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Mi vecina Rosa (4)

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Aunque parezca mentira, me tenía enganchado, ansiaba abrazarla, protegerla.

Aquella tarde apareció con una camisa de cuadros y un pantalón vaquero, el pelo se lo había recogido en una coleta. Estaba para comérsela. Le pregunté por Ángel y me respondió que había preferido quedarse en casa. Íbamos caminando carretera abajo sin decir una sola palabra hasta que decidí romper el silencio. Bueno, creo que tienes algo que contarme.

– Lo primero que quiero decirte es que nada de lo que ha pasado en mi vida anterior, tiene que ver con lo que ahora siento contigo. Te cuento esto porque no quiero que te sientas mal, lo tuyo es diferente.

-Cuando nos casamos, yo quería a Ángel más que a nada en el mundo. Estaba enamorada hasta la médula. Él trabajaba como relaciones públicas para una cadena de hoteles. Compramos una casa en Alicate, cerca del hotel donde trabajaba. Su sueldo no era muy alto, por lo que a finales de mes pasábamos apuros para pagar la hipoteca y seguir viviendo. Estuvo buscando otro trabajo en el que ganaba más dinero y le ofertaron, dentro de la misma cadena, trabajar en Alemania, en la zona de Babiera.

Yo le animé y al poco tiempo nos fuimos. La verdad es que económicamente mejoramos mucho, además de en sueldo más crecido, el hotel nos proporcionaba alojamiento y comida por lo que, sacando nuestros gastos, ahorrábamos prácticamente todo el sueldo. Siempre habíamos dicho que cuando pagáramos la casa de Alicante volveríamos. Pasaron unos años y no sólo pagamos la casa, sino que teníamos algo de dinero. Ángel no quería volver, decía que estaba a punto de ascender en su profesión y que el ascenso se lo respetarían cuando regresáramos aquí a España. Pasaba el tiempo y el ascenso no llegaba.

Un día volvió del trabajo muy preocupado. Dijo que su jefe había interpretado mal un comentario suyo y que estaba muy indignado, que aquel mal entendido había tenido repercusión con unos buenos clientes y que podría incluso perder su empleo. Intenté consolarlo, diciendo que nos volveríamos a España, que viviríamos en la costa y que seríamos felices. Él se empeñó en quedarse hasta que aquel problema se solucionara, apelando a su orgullo profesional, etc.

Conocíamos bastante bien a su jefe, un hombre con casi sesenta años, con buena presencia, alto y fuerte como un roble. Habíamos cenado algunas veces con él y coincidido en varios actos organizador en el hotel: jubilaciones de compañeros, aniversarios… Últimamente noté que no me quitaba el ojo de encima y se excedía en detalles y cortesías conmigo, pero no le di la mayor importancia, soy bastante abierta en el trato con las personas y no estoy de mal ver, así que son bastantes los hombres que me miran con descaro o incluso me insinúan alguna aventura.

Tal vez, me dijo un día Ángel, si organizamos un encuentro que parezca casual con mi jefe, entre los dos le podamos hacer ver que queremos que las cosas vuelvan a su cauce y marcharnos para España lo antes posible. Me pareció buena idea. Simulamos que era nuestro aniversario de boda para invitar a cenar en casa a unos amigos, entre los que se encontraría este señor.

El día señalado, Ángel había salido por la mañana de viaje a Friburgo, pero llegaría a la hora de la cena. Todo estaba preparado. Hasta conseguí unas botellas de vino de la Ribera del Duero y me puse un bonito traje de noche para realzar mis encantos. Llegaba la hora de la cena y Ángel no daba señales de vida, comencé a ponerme nerviosa. Sonó el timbre y aparecieron su jefe y otro señor que se encargaba de las finanzas del hotel, creo. Les hice pasar y les serví unas copas.

– Enseguida viene Ángel.

Poco después sonó el teléfono. Era mi marido. Estaba muy nervioso, dijo que había perdido el avión y que hasta el día siguiente no podría volver.

– Atiéndelos lo mejor que puedas, cariño…, lo mejor que puedas, y colgó.

