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Al salir de clase

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David no dejaba de hacerme preguntas que, más allá de su propio morbo, creo que pretendían despejar las cuantiosas dudas e incógnitas sexuales de un chaval de su edad. Yo le respondía a todas y cada una con la naturalidad que suelo aplicar a estos temas y, aunque las interpelaba de forma técnica y fría, también se acrecentaban mis calores corporales, haciendo no solo que mi entrepierna comenzara a reclamarme, sino mostrando a la vez una congestión en forma de rubor morboso que, en todo caso, parecía pasar desapercibida ante el mancebo. Mientras yo contestaba y respiraba hondo, él insistía en darme detalles de sus experiencias sexuales consigo mismo, es decir, aquellas particularidades derivadas del onanismo compulsivo. Me explicaba que nunca había estado con una mujer, y que tenía ganas de experimentar el sexo, que algunos compañeros de su clase ya habían follado con sus novias, y que le daba un poco de palo reconocer que nunca ligaba con chicas debido, posiblemente, a su físico de pubescente inmaduro y poco agraciado.

-"Varios colegas de mi clase dicen que se han follado a unas y a otras", espetaba David en tono de frustración.

-"Pues dilo tú también, y así no te sentirás desplazado" le respondí yo jocosamente, citando el chiste del gran Eugenio. "No te preocupes, los granos desaparecen con la edad, y seguro que encontrarás una novia muy pronto. No hay que tener prisa para el sexo", continué.

Por supuesto, ni yo misma me creía esas palabras, pero eran necesarias para un chavalín inmaduro y sin perspectivas claras en el horizonte. A su edad yo ya me había tirado a tres novios diferentes en distintas escapadas. Pero como David no tenía ni idea de mi pasado, me permití hacerle creer que yo era una chica recatada y de un solo hombre, una intelectual pulcra y fiel a los principios de la monogamia impuesta por la fe católica. Además, ahora estaba haciendo de profesora, y tenía que mostrar recato y compostura, especialmente a los ojos de sus padres, que eran quienes contrataban las clases particulares de inglés para su hijo y quienes me pagaban al final de cada semana.

-"¿Tú te haces pajas, Eva?" Estábamos llegando al final de la clase ese viernes, y el tío me soltó la preguntita de marras.

-"Pues claro, hombre. Todos debemos conocer bien nuestro cuerpo, y la masturbación es la mejor forma de desarrollar tu inteligencia emocional y física. Luego me confieso, y el Altísimo me perdona". El sarcasmo se apoderó de mí, pero a la vez fui tajante y soberbia en la respuesta, con la esperanza de no tener que aportar más argumentos ya que, aunque el tema no era tabú para mí, sí que me avergonzaba exponérselas a un criajo de 18 años que se suponía era mi alumno y nada más. Entonces, ¿cuál podría ser el problema? Muy simple: que el ambiente se iba recargando con los aromas de la voluptuosa pubescencia.

-"Yo me hago una paja al día", insistía el chaval.

-"Ya bueno, no sé si esa información debo conocerla", le rebatí. Y entonces me invadió una sensación desafiante que solo podía culminar en un contraataque muy explícito: "O sea, que hoy ya te has pajeado y podrás estar más atento a la lección, ¿no?"

-"Pues no, solo lo hago por la noche, bajo mis sabanas... pero me gustaría que hoy me la hicieras tú. Nunca me ha tocado una mujer ahí abajo", me respondió sonriente con la osadía propia de un crío desvergonzado sin nada que perder y mucho que experimentar todavía.

-"Tú sueñas, majete. No te culpo por intentarlo, pero yo no estoy aquí para hacer manolas, sino para que aprendas bien la lengua de Shakespeare, que es para lo que me paga tu señora mamaíta", le respondí con tanta ironía que se me escapaba la risa tonta.

El muy bobo no tenía ni puta idea de cómo entrarle a una tía. Su torpe verborrea sexual pareció extraída de una peli porno de segunda fila, de esas en la que una profesora cachonda con gafas de secretaria se deshace de sus bragas de lencería fina cuando un alumno esculpido en el gimnasio exterioriza su enorme polla frente a los gráficos matemáticos de una pizarra, y ambos acaban sobre un pupitre intercambiando fluidos y adjetivos patéticos. Una escena estúpida que cuando la rememoro me pone siempre súper cachonda, por cierto. Y entonces dejé caer algo:

-"¡Pero no me importaría ver cómo te haces una paja!". Silencio sepulcral.

