente provocativa de sus compañeros que generalmente no se comportaban de esa manera con sus otras amigas.

Era la única catira que había en la familia. Era de raza nórdica, mientras que sus hermanas y hermanos eran criollos, morenos, esbeltos, inclusive su hermana Keni no podía negar su ancestro negroide: aunque su piel era clara: su boca, nariz y cabello lo pregonaban.

Malena, parecía en cambio una walkiria, su piel era de blancura ebúrnea, su cabello rubio trigo crinejeado que colgaba hasta el final de su espalda y un cuerpo de formas frondosas, sólidas y protuberantes en las partes más críticas de su anatomía, de talla mediana y movimientos lentos aparentemente perezosos.

De idiota no tenía nada: solo era inocente e inexperta, con una educación familiar tradicional, propia de los años setenta, que la había mantenido alejada de los peligros y realidades del mundo y sobre todo de sus habitantes.

Ese día, su padre se despidió con un beso en la mejilla y un “quedas en buenas manos”.

Cuando quedó sola con su nueva compañía, ella, que ya se estaba auto-entrenando en no dejarse perturbar por las actitudes y miradas que su presencia causaba, por más concupiscentes que fueran, esta esta vez volvió a recaer en el nerviosismo que le causaban habitualmente este tipo de conductas ajenas, debido a la calidad de los personajes que la rodeaban y, que a pesar de ello, no se eximían de exteriorizarlas entusiastamente.

MACARENA

Fue Macarena la que la tomó a su cargo. Con actitud posesiva, la tomó por el brazo y con un “permiso, caballeros” se la llevó hasta el pequeño cubículo que desde ese momento sería su área de trabajo y allí comenzó a explicarle, de manera muy afectuosa, cuáles serían sus responsabilidades y cómo las desarrollaría.

-¡Ah!, tu papá nos dijo que querías estudiar administración, aquí podrás practicar…

En lo sucesivo sería vendedora, secretaria, auxiliar de administración y quien sabe qué más.

Ese día, se había vestido con las mejores prendas que poseía: pero la falda le quedaba corta y la camisa le quedaba ajustada, estas deficiencias de su exiguo guardarropa se debían primordialmente a la alta tasa de crecimiento de su anatomía, pues cada día parecía hacerse más frondosa y por más cuidado que puso en sus movimientos debido a las posiciones que se vio obligada a adoptar, cuando revisaban compartimientos bajos, no pudo evitar mostrar partes de su cuerpo más allá de lo permisible por el decoro.

Fue imposible no captar las miradas descaradas, maliciosas y evidentemente interesadas de la señora Macarena dirigidas a esas partes, y otras, no era necesario ser un experto para darse cuenta de su interés…

-¿Le gusto? se preguntaba Malena… ¿Será que considera mi vestuario inapropiado y no me lo quiere indicar directamente?... ¿será que está midiendo la reacción que pudiera tener su marido ante mi vestuario?... ¿Será que me quiere decir con la mirada que me falta recato?... bueno… ¡vamos a ver!

Provocó, mediante un movimiento incidental, al estar cerca de ella, que sus senos la rozaran y le puso atención a su reacción: Macarena pegó un leve respingo, se sobresaltó al sentir el roce, enrojeció y mostró una expresión atormentada:

-Confirmado, se dijo Malena, ¡es marica! y ahora… ¿qué hago?... no puedo renunciar por eso, sería una idiotez… ¿Qué diría mi papa?... bueno… espero saber manejarla… ¡coño! dígame si se enamora de mí… ¿cómo se hace en ese caso?... tengo que preguntarle a las muchachas…

FRANCISCO

Desde el mismo día inicial, ella notó la fascinación que ejercía sobre el viejo Francisco. Su continuo acecho, al principio, la ponía nerviosa, pero terminó por acostumbrarse y hasta se entretenía alborotándole las ganas mediante movimientos que la “obligaban” a asumir posturas corporales que desnudaban partes de su cuerpo que ella sabía apetecibles para cualquiera y más aún para Francisco que la tenía todo el día frente a él sentada tras un escritorio descubierto por delante que se hacía cómplice indulgente de la divulgación de lo que sus movimientos permitían vislumbrar.

Ella jugaba con él; pasaba largos momentos aparentemente concentrada en sus cuentas y trabajo de escritorio, dejando sus piernas abiertas, entonces, de repente, levantaba la vista y notaba como se ponía encarnado. Ella sonreía y cerraba las piernas.

