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Encuentro en Almería

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Apenas faltaban unos minutos para llegar a la estación de ferrocarril, aunque, podrían convertirse en horas ya que el atasco era monumental. La avenida era un río de luces rojas y toques de claxon. Miraba el reloj con nerviosismo y tamborileaba con los dedos sobre el volante. Comprobé por el espejo que Andrés y Bea, en el asiento de atrás, estaban aún más nerviosos que yo, aunque permanecían inmóviles, como las estatuas de enamorados que hay en los parques. Ella se apoyaba entre el asiento y el hombro de su recién estrenado esposo. 

Habían pasado una semana en mi casa, cerca de Almería, a la vuelta de su luna de miel. Ahora me disponía a llevarlos a la estación para que cogieran el tren que les llevaría de vuelta a casa. Habíamos pasado juntos unos días realmente buenos. Se les veía felices y eso me alegraba.

Poco a poco la congestión del tráfico se fue diluyendo y llegamos a la estación con el tiempo justo para despedirnos antes de que el tren comenzara a moverse lentamente hasta perderse convertido en una luz roja que se debilitaba en la oscuridad de la noche. Aún con el brazo en alto, en gesto de despedida, volví a entrar en la estación que a esas horas, las diez y diez de la noche marcaba la gran esfera del reloj, estaba bastante tranquila. Aliviado por haber llegado a tiempo, me encaminé por el pasillo que conducía a la salida. Justo entonces, junto a la puerta de cristales automática, me pareció ver tu silueta vuelta de espaldas, llevabas un vestido de lino bordado que te cubría hasta la rodilla, unos zapatos ligeros y una pequeña maleta con ruedas cogida de la mano. ¡No puede ser! Paré en seco mi marcha e intenté volverme atrás. Ana… No puede ser ella, debo estar soñando. Acaso alguien que se le parece. Demasiado fuerte para ser verdad. Di unos pasos adelante intentando descubrir algo que no me resultara familiar, algo que me desvelara otra identidad. Entonces, al levantar el brazo para llamar la atención de un taxi que pasaba, pude ver tu maravilloso perfil. No había duda, la misma que viste y calza. Estabas a unos pasos de mí, sin que todavía te hubieras dado cuenta de mi presencia. La cabeza me iba a estallar. Temía que aquel taxi se parara y perderte de vista tan rápido como te había encontrado. Temía volver a verte, después de tantos años, temía tu reacción, temía que los nervios me jugaran una mala pasada, temía volver a enamorarme de ti. Sin embargo mis pies no se detenían, caminaban lentamente a tu encuentro. Hoy creo que hubieran echado a correr si aquel taxi se hubiera parado. 

- ¿La puedo llevar a algún sitio?

Algo debió estallar en tu interior a juzgar por tu cara de sorpresa. Ni una sola palabra, ni un gesto. Sin siquiera parpadear, aquellos ojos claros se clavaron en los míos durante un momento que me pareció eterno. Después, tu mirada se perdió hacia otro lugar. 

- No, bueno, si. 

- Pareces sorprenderte al verme. No me esperabas aquí ¿Verdad?

- Todo lo contrario, el caso es que estaba precisamente pensando en ti. No sé, hay ciudades que asocias con alguna persona que vive cerca y Almería siempre la asocio contigo.

- Bueno, ¿cómo estás? Me acerqué para darte un beso que devolviste de una forma mucho más relajada.

- La verdad es que estoy un poco perdida. Quiero ir a San José, a casa de unos amigos. He pensado darles una sorpresa. Hace tiempo que les prometí que pasaría unos días con ellos y nunca había llegado ese momento, así que hoy quería presentarme sin avisar. 

- Me viene de camino, si quieres te llevo.

- No quiero molestarte.

- Ni mucho menos, ¿sabes a quien he traído hace un momento a la estación? … a Andrés y a Bea. Han pasado unos días conmigo. Me incliné para coger la maleta en el momento que tu hiciste lo mismo, aquella proximidad me regaló un perfume que destapó el tarro de los recuerdos. Olía a familiar, a besos, a ternura, a un abrazo callado, a paseos por la carretera de la Estrella. Seguimos hablando hasta llegar al coche y puse la maleta en el asiento de atrás.

- La verdad es que la vida es imprevisible, tantas veces habíamos planeado pasar unos días juntos y ahora, sin esperarlo, sin aviso, nos encontramos solos, lejos de todo, como si el destino nos hubiera citado aquí esta noche, ¿no te parece maravilloso? 

