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Un trío iniciático

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Fue cuando cursaba el tercer año en la universidad. Con Joaquín, estudiante en una facultad próxima a la mía, mantenía relaciones esporádicas. Lurdes, era compañera de Joaquín en la universidad, seguramente más que compañera, pero sin llegar a pareja. Yo la conocía bastante de algunos encuentros y también habíamos compartido algún tema de estudios similar de nuestras carreras.

Lurdes, conocedora de mi bisexualidad, siempre me decía que era heterosexual, que nunca había pensado en hacer nada con otra mujer. Pero yo le veía un no sé qué. O igual era solamente que me gustaba, tanto físicamente como en el aspecto personal, y hacía volar demasiado la imaginación. Pero por un motivo u otro, no respondía en absoluto a alguna insinuación sutil que le lancé. Tampoco soy de las que insisten.

Por otra parte, Joaquín, como es frecuente en la mayoría de los hombres, tenía en la cabeza la idea de hacer un trío. Para él, Lurdes y yo éramos las candidatas obvias, aunque seguro que tenía otras amigas con las se lo montaba de vez en cuando. Y un día me lo propuso. Concretamente en la cama.

—¿Y Lurdes qué dice? —pregunté.

—Todavía no se lo he dicho, quería saber antes si había posibilidades contigo.

—Bien, a mi me gustaría, pero no si sólo es un trío tipo: «tú y yo» y «tú y Lurdes». Quisiera también tener sexo directo con ella; que esto Lurdes lo tenga claro antes de empezar —No fue exactamente así la conversación, fue mucho más larga, pero el resultado, en definitiva, vino a ser este—. Por ejemplo, le puedes decir, y seguro que será verdad, que te gustaría mucho ver como nosotras dos hacemos un sesenta y nueve.

—Será difícil, pero lo intentaré. Pero me da que a ti todavía te gustaría más hacer un sesenta y nueve con ella que a mí mirarlo, y esto que veros haciéndolo me pondría a mil.

Joaquín lo intentó, aunque al cabo de un mes todavía me decía no la había convencido. Yo, por una parte, me temía que él no era lo suficientemente convincente, y por otra, cada vez me excitaba más la idea de «estrenar» lésbicamente a Lurdes. Durante aquellos días la vi en varias ocasiones, aunque intentando siempre mantener la cara de póquer, y ella también, como si no hubiera nada.

Ocurrió otra noche en casa de Joaquín, también en pleno acto. Él estaba particularmente excitado. Caliente es natural que lo estuviera mientras follábamos, pero aquel día, me lo parecía más que otras veces. Y en un momento dado, me sugiere que quiere salirse y penetrarme por detrás, era la primera vez que me lo pedía directamente. Yo, en esto soy relativamente tacaña, necesito prepararme y mentalizarme, prefiero que sea por iniciativa mía y, además, con Joaquín todavía no lo había hecho nunca, aunque de manera indirecta ya era consciente de sus deseos.

—No, hoy no, lo siento, que estoy irritada —sonaba a mentira y lo era—, pero otro día sí, te lo prometo.

—¿Cuando, cuando? —preguntó con impaciencia después de haber oído el medio «sí» de mi respuesta.

—Mmmm… si convences a Lurdes para hacer lo del trío, en el que tengamos sexo directo las dos, aquel mismo día, me dejo. Incluso delante de ella.

No improvisaba, ya lo había pensado antes. Sencillamente intentaba estimular —o alguien diría que manipular— a Joaquín para conseguir mis objetivos.

Y funcionó.

En menos de quince días.

¿Cómo la convenció?

No lo sé. Pero lo que sí sé, es que Lurdes, en definitiva, descubrió que no era tan heterosexual como pensaba.

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