No me estaba creyendo lo que acababa de decirle al chaval. Justo al soltar esa frase yo misma me giré mirando hacia atrás, para disimular, y con la vana esperanza de que un posible asistente fantasma hubiera soltado esa frase por mí. David se quedó mirándome con la misma perplejidad que transmitía yo. No me atreví a decir nada. Dejé que la siguiente frase la construyera él.

Probablemente, mi coño humedecido y en cuarentena había dado él mismo la orden literaria sin aplicar ese filtro cerebral encargado de los impulsos reflexivos. En un primer momento David hizo como que no me había oído, y yo me puse colorada con una sonrisa abollada en la cara. No pensaba repetírselo. Y enseguida pude comprobar que no solo yo me había encendido. David mostraba ahora un semblante completamente tumefacto y, sobre todo, un considerable bulto en su entrepierna que parecía empezar a dolerle preso de una circunstancia poco habitual en su día a día. Entonces se levantó de la silla.

-"Es la primera vez que hago esto, Eva", susurró mientras empezaba a desabrocharse el pantalón.

Nunca antes había propiciado una situación semejante, y mucho menos con un novicio de esa temprana edad, pero mucho menos aún en casa de sus padres, a una puerta de un pasillo común y en una estancia de 10 metros cuadrados en los que cualquier función en vivo iba a ser demasiado real y muy explícita. El fuerte olor de la adolescencia ya cubría con una neblina metafórica toda la habitación, y que David se sacara un rabo de pubertad delante de mí solo iba a acrecentar esa sensación de ambiente enrarecido que mi memoria ya casi había olvidado.

Cuando el chaval comenzó a deslizar su prenda inferior mirando hacia abajo, como si aún no supiera a ciencia cierta qué iba a salir de ahí, yo era testigo de cada movimiento y de su vergüenza. Aflojó los aprietos de la tela vaquera y realizó un movimiento brusco hacia abajo para dejar caer la prenda hasta las rodillas, dejando patente el bulto de su excitación bajo el calzoncillo. El mancebo no quiso cruzar su mirada con la mía, a sabiendas de que mis ojos estarían clavados sobre esa estaca cubierta de una tela que me pareció mostrar una mancha de humedad latente en un punto muy concreto. Me acomodé en mi silla en absoluto silencio, y me dispuse a disfrutar de un momento único que jamás antes había experimentado como simple espectadora. Giró sobre sí mismo, con las piernas juntas y dando 2 saltitos, para encararme y ofrecerme una vista privilegiada de su siguiente paso. Con una mano hurgó en la ranura de su slip y, con un movimiento hábil, extrajo su carne trémula mientras rápidamente usaba la mano para abrazarla quizás en un intento por preservar la poca intimidad que le quedaba ya.

-"¡Madre mía!", me salió de la boca como una expresión idiomática involuntaria que denotaba gran sorpresa u ofuscación.

Este tipo, este niñato fibrado, delgado, feo, lleno de granos, pelo grasiento y boca metálica resulta que iba a tener una de las pollas más gruesas e impresionantes que había visto yo desde hacía mucho tiempo. No es que una verga de grandes proporciones fuera una novedad para mí, pero este chaval, visto así, de frente, con ese cuerpo en desarrollo, era absolutamente desproporcionado.

Antes de empezar a masajearse el miembro, David alzó la mirada para asegurarse de que su única espectadora estaba de acuerdo en continuar con la función. Yo estaba todavía en shock por la situación que había construido, pero no estaba dispuesta a parar el espectáculo. Sabía que no era muy ortodoxa la situación, al fin y al cabo, el niñato iba a pajearse frente a su profesora particular, y quizás sea ese el eufemismo diferenciador: “particular”. Así que me mantuve callada y con la mirada clavada en la mano del chico, y en el pedazo de carne morado que sobresalía de la misma.