Triste y sin saber muy bien qué pasaba volví al salón. Los dos hombres reían a carcajadas. Se sentaron cada uno a un extremo del sofá y me invitaron a sentarme entre ellos.

– No tienes que entrar en detalles, si no quieres. Rosa comenzó a sollozar. – No quieres saber la verdad, pues aquí la tienes.

Continuó con su relato. Los dos estaban pasados de copas. El jefe de mi marido tomó la iniciativa. Tiró del amplio escote de mi vestido y se asomó.

– A ver que tenemos aquí… ¡Hombre dos pastelitos!, el de la derecha para mí y el otro te lo comes tú, dijo a su compañero. Me sentí en el más bajo y sucio arrabal del mundo. Estaba a punto de vomitar y la cabeza me daba vueltas. Ángel no podía hacerme esto.

Los dos hombres comenzaron a sobarme las tetas y a tocar mis piernas. Luego comentaron que harían un sorteo para ver quien me follaría primero. No podía aguantar esa situación. Puse mis manos en cada una de las erecciones y comencé a pajearlos por encima del pantalón.

– No hace falta, creo que voy a poder con los dos juntos.- Vaya, Ángel no nos había dicho nada de esta habilidad de su mujercita. – Ángel no me conoce todavía.

Desabroché el pantalón del jefe y dejé su polla al descubierto. Acerqué la boca y golpeé mis labios repetidamente con el miembro duro de aquel hombre. Mientras, mi otro acompañante se había desnudado de cintura para abajo y de pie, cogió mi mano y la llevó hasta los huevos dándose una friega con ella, cuando la soltó comencé a hacerle una paja. Sólo rozaba con la lengua el capullo de jefe, lo que, aparte de excitarle, le desesperaba. Se levantó del sofá y se desnudó por completo. Yo aproveché para quitarme también mi maravilloso vestido de fiesta y mi sujetador.

-Ven aquí, zorra, y chúpamela como es debido. – ¿No te gusta como lo hago? Dije mientras me ponía de rodillas, – Pues a tu polla parece que sí…

Pasé mi lengua a lo largo de su miembro para meterla después por completo en mi boca. Sujetó mi cabeza para que no pudiera sacarla.

– Así, Así, cómetela toda, fóllame con tu boca.

Cuando conseguí desprender mi cara del vientre de aquel hombre me levanté y seguía pajeándolo. Miré a su compañero.

– ¿A ti no te gusta que te la chupen? – Me gusta que me la chupes tú, sabes mejor que nadie comerse un rabo. Toma este.

Me empleé a fondo con el segundo hombre. Tenía a los dos para explotar. Empujé al jefe hacia el sofá para que se sentara.

– ¿Sólo te gusta follar por la boca?, o quieres abrirme el coñito con este pedazo de carne. Me senté sobre él, dándole la espalda.

Me puse la polla en la puerta de mi abertura y poco a poco me fui dejando caer hasta que la noté toda dentro. Subí y bajé varias veces despacio para lubricarme.

– Acércate, dije al compañero, quiero mamártela como nadie te la ha hecho antes. Acompasé mi ritmo para dar placer a los dos hombres a la vez.

– El primero que se corra tiene premio, quiero vuestra leche. Toma la mía zorra. Gritó con voz entrecortada el jefe mientras arqueaba la espalda. Noté su chorro cálido inundarme el coño. Me separé despacio de él. – Ahora me tienes toda para ti solo. – No aguanto maaaaas.

Un caño de semen se estrelló en mi pecho mientas masajeaba los huevos del segundo. Restregué el liquido pastoso por mis senos mientas miraba como el miembro que tenía ante mis ojos perdía su dureza.

– Quiero mi premio, he sido el primero. Reclamó el jefe.

Me puse de rodillas entre sus piernas y limpié su polla con la lengua y la boca hasta que no quedó rastro de la tremenda corrida que había disfrutado.

– Bueno, ¿creo que lo habéis pasado bien?

Los dos hombres asintieron con la cabeza, sin fuerzas para articular palabra. Al rato, comenzaron a vestirse despacio, mientras fui al aseo. Nos despedimos en la puerta.