Otras veces, dejaba caer lápices o cualquier otro pequeño utensilio para tener la necesidad de arrodillarse en el suelo o buscarlos debajo de algún mueble y así, le daba la oportunidad de admirar su cola apuntada hacia él; o, le rozaba con los senos, o, se los mostraba inocentemente cuando se inclinaba sobre su escritorio para hacerle una consulta.

Ella no pensaba en las consecuencias que su conducta liviana e irreflexiva podría acarrear, para ella solo era un juego que satisfacía su vanidad y su curiosidad.

Félix

Era disimulado en su acecho y su sistema de conquistarla realzó el interés que ya sentía por él: nunca la piropeaba ni evidenciaba su interés -al contrario de Francisco y de los demás pretendientes que había tenido que la ponían nerviosa con sus insinuaciones- él, con su método no invasivo de galanteo, no la sofocaba, le permitía relajarse y sentirse cómoda.

Era rico, casado, de casi cincuenta años, vivía en otra ciudad y por ende tenía más libertad para desplegar su arsenal y tratar de conquistarla.

Un día lo encontró apostado en el cruce de una esquina cerca de su casa y la invitó a cenar.

Desde ese día cenaban juntos por lo menos una vez a la semana, salían a bailar de vez en cuando, la presentaba a sus amigos con orgullo y estos la aceptaron con las consideraciones propias de una consorte, lo que alimentaba su vanidad de muchacha novata.

Siempre tenía un presente para ella y la trataba con caballerosidad: la hacía sentir importante, como nunca se había sentido. Malena, fue cayendo en la trampa poco a poco, ya se sentía su novia y no esquivaba sus besos y caricias como al principio.

Desde siempre se había visto atraída por los hombres mayores, elegantes, olorosos, corteses, experimentados y dominadores de cualquier situación: Félix era esto y más.

La hacía sentir protegida, mimada y le había propuesto encargarse de sus necesidades económicas. Ella que sabía lo que eso implicaba, le había ido dando largas al asunto; pero también sabía que con su ayuda entrar y permanecer en la universidad sería mucho más fácil.

Pero no se decidía. Estaba su padre, el cual sufriría mucho si llegaba a enterarse y podría afectarle su dolencia cardíaca.

EL CÍRCULO SE CIERRA

Seguiría esperando, pero era cada vez más difícil para su cuerpo desbordante de hormonas controlar sus apetitos.

Éste, le pedía desde hacía tiempo una salida a los viejos deseos sexuales que acumulaba en él debido a la tensión erótica en la que vivía permanentemente y para la que sus masturbaciones ya no eran sucedáneos efectivos. Francisco y Félix estaban en abierta competencia por ese premio.

También la astuta Macarena había encontrado la forma de llegar a su corazón. Era notorio su deseo por ella -aunque manteniendo un perfil bajo- la mimaba y la hacía sentirse admirada alimentando así su vanidad de muchacha irreflexiva.

Llevaba amigas, con las que compartía sus preferencias sexuales, al negocio solo para mostrárselas y llegó a tener una corte de admiradoras que le flirteaban de lejos cuando tenían oportunidad.

Macarena la requebraba como cualquier galán, la halagaba, la consentía, le obsequiaba costosas prendas de vestir, la llevaba a almuerzos en su club y a la peluquería cada vez que ella misma iba. Le enseño a engalanare con buen gusto, a maquillarse y a arreglarse el cabello para sacar provecho a la atractiva melena rubia, a comportarse y hablar con moderación.

Malena se fue entregando en sus manos y fue dejando a un lado los escrúpulos que tenía de prodigarse en una relación con una mujer mayor.

No es que le repugnara, sino que no sabía cómo comportarse en una situación como aquella.

Principalmente le atraía el hecho de que una relación de este tipo no sería notoria, le traería los mismos beneficios económicos que una relación con Félix, además, traía aparejada la tranquilidad de que su padre aun enterándose no lo creería y para colmo no podría quedar embarazada.

El problema era que la satisfacción no era de la misma calidad, pues a pesar de que nunca había estado con un hombre sí tenía cierta experiencia con mujeres.

