Nuevos relatos publicados: 9

El dulce placer de lo prohibido

  • 8
  • 10.279
  • 9,33 (21 Val.)
  • 0

Días atrás había tenido la oportunidad de hacer realidad mi mayor fantasía sexual: Hacer el amor con un extraño, que para mi gusto había llenado plenamente todas mis expectativas. Se trataba de un hombre joven de raza negra, con cuerpo atlético y bien formado, de manos grandes y labios carnosos. Bastante caballeroso y delicado a la hora de tomarme entre sus brazos. Le había conocido por Internet y después de varias comunicaciones pudimos conocernos. Debo decir que gracias a mi iniciativa, aquel joven despertó en mí anhelos y deseos sexuales quizá ocultos, que de no haberlos vivido jamás hubiese entendido que fueran así.

El encuentro se dio con el consentimiento de mi esposo, quien fue cómplice en esta aventura. Y, aunque habíamos hablado de que se trataba de una experiencia en pareja, nunca establecimos acuerdos específicos sobre el particular. A mí ese hombre me encantó. Su aroma, la visión de su cuerpo y el goce de su sexo dentro de mí hizo que yo, por decirlo de alguna manera, me encaprichara con él y quisiera, tal vez sin medir consecuencias, seguir indefinidamente la aventura. Yo tenía algo muy claro, sin embargo, y era que lo que sucediera entre aquel muchacho y yo tenía que darse siempre en compañía de mi pareja. Yo no creía tener el valor para enfrentarme sola a esa situación. Y es aquí donde verdaderamente inicia esta historia.

Había pasado como dos meses desde el último encuentro con aquel muchacho, pero tanto él como yo nos comunicábamos frecuentemente. Hablábamos de todo y de nada, pero era evidente en sus conversaciones su interés renovado por tener sexo conmigo. Me recordaba los instantes vividos y parecía que era yo, y lógico la posibilidad de una aventura  segura, lo único que tenía en mente por aquellos días. Me hablaba de lo que pensaba hacer conmigo en el próximo encuentro y debo decir que, aunque me negaba a involucrarme repetidamente en aquello, de hecho me gustaba. El solo oír su voz y las cosas que me decía, de inmediato me transportaba a recordar los momentos de pasión que viví a su lado y que quedaron firmemente grabados en mi mente.

Mi esposo, en razón de su trabajo, viajaba frecuentemente y pasaba largos períodos fuera de casa. Y fue en una de esas ausencias cuando me comuniqué con aquel muchacho por Internet.

En medio de la conversación, simplemente surgió la idea de encontrarnos para tomar algo y charlar. En consecuencia acordamos encontrarnos en un café, ubicado en el centro de la ciudad, como a eso de las seis (6) de la tarde de un día jueves. Ambos acudimos muy puntuales a ese lugar.

Debo decir que llegué allí experimentando una serie de sensaciones encontradas. Por un lado me sentía incómoda por el hecho de no estar al lado de mi marido, pues aunque

nunca hubo restricción o prohibición alguna de su parte, aquello era como traicionarle en su confianza, lo cual hacía que me sintiera culpable. Pero, por otro lado, tenía una gran expectativa de verme de nuevo con aquella persona porque, como dije anteriormente, la idea de volver a tener contacto físico con él embargaba mis pensamientos.

Cuando nos encontramos allí él y yo nos abrazamos como viejos amigos. Fue un abrazo de aceptación. Hablamos de cosas triviales y rutinarias, pero fácilmente se podía determinar a través de nuestros gestos y miradas que había un deseo de llegar a algo más que eso. En ese momento me pude dar cuenta de la gran atracción que me generaba aquel hombre, sintiendo que mi deseo por estar con él, poco a poco, se iba despertando.

En algún momento de nuestra conversación él me manifestó su deseo de estar conmigo y yo, fascinada como estaba, asentí en el mismo sentido. El me tomó de la mano y caminamos a un sitio cercano. Debo decir, la verdad, que estaba experimentando sensaciones extrañas, mezcla de susto y emoción. Al llegar a aquel lugar sentí que debía enfrentar las consecuencias de haber aceptado, porque estaba pensando seriamente en abandonar la idea. Pero, al entrar al sitio escogido, me sentí más segura.