Las luces de la ciudad pasaban por la ventanilla de tu lado y solo dejaban ver tu perfil a ráfagas. Aprovechaba las paradas de los semáforos para mirarte con más detenimiento. Parecía que hablaba con el asiento de al lado. Permanecías con la cabeza baja, pensativa, ajena a la conversación. Salimos de la ciudad y el túnel de la noche nos abrió sus puertas. ¡Dios mío! Está preciosa, pensaba mientras conducía y distraía la vista de la carretera para mirarte. Quería pedirte que te vinieran conmigo, pero el mar de temores que me asaltó cuando te vi, volvió a desbordar mi mente. No sabía que hacer. Otro golpe sería demasiado para los dos. A mí me costó mucho olvidar, o mejor dicho, no había olvidado. En parte porque olvidar el tiempo que estuvimos juntos sería olvidar los mejores días de mi vida y porque todos necesitamos alguien a quien recordar, una musa, algo que te diga que en tu vida no todo han sido naufragios, que han existido los días azules y claros.

Un cartel de la carretera me sobresaltó – San José 5 Km.- Debo de reaccionar pronto o me lo estaré reprochando toda la vida. Respiré profundamente y hasta creo que cerré los ojos

- Ana, estoy pensando que a ti no te espera nadie ni yo tengo que dar cuentas ¿qué te parece si te vienes a conocer mi casa? Hubo un momento de silencio. Parecía que no habías escuchado mi propuesta – San José 2 Km.- ¡Dios mío esto se acaba! Miraste un momento al frente, luego miraste tus manos como guardaras algo en ellas. Giraste la cabeza para mirarme.

- Estaba esperando que me lo pidieras. El temor que tenía por llegar al lugar que nos separaría, se convirtió en prisa para llegar a nuestro nuevo destino, tenía tantas cosas que enseñarte, tanto que hablar contigo…

No había un solo vecino en la calle cuando llegamos. La casa tenía un pequeño jardín delante con rosales y setos. Una escalera daba acceso al porche cubierto donde estaba la entrada. Me tranquilizó pensar que Bea había limpiado y ordenado la casa antes de irse. Encendí la luz del salón y dejé la maleta en el suelo. Pasé al fondo del pasillo para abrir la puerta del patio a la vez que, señalando con el dedo, iba indicando las puertas enfiladas: la habitación grande, la cocina y el aseo... Una brisa fresca corrió enseguida levantando las cortinas como si fueran las velas de un barco. 

- Ponte cómoda, voy a buscar algo para picar. ¿Sabes que me aficionaste al vermut? Enseguida volví de la cocina con unas copas. Estabas de pié, junto a la lampara del salón, en ese instante fui consciente de que estabas allí, a mi lado, que no era otro sueño, que esta vez era real. Una leve sonrisa se dibujó en tu cara.

- ¿Porqué me miras así?

- No se, todo ha pasado tan rápido que no me parecía real, temía no encontrarte aquí cuando volviera de la cocina, que te hubieras esfumado como tantas veces en mis sueños.

