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Su fantasía ideal

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Me asaltó la sorpresa cuando mi esposa, a pocos días de haber tenido su primera experiencia sexual con un extraño, me manifestó su deseo de repetir. Me causó curiosidad la propuesta, así que indagué los motivos que la llevaban a ello. Y, con  toda naturalidad, me indicó que no le había respondido a aquel muchacho como debiera, pues sentía que se había inhibido, tal vez por tratarse de la primera vez.

Ella pensaba que, debido a que ya existía un conocimiento mutuo con esa persona, un segundo encuentro podría resultar más excitante que el anterior. Ella, por lo menos, sentía que podía soltarse aún más y dar rienda suelta a sus instintos, sin restringirse en lo absoluto. Cabe mencionar que ella había continuado comunicándose con el muchacho y sus conversaciones giraban en torno a todas las cosas que él había dejado de hacer y que deseaba volver realidad lo más pronto posible.

En esas conversaciones él le manifestaba lo mucho que deseaba que ella le mamara su verga con toda intensidad, pues había disfrutado mucho cuando ella lo hacía; pero esta vez deseaba que ella continuara hasta el final. El deseaba inundar su rostro con semen, para que ella viera el resultado de la intensa emoción y maravillas que hacía su boca en su pene. Y ella, quizá imaginando la escena de antemano, sentía curiosidad y un creciente deseo de participar en ese propósito.

Al ver su entusiasmo y decisión, no pude menos que preguntarle a aquel muchacho que era lo que hacía para generar en ella tanto interés. Ocasionalmente nos comunicábamos a través del Chat, de manera que no fue problema entrar en conversación con él y preguntarle al respecto. Me decía que seguramente mi esposa estaba encaprichada con la experiencia y que, debido a que estaba respaldada por mí, quería satisfacer hasta sus más escondidos deseos. Me comentaba que ya había tenido alguna experiencia con “veteranas” y que, al parecer, todas obedecían al mismo comportamiento. Y sin duda alguna aquella justificación, en nuestro caso, me pareció ajustada a la realidad.

Le comenté que ella tenía el deseo de encontrarse nuevamente con él ya que, según su opinión, la vez anterior le había fallado en su desempeño y creía que podía hacerlo mejor, tanto para beneficio de ella como de él. Y le confié las fantasías que ella alguna vez me había manifestado, en caso de que tal experiencia se pudiera dar. Ella daba mucho énfasis a los preliminares, caricias, besos y abrazos; anhelaba que aquel hombre la tomará en sus brazos, la levantará del piso, rodeando ella con sus piernas el torso de aquel, mientras este la penetraba en esa posición. Creíamos que era algo complicado porque pensarlo es una cosa, pero hacerlo es algo bien distinto. Sin embargo, aquel, tocado  en su orgullo masculino, me indicó que podía hacerlo y que iba a hacer lo posible para que todo lo que ella anhelaba se le diera esa noche.

Estando de acuerdo con él de llevar a cabo ese nuevo encuentro, le indiqué a mi esposa que si era su interés volver a estar con aquel muchacho, lo más lógico era que se lo manifestara y lo invitara para hacer realidad su idea. Teníamos la intención de hacer fotos de aquellos encuentros y tener un recuerdo de esas locuras para, en lo sucesivo, motivarnos un poco más. Pero era algo que ella tenía que proponerle a él y esperar que aceptara. Y ella, sin ningún tipo de rodeo, así lo hizo. De antemano había resuelto yo el tema del dónde, cuándo y cómo, de manera que su conversación con él resultó fluida y cómoda. Y además, aceptó todo lo que se le propuso. De modo que ya todo estaba dispuesto…

De cara al encuentro, y acordado sitio y hora, le dije a mi esposa que así como aquel muchacho quería hacer algo con ella, igualmente ella debía pensar en qué hacer para que él se excitara y se sintiera más motivado; algo así como un striptease, o que se masturbara frente a él, en fin… Eso era inusual, pues nunca lo había hecho; al menos frente a mí. Estuvo de acuerdo y me manifestó que eso era posible, pero que necesitaba una música sensual e insinuante y un ambiente especial, que la motivara a ello. Le prometí que iba a tratar de buscar el lugar ideal…

