Nuevos relatos publicados: 18

Mi vecina Rosa (3)

  • 4
  • 7.773
  • 9,50 (12 Val.)
  • 0

—Ven quiero que me hagas tu trabajo. Su marido se acercó sumiso y de rodillas metió la cabeza entre sus piernas. Le estaba comiendo el coño delante de mí. Una vez más no supe que hacer, irme de allí, fingir que no me daba cuenta, que no me importaba…

Otra vez más Rosa me indicó lo que tenía que hacer, con un gesto de la mano, me dijo que me acercara y me situé de pie a su lado, alargó una mano y acarició mis piernas hasta que alcanzó los testículos, los amasó despacio y suavemente se colgó de ellos. Mi erección no era la deseada. Aquella situación me cortaba un poco, Rosa me hizo un gesto con la cabeza para que se la acercara a la boca. Comprobé que Ángel estaba perdido entre las piernas de su mujer lamiendo como un cachorro. Esto me tranquilizó, de rodillas, me acerqué a la cara de Rosa. Entre jadeos, abrió la boca y se tragó de una vez un buen trozo de mi polla mamándola con desesperación. Su boca goteaba cada vez más a medida que iba creciendo y dilatando sus labios. Cerraba los ojos, creo que disfrutaba con lo que estaba haciendo.

—Mira que pedazo de rabo se va a comer tu mujer. La sacó un momento, la estuvo mirando y meneando hasta que se la llevó de nuevo a la boca. Me la chupaba haciendo oír su respiración fatigada. Rosa alargó una mano para coger la cabeza de Ángel y pegarle la cara mientras movía las caderas.

— Prepáralo para clavarle esta estaca, gritó a su marido, Los jadeos de Rosa eran cada vez más intensos —No te imaginas lo que es tener un pollón de estos en la boca. Limpió con la mano la baba que goteaba por la barbilla y la restregó en sus tetas...

Ángel parecía no oír ni ver lo que su esposa estaba haciendo conmigo. Sujeté su cabeza y comencé a follarle la boca, tras bombearla unas cuantas veces, alzó la cabeza para respirar.

Se separó para girarse y ponerse a cuatro, bien abierta delante de mí azotándose. Pasé el capullo a lo largo de la raja y lo puse a la entrada para que ella se clavara sola. Me miró con gesto de lujuria y fue bajando a la vez que movía las caderas. Me acoplé a su ritmo y fui tomando la iniciativa. 

Cada vez la bombeaba más fuerte. Ángel, pegado a su costado, le acariciaba el vientre y rozaba el ritmo alocado de los pechos de su mujer, pasaba la lengua desde la nuca al hasta el principio de la abertura donde una y otra vez se perdía mi polla. Rosa daba gritos entrecortados, animando más si cabe la situación

—Así  folla una perra. Me estás rompiendo. Mico como disfruta tu mujer de una buena polla...

El coño de Rosa estaba derretido, Oía chapotear sus jugos en cada golpe que recibía, Su voluntad estaba a merced de mi estaca. Su marido le abrió bien los glúteos para que le entrara más profunda. A los pocos golpes, no aguantó más. Se corrió en un grito sordo. Sentí un caudal goteando por mis piernas. Yo tampoco pude aguantar y me corrí en varias bocanadas que arrancaban de lo más profundo de mí.

Me tumbé rendido en la arena y Rosa quedó inmóvil y al momento se derrumbó a mi lado. Su marido volvió a su tarea inicial, Esta vez limpiando los restos del coño dolorido de Rosa mientras se masturbaba.

—Ha sido increíble.

No tenía aliento para responder. Lentamente recobré la normalidad, mientras miraba a Ángel, que parecía no haber sido testigo de lo que acababa de ocurrir. Verlo tan ajeno, tan tranquilo, me hacía sentir culpable.

—Tenéis que explicarme qué está pasando. 

—¿Por qué tenía que pasar algo? Respondió Rosa. 

—Esto no es normal. No me conoces de nada, te lías conmigo delante de tu marido, él parece no ver o no sentir nada, ¿y me dices que no pasa nada, que esto es normal? 

—Yo he disfrutado, tú también y a Ángel no le importa. No hay que darle más vueltas. 

—Lo siento pero yo necesito saber algo más, no me siento bien, y no estoy dispuesto a prolongar esta situación. 

—Está bien, te lo contaremos todo, pero no es el momento. Mañana si te parece bien quedamos y saldrás de cuantas dudas tengas.

Volví más bien triste, sin decir palabra. Esa tarde mis suegros no recibieron la visita de los vecinos, lo que achacaron a lo ocupados que estaban preparando su nueva casa. No volví a ver a Rosa hasta el día siguiente, por la tarde, cuando me disponía para mi paseo. Durante ese tiempo deseaba encontrarme con esa mujer. Pensaba que podría haberla herido de alguna forma, que lo que ella me había dado, no me lo había dado nunca nadie. De alguna forma necesitaba estar con ella. Aunque parezca mentira, me tenía enganchado, ansiaba abrazarla, protegerla.

(9,50)