Era evidente que David llevaba ya un buen rato muy excitado porque, al destapar su sexo erecto, éste mostraba ya una textura, una humedad y un color de absoluto sofoco. Cuando su mano comenzó los vaivenes, su excitación se aceleró de forma abrupta mostrando en la punta del glande ese líquido transparente de lujuria fálica que antes había manchado su ropa interior. Y cuando comenzó a emitir algún que otro gemido de satisfacción, pude notar a la vez, y con toda certeza, la humedad de mi vagina y sus más que posibles consecuencias dentro de las bragas. Sin duda comenzaba a segregar mis propios líquidos, pero sin exteriorizar esa sensación, manteniéndome fría, erguida en la silla, como si esta situación fuera para mí uno más de mis quehaceres rutinarios.

Un fuerte aroma a polla lacrimógena ya había invadido la pequeña habitación. Un efluvio que me recordaba demasiado aquellos tiempos en los que, a su edad, yo solía tocarme bajo mis sabanas hasta llegar a ser resbaladiza. Por un momento no estaba muy segura de que no fuera mi propia entrepierna la que emitía ese olor tan fuerte a excitación bajo mi falda, pero pronto entendí que lo lógico sería concluir que esa peste a sexo temprano procedería de mi anfitrión, especialmente cuando ya estaba masturbando su enorme rabo de forma tan habilidosa que incluso pude apreciar cómo ese capullo morado se hinchaba exageradamente dentro de su mano.

-"¿Me enseñas las tetas?" susurró el muchacho en un tono maquiavélico que aún desconocía en él.

Yo seguía sentada en la silla de trabajo, con las piernas cruzadas y uno de los brazos apoyados sobre la mesa, disfrutando de la vista, deleitándome con los ruidos y embriagándome de las esencias, humedeciendo mis pliegues íntimos, de acuerdo, pero siempre bajo una compostura de persona adulta y consecuente. Desde que solté la frase proponiéndole a David que se tocara delante de mí no había vuelto a abrir la boca, y ahora el muy cabrón pedía ver mis tetas para potenciar su libidinosidad. En ese momento pensé que sería muy injusto soslayar su petición y, muy lentamente y en absoluto silencio, comencé a desabrocharme la blusa blanca de algodón que tapaba la parte superior de mi cuerpo, usando cada botón para espolear su excitación y animar sus movimientos manuales. Cuando conseguí mostrar mi sujetador me pidió que me lo quitara. Su mirada tenía ahora un semblante psicótico, se le había transformado el lenguaje corporal y ahora parecía tener la intención de violarme sobre su propia mesa.

Y entonces me asusté de verdad porque, lentamente, se acercó a mi posición, para lo cual solo necesitaba dar dos pasos, y se situó prácticamente a mi lado marcando una posición erguida y dominante respecto a la mía, arrimando su paja a mi posición, ofreciéndome su fuerte olor a macho incipiente prácticamente a la altura de mis fosas nasales. Yo no me moví ni un milímetro y, mientras él parecía llegar a uno de los momentos más álgidos de sus tocamientos, enseguida me di cuenta que lo que quería el imberbe superdotado era acariciarme uno de mis pechos.

-"Joder qué tetas, tía", me regaló a la vez que me acariciaba uno de los pezones endurecidos por la circunstancia.

Me relajé de forma inmediata y levanté la mirada para clavarla en sus ojos, induciéndole a hacer lo propio, hipnotizando su mirada y entonces abarcar, con una de mis manos, su enorme pedazo de carne aniñada. Cuando notó mis dedos jugueteando muy suavemente sobre su glande, se la soltó y adivinó cómo mi abrazo manual usaba sólo las yemas de mis dedos, creando un roce exacerbante. David levantó la cabeza para suspirar un éxtasis hacia arriba, exteriorizando una sensación que hasta ahora le era desconocida. Entendí que si la paja era demasiado explícita, el tipo acabaría enseguida, así que insistí en una friega tan sutil como grácil, aprovechando su máxima dureza y el fluir resbaladizo de su líquido seminal para masajear todo aquello de forma casi virtual, usando con gran destreza mis habilidades.

-"¡Diosss, Eva!". El tío ya se había olvidado de mis tetas y estaba ahora disfrutando al límite mi talento y experiencia manual.