Y me puse en esa tarea el mismo día del encuentro. Fui, de motel en motel, tratando de hallar el espacio adecuado para que pudieran hacer muchas cosas en ambientes diferentes. Y, sin buscar tanto, la verdad, encontré el lugar que me pareció adecuado. Tenía una alcoba, una amplia cama, cuyo techo estaba tapizado de espejos. Al lado una pequeña sala, a manera de recepción, y junta a esta una pequeña pista de baile, toda rodeada de espejos y decoración en cristales de múltiples colores. El sitio me pareció muy bueno… y de inmediato lo reservé y pagué por adelantado. Además, grabé un “CD” con música sensual, como ella había pedido. Dispuse también de incienso, buscando generar un ambiente cálido y aromatizado. Tenía dispuesta una cámara digital y suficiente provisión de baterías, así que por mí ya todo estaba listo… Faltaba ver que show me iban a hacer los protagonistas.

Fuimos a recoger al muchacho, como a eso de las ocho de la noche… Y, como ha sido su costumbre, tardó un poco en llegar; tanto que llegamos a pensar que el encuentro no se iba a dar.

Pero, cuando estábamos previendo qué hacer ante esa incertidumbre, el muchacho finalmente apareció. Subió a nuestro automóvil y se acomodó en la parte de atrás; nos saludo muy amistoso y empezamos a conversar. Le indique a mi esposa que se pasara al puesto de atrás y le acompañara mientras llegábamos al lugar. Imaginé que íbamos a continuar charlando, pero muy rápidamente aquel estaba besando y acariciando a mi mujer por todas partes. Y ella, ni mú… Intenté tomarles algunas  fotografías mientras lo hacían pero, dado que estaba conduciendo el automóvil, me resultó bastante difícil enfocarlos…

Tardamos varios minutos en llegar al sitio, por lo cual deduje que ambos deberían estar bastante excitados para cuando entramos al lugar. Mi esposa, a esas alturas, ya se veía bastante despeinada e imagino que su sexo rebosaba humedad. Y él, no lo dudo, debía tener su verga totalmente erecta y dispuesta a hacer de las suyas.

Una vez dentro bajé del vehículo y les dije que me esperaran unos momentos mientras revisaba cómo estaba todo. Lo que quería era encender el incienso, conectar la música y disponer la iluminación de la manera más convenientes y sensual. En eso habré tardado de tres a cinco minutos y no atino a imaginar todo lo que pudieron hacer durante ese tiempo; lo cierto es que ella bajó del vehículo acomodándose su blusa, su falda y pidiéndome que le buscara unos de sus aretes. Aquel, por lo visto, la había revolcado bastante antes de mi llegada…

Entraron ellos dos al lugar sin reparar en mí, que les seguía de cerca. Y no más entrar, aquel muchacho empezó a comportarse como siguiendo el libreto de una película porno. Inicialmente llevó a mi esposa a la habitación y ahí, frente a un espejo, empezó a acariciar todo su cuerpo, sobre la ropa, haciendo que las manos de ella guiaran las suyas por aquellos lugares donde al parecer se sentía mayor placer. Todo esto mientras le daba unos largos y profundos besos, que ella para nada rechazaba. Por el contrario, promovía cada vez más...

Poco a poco la pasión iba en aumento pero él, buscando ampliar los preliminares al máximo, continuaba besando a mi mujer y acariciándola por todas partes. Estrechados sus cuerpos en un íntimo abrazo, ella debió sentir la dureza de su miembro y él la animó sin palabras a que hiciera lo que le llamara la atención. Y ella, como siguiendo el patrón establecido para la noche, entendió el silencioso mensaje. Colocó los brazos alrededor de su cuello y levanto sus piernas, entrelazándolas detrás de sus nalgas. El inclino su cuerpo hacia adelante, como si quisiera penetrarla allí mismo, lo cual resultaba imposible pues aún tenían puestas sus ropas.

