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Una esclava inesperada VII

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Nuevamente quiero agradecer a todos los lectores por sus índices de lecturas. Eso me motiva a seguir escribiendo. Gracias. Sin más la siguiente entrega, que es el prólogo del final.

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Miércoles por la noche. No había tenido clase y estaba en el revolcadero por enésima vez en la semana. No sé porque, pero Ga estaba mucho más caliente que de costumbre (supongo que estaba por bajarle…) y a cada ocasión que se presentaba, fajábamos o nos echábamos un palo rápido.

Desgraciadamente no me podía explayar, aunque Ga me dijera que la golpeara y tantas cosas más. A ella no le importaba, es más, quería que todo el mundo se enterara que cogíamos y que ella era una puta. Esa noche, ella llevaba una camisa blanca de botones y un pantalón de mezclilla. No traía bra (orden mía) y estaba con las tetas de fuera. Yo tenía la verga de fuera y ella me estaba haciendo un tratamiento oral de esos que sólo ella logró darme.

En esta ocasión no había nadie, solo gente pasaba de vez en cuando, pero a nosotros nos valía gorro que nos vieran.

 - Hazme una rusa hasta que me corra en tu cara perra – le espeté

- O.k. – dijo con su cara picara.

Al voltearme a ver le solté una cachetada que ella agradeció. Las rusas son un placer que sólo las mujeres con un buen pecho pueden hacer y sólo algunas son lo suficientemente abiertas para hacerlo. Afortunadamente para mí, Ga era una de ellas y ése es un placer que no he disfrutado desde hace mucho. Cuando lo experimenté por primera vez, me hice adicto a la sensación. Es muy rico y muy morboso que una mujer te haga una rusa, en especial cuando tienen un pecho prominente.

Ga no tardó mucho en hacerme llegar al último orgasmo del día. La corrida no fue copiosa, pues tanta ordeña de leche por parte de esa mujer, me había dejado seco, pero, aun así, le manché la cara y saboreó un poco de aquel néctar blanco que tanto le gustaba. Era y aún es una zorra.

- ¿Y si la seguimos en tu casa? – me preguntó poniendo una de mis manos en su pecho y recostándose en mi regazo.

- ¿Todavía quieres más? Hemos cogido todo el día… - le dije, pero agregué – Por mí no habría problema, pero mi padre se va hasta mañana en la noche y regresa hasta dentro de dos semanas. Igual y le puedes caer el viernes. ¿Te late?

- Mmmm… no sé si me pueda escapar…

- Ya me antojaste azotarte y torturarte estas carnes – le dije agarrando con más fuerza su teta – pero si no puedes no hay bronca.

- Voy a ver… - dijo en tono vago y después de unos minutos de silencio por parte de los dos me preguntó - ¿Cold?

- Dime

- Estoy muy caliente. Quiero sensaciones más fuertes… – me dijo juntando su mano con la mía y apretando más su teta.

- Me leíste la mente zorra. Pensaba para la próxima vez que fueras a mi casa, aplicarte algo más duro y tenía varias cosas pensadas para hacerte sentir como una idiota… - comenté mientras le pellizcaba el pezón

- ¿En serio? No puedo esperar – dijo – dime, ¿qué tienes pensado?

- Todo a su momento, pero estoy seguro de que no te va a agradar.

- Siempre me tienes en misterio… - se volteó y me dio un beso. Yo aproveche para agarrarle el culo - ¿Me vas a poner el cuerno?

- ¿Quieres que te lo ponga? – le pregunté asombrado

- Si quieres ponerme el cuerno, puedes hacerlo. Yo sólo soy tu puta.

- No, no es eso… Ga, sabes que yo jamás haría algo así – le dije indignado – te amo…

- Si sigues diciendo eso, me vas a hacer vomitar… aunque me agrada que me lo digas. – un beso más y se paró. Se abrochó la camisa y tomó sus cosas. La imité. – Pero en serio, por mí no hay problema si te metes con otras viejas.

