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Una esposa sin verguenza

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Un día cualquiera, mi esposa me llama al trabajo y me propone salir en compañía de un muchacho que habíamos conocido y con el que anteriormente había tenido sexo. La verdad no me sorprendió su invitación, pero me causó curiosidad saber qué pasaba por su cabeza… Así que le pregunté cuál era el motivo del encuentro, respondiéndome que hacía tiempo que no se veía ni conversaba con él y que era la oportunidad de hacerlo. Sin embargo, mi morbo se despertó y supuse que había algo más que despertaba su deseo…

Le pregunté, entonces, sobre sus intenciones al plantear ese encuentro, manifestándome que sólo se trataba de verle para conversar. No tenía un motivo especial, ni un sitio específico de encuentro, sino que tan solo se trataba de un capricho y que aquello se podría dar en cualquier parte. Siendo así, le indiqué que hiciera las coordinaciones y preparativos necesarios, de manera que yo tan solo tuviera que recogerla para asistir a la cita. Estuvo de acuerdo con eso y quedó de llamarme…

En la tarde me llamó para indicarme que ya todo estaba dispuesto. Quedó de recoger al muchacho cerca de su lugar de trabajo, como a eso de las seis de la tarde, lo cual en efecto hicimos. Acudimos al lugar, le recogimos y una vez estuvo dentro de nuestro automóvil le pregunté a ella el lugar a donde nos dirigiríamos ahora… Sin pestañear siquiera, me indicó que fuéramos a algún lugar en un área céntrica de la ciudad, ya conocida por nosotros, normalmente inundada de moteles. Así que el motivo estaba claro… No había nada más que hablar.

Me dirigí a un lugar dónde ya habíamos estado previamente, en otra ocasión, pero cual sería nuestra sorpresa cuando se nos prohibió la entrada alegando que solo se permitía el ingreso de la pareja; No había posibilidad de tres, como era nuestro caso. Eso, por mi parte, resultó una molestia. Para mi esposa,  por el contrario, aquello resultó ser un afrodisíaco muy conveniente, pues la ansiedad del encuentro y la posibilidad de que se frustrara el evento ante tanto obstáculo hacia que ardiera aún más su deseo de estar de nuevo con aquel hombre. Lo tenía a su alcance y le gustaba sobre manera, pero las circunstancias no permitían consumar las fantasías que quizá rondaban en su cabeza desde hace días.

Conduje mi automóvil a otros sitios diferentes, pero en todos obtuvimos respuesta similar. No lo podíamos creer. Yo, la verdad, estaba bastante molesto con el inconveniente e incluso pensé en aplazar todo para otra ocasión, pero era evidente en ella el deseo de llevar a cabo sus planes y yo, indudablemente, iba a ser el malo de la película si no intentaba culminar el proyecto. El muchacho aquel, mientras tanto, no articulaba palabra alguna y se mantenía expectante. Al fin y al cabo era el invitado y estaba a nuestra disposición.

Conduje hacia otros lugares en el mismo sector y tuvimos los mismos resultados así que, por último, entramos a un lugar bastante pequeño y no de muy buena apariencia. Yo finalmente estaba pensando que si ella quería calmar su lujuria, cualquier lugar podía resultar adecuado. De modo que no reparé en apariencias o lujos. Había que encontrar rápido un sitio o desistir de aquella aventura.

Entrados a aquel lugar se nos indicó que podíamos entrar los tres a una habitación, lo cual resultó ser la solución al conflicto interno que cada quien albergaba. Ella, porque por fin iba a calmar la sed de sexo que tenía; el muchacho aquel, porque iba a cristalizar el sueño de volverse a acostar con mi esposa. Y yo, no lo sé realmente, pero creo que quería satisfacer la curiosidad de saber porqué tanto interés de mi esposa de revolcarse de nuevo con aquel semental.

El sito era bastante pequeño, de escaleras y pasillos muy angostos, que solo permitía que caminara por ellos una persona a la vez. De manera que mi esposa encabezaba la hilera, seguida bastante cerca por su presa, quien ya tenía ganas de ponerle sus manos encima y finalmente yo, quien estaba destinado a tomar las fotos para documentar el evento. En los encuentros anteriores mi participación era bastante limitada, pues ella quería a aquel mulato para ella sola y ojala por el mayor tiempo posible.