Yo sabía perfectamente que este tipo tenía la intención de descargar su semen sobre mi cuerpo. Entendí que lo de las tetas había sido una excusa para acercarse físicamente a mí y tenerme "a tiro", no en vano la industria del porno lleva ya muchos años imponiendo en los hombres un morbo adicional con las eyaculaciones faciales y el sometimiento de la hembra a todos los fluidos pastosos de sus montadores. Y David no iba a ser menos. Reconozco que no me dijo absolutamente nada acerca de cómo quería acabar aquel pajote inesperado, pero cuando noté, y escuché también, que estaba a punto de descargar su pasión pueril, tomé la iniciativa de remangarme la falda lo justo para poder doblar las rodillas y agacharme frente a él mientras, con una de mis manos insistí con leve fruición en extraer de mi alumno toda su sustancia.

-"Dame tu leche" le susurré con voz sinuosa mirando hacia arriba y pajeando su estaca muy lentamente pero de forma contundente, abrazando todo aquello como si no quisiera soltarlo nunca más, notando todas las protuberancias del cilindro carnoso y culminando siempre el abrazo en su glande a punto de explotar. No sé por qué se me ocurrió pensar en ese momento que una polla joven y de ese tamaño tendría que expulsar también una gran cantidad de esperma primerizo, pero no me dio tiempo a razonar esa teoría porque, sin un solo gruñido de aviso, David decidió cruzarme la cara con sus chorros espesos mientras mi mano reclamaba cada ráfaga. Una tras otra yo acompañaba sus andanadas con un "¡oh!" de sorpresa y excitación. Llegué a contar cinco o seis chorros de leche, y cuando de aquel pollón ya solo salían las últimas gotas, David miró hacia abajo y me dijo que me iba a acompañar al lavabo. Quise entender por su ofrecimiento que me había puesto perdida de semen por todas partes.

Afortunadamente, aquel día estábamos solos en la casa, y mi acompañante me cogió de la mano para guiarme y ayudarme a desembadurnar mi rostro y mi pelo. Me senté en un taburete y dejé que, grumo a grumo, el chico limpiara mi piel con unos cuantos kleenex, casi la mitad de la caja, hasta hacer desaparecer cualquier atisbo de secreción. Con una toalla húmeda limpié también las zonas afectadas de mi ropa, y cuando creí estar lista, me levanté, salí del cuarto y pillé mi bolso para despedirme hasta el viernes siguiente. Al pobre David no le dio ni siquiera tiempo a despedirme porque salí de ahí como alma que lleva el diablo. Tal vez por vergüenza, quizás por exceso de lujuria, es posible que por tratarse de un crío, o posiblemente, por ser mi alumno. El caso es que tras recibir todo su éxtasis y encubrir el mío, yo estaba realmente incomoda en aquel lugar.

El lunes siguiente sonó mi iPhone y lo cogí. Era David. Quería expresar su sincero agradecimiento por la experiencia inédita de la que había sido protagonista, y también estaba interesado en conocer mi estado, ya que "salí escopeteada" de su casa, según sus propias palabras, y eso le pareció raro. Estaba en lo cierto. Pero no le di importancia ni explicaciones. No pareció sentirse muy bien tras hablar conmigo, de forma que le cité para dar la clase del viernes en mi propia casa. Le pareció bien y me emplazó a cambiar también impresiones de todo lo ocurrido. El chaval quizá no era aún un hombre, pero sin duda discernía.

El viernes, al salir de clase, David vino directamente a mi casa. Le recibí como siempre nos saludábamos, pero ahora parecía que él estaba incómodo, abochornado. Le emplacé a sentarse junto a mí en la mesa del comedor, junto a los libros de gramática inglesa. Estando ya los dos colocados y dispuestos a repasar las lecciones, me dirigí a él:

-”No me arrepiento de lo del otro día David, en realidad no le he dado más vueltas. Simplemente me fui así de rápido porque comprenderás que la situación no es muy apropiada. Eres mi alumno y te llevo 10 años de edad... En fin, no sé si me entiendes”.

-”Claro que sí, señora”, me respondió el muy cerdo.

-”¿Me has llamado SEÑORA?”

-”Bueno, eres una MILF buenorra”, siguió con la broma.

-”¿MILF con 28 años que tengo?... no me queda nada, chaval”.