Por el momento Malena le otorgaba ciertas dispensas en su trato, algunos besos inocentes, algunos manoseos limitados si la notaba muy intensa y así mantenía su interés y su simpatía, pues no le convenía de ninguna manera ofenderla, ese pensamiento le aterraba: Keni le decía que las mujeres enamoradas al ser desdeñadas, se convertían en peligrosas enemigas.

Por otra parte, Macarena tampoco se atrevía a más por evitar un rechazo que la hiciera perder definitivamente la posibilidad de atraparla:

- Mientras acepte que la siga cortejando y halagando, tengo esperanzas, ¡esa niña me tiene loca! Les comentaba a sus amigas.

El ambiente sicalíptico en el que se desenvolvía a diario la mantenía en un continuo estado de avidez sexual y nerviosismo por la ansiedad que generaba su comportamiento. Trataba de calmar con continuas masturbaciones que le habían hecho decir a su amiga Marbella, “que pronto tendría que buscarse un hombre o se iba a arrancar el clítoris de tanto pajearse”.

Sabía que un día se dejaría arrastrar por la lujuria contenida que la embargaba y en un momento de debilidad de la carne… ¡zas! Cualquiera de ellos sería el primero y ella no ganaría más que una cogida sin futuro.

Así, entre pajas y juegos amorosos con sus amigas; resistiendo los embates de Macarena, Francisco y Félix; transcurrió el tiempo.

CÁLCULOS, PREVENCIONES Y DECISIONES ANTES DE LA HORA FINAL

Para el año 83, cuando ella cumplió los diez y ocho años Francisco reforzó su asedio con nuevas técnicas que estimularon las dudas de Malena en la elección de su caballero, pero Félix era quien iba ganado terreno en la competencia que ambos sostenían calladamente por obtener los favores de la inexperta hija de su amigo.

Félix disfrutaba de una libertad de acción, que el otro no tenía, para verse con ella fuera de las horas de labor. Francisco, en cambio, la tenía todo el día disponible a su lado para hacerle la corte, pero su esposa era un peligro latente.

Félix la iba tanteando para saber cuándo la fruta se tornara a punto de cosecha.

Una noche durante una de las clases prácticas de besos que le daba en la obscuridad del interior de su vehículo, la apremió para que se decidiera a ser su amante, desplegando ante ella el listado de ventajas que este hecho le traería.

Malena aunque sabía que un día u otro ese momento llegaría, se turbó ante la proposición.

Él, que no quería cometer errores que le espantaran la presa que ya intuía a punto -ante su manifiesto trastorno- recogió las velas:

-Si no estás lista podemos esperar, ¿Qué te parece si lo dejamos para el día de tu próximo cumpleaños?

Ella lo que había sentido ante la proposición, fue un estado tan angustioso en sus entrañas, que le disparó su ansiedad a un pico momentáneo, muy parecido al de un ataque de pánico.

Desde hacía algún tiempo ya estaba decidida a convertirse en amante del que le proporcionara, a cambio, mayores posibilidades para culminar su educación.

Las ofertas que él le había hecho eran perfectas; pero en vista del cariz que él le había dado a su momentáneo respingo nervioso, decidió, sobre la marcha, no mostrarse innecesariamente ansiosa, ni mucho menos, exhibir conductas impropias de una señorita, que pudiera arrojar sobre ella alguna sombra de liviandad.

-¡Buena idea! Pensó Malena rápidamente pues eso le daba unos meses de tregua. De todas maneras ya el período lectivo en la universidad había empezado y el próximo, estaba programado para comenzar a mediados del año próximo, precisamente, después de su décimo noveno cumpleaños.

Era mejor esperar, pues en el caso de que Félix solo quisiera jugar con ella un tiempo y luego, al aburrirse, apartarla; podría, sin mucha dificultad, sacarle por lo menos, el primer año de costos universitarios.

En cambio… si se “la daba” ahora, había la posibilidad de que no solo perdiera su virginidad sino también la posibilidad de inscribirse.

Keni, su hermana mayor, le recordaba cada vez que podía, que los hombres siempre prometen mucho para conseguir lo que quieren, pero… después de “metido”… ¡olvidado, olvidado y olvidado!

Además, en esos meses de tregua a lo mejor el destino le depararía una opción mejor y un interesado que fuera una alternativa menos riesgosa, para la relación con su padre, que la de llegar a convertirse en amante de uno de sus mejores amigos.

Siempre seguiría dejándose halagar por su segunda opción que era Macarena y….tercera opción Francisco… ¡Nunca se sabe!