Y no estaba equivocado. Tan solo al entrar a la habitación, aquel negro acorraló a mi esposa contra la pared, dejándola recostada de espaldas contra un espejo que cubría toda el muro. Y ella, como esperando que eso sucediera, se entregó de lleno a él y a disfrutar del momento, pues aquel exploraba con sus manos todo su cuerpo, de una manera inquieta y frenética, como si tuviese el tiempo limitado. Su lengua, además, se introducía en la boca de mi mujer con bastante insistencia. Y además empujaba sus caderas rítmicamente contra el sexo de mi mujer, haciéndole sentir la dureza de su miembro y dándole a entender lo mucho que la deseaba.

Poco a poco fueron cambiando las poses entre ambos. El extendió los brazos de mi mujer hacia arriba, sosteniendo sus muñecas con las manos, mientras presionaba acompasadamente su miembro erecto contra su sexo y seguía besándole, pero no solo la boca sino también su cuello, sus hombros y sus senos. Ella, con los ojos cerrados, mostraba en sus facciones una sensación de plenitud inmensa. Sin lugar a dudas, lo estaba pasando bien. Excelentemente bien...

Después aquel abrió las piernas de ella, metió las suyas en medio, y tomándola por sus nalgas la levantó del piso mientras seguía empujando con fuerza sobre su sexo. Aquella fricción y lo inesperado de la maniobra surtió sus efectos, pues ella empezó a lanzar ligeros gemidos, apenas audibles, pero plenos de placer. Y, en complemento a las atenciones que aquel le prodigaba, abrazó con fuerza su cuello y le besó con inusitada pasión. La combinación de sensaciones en todo su cuerpo estaban alcanzando el cometido esperado: “Tenerla muy excitada para lo que vendría más adelante…”

El, imagino yo, no quería esperar demasiado y pronto empezó a despojarse de su vestimenta. Dejó al descubierto su torso, dejando ver sus anchos hombros y sus brazos musculosos; todo un deleite para mi esposa quien encuentra muy sexy y erótico acariciar su pecho y sentir esos brazos muy bien torneados y de músculos firmes. Ella dice que eso le produce una sensación inmensa de seguridad y que la hace entregarse aún con más confianza a la aventura. Y ella, correspondiéndole, soltó su cinturón, desabrochó su bragueta e introdujo su mano para dejar expuesto aquel miembro negro, duro y palpitante que ahora tenía entre sus manos.

El hombre debió sentir pasar corriente por todo su cuerpo, porque intensificó las embestidas hacia mi esposa y se apresuró a despojarla de toda su ropa. Ya no había tiempo para más preliminares. Y ella, también ansiosa por sentir aquel miembro dentro de sí, para nada obstaculizaba sus esfuerzos y, por el contrario le ayudaba con una gran muestra de urgencia y prioridad, no solo por ella misma sino por su compañero. Muy pronto quedaron en el suelo sus zapatos, su falda, sus medias, su chaqueta, su blusa y su sujetador, quedando tan solo vestida con sus bragas, sus collares y sus pulseras, mientras que él se despojó de sus zapatos, sus medias, su pantalón y sus interiores, quedando expuesto totalmente y a disposición de mi mujer. Era evidente que ambos querían culminar aquello de la manera  acostumbrada, fundiendo sus cuerpos en un solo y único abrazo, mientras sus sexos se acariciaban mutuamente, rítmicamente y con intensidad.

Mi esposa le indicó que se sentara en el borde de la cama y, empujando su pecho con sus manos, hizo que este se recostara dejando al alcance de su boca aquel duro miembro que con tanta dedicación acariciaba. De inmediato llevó su boca hasta él y empezó a chupar con insistencia e intensidad aquella verga, palpitante y erecta, que le provocaba tanto deseo y lujuria. Atacaba aquel miembro como si fuera la última Coca-Cola en el desierto, algo que me generaba un poco de celos pues no es su conducta acostumbrada cuando está conmigo.

El hombre debió sentir que se acercaba al orgasmo porque bruscamente interrumpió a mi esposa, alentándole a levantarse para cambiar de posición, siendo ella quien quedara recostada y él, apoyado de rodillas sobre el piso, en medio de sus piernas. Desde esa posición atacó los senos de mi mujer, en principio, pues siempre han sido su debilidad; Y después de entretenerse con ellos un rato, sin dejar de empujar su pene contra las caderas de mi esposa, poco a poco se fue escurriendo hacia atrás, dispuesto a chupar la concha de mi mujer, que en ese punto del evento ya estaba mucho más que húmeda y lubricada.