Después, quizá incómodos para mantener por mucho tiempo esa posición, ella volvió a quedar de pié. El, entonces, se arrodillo frente a ella, levantó su falda y se dedicó a acariciar sus muslos, pasando sus manos cerca de su sexo, el cual manipulaba de cuando en vez. Y lo mismo hacía con su boca; besaba y besaba, aquí y allá, sus muslos, sus piernas, su sexo… Casi la desnuda, ahí mismo, pero él descubría partes de su cuerpo y, casi de inmediato, las volvía a cubrir. Y ella, encantada…

A continuación él decidió cambiar de escenario y, tomándola de la mano, la llevo consigo hacia la pista de baile. La arrinconó contra una pared llena de espejos, tomo sus manos firmemente y abrió sus brazos a los lados, como crucificándola, mientras con su boca le daba un profundo y húmedo beso, como si su largo y duro pene ya estuviera penetrándola. Y tal vez era una sutil sugerencia ya que su pelvis, mientras tanto, presionaba contra el sexo de ella. Aquello parecía un combate cuerpo a cuerpo, pues aquellos brazos subían y bajaban, sus cuerpos empujaban, iban adelante atrás, se mecían a los lados y continuaban besándose.

En medio de la pista había un pequeño banco, de manera que aquel la llevó a ella hasta allí y dispuso otra coreografía. Se colocó a sus espaldas, presionando su sexo contra ella, mientras acariciaba con intensidad sus senos y sus muslos, frotando ahora con continuidad su sexo. Hizo que ella colocara una de sus piernas sobre aquel banco, apartando la otra pierna a un lado, teniendo él acceso libre para acariciar su sexo desde atrás, el cual frotaba y frotaba con sus hábiles manos, una y otra vez...

Varió de posiciones muchas veces. En principio, sentándose él en aquel banco y colocándola a ella, de espaldas, sobre sus piernas. A propósito colocaba una de sus piernas en medio de las de ella, de manera que ella, cadenciosamente movía sus caderas adelante y atrás, masturbándose contra sus muslos. Luego hacía que ella se volteara y se sentara sobre sus muslos, quedando frente a frente, volviendo a besarse por largos momentos. Después se levantaban, quedando de pie, para volver a abrazarse y seguir besándose interminablemente. Aquello era toda una escena… Mientras tanto, yo les tomaba fotografías sin cesar…

La cosa empezó a calentarse porque lentamente, y al compás de la música, él empezó a quitarle la ropa. En aquella posición la despojo de la chaqueta y de la falda, quedando ella tan solo con su lencería, aún muy cubierta. Pero el cuadro que me presentaban era muy excitante… En su rostro podía adivinarse la ansiedad de ser poseída por aquel moreno, pero este estaba decidido a prolongar el momento al máximo posible. Se notaba claramente que estaba llevando a cabo el juego del amo y la esclava…

El se recostó contra una pared, colocando sus brazos detrás de la cabeza, quizá esperando que ella tomará el control de la situación e hiciera algo. Pero ella, como extasiada en el momento y en sus sensaciones, quizá todas nuevas para ella, solo atinó a acercarse a él acariciándole su torso, por debajo del buzo que llevaba puesto. Parecía que eso era todo para ella, pero él quería más… Y, tomándola de su cabello, lentamente dirigió su cabeza hasta que el rostro de ella quedó situado a la altura de su pene. Era  claro que él le estaba insinuando que le besara su dura verga… Ella se acurrucó, besando aquel sexo por encima del pantalón y pasando sus manos sobre él, de arriba abajo. Y, en vista que eso no pasaba a mayores, él movió la escena nuevamente. Al parecer su interés era impresionar al máximo y hacer de aquella velada una noche inolvidable. Como en realidad fue...

