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Malena 2; Primeros Tiempos 2

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LA HISTORIA DE MALENA: PRIMEROS TIEMPOS, SEGUNDO TROZO

EQUILIBRANDO LAS INTERACCIONES

Francisco se olió que el suceso que él esperaba pacientemente desde hacía tiempo había sucedido.

Corría el año 85 y Malena a sus veinte años se había tornado en un manjar cada vez más apetitoso… más en su punto, estaba llegando a la madurez.

Sus curvaturas adquirían día a día proporciones más definitivamente exquisitas y eso solo podría ser debido a que su virginidad era historia y Félix, al poseerla, la había florecido.

Él sabía por experiencia que las mujeres cuando comienzan en la actividad sexual, y les va bien, se vuelven más sensuales en su conducta y en el físico contundentemente granadas. Las que no tienen la suerte de conseguir un macho adecuado se van secando con la relación, son víctimas de las célebres “pingas envenenadas” como dicen por aquí.

-Suerte que tienen ambos…pero muy agradecido con Félix por haber abierto esa cálida puertita… ¡Muy agradecido, compañero!, se dijo con sorna. Ahora solo quedaba efectuar el siguiente movimiento: cuando ella tuviera más confianza y se decidiera a experimentar por fuera.

Macarena también lo notó.

Detectó que su mosquita muerta esta lista para la próxima jugada. Solo había que esperar el momento preciso, justo y conveniente para que la treta diera resultado, había que tener paciencia y estar ojo avizor. Por ahora se estaba entreteniendo con una nueva adquisición, para calmarse, pero esa carajita la tenía cada día más loca con su cuerpo floreciente, sus maneras cada vez más sensuales de moverse y expresarse y su actitud de “yo no fui”.

Estaba lista, en su punto, en sazón.

MACARENA

El padre de Malena ese día estaba de visita en el negocio.

A Macarena su intuición le indicaba que el momento había llegado y que era ahora.

Además estaba excitante la muchacha y ella, había terminado su relación con el último de sus entretenimientos para concentrarse totalmente en ella. Necesitaba acción pues la masturbación no la calmaba además de que sus fantasías siempre tenían la cara de la catira.

-Con permiso, jóvenes, tenemos trabajo. Dijo a modo de despedida a Francisco y Héctor que conversaban en la oficina, tomó a Malena por el brazo y la condujo hasta la puerta que comunicaba con el almacén: un galpón anexo, grande, semioscuro, silencioso y solitario.

Francisco no pudo evitar mirar a la pareja cuando salía haciendo especial énfasis en la admiración de las piernas y el espumante trasero de su empleada, Héctor notó esa mirada pringosa y puso cara de recelo, pero rápidamente Francisco aclaró su actitud:

-Tu hija se ha convertido en una hermosa muchacha. Tienes que ponerle cuidado: ¿Tiene novio?

Héctor rectificó su concepto de la mirada que había lanzado su amigo sobre su hija:

-Creo que no, le respondió, y no estoy pendiente de esas vainas, ella y sus hermanas saben cuidarse solas...cambiando el tema, le dijo carraspeando para dar a entender que no le gustaba hablar de eso, tengo problemas de financiamiento en el negocio y quisiera hablar con Félix, necesito un préstamo. Me dicen que ahora viene mucho por aquí, ¿crees que estará en condiciones de ayudarme en eso?

-Estoy seguro que será incapaz de negártelo, contestó Francisco socarronamente, si necesitas algo de nosotros también puedes contar con ello…

Y así siguieron conversando de negocios y dinero que era el único tema que los unía últimamente desde que no salían a parrandear y putear.

ACCIÓN EN EL ALMACEN

Tras cerrar la puerta del depósito, Macarena puso en práctica su plan.

Se le acercó por detrás, la aprisionó por la cintura con un brazo, con el otro, rodeó su garganta y le sembró un beso en el comienzo del cuello.

Malena se debatió sorprendida y nerviosa, estaban demasiado cerca de la puerta y alguno podría entrar y sorprenderlas en esa actitud tan impropia entre ama y esclava, por ello no hizo bulla para evitar la atención de los que se encontraban tras la puerta y cuyas voces se escuchaban a través de ella.

Macarena apretó su abrazo y metió la lengua en su oreja, mientras sus labios apretaban el lóbulo. Malena, a su pesar, acusó la excitación que la caricia le causó, desplegándose por su abdomen y sumergiéndose entre sus piernas.

-¿Qué te pasa? preguntó en un susurro, nerviosa y asustada, ¿Qué quieres?

-Lo mismo que le das a Félix, respondió Macarena en su oído para que la entendiera sin levantar la voz.

El brazo con el que rodeaba su cintura se deslizó hacia abajo lentamente hasta que su mano quedó a la altura de su oronda concha y se la apretó con fuerza como para que no quedara duda de qué era lo que quería, además de recalcar su dominio sobre la presa que no estaba dispuesta a soltar.

-¡Uy! Le susurró al oído, esa gata tuya parece un tazón boca abajo…

Seguía lamiendo su cuello mientras hablaba sosteniendo firmemente asida a su presa.

Malena acusaba el castigo. Se había asustado hasta casi entrar en pánico. Pensaba inocentemente que su relación con Félix era secreta, y además, seguían demasiado cerca de la puerta…alguien podía entrar…

-¿Cómo es eso de lo que le doy a Félix? Murmuró tratando de comprobar si no era un bluf de Macarena. Había dejado de tratar de apartarla, estaba presa entre sus garras, inmovilizada y su cuello empezaba a dolerle por la posición que se veía obligada a mantener.