Con determinación y firmeza separó los muslos de ella con sus manos y empezó a chupar su sexo, dando unos lengϋetazos largos, moviendo su cara de arriba hacia abajo; primero lentamente y luego a mayor velocidad. Esa acción parecía producir un inmenso placer en mi mujer, porque las facciones de su rostro así lo demostraban. Simultáneamente sus manos recorrían todo su cuerpo, poniendo especial énfasis en sus pechos. Esas caricias parecían tener más efecto que la acción alocada de su lengua sobre el clítoris, pues ella encuentra muy seductoras y excitantes unas manos grandes y suaves.

Aquel moreno disfrutó largo rato de su vagina; Era evidente el grado de excitación de ella porque su entrepierna se veía totalmente húmeda, lo cual significaba que su sexo rebosaba pasión y deseaba con ansiedad sentir todavía más. Y él, tal vez dándose cuenta de aquello, la atrajo hacia sí, levantándola de la cama y haciendo que se colocara de espalda a él. Suavemente empujó su espalda hacia adelante… Ella entendió de inmediato, se inclinó sobre la cama apoyándose en sus brazos y dejó a merced de aquel hombre su trasero, totalmente expuesto…

El no perdió el tiempo y, después de acariciar su cuerpo varias veces, de arriba abajo, insertando sus dedos una y otra vez en su concha, por fin la penetró. Lo hizo con delicadeza, hundiendo poco a poco su miembro erecto en el sexo de mi mujer. Ella gimió al sentirlo adentro, de modo que él se animó a proseguir con su rutina, sacando y metiendo su miembro muy lentamente, de a poquitos, moviendo su cuerpo en todas direcciones. Eso parecía generar una sensación muy agradable en ella, pues apretaba con fuerza sus labios y parecía tomar aliento a cada instante para resistir aquello que sentía.

Ella pareció corresponder y buscar su propio placer, de manera que empezó a mover sus caderas de lado a lado, llevando su cuerpo adelante y atrás. Pronto se percibieron aquellos movimientos como una coreografía previamente ensayada. El muchacho aquel no se afanaba para nada; seguía bombeando con lentitud mientras acariciaba, eso sí, con intensidad, todo el cuerpo de mi mujer. Y era ella quien afanosamente movía sus caderas para uno y otro lado con intensidad. Nunca la había visto así…

El muchacho se echó para atrás, apartándose de mi mujer. Pero eso era lo último que ella hubiera querido. El, sin embargo, la atrajo hacia sí, la abrazó y le dio un profundo beso. Ella, ansiosa, acariciaba su verga que continuaba erecta, húmeda y palpitante. Y presumo que él hizo aquello para retardar la llegada de su orgasmo y darse un tiempo para empezar de nuevo, pues prolongó ese instante por bastante tiempo.

Ahora él se acostó en la cama y dejó que ella tuviera la iniciativa. Ella, entonces, solo atinó a sentarse sobre él, permitiendo que aquella verga, tiesa y deliciosa, penetrara dentro de su sexo. Una vez dentro empezó a mover sus caderas, rítmicamente, formando círculos con sus movimientos. Cada uno, de reojo, se miraban en el gran espejo que quedaba a un lado de la cama, disfrutando plenamente de la imagen que percibían de sí mismos.

Ella inclinó su cuerpo hacia adelante, apoyando sus manos en la pared, pues parecía querer más profundidad en las embestidas, o tal vez intentar una posición que le generara una sensación diferente. Y parece que así fue, pues siguió moviéndose rítmicamente, adelante y atrás, levando sus caderas a lado y lado de vez en cuando. Cada movimiento era acompañado por un gemido de placer, que parecía tener comienzo pero no fin. Eran unos gemidos continuos y largos.

El la contuvo nuevamente; se puso de pié, exponiendo aquella verga que subía y bajaba como si convulsionara sin descanso. Aquel negro estaba en pleno furor. Ella, en tanto, se giró hacia él quedando frente a frente y nuevamente se fundieron en un estrecho abrazo, que se complementó con un beso largo e interminable. Sus bocas se buscaban con ansiedad y sus lenguas jugueteaban sin descanso. Las manos de mi mujer, sin embargo, frotaban sin cesar el sexo del hombre. No quería dejar de estimularlo, pues quería que aquello jamás acabase. Por otra parte, gozaban tan solo de estar acompañados y sentirse el uno al otro. Pero eso no iba a durar mucho tiempo.