– Si queréis algo de mí, les dije cuando se marchaban, no os molestéis en venir a casa, me puedo pasar por la oficina o por donde me digáis. Cerré la puerta y lloré sin consuelo.

Al día siguiente llegó Ángel. No se atrevía a mirarme a la cara. Yo, muy fría, hablaba como si no hubiera ocurrido nada. Así estuvimos un rato hasta que se desmoronó en sollozos.

– Lo siento, cariño, no tengo perdón, se que no tengo perdón, pero no me dejes, por lo que más quieras, no te vayas de mi lado. 

– No te preocupes, me vas a tener siempre cerca, le contesté con ironía. Me miró fijamente y secó sus lágrimas. 

– El mes que viene, volvemos a España. 

– Ahora soy yo quien no quiere irse, repliqué.

A partir de ese momento comencé a tirarme a cuantos empleados del hotel se pusieran por delante: cocineros, conserjes, botones, camareros. A todos. Alquilé una habitación en otro hotel cercano a este y la voz no tardó en correrse entre los empleados que acudían allí en busca de mis favores. Cuando me cruzaba con el jefe de mi marido o con su amiguete, les decía:

– Qué, ¿echamos otro polvete o quieres una mamada como la del otro día?

Quería que ese par de tipos no se relamieran creyendo haber probado algo exclusivo. Quería que supieran que cualquiera podía disfrutar de mi cuerpo, que lo que aquella noche ocurrió estaba al alcance de todos sus empleados.

Cuando creí que había cumplido mi objetivo, Dije a Ángel que nos veníamos a España. Él pensó que con nuestro regreso su calvario terminaría y que todo seguiría como tantas veces lo habíamos soñado. Nada más lejos de la realidad, vendimos la casa de Alicate, tras su "merecido ascenso", Ángel no volvió a trabajar en el hotel y nos hemos alejado de la costa cuanto hemos podido.

Vimos una promoción en un folleto turístico de esta sierra, vinimos de visita, nos gustó y aquí nos hemos instalado. Ya lo sabes todo. Pero nunca pienses mal de mí. Con mi cuerpo no he sacado dinero ni placer. Lo he usado para salir de una situación frente a los jefes de mi marido. No discuto que la solución que adopté podría haber sido otra mejor, pero la realidad es esta, y no me arrepiento de nada de lo que he hecho.

– Podría reprocharte que me has utilizado en tu particular venganza, pero no lo haré, le dije mientras ponía mi brazo en su hombro.- Te equivocas ya te he dicho que con nadie antes he sentido tanto placer. Desde aquel día no me había sentido una mujer hasta que me tocaste la pierna por debajo de la mesa.

Tú me excitas, quiero hacerme inolvidable para ti. Lo que siento por ti, no sé si es amor, pero si no lo es, debe faltarle muy poco. Estaba a punto de levantar el castigo a Ángel cuando apareciste, creo que puede aguantar otra temporada y así no nos molestará.

No podía quitarme a Rosa de la cabeza. La imaginaba por todas partes, tenía que desviar mi atención con alguna actividad para apartarla de mi pensamiento, pero de nuevo aparecía ella en mi mente dispuesta para acompañarme en mis fantasías más inconfesables. Esto me provocaba un estado continuo de excitación. A veces miraba por la ventana con la esperanza de ver su silueta a través de las cortinas de la casa o pendiente de sus plantas en el jardín.  Yo, desde luego, era bastante menos discreto y creo que se me notaba la pasión con que la miraba cuando iba a casa de mis suegros o nos cruzábamos de forma fortuita. En cambio, ella disimulaba nuestra relación de forma admirable, Cualquiera que nos viera charlar no podía imaginar lo que en ese momento pasaba por nuestras cabezas.

Cada vez que podíamos nos destrozábamos en el desenfreno del sexo sin más limitaciones que nuestra fantasía, o cuando las circunstancias nos obligaban, buscábamos la forma más discreta de apagar el fuego que ardía sin control entre nosotros.

 

Continuará.

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