Nos asignaron una habitación. Nos dirigimos allí y entramos. Ya estando en aquel lugar afloraron en mí reacciones que ya eran conocidas al estar con esta persona y no fue difícil proseguir. Sin quitarnos la ropa, él y yo nos enfrascamos en unos abrazos intensos, caricias y besos muy apasionados. Creo que esos preámbulos, que quizá cualquier mujer desea, avivaron mi deseo e hicieron aumentar mi excitación. Algo que me agrada de él es su forma de besar y ya para ese instante la situación era evidente, ambos queríamos tener sexo sin más demoras. Poco a poco, en medio de caricias, besos y más abrazos, nos fuimos quitando la ropa.

El dejó su torso al descubierto y al tener yo la posibilidad de acariciar su piel, quizá aumentó todavía más mi excitación. El quitó mi sostén, besando y acariciando mis senos con mucha intensidad y fascinación. Esto hizo que mi excitación se disparara al tope de las posibilidades y podría decir, casi sin mentir, que estaba a punto de estallar. Yo lo estrechaba, besaba su torso y, al mismo tiempo, dirigía mis manos hacia la bragueta de su pantalón, pudiendo sentir la tersura de su miembro duro y erecto, lo cual hacía surgir en mí el deseo de besarlo, chuparlo y tenerlo entre mis manos.

Me sentía más excitada al ver su reacción de placer ante mis caricias y me sentí muy correspondida al ver que él, de la misma manera, quería besar mi sexo. El me inclinó hacia atrás, acostándome sobre la cama. La sensación que me produjeron sus besos en mi sexo me transportaron fuera de este mundo, pues ya para ese momento era inevitable que viniera lo demás y yo quería que él me penetrara de inmediato. Mi deseo era sentir su miembro dentro de mí.

Inicialmente él se colocó sobre mí, introduciendo su sexo dentro de mi concha. Me penetró de manera suave pero firme y empezó a empujar su cuerpo contra el mío. Me decía al oído cosas como “Te siento deliciosa”, “Estas rica”, lo cual acompañado de sus movimientos rítmicos y constantes, hacían que mi excitación nunca decayera y, por el contrario, siempre fuera en aumento.

En este punto yo, entonces, tomé el control de la situación y me coloqué encima de él. Me sentí con más libertad estando sobre él y así pude disfrutar más porque pude moverme con mayor soltura. Al sentir las caricias de sus manos sobre mis senos, mis piernas y sus besos apasionados pude sentir mayor satisfacción y multitud de orgasmos, algo que jamás pensé fuera a sentir con una persona diferente a mi pareja.

El nuevamente se adueñó de la situación y me acomodó para penetrarme por detrás. Sentí un miembro firme que entraba, poco a poco, dentro de mí y sacudía mi cuerpo adelante y atrás de manera acompasada. Pero cada vez sentía una penetración más profunda y constante. Sus movimientos seguían siendo rítmicos y parecían continuar sin descanso. Me inundó una gran sensación de placer y bienestar. El se retiró al rato y pude ver como el condón rebosaba de su semen.

El se limpió su miembro con una toalla, se acercó a mí nuevamente, se recostó a mi lado y, como buscando un momento de relajación, empezamos a hablar. Quizá nos dijimos el uno al otro la impresión que nos había causado el momento; expresamos lo mucho que nos había gustado lo que hicimos, las caricias, los besos, nuestros cuerpos. Me dijo que su fantasía era lograr lo yo había conseguido junto a mi esposo. Es decir, en su caso, estar son su esposa y otra mujer y que le gustaría mucho que ojala fuera conmigo. O que ella tomara la decisión de estar con otro hombre, pero lo veía muy difícil. Nos dimos un abrazo final, quizá de agradecimiento, acompañado de un beso, ya no apasionado, sino quizá de aceptación.

Cada quien empezó a vestirse para regresar de nuevo al hogar y nos despedimos. Allí acabó todo. Sin embargo, sin ponernos de acuerdo al respecto, uno y otro, por su lado, sintió la necesidad de comunicar a mi esposo lo sucedido. Y quizá eso apaciguó en mí la sensación de culpabilidad, aunque sentí temor por la respuesta que fuera a obtener por aquella confesión. Y debo agradecer que mi esposo hubiese entendido mis anhelos, deseos y expectativas, por lo cual aquella confesión no resultó ser una experiencia traumática.

En el fondo me hubiese sentido muy mal si no lo hubiera hecho. Debo decir que quizá así calmé el intenso deseo de estar a solas con esa u otra persona… ¡Por ahora!

(9,33)