La llevó a otro rincón, siempre situándose detrás de ella, de modo que mi esposa pudiera seguir deleitándose al sentir la dureza del miembro de aquel hombre que la deseaba. Este, siguiendo su plan de conquista, la tomó entre sus brazos y la levantó, colocándola encima de sus piernas, frente a él y poco a poco se fue dejando caer al piso… El quedó apoyado en sus piernas y manos, de espaldas sobre el piso, y mi esposa recostada sobre sus muslos. La cabeza de él quedo entre sus piernas y desde ahí trató de besarle su sexo… Ella estaba extasiada y dejaba que todo aquello pasara, sin ninguna premura.

Después de esto volvió a levantarse y alzando a mi esposa, la colocó sobre un muro divisorio, levantado quizá a un metro y medio del piso, abrió sus piernas y siguió estimulando aquel sexo, que para ese momento debería estar a punto de estallar. En seguida, y tal vez preparando lo que vendría, el muchacho se despojó de la camisa. Mi mujer, entonces, pudo apreciar unos hombros amplios y bien formados, unos brazos trabajados, con músculos bien definidos, y por fin se pudo dedicar a acariciar ese pecho que tanto ansiaba tocar…

No duraron mucho en aquello. Al parecer los estímulos habían sido tan largos y demorados que la situación llamaba para buscar un desenlace. El moreno nuevamente alzó a mi mujer, depositándola ahora sobre un sofá. Ella, a cada nada, abrazaba aquel torso y de nuevo lo besaba y besaba. Incitada por él, mi esposa se levanto y, al compás de la música, empezó a mover sus caderas y piernas, mientras este muchacho se acurrucaba para pasar sus manos sobre sus piernas, siempre deteniéndose unos instantes a estimular el sexo de mi esposa con sutiles caricias…

En esa posición él, poco a poco, fue despojándola de sus panties y de sus bragas… En poco tiempo  quedó ella tan solo cubierta por su corpiño, quedando ahora su sexo a merced de las intenciones de aquel hombre. Suavemente la empujó hacia atrás, sentándola en el sofá, abriendo sus piernas y, delicadamente pero en forma firme, puso su lengua en el sexo de mi esposa. Aquello fue como si hubiese recibido una descarga eléctrica. Su rostro se congestionó, llevó sus espaldas hacia atrás y empujo adelante su pelvis, exponiendo aún más su sexo a los labios varoniles que la atacaban con insistencia y que le producían mucho placer.

Luego ella se fue dejando caer del sofá, hasta quedar de rodillas en el piso, frente a él. Este decidió introducir los dedos de las manos en su vagina y esto al parecer le produjo otra descarga eléctrica. Los gestos en su rostro lo decían todo… Estaba disfrutando a más no poder. Y había todavía mucho más por suceder…

Andrés, que así se llama el muchacho, recostó a mi esposa sobre el piso y se dedicó a estimularle el sexo con su boca. La sensación debió ser muy agradable, porque ella se relajó totalmente, echó sus brazos hacia atrás, como entregada, y esperó con placer que él pacientemente hiciera con ella

todo cuanto quisiera. Después hizo que ella se levantara, apoyándose en las rodillas y manos, para continuar besando su sexo desde atrás, prácticamente colocándose debajo  de ella. Y después, para terminar la faena, volvió a recostarla de espaldas abriendo ampliamente sus piernas, a lado y lado, para seguir besando aquel sexo que tanto le fascinaba.

Terminado esto, parece que mi mujer entendió que ahora era su turno, así que se colocó frente a él, bajó la cremallera de su bragueta y expuso aquel miembro negro, grande y duro, que desde hace tiempo le estaba esperando. El se echó de espaldas hacia atrás, acostándose en el piso, permitiéndole que se llevara el pene a su boca. Pero tomó a mi mujer del cabello y firmemente le guiaba en sus movimientos. A ella no pareció importarle y continuó sobre su pene, chupando y chupando sin cesar.