Decidió dar demostraciones de entrega, se relajó, pegó sus nalgas aún más a su vientre y colocó su mano sobre la que apretaba su vagina.

-No te hagas la bobita conmigo, le susurró Macarena al oído, esto queda entre nosotras, te lo podría probar, tengo muchos testigos. Su lengua seguía recorriendo su cuello y su dedo estaba haciendo su trabajo por allá abajo.

-Me rindo. Te creo. Estaba respirando grueso pues las caricias estaban haciendo efecto, estaba amansada y entregada.

Macarena la soltó de inmediato. Había llegado la hora de parlamentar. Volteó lentamente a Malena, girándola sobre sí misma hasta que quedaron frente a frente.

Eran poco más o menos de la misma estatura y sus caras estaban muy próximas. Malena bajo sus ojos para confesarle:

-Félix me mantiene…

La otra, bajó también sus ojos hasta clavarlos en su apetitosa boca antes de contestarle:

-Que tu boquita sea la medida, mi vida. Sacó su lengua y puso su puntita entre los entreabiertos labios de la empleada.

-Voy a pensarla, respondió Malena que aparentaba tranquilidad, pero realmente estaba asustadísima por la situación que se presentaría si alguno abría la puerta y las conseguía en esa postura. Entrecerrando sus labios le dio un leve apretón a la puntita de la lengua.

Macarena sabía que todavía la fiera no estaba domada y cualquier error de cálculo podía echar todo por tierra, por eso la mantenía cerca de la puerta para que recordara que cualquier insubordinación se pagaría con el descubrimiento de su secreto.

-Por favor, vamos al fondo, allá es más seguro, le rogó Malena con su carita de misericordia. Macarena, sonrió ante la actitud sumisa y aceptó.

Malena, vestía una túnica sedosa y ancha. Se la sacó por la cabeza apenas estuvieron escondidas en un sitio que las ponía a salvo de indiscreciones y que les permitiría tener tiempo suficiente para acomodar su vestimenta y su situación para que no se notara nada extraño si eran sorprendidas por alguna inoportuna aparición.

También se sacó sus pequeñas braguitas. Macarena apenas la vio así no pudo controlarse y le brinco encima para comérsela a besos mientras la acariciaba de todas las formas posibles e imaginables como si quisiera abrevar en un momento, en ese pozo milagroso, la sed de meses.

-¡Eres una diosa!, le gritó.

-¡Shhh! La instó a callar, poniéndose un dedito sobre su bocota.

Macarena le aprisiono el dedo entre los labios con un beso rabioso:

-Quiero morderte, comerte, beberte, sorberte y llevar tu sabor entre mis labios mucho tiempo, le dijo acentuando su acento de española ante la emoción que la embargaba.

Arrastró una silla, hizo que se sentara allí, se arrodilló ante ella, le abrió las piernas, la olisqueó con fruición ardorosa como para grabar en su cerebro el olor de sus entrañas, le besó el abdomen y se lo lamió para registrar su sabor, la miró sonriente para saber cómo era su cara cuando era poseída por el placer.

Momentos después su cara estaba incrustada entre sus piernas y ella bebía, con sed de años, las delicias que emanaban de su vientre. La sentía retorcerse y notó con alegría cómo con suavidad había puesto sus manos sobre su cabellera y comenzaba a acariciarla mientras impulsaba su cabeza tierra adentro.

Malena se abrió más, todo lo que pudo, para que su lengua llegara a donde ella quisiera que llegara, se espatarró en el sillón sacando sus nalgas de él quedando solo apoyada en su espalda. La lengua ya iba lejos, llegaba hasta su ano y entraba en él, relamía su perineo y su clítoris y jugueteaba con sus ninfas y mojaba sus pulposos labios mayores que parecían ser su obsesión.

Macarena, la sentía suya, doblegada, entregada, era su hembra al fin, ¡es mía!, la había conquistado con paciencia, había sabido esperar y la espera silenciosa siempre rinde sus frutos.

Mientras, se masturbaba con tesón pero aguantando las ganas, quería irse al mismo tiempo que su muchachita tan divina.

La sintió acosada por los espasmos precursores del orgasmo, apuró lo suyo y logró terminar al unísono. Bebió hasta el último suspiro orgásmico de su joven gata y se tragó hasta la última gota del maravilloso licor que ella expulsaba con sus contracciones, mezcla de flujos y orina.

Cuando retiró su boca de allí, Malena estaba limpia y fresca sin rastros de nada que no fueran sus palpitaciones que abrían y cerraban en un acto reflejo sus lujuriosos labios menores.

Mientras colaboraban mutuamente en el arreglo de sus atavíos, Malena respiraba tomando consciencia de cada inhalación y cada exhalación, para tratar de mantener el auto control pues los leves roces de los dedos de Macarena sobre su cuerpo, mientras la maquillaba, le provocaban ganas.

Se había sentido totalmente poseída por una mujer… como la hacía sentir el amor con Félix.

Despertó de su ensueño, la voz de Macarena la reclamaba de vuelta del mundo de los sueños:

-…eso es todo lo que quiero, todo lo que te pido, ¿te parece mucho pedir? Claro, si alguna vez podemos llegar un poco más lejos te podría enseñar algunas cosas, eso depende de ti, por ahora me conformaría tranquilamente con algo como esto… así…

Mientras le hablaba Macarena deslizaba suavemente la yema de su dedo sobre las puntas de sus pezones que se traslucían a través de la sedosa tela de su vestido, y esa caricia estaba renovando en ella la ansiedad sensual y la hacía sentirse nerviosa, débil y en sus manos.

