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Matilda, guerrero del espacio (capitulo 20)

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—El programa de acorazados imperiales, surgió de un intento del emperador por duplicar, de alguna manera, el poder suplementario que proporcionan los núcleos místicos a las naves estelares. Fue un fracaso porque cuando comenzó la guerra, los mejores ingenieros de Numbar y de la galaxia se alinearon con el Consejo. Los que diseñaron el acorazado cometieron muchos errores, pero uno principal, no supieron darle la solidez necesaria para aguantar el descomunal empuje de sus reactores: los mayores que se habían construido nunca. —Camaxtli y una delegación de ingenieros, estaban intentando convencer al Consejo para que les permitiera poner en servicio los acorazados.

—¿Pero por qué es una nave tan descomunal? —preguntó un consejero.

—El emperador quería un arma definitiva, un arma autónoma. Una unidad capaz de operar permanentemente por la galaxia sin tener que tocar puerto. Puede llevar dos escuadrones de cazabombarderos, más otros dos de transbordadores y lanzaderas para apoyar a la infantería. Puede alojar un regimiento con toda su intendencia, —Camaxtli apoyaba sus explicaciones haciendo indicaciones sobre un plano holográfico—. Hace tres años conseguí los planos de los acorazados y he estado trabajando en ellos en mis ratos libres. Mis colegas han estudiado mi trabajo y todos estamos de acuerdo: podemos poner plenamente operativas las dos unidades.

—¿Cuánto se tardaría?

—Cuatro meses.

—No sé, —dijo otro consejero—. Nos ha empezado a ir bien en la guerra y…

—Vamos a ver, creo que no terminan de entender la cuestión, —le interrumpió otro ingeniero—. Los cruceros pesados clase Atami, como lo es el Tharsis, tienen una vida operativa de 20 años. El Atami, y el actual Atlantis van ya por los 37, y el Tharsis 35, y eso la pasó factura en su combate contra Ahydim. El grupo de cruceros pesados va a ir cayendo irremediablemente: sí o sí. El escenario de un conflicto largo no es viable.

—Así es. Tenemos los proyectos de las nuevas unidades, pero hasta que sean una realidad pueden pasar años, —afirmó Camaxtli—. Los cruceros imperiales más viejos de la clase Imperator, no tienen más de diez años y se siguen construyendo. Tenemos la posibilidad de disponer dos unidades claramente desequilibrantes en el conflicto.

—Efectivamente. Elevaríamos a un nivel superior la capacidad táctica de nuestra flota. Nuestro grupo de cruceros pesados actuarían en coordinación con las dos unidades mayores.

Los consejeros estuvieron deliberando y al final tomaron una decisión. Los astilleros de Raissa, se dedicarán primero a reparar las unidades averiadas en la batalla de Evangelium. Solo después, Raissa dedicara toda su capacidad a los acorazados.

En los siguientes meses, Matilda y Súm, junto con otros jefes militares, lideraron diversas operaciones a través de los corredores de Evangelium. El objetivo era consolidar el avance federal por toda la galaxia. Con el grueso de la flota imperial en torno a Axos, el resto de unidades imperiales, aisladas y diseminadas por la galaxia, fueron presa fácil. La presencia imperial se iba difuminando por la galaxia como una nube de vapor. Cuando la flota estuvo nuevamente operática, se reunió el Estado Mayor. Quedaba pendiente un gran objetivo, que se había ido postergando por cuestiones operativas y logísticas, pero ya no era posible seguir apartándolo.

—Habíamos pedido a Matilda que estudiara un plan de actuación preliminar, pero por razones que yo comprendo perfectamente, ha declinado el encargo. Finalmente, el Estado Mayor ha acordado encargar los planes de batalla a la almirante Rizé y al general Burk. Señores, señoras, nuestro próximo objetivo: Numbar.