- Tócame y verás como soy real. La sonrisa seguía alegrando tu cara ahora con cierta picardía. Dejé la copa en la mesa y me acerqué despacio, quería alargar aquel momento, hacerlo eterno. Aparté tu pelo dejando el cuello desnudo y acerqué mis labios para que pudieran besarte y recorrer tu cuello como tanto tiempo habían deseado. Noté como te estremecías cuando, cogiendo tus caderas, te pegué contra mí. Busqué tu boca y dejé que mi lengua jugara con la tuya mientras la respiración lo permitía. Tu vientre se movía en leves contracciones. Separé mi pecho del tuyo lo justo para poder quitarte los tirantes del vestido mientras movía las caderas. Dejaste caer el vestido. Un sujetador de encaje blanco y unas braguitas finas eran lo único que adornaba tu cuerpo. Pusiste tus brazos sobre mis hombros y movías tus caderas en una danza sensual. A propósito rozabas el bulto de mi pantalón y pasabas una rodilla entre mis piernas hasta hacerme gemir de placer pasé mis manos por tu espalda para desabrochar el sujetador y, siguiendo su camino, se metieron entre la lencería de tus braguitas, acompasando los movimiento de tus caderas, que cada vez eran más rápidos. Bajé mis pantalones y comencé a comerte los senos. Jugaba con tus pezones, los presionaba con los labios para que se escaparan los volvía a chupar pasaba la lengua y les daba golpecitos. Estaban duros. Recorría desde lo mas bajo de tu seno hacia arriba, buscando la fresa del pezón y la aureola para marcarla con la lengua húmeda y comerla con pequeños mordiscos. Mientras, mis manos se abrían paso entre tus piernas. Las yemas de mis dedos subían desde la rodilla hasta notar la humedad de tu sexo. Gemías de placer. Entonces, poniendo un pie sobre el sofá me cogiste de la cabeza acercando mi boca a tu intimidad. Lamí una y otra vez tu jugosa raja, besaba tus ingles y me volvía a zambullir en el aquel deseo. Pellizcaba tu clítoris con los labios y bebía de tu néctar. Con dos dedos, abrías tu cueva para facilitar la entrada de mi lengua. Te chupaba los dedos. No quería perderme ni una sola gota de tu ser. Cogiendo nuevamente mi cabeza, hiciste que me pusiera de pie. Bajaste besado cada centímetro de mi pecho hasta toparte con mi miembro a punto de explotar. Lo pusiste frente a tu boca y mientras lo movías besabas la punta y pasabas la lengua por el capullo grande y rojo. No podía más. Noté la calidez de tu boca y la humedad de tus labios cuando recorrías su longitud lamiéndome una y otra vez. Después, metiste el capullo completo en tu boca y lo disfrutaste como si fuera una golosina. Abrí los ojos y en ese momento desviaste tu mirada a mi cara. Cielos, no puedo más. Movías la cabeza atrás y adelante. Casi no cabía en tu boca. La sacaste mojada y con ella te golpeaste los senos. La pasabas de un pezón a otro rozándolos y después amasaste el rojo fuerte y el rosado de tus pezones para volver a ponerla en tu boca.

- Hice que te levantaras, puse tus rodillas en el sofá tumbándote hacia delante. Volví a pasar mi lengua por tu abertura húmeda hasta que te oí gemir. Estabas preparado para recibir en tus entrañas la visita de un huésped impaciente. Antes de penetrarte, dibujé tu raja con mi fresa para lubricarla y te golpeé con ella un par de veces. Mi capullo se escondió con una leve presión. Dejaste escapar un quejido y poco a poco, deteniéndome cuando notaba que te dolía, la fui metiendo hasta lo más profundo de ti.

Comencé un bombeo lento, hasta que supe que sólo sentías placer en cada golpe. Entraba y salía una y otra vez rozando cada vena con los poros de tus entrañas. Cada vez más fuerte. De vez en cuando me paraba para ver como continuabas tú con la tarea introduciéndote una y otra vez sin dejar que se te escapara. Tus pechos iban y venían al ritmo de los golpes. Mis bolas, bien dilatadas, se estrellaban contra tu clítoris palpando tu humedad y haciendo un ruido que me excitaba lo indecible.

- Más fuerte, no te pares, no te pares ahoraaa… Hasta el fondoooo, ahhhhhh. Noté como te corrias ahogando tu grito. En ese mismo momento mi placer explotó en cálidos borbotones que te inundaban. Caímos desplomados en el sofá. Te abracé y besé tu espalda. 

- Eres un cielo.

La luz de la habitación permaneció encendida hasta bastante entrada la madrugada. Charlamos en la cama de lo que nos había sucedido desde que nos separamos, de aquello hacía ya siete años. Entre risas y besos, nos quedamos profundamente dormidos. A la mañana siguiente, madrugué menos de lo que solía pero lo suficiente para levantarme mientras dormías. Una luz tenue entraba por la ventana e iluminaba tu cuerpo tendido, delicado, sólo protegido por un fino camisón. Me duché sin hacer ruido y comencé a preparar el desayuno. Tostadas, algo de bollería, mermelada, café y leche. Abrí despacio la puerta de la habitación y todavía estabas durmiendo. Tus piernas se adivinaban bajo la fina tela ligeramente entreabiertas. Tus pechos descansaban redondos y blandos, como el pan recién hecho. Se te veía feliz. Una leve excitación me sugirió que podía despertarte a besitos, pero preferí dejarte descansar. Me dediqué a las cosas de la casa: poner en marcha la lavadora y recoger la ropa que tenía tendida. Justo cuando volvía del patio con un montón de ropa recién descolgada, te vi en el pasillo.

- Buenos días, ¿cómo ha dormido la señora?

- Como una reina, dijiste estirando los brazos.

- He preparado el desayuno, pero tendré que volver a calentarlo, dije mientras dejaba el lío de ropa sobre una silla.