-¿Dos veces a la semana? Le consultó Macarena sin soltar su presa que se veían a punto de explotar por la caricia a sus pezones, ¿Te parece mucho?

-Está bien, aceptó su víctima que en un gesto voluntarioso se apartó de ella, le sonrió y se la quitó de encima volteándose para buscar la salida de esa trampa.

Macarena le dejó hacer con una sonrisa de superioridad comprobada. De pronto, con un gesto detuvo su movimiento y le tomó imperativamente por el brazo para que volviera a enfrentarla:

-Espera, ¿no quieres pedirme nada?

Malena la enfrentó con los ojos bajos y los fue subiendo a medida que parecía haber llegado a una decisión:

-Solo quiero tu silencio, le dijo con un suspiro y su carita de mosquita muerta, si quieres darme algo más, tú sabes lo que necesito. Le pareció conveniente terminar con una sonrisa de santita y así lo hizo, sacó de su almacén una muy esplendorosa y se la regaló.

-Lo que quieras, mi vida, lo que quieras, le ratificó con una sonrisa arrobada. Ella también tenía facilidad para las representaciones teatrales. La tomó por la mano y la condujo hasta la salida.

El padre de Malena se había marchado y Francisco estaba despachando un pedido, así que no pudo comprobar sus caras de satisfacción.

REFLEXIONES NOCTURNAS

Esa noche cuando se acostó se recreó un momento en el gusto que le había proporcionado la boca y los manejos de vieja sabia de Macarena. La tipa, además, tenía buen cuerpo y a pesar de la edad, estaba todavía dura y sus senos eran firmes y sobre todo: ¡qué bien mamaba! Era una maestra, qué cosas tan sabrosas le había enseñado, le había sacado el gusto de donde nunca había presentido que se tenía gusto…del ano. ¡Qué cosa tan sabrosa!

A veces le daban ganas de sincerarse con su grupo de amigas y contarles de sus relaciones, pero su naturaleza reservada se lo había impedido hasta ahora. Pero, ahora tenía ganas de describirles lo que habían hecho con ella: si querían instruirse en lo referente a mamadas, tendrían que ponerse en manos de su profesora particular.

Tenía que aguantar la risa que le producían sus jocosas reflexiones, decidió por fin que mañana se sinceraría con su hermana.

Keni casi se orina de la risa cuando se lo contó. No le pareció raro, ni le dio importancia: era lógico que todos se enamoraran de su hermosa hermanita… -¡extrañas obligaciones laborales! Fue lo único que le comentó.

Al día siguiente, de nuevo en la oficina, Macarena aprovechó un momento en que Francisco salió rumbo al banco, para sentarse a su lado, sacó un pequeño envoltorio que tenía en una gaveta y se lo ofreció.

Se trataba de un cofrecito antiguo con una bella perla en su interior, engastada en una cadenita de oro blanco que era una maravilla de buen gusto.

Quedó pasmada ante el regio obsequio, levantó sus ojos para mirarla mientras sus labios pulposos se abrían, poco a poco como ella hacía todas sus cosas, menos acabar.

Macarena se sintió instantáneamente recompensada por el esplendor de su sonrisa.

-Por nuestro pacto, le dijo mirándola tiernamente.

Malena le tomó la mano y delicadamente le chupo la falange de su dedo medio mientras la miraba con expresión de esclava arrobada ante su ama.

-¿Quieres? Le consultó Macarena con voz enronquecida por el deseo.

Ella, le contestó renovando su sonrisa, con el movimiento afirmativo de su cabeza y con un “ujúm” pues no quería sacarse el dedo que su boca lamia y su lengua acariciaba.

Esa tarde lo repitieron en el mismo lugar, de la misma manera y casi a la misma hora con los mismos resultados.

Francisco velaba.

TRAVESURAS JUVENILES

Malena no ponía denominaciones a su sexualidad. Simplemente para ella “sexo” siempre había sido sinónimo de placer de la carne y satisfacer esa necesidad era como tomar un refresco cuando se tenía sed: la marca no importa y muchas veces ni el sabor, solamente era una herramienta para calmar una necesidad.

Definitivamente se sentía atraída por el sexo opuesto, inclusive estaba clara en su preferencia por los hombres mayores especialmente: a los doce años se “enamoró” de un vecino de más de treinta años y sus primeras masturbaciones fueron en su honor.

Nunca se había sentido especialmente atraída sensualmente por ninguna fémina, pero había aprendido a pasarla bien con ellas si era necesario.

Lo había aprendido con sus amigas y no le causaba repugnancia la actividad sexual de este tipo. Sencillamente su principal atracción sexual iba dirigida en la dirección masculina.

A los catorce o trece años había sido iniciada, por casualidad y por su curiosidad, en los juegos lésbicos de sus hermanas y sus amigas.

Sus padres trabajaban fuera y en las tardes, después del colegio, su casa quedaba en manos de una tribu de adolescentes virginales que después de concluir sus tareas pendientes quedaban a la deriva.

Para hacer sus deberes escolares se reunían por separado: Malena en su habitación y sus hermanas mayores Keni y Machi, con sus inseparables amigas Marbella y Deysi, en otra.

En la habitación donde las mayores se reunían estaba vedada su entrada, con la sencilla y tonta explicación de que allí ellas fumaban y se le podía poner la ropa hedionda a cigarrillo y su madre podría detectarlo.