- Ya te dije que no lo voy a hacer.

8 a.m. y el sol tocaba ya, con sus rayos, la mañana del viernes. Escuché el timbre de camino a una “meadita” y me sorprendí al ver a Ga a la puerta de mi casa. Sólo entrar se quitó la playera que traía, me bajo el bóxer y comenzó a lamer mi erecto miembro, producto de lo que nos sucede a todos los hombres por las mañanas.

- Tranquila zorra, que tenemos todo el día – espeté, pero no la detuve, pues me encanta su boca

- Ya no podía esperar más – decía cuando se sacaba mi miembro

- Pues entonces vuélveme a hacer una rusa – ordené

Fiel a su papel, comenzó el rico sube y baja de aquellas dos poderosas razones que levantaban miradas por donde pasara. “Esto te va a gustar zorra, pero después limpias y con tu lengua”. Sin más comencé a mear ahí mismo. Ella sólo decía “oh sí, también extrañaba esto”. Empapé su cabello con mi líquido dorado y se formó un charco de meados junto al comedor. Cuando hube terminado, la tomé del cabello y se la clavé hasta el fondo por la boca. Sin miramientos, comencé un frenético mete y saca. Era brutal como se movía su cabeza, pero ella sólo gemía. Se la saqué para que respirara y sólo escuché de ella un “¿por qué la sacas?”. Repetí la jugada. De vez en cuando le daban arcadas y tosía, pero si notaba que se la iba a sacar, ella misma se impulsaba hacia adelante para tragarse hasta mis huevos. Y llevábamos un rato así hasta que por fin me vine dentro de su boca.

Aún medio dormido la aparté de mí y le ordené que limpiara con la lengua mis meados y si no quedaba limpio de esa manera, tendría que terminar con un trapeador el comedor y cuando terminase, se viniera a mi recamara conmigo a dormir un rato. Ya tendríamos tiempo para hacer cochinadas.

Ga regresó al poco rato después de hacer lo que le había encomendado. Estaba desnuda y se metió a las cobijas conmigo. Me encantaba que ella no tuviera pudor de mostrarme su desnudez. Por desgracia renuncié a mi momento de sueño, porque Gabriela no paraba de manosearme. Así que me levanté y me desnudé. Mi verga estaba dormida, por lo que decidí utilizar mis manos hasta que despertara.

La puse a cuatro mientras ella decía “si, hazme gritar cabron, golpea ese culo hasta que te canses de hacerlo”. Y sin más comencé una sesión de azote que, tanto ella como yo ansiábamos. Decidí jugar un juego con ella.

- Te voy a dar 30 en cada nalga, pero quiero que los cuentes – le dije empezando

- Uno… dos… tres… cuatro…

Íbamos en el 29 y el 30 no lo contó, así que esperé, pero no hacía nada y le espeté: “si no cuentas, tendré que volver a empezar”. Ella me volteo a ver con una sonrisa cómplice y cuando azoté su culo dijo “uno”. Seguí azotándola y ella comenzó desde cero. Vaya que a esta mujer le encantaba esto. Decidí probar su aguante en el dolor. Seguí azotándola y cuando llegamos al 29 no volvió a contar. De vez en cuando, le metía un par de dedos por la concha y uno que otro por el trasero. Continué y regreso a cero. Para cuando estábamos en 29 de nuevo repitió la jugada. Al llegar a diez de la tercera ronda, por así decirlo, paré y le dije que esperara.

Fui al cuarto de lavado por una cuerda de lavadero y unas pinzas de ropa. Le dije que ahora los azotes iban a ser con la cuerda y me miró con una cara de horror que nunca había visto en ella. Dejé por el momento la cuerda en el suelo y le ordené que se colocara boca arriba, que le iba a colocar pinzas. Eso pareció agradarle y me abrió las piernas. Le puse 4 pinzas en la vagina y dos en los pezones (tendría que comprar más pinzas, porque tenía pocas). Le ordené que se colocara de nuevo a cuatro, porque ahora si la iba a azotar. Al principio no obedecía, así que le solté una cachetada.

