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La chupitería

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Merche siempre me ha llamado la atención. Ella, que parece tener una vida prácticamente resuelta, con su familia y su trabajo, a veces da la sensación de que sigue buscando algo, como que aparenta cierta tristeza.

Hablamos en los entrenamientos, comentamos cosas e incluso nos hemos tomado algunas cervezas después. No lo entiendo. Bueno, como gran parte de esta vida, pero es atractiva, tiene buen cuerpo y sé que le gusta mostrarse así. Ella lo sabe.

En mi parcela de imaginación ya he tenido varios encuentros con ella, unos más o menos sexuales que otros e intento componer lo que podría suceder en diferentes situaciones. Lo buenos de todo esto es que seguramente cuando nos tomamos una cerveza de verdad frente a frente de alguna forma ella tiene que darse cuenta de lo que proyectan mis ojos al mirarla.

Entonces llegó un día que nos fuimos de copas todos los del grupo. Todo bien, acabamos en un bar más o menos chulo bailando, pero la gente empezó a retirarse y nos quedamos los 4 gatos. Entre ellos nosotros dos. Decidimos irnos a una chupitería, donde se puede bailar, beber, hablar y conocer gente. Eso sí al día siguiente te acuerdas de algo, lo cual puede estar hasta bien algunas veces.

Después de un rato me acerqué a pedir una ronda a la barra y llegó ella por atrás poniendo su mano encima de mi hombro. Notaba su pecho aplastándose sutilmente contra mi espalda, sé que ella quería que así fuera porque no fue un toque sin más, era sutil. Y empezó a preguntarme sobre los chupitos mientras con su mano jugueteaba en mi hombro con los dedos. Mientras hablábamos había bastante jaleo a ambos lados y nos estaban empujando, así que para ahorrar espacio en barra agarré por la cintura a Merche y la coloqué justo entre la barra y yo. Estando detrás de ella pude notar sus nalgas bien duras, sobre las que había colocado con tacto mi pene justo en medio.

Pude notar cómo ella también empujaba levemente su cadera contra mí, fingiendo estar incómoda tan cerca de la barra. Como mis brazos estaban a ambos lados de sus hombros y encima de la barra, por no agobiarla de esa forma los bajé y coloqué mis manos sobre sus caderas. Me sorprendió ver lo bien que se acomodaban a ella y cómo era de fácil agarrarla. Por un instante me imaginé cabalgándola por detrás y moviendo su cuerpo contra el mío tirando de su cintura. Era increíble cómo se sentía esa falta tan corta, con esa textura.

Eso tuvo su resultado: me excité muchísimo y me empalmé más de la cuenta. Como estábamos tan pegados ella se dio cuenta al instante, giró levemente su cara y me dijo con una sonrisa de picarona “joder, cómo estás de duro, ¿no? ¿Qué te pasa?” Entonces no me corté y le dije que me faltaba un chupito más para besarla allí mismo. Ella con un gemido me dijo que no, que por favor no lo hiciera. Y así nos quedamos por unos instantes, mi pene agitándose entre sus nalgas y ella moviendo ligeramente la cadera en círculos. Así que me atreví a dar un paso más: acerqué mi mano lentamente hacia su entrepierna por delante y la deslicé con cuidado dentro de su falda. Ella me agarró, pero no con mucha fuerza, como dejando claro que no podía dejarme hacer lo que yo quisiera, pero en el fondo sí que lo quería. Al menos se sentiría mejor por haberse resistido un poco. Metió un poco más el estómago para que pudiera encajar mi mano dentro de sus bragas y alcancé su clítoris con poco esfuerzo. Mientras me recreaba con su placer estábamos tomándonos un par de chupitos más y hablando, algo que me pareció sumamente excitante porque ella trataba de aguantar las expresiones de placer. Al minuto ya estaba alcanzando mi pantalón con su mano disimuladamente. Ella estaba perdiendo el control.