Una tarde decidió satisfacer la curiosidad que había anidado en su cabecita, debido a los ruidos y gritos extraños que a través de la gruesa puerta había logrado captar y encontrando una excusa cualquiera, una copia de la llave y un poco de valor… desobedeció la prohibición.

¡Sorpresa!

Quedó pasmada, estupefacta, impresionada y desconcertada, ante el espectáculo que se presentaba ante sus ojos abiertos al máximo: sus hermanas y sus amigas estaban desnudas; no olía a cigarrillo y parecían extasiadas en la contemplación de la actividad que Keni y Marbella llevaban a cabo.

Los dedos de una estaban sumidos en la popota de la otra. Eso parecía causarles mucho placer porque estaban gritando como locas y a pesar de la sorpresa causada por su aparición subitánea, les costó bastante trabajo recuperarse.

-¡Coño de la madre con la carajita! Las palabras de Keni fueron lo único que rompió el silencio que se adueñó del lugar.

Desde ese día, para que no hablara, la involucraron en las actividades de la confraternidad.

Con el paso del tiempo logró dominar la vergüenza que le causaba participar en esas actividades vespertinas. 

No solo se acostumbró, sino, que las convirtió en motivo de sus fantasías y su ansiedad solo se calmaba con la próxima sesión a las que invariablemente ahora asistía.

Se acostumbró a estar desnuda, a mostrarse impúdicamente y a comportarse desaprensivamente entre ellas. Eliminó su embarazo y actitud encogida y se dejaba tocar y tocaba desvergonzadamente.

Se masturbaban varias veces en una tarde mutuamente y lo hacían por turnos para que todas gozaran del espectáculo de los orgasmos que se producían entre ellas.

De tarde esa habitación se transformaba en el paraíso de la salacidad.

Con el tiempo, la práctica y la experimentación, descubrieron el tribadismo.

La ocupación más inocente en estas sesiones, era comparar mutuamente sus desarrollos físicos: confrontaban el crecimiento inter semanal de sus clítoris, anos, nalgas, pezones, ninfas, vulva y todo aquello que fuera factible de medición y comparación, inclusive comparaban los aromas que sus partes despedían, actividad que acompañaban con risas, burlas y sonrojos de las perdedoras.

Consideraban que sus cuerpos solo eran bellos receptáculos para el placer y no veían nada violento, nocivo o perverso dedicarse a sacarles el placer que podían obtener de ellos y estar desnudas, tocarse, acariciarse, medirse y comparase eran actividades naturales y hasta saludables.

Sus experimentos y juegos no eran más que una diversión inocua, ingenua, sana y que, a pesar de lo placentera, no tenía ninguna consecuencia en la conservación de sus virginidades y definitivamente contribuía con su cohesión como grupo de muchachas saludables, hermanadas por la seguridad de que podían confiar completamente entre ellas.

Del trato íntimo con mujeres le había quedado una especial sensibilidad para captar sus necesidades, para leer en las posturas de sus cuerpos, lo que querían decir sin palabras; consideraba normal, que Macarena se hubiera encaprichado por ella y le demostrara su atracción y su deseo, cortejándola, también le parecía normal entregarse a su dominio, pues sabía que prefería ser dominada.

Ya eso le había pasado antes, durante los jugueteos con sus amigas había notado (bueno, no solo ella, sino también las demás) que Deysi mostraba su especial predilección por ella de manera dominante y despótica en algunos casos, y Malena se entregaba a su dominio.

Era tan notorio el asunto, que las otras decían que Deysi era el marido de Malena.

Intuía que Macarena percibía la actitud maliciosa y astuta con la que la trataba. Era imposible actuar de otra manera, así era como se relacionaba naturalmente y esa era su manera natural de obtener lo que necesitaba. No importaba que la hubiera descubierto, lo que interesaba era controlar su silencio y sacarle lo que pudiera antes de que se aburriera.

FRANCISCO

Malena dedujo que Francisco también debía estar al tanto de sus amores con Félix.

Podría descubrirla ante su padre debido a los celos que justamente debía sentir, así que decidió picarle adelante para intimarlo a mantener el secreto y sacar algún beneficio del asunto.

Pensaba que con él sería más fácil y menos traumático.

Un día lo encaró sorpresivamente para él:

-Francisco, sé que estas enterado de lo mío con Félix. En mi ingenuidad pensé que nadie lo descubriría y creía el secreto asegurado…pero sé que lo sabes…

Él la miraba intrigado… ¿cómo sabía que él sabía?… vainas de Macarena, ¡seguro!...pero ya que había empezado decidió que ella misma terminara de colgarse.

-Por tu mirada lo sé, respondió ella a la pregunta que él se había hecho; solo te pido que me guardes el secreto con mi papá principalmente, no quiero que se entere pues eso lo haría sufrir…

Francisco ahora la miraba impertérrito.

Ella creyó que comprendía lo que pasaba por la cabeza del hombre… pensó llegada la hora de poner la apuesta sobre la mesa…

-Acepto, le dijo ella, mirándolo con resolución.

Francisco callaba. Esperaba. Aun no estaba seguro de lo que ella ofrecía a cambio de su silencio, aunque creyó entenderlo, pero con las mujeres nunca se sabe…que ella misma termine de clavarse en la estaca como el sapo cuando salta…

-Todavía estoy muy cerrada y aún me duele un poco…si prometes tener cuidado…

Ahora si era imposible la duda…se le había ofrecido… ¡aleluya!