-Está bien, se comprometió, poniendo su cara de mosquita muerta, faltan pocos meses, ¿no te importa?

-No, mi amor, es mejor tomarlo con calma y así tendré tiempo de prepararte una fiesta especial.

-¿Me quieres? Le preguntó ella con su carita de apenada que traslucía, a medias, la extraña sensación placentera que circulaba por su cuerpo en ese momento.

El asunto quedó congelado hasta la fecha prevista.

CONGELADO EL ASUNTO

El acto que estaba dispuesta a realizar además de las implicaciones placenteras que presentía y que se anticipaban en forma de corrientes calóricas que sólo se calmaban con la masturbación, no era fruto del amor, sino del cálculo: se vendería a cambio de la protección y seguridad que le correspondería por ser la amante de un hombre rico.

Si la relación duraba lo suficiente, podría pagar sus costosos estudios universitarios y, si no… su “plan B” se activaría.

Félix, solo la quería como un trofeo hermosísimo de carne y hueso, que se podía dar el gusto de pagar y que sabía que le reportaría mucho placer. Era una gran suerte que le había deparado el destino y no la desperdiciaría. No le saldría tan cara y se la ganaría de mano a Francisco.

Para Francisco, era un antojo que se quería regalar. Era una muñeca rubia, de buena estatura, con su cuerpazo juvenil aún en fase de desarrollo pleno, eclosionando delante de él día a día.

Sus posaderas lo volvía loco: eran grandes, amplias y espléndidas, sostenidas en su sitio por unas piernas, que eran su tortura diaria: fornidas pero estilizadas, de gruesos tobillos y pies excitantes; sus senos: unos deliciosos meloncitos blancos y de piquitos rosados, que vislumbraba a diario a través de su camisa entreabierta.

Estaba dispuesto a pagar cualquier precio por ella, menos, enfrentar la furia de su mujer quien le había advertido acerca del peligro de pretender a la hija de su amigo.

No le importaba que siguiera con sus devaneos de sátiro con cuanta suripanta se pusiera a su alcance, le advirtió, pero…

-Con ésta no te metas, le había advertido desde el principio, mira, que no quiero exponernos a que por tu culpa se desencadene una tragedia… mira, que me divorcio y este negocio es mío…

Sabía que Félix le iba ganando la partida, pero no había más remedio, le tocaba esperar su oportunidad.

EL ESTRENO: SANGRE Y ARENA

La cita estaba pautada y la carrera la había ganado Félix.

Ella le pidió a Francisco el día libre con motivo de la celebración de su décimo noveno cumpleaños. Se lo concedió a cambio de un beso en su mejilla de melocotón que él supo hacer llegar más allá de la comisura de sus fascinantes labios, pulposos, rojos y gruesos, en los que no necesitaba usar labial para realzar su perturbador atractivo, además, le regaló una elegante cadenita de oro y le prometió un aumento en su sueldo.

Ese día salió de su casa como si al trabajo se dirigiera, se encontró con Félix en el sitio convenido y a las ocho de la mañana ya iban navegando en un yatecito -que había alquilado para la ocasión- hacia las playas de un islote solitario.

La brisa del mar y los espumeantes saltos del oleaje la hicieron relajarse completamente y adormecer su consciencia en lo referente al acto que se avecinaba.

-Mi rey, le comentó en un momento en que la idea del dolor pasó lacerante por su cerebro, ¿me va a doler mucho?

Él se sonrió y con ademán tranquilizador le pasó la mano sobre los hombros desnudos, la acercó hacia él protectoramente y le contestó suavemente:

-Mi reina, yo nunca te haría daño.

Ella se acurrucó en su hombro. El sintió la densidad de sus senos apoyados sobre su costado, la solidez de sus nalgas oprimidas por su mano y la calidez de su turgente sexo arrimado a su muslo.

Le excitaba y había empezado a necesitarla, le gustaba así como era, con su necesidad de protección que la hacía sumisa a sus consejos, con su apariencia inocente, con su actitud de muchacha púdica, con sus modales a veces tan sugerentes y con sus ademanes reposados mesurados y elegantes.

Ahora, iba vestida con una de sus costosas y bellas túnicas de seda que el aire le adhería a su piel desnuda bajo la prenda, marcando detalladamente las ondulaciones, valles y recovecos de su cuerpo sin ropa interior. Pues, camino al embarcadero, para colaborar en la reducción de su nerviosismo por el momento que se avecinaba y que a todas luces la tenía muy tensa, él había sugerido un juego de prendas.