El mozo se estaba quedando conmigo, y no se lo iba a permitir. En un solo movimiento coloqué mi mano sobre su paquete para reprocharle sus comentarios acompañando el gesto físico de intimidación, pero al intentar agarrarle las pelotas por encima del pantalón, noté que ya se había puesto tan duro que me fue imposible adivinar a qué correspondía cada bulto, cada arruga. Él pegó un salto de disgusto en la silla, ya que era evidente que al dolor de sus estrecheces ahora se añadía mi golpe de disgusto.

-"Niño, ¿pero ya estás duro?", le pregunté con gran sorpresa.

-"¿Sabes qué pasa Eva?" Quiso justificarse. "Que cuando te he visto ahora al llegar, me acordé de lo guapa que estabas el otro día con todo mi semen en la cara".

La conclusión que extraje de sus palabras es que el niñato de marras había pasado, en solo 3 días, de ser un virgen desconsolado y misántropo, a convertirse en un corre caras con el ego subido y dotes de ligón profesional. Es curioso cómo estos medio hombres, circunspectos e introvertidos consiguen sacar su vertiente más guarra y atrevida.

-"Hoy vas a aprender a follar como un hombre", le lancé sin contemplaciones mientras apartaba la mano de su paquete y me levantaba de la silla para dirigirme al sofá y sentarme en él con gesto altivo y arrogante, mientras el pobre David se iba tornando blanco por momentos.

Yo iba ataviada con una indumentaria cómoda, de ir por casa, unos pantalones vaqueros gastados y una camiseta blanca que transparentaba sutilmente mi sujetador azul. No había salido de casa en todo el día, de forma que no estaba ni pintada ni lavada, simplemente me había hecho un bidé por la mañana y me desodoré para no darme asco a mí misma. Cuando alargué mi brazo para reclamar con la mano la atención de David, señalándole con un dedo y doblándolo en señal y orden de acercamiento, noté cómo los pezones se tornaban escarpias bajo mi ropa. Él se levantó de la silla recolocándose con la mano su polla dolorida y apretujada. Siguiendo mis instrucciones silentes se acercó a mí con aspecto de no haber roto jamás un plato, y cuando ya estaba a mi altura le pedí que se arrodillara frente a mí y empezará a acariciarme sobre la ropa que cubría mi piel excitada.

-"Acaríciame todo el cuerpo, sin tocarme la piel, hasta que consigas que me corra. Ya te avisaré"., le ordené. No sé si comprendió bien lo que le estaba pidiendo, así que me coloqué bien sentada justo frente a él y dejé que hiciera lo que le apeteciera conmigo.

Lo primero que quiso abarcar con sus sudoroso manojo de nervios en forma de manos fueron los pechos, cómo no. Enseguida pudo notar cómo mis pezones amenazaban con rasgar la tela que los cubría y, aunque no mostraba ni el más mínimo talento para la seducción táctil, consiguió muy pronto que comenzara a excitarme de verdad. Cuando oyó mi primer gemido se le ocurrió que lo estaba haciendo muy bien y que ya era hora de meterme mano entre las piernas. Frotó mi pantalón con gran entusiasmo, como si pretendiera sentir mi clítoris bajo toda esa tela que lo cubría. Sentí sus intenciones de forma muy clara, mi botoncito ya se había hinchado lo suficiente como para notar cualquier llamamiento desde la superficie. Separé mis piernas y le ofrecí al nene la posibilidad de englobar, con más definición, mi zona sensible.

-"Aprieta bien ahí y siente cómo me mojo", le dije entre dos suspiros.

David no dijo nada, solo me clavó una mirada lasciva de gamberro y se esforzó en intentar notar mi humedad prometida con su dedo pulgar, quizás esperando percibir un resbaladizo movimiento ejercido con presión sobre mi vaquero. Rápidamente sentí un calambre que me recorrió todo el cuerpo, justo desde la punta de mis pies, pasando por mi conejito, y hasta el córtex cerebral. Cerré los ojos para dejar fluir mi fantasía mientras lo que realmente se derramaba dentro de mí eran los flujos de mi excitación. A David le quedó muy claro que estaba consiguiendo excitarme, lo cual era poco menos que un logro para él, pues jamás antes había conseguido que una mujer mostrara fogosidad entre sus manos.