-Mi…mañana vente más temprano…antes de la hora… ¿puedes a la siete? Tartamudeó él su proposición. Estaba seguro que ella estaba entregada.

-Sí. Claro…cómo quieras, pero, Francisco… le rogó inclinándose sobre el escritorio (lo que ponía al alcance de su vista y de su mano, si lo hubiera querido, el nacimiento de sus senos duros blancos y con algunas pecas)

-Soy hombre de palabra y sabré tener cuidado si eso es lo que te preocupa…la interrumpió él… además sé guardar mis secretos…

-¿Quieres que sea ahora?... ¿Quieres tocarme?

-¡No!…No, mañana, mañana. Ahora te puedes ir. Tienes la tarde libre.

Ella le sonrió y le dio las gracias con un mohín de alegría. Se volteó para recoger sus pertenencias. Él creía haber notado que redoblaba el movimiento de sus caderas y pronunciaba la posición de sus nalgas para que se notaran más, ¡Como si fuera necesario!

La siguió observando atentamente mientras recogía sus cosas y se movía por la oficina con meneos un poco excesivos. Antes de salir volteó a mirarlo con sus grandes ojos marrones en una despedida muda desde el quicio de la puerta.

Se marchó, y Francisco sintió que la oficina quedaba más vacía de lo que estaba y en silencio más profundo que lo común. Esa tranquilidad solo era perturbada por el suave y casi inaudible siseo del aire que emanaba del acondicionador; pero su sonido sutil, formaba parte del silencio, como el sonido de la respiración formaba parte del sonido interior del cuerpo y que solo se manifiesta cuando pensamos en ello.

SU TURNO HABIA LLEGADO

Ya hacía más de tres años que diariamente la tenía a su alcance, la había visto ir madurando y haciéndose mujer ante él. Los primeros meses fueron un suplicio, la vista de la fruta que no podía tocar la hacía más tentadora. Sus redondeces, curvas, protuberancias, valles, estaban allí a su alcance siempre, y ella con su maldad e inocente perversión, se complacía en mostrárselos como por descuido.

Estaba seguro -por lo que había notado- que ya Macarena le había puesto más que la vista, al maravilloso ejemplar que por su complexión era del tipo que a ella le gustaban más. Bueno, había que dejar que se divirtiera.

El conocía las inclinaciones lésbicas de su mujer desde que la descubrió, hacía muchos años ya de eso, enredada en la cama con la muchacha del servicio. Desde ese momento se propusieron por el bien del negocio y del patrimonio, seguir cada uno por su lado en lo que a actividad sexual se refería, pero manteniendo la unión conyugal. Hasta dormían juntos pero sin tocarse.

En el transcurso del tiempo, algunas veces Macarena se prestó -en ocasiones especiales- para que él la montara y lo había gozado. Pero en esta ocasión sabía que solo se convertiría en motivo de sus burlas y cuchufletas si él se lo pedía, pues ella detectaría de dónde venían las ganas repentinas que el querría saciar en ella.

Un día le había dicho sin que viniera a cuento:

“¡Joder! Panchín, la carajita esa te tiene loco, pareces un Urogallo. ¿Verdad que tiene un hermoso culo? Pero para mí, Panchín, no para ti. Es virgen y mi lengua no perfora virgos, ella lo sabe y si no lo sabe yo se lo pienso demostrar. Aunque, esa, Panchín, tiene una cara de mosquita muerta que, como dicen por aquí: “no la salta un venado”. Esa, Panchín, cree saber más que nosotros; sí sabe algo más que las de su edad, no se le puede negar que tiene poder de observación y de adaptación, pero su engreimiento la hará caer con más facilidad en la trampa ¿Eh, Panchín? Solo nos queda aguardar hay que tener paciencia y esperar que la propia mosquita muerta caiga en el papel atrapamoscas. Así que a perseverar y esperar, Panchín, que el tiempo nos la va a poner en bandeja de plata. Vete de putas, a mí no me la pidas, porque yo no lo haré contigo ni con nadie hasta que no la haga con ella. Es la promesa que le he hecho a la Virgen de La Soledad.”

Estaba consiente que sería Félix quien comería primero y de que trataría de mantener la exclusividad de la propiedad, él no vivía en Ciudad Jardín, sus negocios y su familia estaban en Capital y si era verdad que tenía riqueza poder y libertad de acción, también era verdad que no podría mantenerla totalmente controlada.

Cuando despertara esa gata dormida que ella tenía entre sus hermosas y suculentas piernas, -¡hay mi madre, cómo me duele pensar en ella!- querría experimentar nuevos horizontes amatorios, así como ya ella había querido ensayar con él la potencia de su capacidad de convocatoria.

Como decía Macarena, era una mosquita muerta muy peligrosa principalmente porque era inconsciente de su poder, hasta cierto punto, debido a su juventud e inexperiencia, pero, en la medida que fuera convirtiendo su práctica en experiencia y su inconsciencia en accionar reflexivo, se tornaría cada vez más en una hembra por la que los hombres serían capaces de matar.

Su turno había llegado. Por ahora, la iba a probar. Le había ordenado que se marchara porque quería quitar de enfrente tamaña tentación. ¡No! Tenía que darse tiempo para retomar su auto control y hacer un excelente papel. Quería hacerla suya y quitársela a Félix. Quería aplicarle toda la sabiduría que había acumulado durante años de experimentar mujeres de todo tipo y color, le aplicaría toda su sabiduría y su fuerza de voluntad lo ayudaría. Quería dejarla tan saciada que Félix y Macarena juntos no pudieran hacerle olvidar lo que él le otorgaría.