- Calienta lo que quieras mientras que yo me ducho, replicaste dándome un besete al paso. 

Cuando escuché el agua correr en la ducha, recordé que la toalla estaba entre la ropa que había terminado de recoger. Entré en el baño y pude ver tu silueta a través de la mampara.

- Aquí te dejo la toalla. Acto seguido se cortó el ruido del agua y se abrió la puerta de cristal opaco, apareciendo tras de ella una venus mojada.

- Dámela, ya salgo. Observé como te secabas, creo que era la primera vez que veía a una mujer en esa faceta tan íntima.

- Si te hubieras esperado, nos habríamos duchado juntos.

- Bueno, si quieres, nos duchamos otra vez. Aproveché que estabas de espaldas a mí, secándote el pelo frente al espejo, para coger tus senos por detrás y darte besitos en el cuello mientras te decía al oído lo loco que estaba por ti.

- ¿Tan loco estás?, dijiste girando la cabeza para besar mi boca y dejando caer tu mano hasta mi entrepierna. Palpaste durante un momento mi estado de excitación. Me quité la camiseta y el pantalón corto, únicas prendas que llevaba puestas, volviendo a cogerte los senos por detrás. Contorneabas el cuerpo para excitarme, notabas el calor de mi miembro en tu espalda. Te gustaba moverte para hacerme disfrutar, y lo estabas logrando. Apoyaste los brazos en el lavabo y te hiciste un poco para atrás, abriendo las piernas. Mi glande se abrió paso entre tus piernas. Cogí tu mano y la puse sobre él. Comencé a moverme como si estuviera dentro de ti. Lo frotabas mientras se desplazaba a lo largo de tu raja, lo sentías rozar tu clítoris y apretabas más fuerte. Tus pezones bailaban en mis manos y cuando apretaba tus senos, querían escaparse entre los dedos.

- Me pones hirviendo. Me gusta todo lo que me das, me haces sentir una mujer afortunada.

- ¿Qué quieres que te de ahora?

- Quiero esto, lo quiero para mí sola. Todo para mí.

- Sabes que siempre ha sido tuyo.

- Cuando más lo deseaba, no lo tenía

- ¿Solo deseabas esto?

- Lo deseo todo de ti, me gusta como eres, me gusta que sabes ser cariñoso y también ponerte duro cuando a mí me gusta, me gusta tu olor, me gusta cómo respiras y también me gusta esto, creo que lo han cortado a medida para mí.

- ¿Dónde te tomaron la medida?

- Te gusta provocarme ¡eh!, prueba tú mismo a ver dónde encaja. La excitación iba en aumento. Me separé de ti para intentar penetrarte, pero enseguida te volviste, cogiste la toalla húmeda y la extendiste en el suelo.

- Túmbate, Ahora quiero ver tu cara de placer. Pusiste una rodilla a cada lado de mis caderas y te dejaste caer aprisionando aquel palo cortado a medida entre tu sexo y mi vientre. Te movías pasando los labios de tu vagina una y otra vez cuando ibas hacia atrás, mi un glande rojo se elevaba entre el vello de tu pubis como si fuera un apéndice tuyo. En una de estas ocasiones lo cogiste con la mano y lo moviste, dando placer a los dos. Más tarde, lo pusiste detrás, como una ascua que te tocaba la espalda, te abalanzaste sobre mí dejando tus senos al alcance de mi boca que no tardó en besarlos. Noté tu mano dirigiendo mi arma hasta tu agujero. Te incorporaste y poco a poco te quedaste clavada hasta la cepa. Contraías el vientre con ella dentro y hacías pequeños movimientos circulares.

- ¿Te gusta? Ehhh. Te gusta mucho. Los movimientos se convirtieron en un sube y baja cada vez más rápido, movías la cabeza a un lado y otro. Abrí los brazos para recibirte y pusiste tu pecho sobre el mío. Flexioné las rodillas y levanté las caderas para entrar mejor en aquel nido tan deseado. Seguí dándote donde tú habías querido ponerla con movimientos rápidos.

- Mira mi cara. Te volviste a sentar encima y a bailar como lo hace el trigo cuando lo mueve el viento.

- Vente conmigo, quiero verte disfrutar, quiero volverte loco de verdad. Cuando notaste el calor denso de mi orgasmo, una sonrisa grande se dibujó en tu mirada. 

- ¿Te ha gustado?

- Ahora no puedo responder, estoy derrotado.

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