—Hace dos años, nunca nos habríamos planteado una operación como está, —comenzó a exponer el general Burk— pero ahora, gracias a Matilda, y en los últimos meses a la Princesa Súm, podemos hacerlo. Será el mayor esfuerzo de guerra desde que esta empezó. Casi 600 naves, de las que la mitad son los transportes del millón de soldados de la fuerza de invasión, con todos los equipos necesarios, carros de combate, artillería e intendencia. 600 transbordadores y lanzaderas, más 700 cazabombarderos, que se ocuparan del apoyo aéreo. Enfrente, 1.800.000 tropas imperiales, fuertemente armadas y fortificadas, con un apoyo aéreo, que sepamos, de unas 2.000 unidades en total. En la orbita, lo que queda de la flota imperial fuera de Axos. Este es el momento idóneo. Sin los corredores de Evangelium, el emperador tardaría en llegar con el grueso de la flota dos meses. La almirante Rizé, dirigirá las operaciones de órbita y de batalla frente a la flota imperial. Yo dirigiré el desembarco y las operaciones de ocupación de territorio. Según los informes de que disponemos, el grueso de las fuerzas enemigas se encuentran en torno a ciudad Numbar. De acuerdo con Matilda, intentaremos presentar batalla en la zona de los Cerros Misteriosos. Es una zona en la que el enemigo podrá utilizar sus carros de combate, pero nosotros también. La dirección de batalla es de Matilda, que mandara personalmente al 1.º y 2.º Ejército Federal, La Princesa Súm, dirigirá su 5.º Ejército y el general Tokat, los cuerpos de ejército 16 y 22. Señores, a partir de ahora, y por motivos de seguridad, nos referiremos a esta operación de invasión como operación “Puño Mortal”, y comenzara en dieciséis días.

Mientras los preparativos seguían su curso, la Princesa Súm, Ramírez y sus escoltas mandorianos, tuvieron que ir a Mandoria, donde el referéndum constitucional era inminente. Dos días después, por aplastante mayoría, se aprobaba la constitución y se proclamaba la República Constitucional de Mandoria. Pero a la satisfacción inicial de la Princesa por la aprobación, ocurrió algo imprevisto que la cabreó, y mucho. Una iniciativa popular, forzó la celebración de otro referéndum, para nombrar a Súm jefe de estado vitalicio con el título de reina.

—¡Una reina en una república! —gritó desaforada al canciller Uhsak, cuando descubrió que estaba detrás de la iniciativa—. ¿Se te ha ido la hoya? ¿Dónde se ha visto eso?

—En el oscuro, —susurró Ramírez.

—Bueno, sí, en el Sector Oscuro hay algo semejante, ¡pero igualmente absurdo!

—Mi señora, piensas que es cosa mía y en realidad no es así, aunque estoy de acuerdo con el cien por cien de la propuesta y por eso la he impulsado. Muchos ciudadanos han pasado por mi despacho para pedírmelo, y muchos más me han mandado correos pidiendo lo mismo: tengo miles archivados en los computadores del palacio, —el canciller intentaba calmarla y explicar la situación—. La gente, los ciudadanos, tu pueblo, en la jefatura del estado no quiere a políticos en los que no confían. Te quieren a ti: quieren a su Princesa, y esa, aunque no te guste, eres tú.

—¡Joder! ¿Pero por qué? Pueden elegir a quien quieran, y mandarlo a tomar por el culo si no lo hacen bien. Además, soy una princesa de pacotilla, ya os dije que anteriormente nunca había entrado en el puto palacio real.

—Eso no importa, tu pueblo te quiere y te respeta. Podías haberte quedado con el trono y nadie habría hecho la más mínima objeción. En lugar de eso, lo entregaste al pueblo. No vas a ganar en algo que es inevitable por mucho que te encabezones, mi señora.

—Pero es que sigo sin entenderlo…

—Pues es fácil de entender. Muchos de los políticos de Mandoria, aunque no han colaborado abiertamente, si han coqueteado con el Imperio. Tú le has mostrado al pueblo, no solo tu valor, que te sobra, también tu honestidad y tu honradez. Por eso te quiere ahí, para que nos controles a nosotros. Deberías leer los escritos de un grupo de filósofos de la Tierra de su siglo XIX. Demostraban como el contacto con el poder corrompe, y con el poder absoluto, corrompe absolutamente.

—¿Cómo se llamaban?

—Son varios: Proudhon, Bakunin, Malatesta, entre otros. Es difícil que encuentres sus escritos, la vorágine capitalista lo arrasó todo en su siglo XXI, y convirtió el planeta en la pocilga inhabitable que es hoy. Cuando los quieras leer, dímelo, yo te los presto.

—Habla con “tus” promotores, y diles dos cosas. La primera que no voy a ser reina de ninguna manera, como mucho seguiré como princesa y siempre y cuando se elimine cualquier tipo de boato, protocolo o parafernalia de ese tipo. Segundo, no será vitalicio, podré ser revocada por referéndum.