-"Me estoy empapando", le farfullé en voz baja, mirándole a la cara y mostrando ya una expresión desencajada y muy congestionada. Solo le dije "me estoy empapando" para que el chaval no interpretara con mi aspecto que me iba a correr enseguida. Es extraño, pero en ese momento me dio mucha vergüenza reconocer que estaba a punto de vaciar toda mi pasión en mi ropa interior gracias a su inexperto dedo pulgar y la fruición con la que lo manejaba.

-"Ya lo noto", me respondió David unos segundos después, mientras aceleraba su rozamiento en mi pantalón e intentaba seguir los movimientos de mi cadera que ahora se movía por sí sola.

Cuando oyó mi gemido largo y ahogado y le sorprendí con los espasmos eléctricos de mis extremidades, entendió que estaba siendo testigo de un orgasmo femenino, imaginando con meridiana claridad cómo eyaculaba toda esa dedicación suya en mis bragas. "Joder, qué cachonda te has puesto", me pareció oír cuando yo todavía estaba en la fase de recuperación. Y aprovechando mi vulnerabilidad eventual, inició el desabrochado de mis vaqueros, imagino que con el ansia de acceder al foco de todo aquello que estuvo masajeando durante un buen rato y, sobre todo, con el deseo de descubrir los resultados físicos de sus caricias.

-"Cómeme el coño", le exigí inmediatamente después de recuperar el aliento.

Aunque él no dijo absolutamente nada, una mirada embarazosa delató que jamás antes había usado su lengua para ofrecer placer oral a nadie. Así que, con mucha cadencia, y casi intentando aplazar para otro día lo que le pedí que hiciera ahora mismo, empezó a estirar de mis pantalones hacia abajo, para lo cual colaboré levantando mi pompis. Cuando hubo llegado a las rodillas dejó de desnudarme las piernas y me agarró las bragas por ambos lados para proceder a bajármelas también.

-"No tan rápido!", le dije. Se llevó un disgusto, pero obedeció.

"¡Joder qué buena estás!", afirmó el muchacho como si hubiera visto las suficientes mujeres desnudas como para emitir un juicio comparativo objetivo.

La propia excitación de David acrecentaba ahora la mía. Su mirada de deseo hacía que el mío creciera exponencialmente, y el hecho de que en estos momentos él pudiera ver mi entrepierna excitada y mojada, tan solo cubierta con una leve tela de encaje, favorecía ciertas sacudidas en todo mi cuerpo, una especie de ansia animal por ser poseída en ese mismo instante, la necesidad de recibir dentro de mí todo aquel enorme trozo de joven carne bautizada que el otro día regaba mi piel con su rocío espeso y blanquecino. Estaba ya tan cachonda que, habiendo liberado mis piernas, aproveché para abrirlas frente a él, mostrando claramente todas las arrugas de mi sexo bajo una tela que estaba ya a punto de gotear el exceso de impregnación. Le agarré con una mano la parte posterior de la cabeza y acerqué su boca hacia el epicentro de mis temblores. Él no supo muy bien cómo reaccionar ante ese movimiento violento, pero tampoco opuso resistencia, se limitó a acomodarse entre mis muslos y, soltando una onomatopeya de placer gastronómico, hizo uso de la boca para abarcar, lamer y besar todas las protuberancias que se distinguían sobre el revestimiento. Tardé muy poco en agarrarme las piernas para levantarlas en claro ofrecimiento, y cuando David se ayudó de sus dedos para rozarme sutilmente los labios aprovechando la suavidad del paño que los cubría, no pude evitar descargar de nuevo toda mi pasión mientras su lengua rozaba mi clítoris. El escudete apenas permitía ya acumular más efluvios.