A su edad era un milagro que se le hubiera presentado tamaña oportunidad. Lo mismo, estaba seguro, estarían diciendo en este momento Félix y Macarena.

Su turno había llegado.

ESPECULACIONES Y JACTANCIAS DE LA INEXPERIENCIA.

Al salir de la oficina, Malena buscó un sitio para disfrutar la tranquilidad de la tarde que le habían obsequiado, como anticipo, por lo que ella había puesto sobre el tapete. Una plaza de las cercanías le sirvió y se sentó bajo la sombra de un gran árbol que según la conseja el mismo Gómez había sembrado.

Miraba a la gente pasando en su ajetreada vida a su alrededor mientras comía un helado.

Era mejor salir de eso de una vez, de todas maneras algún día sería y si la determinación partía de su propia iniciativa, tendría más valor para Francisco. Si se entregaba por su propia voluntad y no obligada por una amenaza directa tendría la posibilidad de imponer sus condiciones.

Eso le había fallado con Macarena. Era ella quien, al tomarla por la fuerza, había puesto las reglas y no le había quedado más remedio que aceptarlas… ahora quedaba de su parte imponérsele administrando manipuladoramente, el deseo que sentía por ella. Solo le podía pedir silencio, ropa y regalos.

En cambio, a Francisco le daría lo que ella quisiera, porque lo tenía en sus manos. Le otorgaría, lo que ella le había hecho desear fervientemente con sus manejos frescos y cándidos, con los que él, había caído en su trampa.

Le exigiría, además de su silencio y cooperación, el dinero extra que necesitaba para pagar un curso de inglés que una amiga le había recomendado.

Esa noche, su macho Félix (desde ahora tenía que ser especifica) la hizo feliz y su campana resonó al ritmo de su badajo.

SOY EL DESAYUNO DE FRANCISCO: ¡QUE MARAVILLA!

En la mañana, ella llegó primero que él al negocio. No encendió las luces y prefirió la penumbra producida por la poca luz que entraba a través de las ventanas encortinadas. Se desnudó para sorprenderlo y evitar la vergüenza que le produciría la exigencia de un acto desnudista, para aprovechar su sorpresa y tomar la iniciativa.

Se encontraba sentada sobre el escritorio con sus piernas cruzadas, cuando él entró con dos humeantes tazas y sin aparentar mucha sorpresa por el espectáculo que se desplegaba ante él, le dio un beso en la mejilla y le entregó su taza:

-Café con ron, le dijo.

Ella le sonrió y llevó la taza a sus labios, el corazón le latía furiosamente y estaba sonrojada pues él la miraba atrevidamente. ¿Qué otra cosa cabía esperar?

El temblaba de la emoción y agradeció para sus adentros que ella no hubiera encendido las luces; aprovechó una zona más oscura para meterse en ella y poder observarla sin que ella notara la turbación que le causaba. 

Mientras tomaba su bebida, comenzó con cierta mesura y cautela a pasar sus dedos sobre los muslos que eran una gran tentación.

Al principio sintió que ella los cerraba en un pudoroso e inconsciente acto defensivo, pero momentos después él sintió cómo los relajaba, se erizaba y se dejaba acariciar, ella no lo miraba, parecía concentrada en lo que había dentro de su taza.

Francisco, comenzó a sentir la fragancia demoníaca que exhalaba su cuerpo cada vez más potente en la medida que su excitación crecía.

Se bajó el pantalón al terminar el rito de sorber una taza ya vacía desde hacía rato y le pidió por señas que se recostara de espaldas sobre el escritorio.

Ahora se sentía mejor, ahora ella estaba mirando al techo y él podía observarla con atención mientras la acariciaba con ardor sin tener que esconder su cara de felicidad.

¡Al fin, ahora sí!

Le abrió un poco sus muslos con lentitud y observó con viva angustia cómo sus labios mayores se separaban poco a poco. Sus ninfas, se separaban una de la otra con esa sensación de pegajosidad húmeda que las había mantenido unidas por la opresión de sus piernas cerradas.

Eran de un matiz rosado y de un rosa obscuro entre ellas. Sus labios mayores voluminosos y voluptuosos eran de una tersura que le impresionó cuando los tocó, su monte de venus estaba cubierto de una pelusilla dorada.

Estuvo tentado de pedirle que se volteara para observar su hermoso trasero, pero no se atrevió para no romper el encanto y el silencio que los rodeaba, además, de que si hacia bien su trabajo la tendría a su disposición las veces que quisiera y siempre tendría su oportunidad.

Se inclinó y puso su boca suavemente, como para no espantarla, entre los pliegues de su bulto, aspiró la dulce esencia que emanaba de su interior y tomándola por las nalgas, suavemente, sumergió sus labios y su lengua en esa ternura.

Lamiendo, olfateando y curioseando sus reacciones y recovecos, no pudo evitar satisfacer la curiosidad de paladear la entrada trasera; le había subido un poco los muslos para facilitar el acceso de su lengua y se había tropezado con su ano, de color claro, que se apretaba inconscientemente ante los estímulos de su lengua.

Ya la sentía goteando, gimiendo y pujando. La hora suya había llegado.

Puso un toque de crema lubricante, de la que se había apertrechado precavida y convenientemente, entre sus labios menores y con otro poquito, por un acto de caballerosidad, untó profusamente la cabeza y cuello de su aparato. Todo estaba listo.