En medio de las apuestas, ella perdió las prendas interiores, una por una; se había ido despojando de ellas mientras él seguía conduciendo sacándoselas con cierta facilidad y notó que ella se había puesto encarnada y había mostrado su inquietud cuando en un acto -que pretendió ser travieso- el aspiró el aroma que emanaba de ellas.

Le había propinado -como respuesta a su acto vulgar- un leve pero firme golpe con su mano mientras soltaba su habitual expresión: ¡Deja! Que siempre utilizaba en diversos tonos de acuerdo al significado que tuviera para ella la magnitud de la incomodidad que la actitud ajena le hubiera causado.

Él le había regalado esa y otras túnicas, a raíz de su comentario acerca de las exigencias en el vestir que Macarena -la lesbiana mujer de Francisco- le había impuesto para impedir que éste pudiera recrearse en la belleza de sus formas, que con sus vestimentas cortas, se tornaban más incitantes.

Puros celos de vieja enamorada: Pero eran socios, y en sus gustos y sus asuntos no se metía para no perturbar la buena sociedad que tenían. Muy seguramente estaba enamorada de la catira y ya estaría buscando la oportunidad de acostarse con ella -¡la muy perra!- pero él consideraba inevitable tener que compartir ese dulce pimpollo… y no solamente con ella… ¡qué carajo!:

-es mejor un pollito entre varios que una plasta para uno solo… De todas formas, él tendría siempre la preeminencia.

Cuando atracaron en el pequeño muelle, la belleza, el silencio y la soledad del paraje los sobrecogió.

Mientras el amarraba, ella saltó a la blanca arena y comenzó a correr descalza sobre ella, haciendo piruetas que denotaban su felicidad. Jugaron un poco a perseguirse y luego tirados sobre la arena comenzaron a besarse.

Malena sentía que poco a poco se liberaba de la opresión de los nervios y el espacio que dejaban libre se iba colmando de una tremenda excitación como nunca había sentido.

Su cuerpo entraba en efervescencia.

Al sentir que una ola había lamido el borde de su apreciado vestido, sin palabras, se incorporó con la habitual parsimonia en sus movimientos y se quedó mirándolo:

- si hay que empezar, empecemos, parecía pregonar con su actitud.

Ella luego de ponerse de pie, se apartó unos pasos y dándole la espalda, en un dos por tres, se deshizo de su vestimenta, la dobló prolijamente tomándose su tiempo, la colocó lejos de la orilla donde no se pudiera mojar, con una piedra encima para que el viento no se la fuera a llevar.

Todos sus movimientos eran lentos y denotaban su excitación nerviosa. Realmente estaba aterrada.

Félix no le había quitado la vista de encima y cuando se volteó hacia él con su glorioso cuerpo que contemplaba totalmente desnudo por primera vez, llevaba en sus labios una sonrisa de la que no pudo definir su significado, pero bien podría ser de duda, de interrogación, una sonrisa nerviosa de terror o la búsqueda de una inspiración.

Él le tendió la mano para ayudarla a acostarse nuevamente sobre la arena extasiado con lo que veía, por su aroma, por el calor que dimanaba de su vitalidad y que al fin estaba a su alcance. Sin perder tiempo en desvestirse empezó a comerse la maravillosa fruta que ese paraíso terrenal le había preparado.

Malena, sentía que su nerviosismo iba en aumento fruto del esfuerzo al que había sometido a su voluntad para obligarse a dejar que la viera mientras se desnudaba y regresar caminando lentamente hacia él mostrándose impúdicamente.

No se atrevió a taparse con sus manos en un movimiento melindroso que le parecía de una mojigatería y afectación extremadas, después de haberle hecho un acto desnudista; lo miró sonriente mientras captaba la opinión que acerca de ella ahora pudiera tener. Sólo vio a un tipo alumbrado por el deseo.

Se acostó a su lado y cerró los ojos deslumbrada por el sol. Él se apoderó de ella y ella ronroneó.

Su emoción y su excitación iban parejas y eran inefables. Por vez primera sentía algo así burbujeando en su vientre. Era un deseo matizado con pinceladas de temor.