El decidió que ella siguiera con su labor, pero introdujo numerosas variantes. Se colocó de rodillas mientras ella continuaba chupando aquel prominente miembro. Después se levanto, quedando de pie, dejando a mi mujer, en cuclillas, dedicada a su masaje bucal. Después fue llevando a mi esposa hacia el sofá, levantándole los brazos mientras ella continuaba succionando su pene y, después, aún sosteniendo sus brazos en alto, la llevó hacia atrás recostándola en el sofá, prácticamente montándosele sobre su cara… El empujaba y empujaba su pene dentro de aquella boca, pero a ella no parecía importarle… Ese pene en la boca de mi esposa se veía desproporcionado y parecía que ella se fuera a ahogar con sus embates…

Después se fue a un rincón, seguido por mi esposa, y ahí, permaneciendo de pie, ella continuó besando y chupando su miembro. El tocaba sus senos, deslizaba sus manos por la cabellera de ella, acariciaba sus hombros y palpaba cada centímetro del cuerpo de mi mujer, todo lo cual la tenía en plenitud. Para terminar aquello, él se abalanzó sobre ella, acostándola en el piso y fundiéndose en un estrecho abrazo mientras su pelvis empujaba contra el sexo de mi esposa. Era evidente que ambos esperaban que hubiera, sin tardanza, una penetración.

Terminado aquello mi esposa me pidió un preservativo… Yo se lo alcancé y ella rápidamente lo colocó sobre aquel inmenso pene. El estaba sentado en el sofá y ella, tal vez de propia iniciativa, se sentó de espaldas a él, sobre su pene. El empujaba suave y cadenciosamente, pero mi esposa parecía no tener reacción. Estaba fascinada con las sensaciones del momento y solo dejaba que el tiempo y los acontecimientos pasaran y pasaran. Luego él se levantó e hizo que mi esposa se arrodillara sobe el sofá, apoyando sus brazos en el respaldo de este, para penetrarla desde atrás estando de pie. Y ahí duraron otro rato interminable, donde aquel moreno empujaba y empujaba mientras acariciaba el cuerpo de mi mujer palmo a palmo.

Después de esto y, quizá presagiando un final de película, el muchacho llevó a mi esposa al cuarto principal. Sobra decir que continuaban los besos, los abrazos y las caricias. La tendió sobre la cama y se dedicó a acariciarle todo su cuerpo, por delante, por detrás, por los lados… Llevo sus manos a todos los lugares donde tenía acceso y estimuló a mi mujer, una vez más… Y después de interminables caricias, poco a poco, se fue colocando frente a ella, que permanecía acostada, abrió sus piernas y con una lentitud eterna, tal vez premeditada, finalmente le penetró mientras permanecía de rodillas.

El momento fue sublime, pues mi esposa disfrutó con detalle todos los instantes de aquella agradable invasión en su cuerpo. Ella permanecía inmóvil mientras aquel muchacho movía con ritmo su pelvis, empujando hacia ella. Después de unos instantes él levantó las piernas de ella, apoyándolas sobre su pecho, mientras continuaba empujando sin parar.

Después continuó, recostado sobre ella, en la posición del misionero. El intercambio duró largo rato… Hubo más caricias, más besos, más miradas de éxtasis y más deseo de continuar, solo que ahora los dos eran un solo cuerpo y su imagen resultaba bastante excitante. Aquello era de nunca acabar…

El no era muy expresivo que digamos, mientras que mi esposa hacía evidente a través de sus gestos todos sus estados de ánimo. De repente el muchacho volvió a arrodillarse y, ahora sí, empujó con más velocidad y ritmo hasta que de un momento a otro se detuvo totalmente… Era claro que había eyaculado.

Continuaron abrazados, sin hablarse, muchos minutos más. El, sin embargo, quería premiarle y la indujo a apoyarse sobre sus manos y piernas sobre la cama, estimulando nuevamente su sexo con las manos. Y ella, ni corta ni perezosa, para nada rechazó el ofrecimiento. Después de aquello todo terminó… Había sido una larga noche, pero una noche placentera e inolvidable. Pregúntenle a mi esposa… Fue su fantasía ideal hecha realidad.

(8,40)