De repente apareció Ana, una de las compañeras del gimnasio, también una mujer madura y con familia, pero creo que con las mismas preocupaciones que Merche. Ana tiene la característica de hablar mucho y fanfarronear sobre el sexo, bueno, al menos con sus fantasías, aunque todos pensamos que fanfarronea. Nos preguntó que qué estábamos bebiendo y al ver la cara de Merche en seguida se percató de lo que estaba pasando y dijo “Anda, anda, la fiesta que tienen montados estos dos aquí. ¿Aún queda espacio para una mano más o qué?”. Creo que lo decía más o menos en broma, pero la miramos los dos como esperando que se uniera en cualquier momento. Ella miró hacia mi pantalón y vio la mano de Merche tratando de sacarme el pene por la cremallera sin resultado. Entonces Ana se aproxima pegándose a mí y metiendo su mano entre nuestros cuerpos. Notaba cómo sus pechos se aplastaban contra mi brazo, calientes y duros al mismo tiempo.

- “¿Qué quieres, sacártela?”, me preguntó Ana.

Notaba cómo su mano se metía en mi pantalón con destreza y bajaba lo suficiente mi calzoncillo para alcanzar mi pene, que estaba muy duro. “Qué ganas tenía de tocártela”, fue lo único que me dijo mientras jugaba a subir y bajar mi glande ya humedecido de la excitación.

Entonces Ana dice: “Pues esta está caliente como una perra, así que mejor que le des lo suyo, ¿no?”. Viendo la situación, era complicado hacer nada ahí sin que nos vieran, pero teníamos una cómplice de la escena por lo que algo aliviaba. Merche estaba totalmente a disposición de que allí tuviéramos sexo. Al momento comentó: “¿y si nos vamos a esa esquina con la mesa y fingiendo que no hay sitio me siento encima de ti?”. La idea era genial, ya me estaba imaginando cómo iba a arreglármelas para moverme dentro de ella sin que la gente notara nada. Así que nos fuimos a la mesa de la esquina donde estaba la otra mujer del grupo y los abrigos y nos sentamos. Merche encima de mí.

Con cuidado se levantó la falda por detrás y yo aproveché a meter la mano para sacar mi pene del pantalón. En ese momento Ana me detiene y me dice “¡eh! Espera que yo quiero ver esa polla y darle mi bendición, aunque sea con la mano”. Entonces, apoyado en la escasa visibilidad del sitio, dejé que Ana viera mi pene empalmado. Ella se pasa la lengua por la mano y alcanza mi polla, restregando toda su saliva mientras me miraba con deseo. En ese momento reparé en que la otra mujer estaba mirando al mismo tiempo la escena. Virginia. Sonriendo.

Merche tenía el coño ardiendo, entró toda mi polla lentamente mientras se desplazaba en su interior y notaba el relieve de su vagina. Una vez dentro miré su cuerpo, disfruté de la situación y de lo que estaba pasando. Comenzó a mover sus caderas en círculos, calculando el alcance de mi polla dentro. La situación era muy excitante y sabía que llegaría a correrme, pero aun así aproveché a meter mi mano por debajo de su falta y alcanzar su clítoris. Ya no llevaba bragas, no sé en qué momento se las había quitado. Comencé a excitarla, notando mi polla cómo se perdía dentro de su cuerpo y se deslizaba con los movimientos.

Se me clavaban sus nalgas en mis piernas, pero sentía su abdomen contraerse y relajarse por dentro, apretando mi polla y moviéndola con sacudidas de excitación. Escoltado por las otras dos mujeres a ambos lados me sentía en lo máximo. Decidí intentarlo. Saqué mi mano de la falda y acerqué mis manos a ambos lados, intentando adentrarme en la falda de mis compañeras. “Eh! ¡Pero qué haces! ¡Espera!” Exclamó una. Al momento agarró un par de abrigos y los colocó encima de sus piernas. No hacía falta que me explicaran más. En un alarde de coordinación, mientras seguía follándome a Merche, nuestras manos se recolocaron de forma que estaba masturbando a Ana y Virginia mientras que notaba sus manos tocando la entrepierna de Merche. Sentía cómo apretaban mis testículos, frotaban el clítoris de Merche, acariciaban mi pene resbaladizo. Cuanto más me excitaban, más les daba a ellas. A las tres. Y ellas a nosotros.

Pasados unos minutos ya no pude aguantar más y me dejé llevar dentro de Merche, eyaculando todo mi semen. Ella se detuvo en ese momento para notar el calor de las sacudidas mientras que Ana me decía “Así, así, llénala toda y córrete bien adentro, que se vaya bien servida”.

Cuando terminó todo le hicimos un hueco a Merche, que se sentó a mi lado y me dijo “joder, me has llenado toda, ¿siempre te corres así?”. Nunca volvió a ser la misma Merche. Para mejor.

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