Ella empujó al muchacho hacia la cama, lo cual obedeció sumisamente dejándose caer de espaldas. MI mujer se fue montando sobre aquel, tomó su verga con una de las manos y se la acomodó a la entrada de su sexo. Una vez allí empujó con suavidad hasta tener todo ese inmenso miembro dentro de ella y, después de eso, empezó a contonearse sobre él…

No era solo la embestida de su sexo contra la verga de aquel hombre sino todo el movimiento de su cuerpo; sus senos se agitaban contra el pecho del muchacho y su lengua hacía las veces de un pene en la boca de aquel mulato, porque entraba y salía acompasadamente. Todo parecía coordinado. Cuando la verga del hombre salía de su vagina, la lengua de ella entraba en su boca; y viceversa.

Las piernas se desplazaban acompasadamente, arriba y abajo, sobre aquellos muslos masculinos mientras sus manos acariciaban la cabeza del muchacho. Su cuerpo era todo un frenesí, producto del inmenso placer que le producía estar en contacto con ese cuerpo. El muchacho colaboraba, empujando su pelvis una que otra vez, pero todo el espectáculo lo daba ella.

De un instante a otro mi esposa echó su cabeza para atrás, apretó con fuerza los labios y gimió desde lo más profundo de su ser, como si no pudiera contener la intensidad de la sensación que experimentaba. El muchacho la alentaba y acariciaba con afán todo su cuerpo, deseando intensificar aún más su delirio. El  quizá estaba a punto de estallar…Y si ya lo había hecho, no hizo nada para manifestarlo. Ella se quedó ahí, en esa posición, inmóvil, por un rato, apretando fuertemente con su sexo la verga del negro, queriéndola retener por siempre ahí. El, por su parte, disfrutaba de lo lindo viendo a esa hembra extasiada con su desempeño.

Poco a poco fue dejándose caer sobre él y cesaron todos los movimientos. El continuó besándola, pero ella parecía estar como anestesiada, lejos de este mundo, recuperándose de la intensa faena.

Permanecieron abrazados por largo rato. Y creo que hasta durmieron unos minutos, tiempo en el cual solo se podía percibir en ellos el contraste de sus cuerpos, blanco y negro, en una plena quietud.

Al rato se incorporaron. Cada cual le manifestaba al otro lo mucho que había disfrutado del momento, reían por momentos acordándose de lo que cada uno había aportado y, se creía que todo había acabado. Ella se metió a la ducha y el pidió acompañarla. Y ella, para nada lo rechazó. Debajo del agua él volvió a acariciar todo su cuerpo mientras la besaba y, progresivamente, su verga empezó a endurecerse de nuevo.

El tomó el jabón en sus manos y empezó a enjabonar el cuerpo de mi mujer, teniendo el cuidado de frotar su clítoris mientras la seguía besando. Eso, al parecer, volvió a encender su pasión y pronto estaba frotando sus piernas contra sus muslos, pidiendo de alguna manera que esa dura verga la volviese a penetrar.

Ella, en contraprestación, hacia lo mismo enjabonando su cuerpo, frotando insistentemente con sus manos aquel miembro que para esos instantes era nuevamente presa de su deseo. El no quiso esperar y allí, bajo la ducha, abrió las piernas de mujer, levantándola por los muslos, quedando ella recostada contra la pared. En un santiamén la penetró. Empujaba con inusitada energía y eran veloces sus arremetidas. Ella solo atinaba a mover sus piernas alrededor de su tronco, como queriendo retenerlo y estimular a que continuara haciendo aquello por toda la eternidad.

Esa escena duró más bien poco. El muchacho empujo con bastante velocidad y pronto, bien pronto, se notó como apretaba sus nalgas y quedaba presionando contra ella, lo cual indicaba que ya había descargado su semen. Lo bueno vino después, pues de inmediato él le pidió que le mamara su verga, que aún palpitaba, y ella con inusitada premura, así lo hizo. El negro permanecía recostado sobre la pared y ella lamía una y otra vez su verga mientras el agua corría sobre sus cuerpos.

No duró mucho aquello pues su pene, no obstante toda la voluntad del muchacho, poco a poco fue perdiendo su dureza. Ella hizo lo que pudo y succionó aquel miembro hasta que más, pero ya era suficiente. La sesión había acabado. 

Terminaron de bañarse, se secaron y él, generosamente, ayudó a vestirla, no dejando de prodigarle besos y caricias mientras lo hacía, lo cual quizá pretendía avivar de nuevo la pasión, pero ya era tarde y lo hecho había sido lo esperado. Así que entre besos y palabras de agradecimiento, pusieron fin a la noche y se despidieron. ¡Qué faenita! Lo cierto es todos disfrutamos y quedamos contentos. Ya habrá una próxima oportunidad…

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