Ajustó la cabeza de su robusta y no muy larga arma para que quedara exactamente en el sitio preciso, separó con ella los labiecitos húmedos, ensalivados y lubricados de su raja, sintió cómo ella se estremecía ante el contacto, sintió el calor que se desprendía de su hoguera y sintió que iba a tener que utilizar toda su fuerza de voluntad si quería triunfar.

Con mucha deferencia y con mucho cuidado comenzó a embutirlo poco a poco en su cálido y fragante interior. Sentía cómo se iba abriendo y notó la incomodidad que le producía su grosor, pero pronto se acostumbraría –siempre era lo mismo con todas- ya iba taladrando la mina, ya iba caverna adentro.

Malena, mientras tanto, trataba de identificar las dimensiones de la vara que la penetraba, pues sentía que el aparatejo la estaba abriendo más de lo acostumbrado por sus entrañas, que solo habían conocido el de Félix que era, con toda seguridad, de dimensiones diferentes, especialmente en lo ancho, pero pronto sintió que su penetrador había ingresado completamente pues sus muslos, que se habían ido separando ante la presión de las caderas de Francisco, ya no se abrieron más, y sobre todo, sentía su pubis adosado a su monte de venus. 

Se sentía completamente atiborrada de carne por allá abajo, el aparato abarrotaba de carne su interior de una manera tal que se sentía colmada.

Sus paredes internas estaban estiradas; no le dolía ni le molestaba, era una experiencia nueva que no había advertido con el de Félix. Le gustaba sentirse así, plena: -soy una tragona, pensó en algún momento.

No pudo pensar más. Hubo un momento en el que perdió la voluntad y la capacidad de analizar, se comenzó a convertir en un animalito que solo reaccionaba ante el estímulo y el acicate de ese dulce tocón que Francisco le había hecho el favor de enterrarle.

Cerró los ojos y sus músculos vaginales se contrajeron haciendo un esfuerzo maquinal para aferrarse al objeto, para sentir su poder, pronto se desencadenaría dentro de ella una tormenta. Presintió.

Relajó sus glúteos que indeliberadamente se habían apretado y se relajó totalmente.

Él después de enterrarse completamente dentro de ella, cerró los ojos y se concentró en la técnica: si se dejaba llevar por las sensaciones que estaba teniendo, pronto claudicaría en medio de un corrimiento que echaría por tierra todas sus prevenciones.

Comenzó a moverse en su interior rotando en el sentido de las agujas del reloj, ora, en el sentido anti horario. No entraba ni salía un milímetro, solo giraba lentamente, alevosamente, frotaba sus paredes con las de su miembro y su monte de venus con su pubis, le producía un leve roce en su clítoris que completaba la interacción sexual con ella.

Notaba que ya la muchacha estaba acusando el castigo y comenzaba a requebrar sus caderas levantándolas y rotándolas para conseguir más ritmo y penetración.

Ella, sentía una terrible fragilidad en los huesos que la avasallaba, la invadía y la dejaba sin voluntad; sentía que poco a poco se desconectaba del mundo y solo se sentía conectada a esa divina manguera que gradualmente se apoderaba de su ser, le chupaba las fuerzas y la dejaba vacía de todo, para que le cupiera solo placer, con Félix no era así, esto era el cielo en su vagina.

Abrió los ojos un poco para mirarlo y lo vio con los suyos cerrados, una sonrisa fresca en su boca y una actitud beatífica en su faz. Parecía concentrado exclusivamente en lo suyo.

Tuvo que cerrar los ojos, pues en ese momento la espuma que hacía rato había empezado a sentir burbujeando entre sus tripas, se convirtió en orgasmo feroz. No pudo seguir aguantando las ganas de berrear, clamar, escandalizar y pregonar lo que sentía aunque él le había dicho que no hiciera mucho ruido, pues los vecinos…

Su cuerpo actuaba de acuerdo a sus propios instintos: voluntarioso e instintivo, ella no le controlaba y decidió dejarse llevar por sus urgencias sin intervenir, se relajó y se sintió flotando en una piscina de placer que la acuciaba por todos sus sentidos.

Era magnífico sentirse sin voluntad y sin necesidad de usarla para que el placer sucediera. Solo placer… en oleadas recorría su abdomen y se expandía por todas sus moléculas, placer en oleadas salía de su perineo muy sensible y bajaba por sus muslos hasta sus talones y de allí volvía a subir y reventaba en su clítoris súper excitado por el roce que no cesaba, aunque ella se lo pidiera con voz quebrada.

La sacudían una serie de espasmos incontrolables que le salían de su ano y subían por su espalda hasta su nuca subiendo por sus axilas hasta sus pezones, rosados y frescos comúnmente pero ahora endurecidos y con gotitas de líquido que de ellos salían.

El segundo y tercer orgasmo no la sorprendieron pero fueron tan cercanos que casi quedó sin respiración por efecto de la hiperventilación que le produjeron, empezó a ver estrellitas y se aferró a los bordes de la mesa sobre la que estaba acostada, un sordo gruñido salía de su garganta estragada y reseca.

Había oído hablar de las mujeres multiorgásmicas pero nunca había conseguido a nadie que le diera detalles del asunto: desde ahora ella podría dictar cátedra sobre el tema.