Desde que, a través de las conversaciones con sus amigas, había sabido que el acto era sangriento y doloroso -la primera vez- nunca había podido quitarse de su mente el terror de que algún día le pasaría a ella.

Durante el lapso de espera entre el día de la propuesta y la llegada del día de su cumpleaños, que marcaba la fecha prevista para el sacrificio, no pudo dormir apaciblemente, siempre pensando en lo que le esperaba, a pesar de que el asunto le inspiraba una rara desazón que la llevó a masturbarse muchas veces.

Félix, la sentía retorcerse de placer bajo el influjo de sus caricias. Por primera vez le permitía lamer sus senos, se los había dejado tocar, pero nunca le había permitido besárselos y mucho menos lamerlos como varias veces pretendió.

La sentía estremecerse de placer y su pecho virginal subía y bajaba al impulso de su respiración ardorosa. Sentía sus dedos acariciando suavemente su cara y revolviendo su cabello. Siguió bajando por su abdomen con sus caricias bucales que parecían enloquecerla.

Los espasmos que la recorrían, sin darle tiempo a terminar uno cuando ya el otro la invadía, le remecían su incontrolable cuerpo y le hacían levantar su cadera en busca inconsciente de más caricias apoyándose sobre sus talones afincados sobre la arena mojada.

Cuando él iba llegando con su sabia lengua más abajo de su ombligo, sintió un orgasmo atronador y arrasador de sus defensas que no sabía de donde le había salido.

LA SANGRE

Le obligó a proferir una especie de gruñido, largo y ronco, que salía desde más allá de su garganta, de su estómago, de más abajo… y desembocó también por la grieta de su vagina, la cual lo desembuchó en forma de un fluido cálido que mojó sus muslos.

Con un retardo de unos segundos, fruto del adormecimiento de sus sentidos por el espasmo final de la explosión de su placer causado inéditamente, por otra persona -en esa cuenta no metía a sus hermanas y a las amigas de estas- tuvo la lucidez suficiente para detectar que algo más había ocurrido.

Se incorporó lo más rápidamente que pudo permitirle su cerebro aun adormecido por el placer y vio aterrada que sus muslos y la arena estaban impregnados con la sangre que fluía mansamente de su grieta.

Su periodo -inconstante como siempre lo había sido- sorpresivo como siempre lo había sido, le había jugado una mala pasada: debido muy probablemente al nerviosismo de su virginal matriz aterrorizada por el próximo sacrificio de su virginidad, sus flujos menstruales habían salido junto con su orgasmo.

Levantó su vista extasiada en la contemplación del desastre y se consiguió con los ojos de Félix sonriendo con un gesto de “¿qué se puede hacer?”

Lo apartó con brusquedad, por un acto inconsciente fruto de su atribulación y corrió a sumergirse en el mar.

Félix quedó en la orilla, no confuso, sino, analizando los acontecimientos sobre la marcha. Si no actuaba eficientemente y con habilidad perdería la oportunidad. Optó por desnudarse allí mismo mostrando ostentosamente su desnudez y su erección de manera de lograr que el cerebro de ella, actualmente bloqueado por la situación, se impactara y respondiera volviendo a la realidad.

Se fue sumergiendo, caminando lentamente hacia ella sin mirarla directamente -pues la sabía abochornada al máximo- y se colocó a sus espaldas.

La aprisionó suavemente con sus brazos y sin hacer caso de sus reclamos comenzó a decirle al oído una cantilena con frases e ideas que iba inventando sobre la marcha.

La intención era sedarla con las palabras, desbloquear su cerebro traumado por la impresión y llevarla a un estado relajado desde donde pudiera volver a empezar su trabajo de seducirla.

Al cabo de un rato cesaron sus intentos por librarse del abrazo y mucho tiempo después -sin dejar de hablarle quedamente, amansándola como a un caballo arisco- logró que se relajara completamente y ella sin poder vencer el cerco de sus brazos fue girando pegadita a él y quedaron cara a cara.

Se dejó besar primero tímidamente y luego abrió su boca para recibir su lengua.

Lo que más efecto sedante le había hecho la canción que él le recitó al oído, fue cuando captó que le decía que así era mejor, que con toda seguridad ahora sería un acto indoloro, puesto que el flujo con su efecto lubricante y sus partes internas relajadas por la naturaleza del suceso, estaban perfectamente preparadas para recibirlo y le impedirían que sintiera dolor:

-…además, así es imposible que quedes embarazada y lo haremos con más libertad.