-"Me parece que ya estás listo para entrar", le runruneé al oído acercando su cabeza a la mía. Yo estaba tan congestionada que apenas podía moverme. Quise desabrochar su bragueta estirando mis brazos, pero me fue imposible. David debía estar alucinando con la situación, y se sentía algo cohibido, pero tomó las riendas del momento y sacó su polla erecta del pantalón golpeando con ella la zona más sensible de mi cuerpo. Cuando fui consciente de eso, agarré un lado de mi braga y la deslicé hacia el contrario, destapando toda mi concha y mostrando los hilos brillantes de mi éxtasis reciente. Agarré su trabuco como pude y lo guié hacia mi cueva humeante. Las manos del chico permanecían sobre mis rodillas, y su miraba se fijaba en mi maniobra de introducción con la tela sucia a un lado. Sudoroso y ruborizado, no sabía muy bien cómo podía ayudarme, así que decidió empujar su cadera hacia mí, obligando a su enorme bate a entrar cuidadosamente entre mis labios.

-"Lentamente, que es muy grande", le rogué mientras yo seguía orientando la invasión.

Esas palabras le hicieron sentirse orgulloso y más seguro de sí mismo, y entonces se implicó en el avance usando sus dedos para lubricar cada movimiento haciendo uso de mis líquidos. Esa circunstancia y la insistencia de sus riñones por avanzar más y más, hizo que el trabuco acabara finalmente entrando de un solo envite dentro de mí. Fue delicioso sentir de nuevo una buena polla forzando el anillo de mi vagina, rozando las paredes que lo abrazaban, y fue también una gozada comprobar cómo aún era capaz de embadurnar de blanco un intruso así. Ambos gemimos al unísono esa entrada, que para él era la primera, y para mí era un reencuentro con el deseo. David ni siquiera me miraba a la cara. Fijó sus ojos sobre la herramienta que, por primera vez, taladraba las carnes de una mujer, y parecía estar muy concentrado en moderar sus embestidas, supongo que convencido de que podría hacerme daño, pero también evitando una sobreexcitación que adelantara un orgasmo no deseado aún.

-"Dios, Eva, estás ardiendo ahí dentro", confirmó mi montador.

Pero yo estaba demasiado abstraída gozando una estaca de ese tamaño que, si me distraía, podría causarme dolor. Notaba claramente cómo llegaba a hacer fondo en cada movimiento, y debía regular esa sensación que pocas veces se había dado en mis relaciones íntimas. Al mirar hacia abajo la forma en la que David aumentaba el ritmo, también era testigo del engrudo que se iba acumulando sobre sus huevos. Yo intentaba no mostrar demasiada excitación, tal vez porque mi orgullo impedía mostrar que un primerizo pudiera hacerme llegar al paroxismo con tanta facilidad. Tras el gemido inicial de entrada, supe mantener bastante bien, y en todo momento, un forzado silencio que solo se rompía de vez en cuando con un leve gemido, siempre en función de la fuerza de la embestida. Mis ojos estaban ya en blanco y la respiración se tornaba abrupta e irregular. Procuré no mostrar con sonidos lo que iba a pasar a continuación, pero sí que le dije al muchacho, muy sigilosamente, y de forma pausada, "me voy a correr". Lo repetí una segunda vez, pero de forma más confusa. "Meviacorré". David no sabía muy bien qué es lo que debía hacer ahora, así que se limitó a acelerar la follada hasta que emití el sonido final y estiré mi cuerpo como una tabla, lo que le obligó a parar en seco dentro de mí.

-"¡Joder!", vociferó el chico al sentir cómo mis espasmos le ordeñaban el miembro.

Yo me llevé una mano a la boca para no gritar de placer durante las convulsiones, y cuando mi cuerpo me dio un respiro, aparté hacia atrás a mi amante para que saliera de mi interior. Agarré entonces su miembro reubicándolo otra vez entre mis labios gelatinosos, para invitarle a ensartarme y a repetir. Pero el chaval tampoco era un héroe, y tan pronto como notó mis dedos sobre su glande, debió recordarle lo que ocurrió unos días atrás y, precediendo con un sonoro y largo ¡"ahhhh!" agarró su propio miembro para guiar varias salvas solemnes y calientes sobre mi estómago, manchando también mi braga aparcada a un lado, y embadurnando todo el pubis y la zona superior de mis labios menores y mayores. Es decir, una vez más acabé semi cubierta con la densidad albina de David que, esta vez, no se ofreció a limpiarme, sino que cayó como una piedra sobre la alfombra, mostrando un estado de agotamiento que soslayaría cualquier atisbo de caballerosidad posterior. “Estás aprobado”, finalicé yo.

Fin

(9,59)