Cada nuevo orgasmo parecía nacer en un sitio diferente de su cuerpo y recalaba sorpresivamente a donde ella menos pensaba y cada uno la hacía vibrar de una manera diferente, menearse, patalear, gritar, hasta hubo un momento en el que su cuerpo se cimbró de tal manera que su espalda se levantó de la superficie sobre la que yacía y como si las fuerzas la hubieran abandonado sorpresivamente ante la acometida del orgasmo se dejó caer y golpeó su cabeza contra la superficie, subía sus piernas, las abría o las aferraba a las de Francisco que permanecía impertérrito en su incesante meneo rotatorio, su boca profería todas las vulgaridades de su secreto repertorio, sudaba, abría los ojos y ante un nuevo orgasmo volvía a cerrarlos, chillaba, pedía clemencia y al rato pedía más, estaba en un estado que no era ella, no tenía control ni ganas de tenerlo…

Ya no llevaba la cuenta de los orgasmos, los suponía, los intuía pues no podía preverlos, la sorprendían, duraban sus efectos algunos momentos antes de ser alcanzados por el siguiente… el placer era tan potente que en un segundo de calma tuvo terror de volverse loca, de no recuperar la cordura, de que eso durara para siempre y no pudiera regresar a la realidad nunca más. Le pedía que por favor cesara pero sus susurros eran sustituidos por nuevos aullidos de gozo…

Francisco fingía no oírla, no le hacía caso, no se cansaba de hacerla gozar, la tenía en su poder y así sería hasta que quisiera, estaba seguro de que había ganado su posesión.

Por eso su cuerpo no daba muestras de fatiga. Solo taladraba su divino nicho, ajeno a sus movimientos, gritos, e imprecaciones. La tenía en su poder, era suya, el trabajo era un éxito… la tenía enchufada a su poder del cual más nunca se libraría. Era como un pequeño gusano clavado por un alfiler, solo él tenía el poder de desclavarla.

Ahora podría concentrarse unos momentos, que sabía serian cortos, en su belleza, en su cuerpo macizo y hecho para el amor carnal, en su calor, en su aroma sensual, en sus ojos lagrimosos, en su boca que pedía piedad con voz ronca estragada por la resequedad de su garganta y por el placer que no dejaba de fluir, en sus redondeces que ahora le pertenecían, en su suave piel, en su angustia placentera que él le proporcionaba…y entonces se dejó ir… no profirió ningún murmullo, ninguna señal, solo se apalancó en sus nalgas y se lo metió bien adentro… era una maravilla mullida y hambrienta su hornillo…su pan estaba listo…

Se decidió a desenchufarla, al rato, después de mucho pensarlo. Era un acto de suprema voluntad abandonar ese sabroso cobijo.

Cuando pudo calmarse y se sintió un poco más fuerte se separó del apoyo que le proporcionaba su bajo vientre. Sacó sus manos de debajo de sus nalgas, mientras se fijaba que por las comisuras de sus ninfas, el semen remanente, junto con sus flujos salía a pequeños borbotones impulsado por los espasmos convulsivos con los que aún sus entrañas continuaban moviéndose independientemente de su voluntad, debido a la remanente actividad involuntaria de su musculatura vaginal, que después de una excesiva estimulación de sus entrañas y de una extremada proliferación de orgasmos consecutivos a la que no estaba acostumbrada aún le emergían.

Ella poco a poco fue recuperando su razón, su respiración normal y su voluntad y le faltó poco para preguntar: ¿Dónde estoy? Cuando abrió los ojos.

Una sonrisa se fue dibujando en sus labios muy lentamente mientras miraba a Francisco que se veía agotado por el esfuerzo. Le agradecía todos sus desvelos por ella. Él, la estaba enjugando con un pañuelo sin dejar de otear su expresión, que sería más o menos la misma que tenía la bella durmiente cuando fue despertada de su sueño.

No quiso seguir mirándola para no caer en ternuras que considerabas contraproducentes en ese momento. Se alejó de ella, mientras con voz que aparentaba serenidad le dijo:

-Recupérate mientras yo abro el negocio, pero apúrate porque nos tardamos mucho y Macarena ya debe estar por llegar.

Ella, se incorporó poco a poco tratando de recordar dónde estaba su ropa.

-Este tipo es un peligro para mi tranquilidad. Cuando dejé de contar los orgasmos, creo que iba por nueve o diez…me gustó demasiado, me puedo enviciar… ¿Y, ahora qué hago? Me tiene bajo su poder. ¡Coño, en qué peo me he metido! Pensaba ella, víctima de sus propias preocupaciones, mientras se vestía en el baño.

Parte del plan de Francisco, consistía en no prodigarse. Sabía que le había dado en el mero centro de la diana y que desde ahora, a menos que Félix fuera mejor macho, él sería su dueño de verdad, verdad.

Desde ese día, nunca quiso hacerle el amor más que una vez a la semana: -Solo los miércoles, le dijo Francisco con expresión de hombre preocupado por su bienestar, no quiero que me consideres un abusador.

Ella no se resignó y prosiguió con su treta de provocarlo dejándole ver lo que se perdía por su rectitud, lo incitaba a pecar, lo inducía, lo enardecía. Pero él se mantenía en su resolución con entereza.

Muchas veces estuvo a punto de rogarle un día cualquiera que la violara que infringiera su estúpida regla que nadie le había exigido. Pero él estaba firme.

Ella no se daba cuenta que él realmente la tenía bajo su control y que podía pedirle lo que quisiera que ella lo haría gustosa de complacerlo.

El miércoles: ese día llegó a ser tan esperado como el día de pago… para ambos…

FIN DE:

PRIMEROS TIEMPOS, segundo trozo.

 

Por: leroyal...

(9,00)