Al tranquilizarse analizó que ya era una mujer y no una niña, que tenía que aceptar a la naturaleza femenina y sus inconvenientes y que ya bastaba de tanta bobería; además, el verlo desnudo y sentir su punzón picando, primero entre sus nalgas y luego al voltearse, hacerlo en la entrada de su cuevita, la decidió por dejarse de remilgos y portarse como una mujercita hecha y derecha.

LA ARENA

Exactamente en el límite marino donde las olas rompen y podrían llevarse hacia el mar los residuos de su sanguinolento fluido, aposentó sus nalgas, se abrió completamente y sonriente para demostrarle que ya todo había pasado, le indicó con un gesto que podía tomar posesión de lo que se había ganado tan sabiamente.

Era mentira que no le dolería.

El dolor fue punzante al sentir que algo se rasgaba en su interior ensangrentado. Pero, él la había penetrado totalmente ya, no era su primera virgen y sabía lo que tenía que hacer.

Después de unos minutos sin mover su taco dentro de ella, pero arrullándola con susurros de paloma, con besos suaves en los ojos por donde algunas lágrimas brotaban y restregando su naricita con la suya logró controlarla, seducirla, excitarla, hasta que ella misma sintiera la necesidad de moverse para restregar su interior con la punta que la clavaba.

Pronto el fenómeno que esperaba sucedió y ella comenzó a sentirse cómoda con ese cuerpo extraño enterrado hasta su matriz y comenzó a probar moverse.

El dejó que lo hiciera a su manera.

En el lugar solo se oía el chapotear de las olas al golpear contra sus bajos vientres; el sonido liquido del canal vaginal invadido por su sabroso huésped que la llenaba completamente; los susurros y las renovaciones de las promesas de amor, la descripción que ella hacía –para calmarse- de lo que sentía y sus indagaciones acerca de lo que él sentía.

Los clamoreos, suplicas y gemidos ardorosos que acompañaban a cada una de sus sacudidas orgásmica que le atenazaban las tripas, fueron subiendo de volumen en la medida que ella tomaba confianza.

Cuando se saciaron, el sol estaba más allá del cenit.

Estaban exhaustos, agarrotados, estragados, además de arrugados por haber estado tanto tiempo metidos en el agua arrastrándose hacia arriba de la playa de acuerdo a la marea ascendente para no terminar tragando agua; ateridos de frio, heridos por el roce continuo de sus cuerpos con la arena, quemados por el sol… pero Malena, había aprendido a llenar de sangre y de flujo a Félix en tres posiciones diferentes y a acabar sintiendo el placer de mil formas.

Había recobrado su estado confiado, sumiso, amoroso y relajado. Ahora tenía una idea clara del placer que su cuerpo era capaz de suministrarle y del placer que era capaz de proporcionar.

Eso la hacía sentir muy poderosa y confiada. Siempre habría hombres que controlar para su provecho y ella poseía el mecanismo para lograrlo. Perfeccionarlo era cuestión de práctica de acuerdo a lo que Félix le había explicado. Cada día sería más experta.

Él, merecía una medalla por haberla sacado del estado espantoso en el que había quedado sumida a raíz del suceso que ocasionó su periodo viniendo en el peor momento.

Ella sabría agradecérselo: desde niña entendía que las deudas había que pagarlas para estar en paz.

Iban a continuar el entrenamiento de las facultades recién adquiridas por la ex virgen, pero tuvieron que abandonar la plaza pues vieron que una lancha se acercaba.

LA AMANTE OFICIAL

Desde ese día era la amante de un hombre.

En los siguientes días Malena tuvo una cuenta bancaria, una gran pensión que le había asignado Félix, más que suficiente para todos sus gastos y todos sus lujos.

Seguiría trabajando para Francisco y Macarena por mantener las apariencias con su padre y con ellos, pero todo el sueldo se lo dejaría a su madre.

Sus hermanas, que se olían lo que realmente estaba pasando, cada vez que veían que se iba a bañar, le decían en voz baja: “lávate bien el sudor de la frente” señalándole con gestos de burla al lugar que entre sus piernas, guarecía su vagina.

Malena era esplendida con ellas y las proveía de todo lo que necesitaban. Nadie cometería una indiscreción.

FIN DE: primeros tiempos 1.

By: leroyal

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