- ¿No que querías gritar perra? – le espeté

- Pero con la cuerda…

- Tu eres mi puta y vas a hacer lo que yo diga – le corté – Como tu dijiste, sólo estas para mi disfrute, ¿está claro?

- Si… - respondió con la cabeza gacha y se colocó en posición.

Jamás había utilizado otro elemento que no fueran mis manos en el trasero de una mujer y era la primera vez que lo iba a hacer. En un principio tenía miedo de lastimarla, pero, por otro lado, quería hacerlo y sangrarle esas hermosas nalgas. Así que comencé con algo leve. Ga no dijo nada al recibir el primer azote con la cuerda de tendedero, pues yo pensé en un primer momento que me había excedido, pero al parecer no. El segundo lo solté un poco más fuerte. Nada. El tercero lo aumente un poco más y solo escuché un leve gemido. Me acerque a meterle un par de dedos para calmar su dolor y cuál fue mi sorpresa al ver que estaba mucho más húmeda que de costumbre. “¿Te está gustando putita?” Ella solo asintió con la cabeza. Le metí un par de dedos y la masturbé hasta que estuvo a punto de venirse y me separé de ella. Esta vez descargué los golpes con toda mi fuerza y al primero gritó. No le tomé importancia y seguí. Dos, tres, cuatro, cinco… hasta llegar a diez. Ella gritó en cada uno. Me acerqué de nuevo a ella. Seguía destilando flujos al por mayor. La volví a masturbar con mis dedos hasta que noté que se iba a correr. De nuevo me separé de ella y otra tanda de diez azotes. “Mastúrbate” le ordené. Ella comenzó a darse placer frenéticamente y yo seguí azotándola. Las marcas que le dejaba eran brutales. Tenía ya el culo bastante rojo.

Seguía gritando en cada azote, pero no se movía de ahí. Cuando llevábamos 50 explotó en un orgasmo magistral y me espetaba “dame carbón, dame sin piedad, más duro”. Sin más, le azoté las nalgas sin compasión y ella ahora gritaba de placer. Cuando hube rebasado los 100 noté que ya tenía algunas gotas de sangre en el culo y decidí parar. Justo cuando me detuve, ella tuvo un segundo orgasmo.

Ella estaba en la gloria y ahora sí que iba a comprobar su resistencia y sumisión. Fue rápidamente al baño por “mertiolate” (creo que se escribe así… si no una amiga doctora, me regañará) y ella seguía disfrutando su orgasmo. Me unté la mano con aquel líquido y le solté una ligera nalgada. Tuve que taparle la boca, pues el grito que pegó fue tal, que pensé que los vecinos no tardarían en preguntar qué pasaba. “Callada zorra, si no, te voy a castigar de una manera peor” Repetí la jugada unas 6 veces y como ya estaba a punto de reventar, se la clavé sin más en la concha. Antes de hacerlo, le arranque las pinzas de la vagina, y comencé con un ritmo semi – lento. Ga me lo agradeció. Estiré las pinzas de sus pezones hasta que éstas también liberaron su fuerza. Ga se vino una tercera vez y a los cinco minutos yo también lo hice. Terminamos rendidos. Me recosté n la cama y ella lo hizo en mi regazo. “Gracias” me dijo y la besé en la boca con la mayor ternura que me fue posible. Mientras le acariciaba la espalda con las yemas de mis dedos, ella me comentó algo de vital importancia.

- ¿Sólo él o con toda la familia? – le pregunté tranquilo

- Con todos – respondió preocupada – creo que es por un asunto de trabajo

- Pero, ¿no estaban separados? – pregunté

- Parece que se están reconciliando, pero ese no es el punto – me dijo volteando su cara a la mía y noté una mirada triste.

- ¿Cuál es? – respondí, presa de la inmadurez e incomprensión hacia las mujeres que caracteriza a los hombres

- Pues que ya no te voy a ver… yo también me voy…

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