—No habrá problema, —dijo sonriendo el canciller—. ¿Estarás aquí para el referéndum?

—Imposible. Uhsak, ahí fuera la guerra continua. Estamos en un momento crucial.

—Lo sé, lo sé, el reclutamiento en el ejército va muy bien, muchos jóvenes se están alistando gracias a ti, y a tus victorias.

—Quiero que estudies esto, —dijo finalmente entregándole una tableta electrónica—. Quiero conectar todas las casas del planeta con fibra óptica neuronal. Así, se podría consultar a los ciudadanos, sin tanto lío de urnas, y más a menudo.

—Esto puede resultar muy complicado, mi señora.

—Pues para eso estáis los políticos, para tener ideas y para resolver los problemas: no solo para confabular contra mí. Y esa es la primera fase. En la segunda hay que conectar todas las colonias exteriores del reino republicano este que habéis creado.

Unos días después, la Princesa, Ramírez y sus escoltas, partieron rumbo a Evangelium, donde se estaba concentrando la flota de invasión. Nada más llegar, se reunió con Matilda y la encontró muy cabreada.

—¿Te puedes creer que a última hora tienen dudas? Voy a empezar a estrangular consejeros de un momento a otro.

—¿Y el general Burk que dice? —preguntó la Princesa Súm.

—Que va a decir. Ahora está reuniéndose con unos y con otros, igual que Rizé.

—¿Pero que argumentan? —preguntó la princesa sin entender nada.

—Que hay que esperar una semana para estar más seguros, —respondió Matilda—. ¿Más seguros de qué? Tenemos un millón tíos amontonados en los transportes, mientras ellos tienen los huevos bien descansados.

—Tía, tranquilízate. Burk y Rizé lo arreglaran.

—¿Qué me tranquilice? Que podemos esperar de esta banda de… de…

—¿De qué? —preguntó riendo.

—¡No sé! No se me ocurre nada lo suficientemente burro. ¿Te has dado cuenta de que tú y yo somos las únicas mujeres del puto consejo? ¿Qué pódenos esperar de este atajo de… hombres?

La Princesa se meaba de la risa junto con Ushlas, que durante todo el tiempo había asistido, silenciosa y divertida, al arranque de furia de Matilda.

—Míralas, las dos… pitufas.

—¿Qué es una pitufa? —preguntó Súm a Ushlas.

—Algo azul de la Tierra, pero no lo tengo claro.

Burk y Rizé entraron en la habitación, interrumpiendo la conversación.

—Os doy mi palabra, de que en la vida he visto a tíos con la cabeza tan dura, —exclamó Rizé sentándose en un sillón—. Me duele la cabeza de discutir con ellos.

—Ya sabéis que los políticos si no ponen problemas no se quedan tranquilos, —añadió el general Burk—. Lo que importa es que la operación “Puño Mortal” se pone en marcha, mañana a las 4:00, hora de la flota.

Unos minutos después, el general Tokat se unió a la reunión y juntos ultimaron detalles concretos de la operación.

Cinco horas antes del ataque, la Princesa Súm estaba en su transporte con parte de sus tropas. Ramírez montó un parapeto con cajas de equipo en un rincón y metió detrás a la Princesa. No la pareció bien, pero no se quejó. Apoyó su espalda contra el fornido pecho de Ramírez y se dejó abrazar.

—Vamos nena, relájate,  —decía Ramírez con suavidad. Él, mejor que nadie, sabía, que la víspera de entrar en combate, la Princesa siempre estaba tensa.

—Estoy preocupada. Se me ocurren cincuenta mil cosas que pueden salir mal.

—¿Tantas? No creo.

—Claro que sí. Tío, nunca he dirigido tanta gente. Trescientos mil soldados. ¡Es una pasada!

—No es ninguna pasada: para ti no. Matilda liderara la batalla y mandara directamente a seiscientos mil soldados.

—¡Yo no soy Matilda!

—¡Claro que no!, tú eres la Princesa Súm, pero eres igual de importante que ella. ¿Por qué no quieres reconocerlo? Ella misma te lo dice.

—¡Joder tío! Aun recuerdo el día que la conocí. Me ofreció el escuadrón de la Tharsis, y fui la mujer más feliz del mundo. No solo la había conocido, además confiaba en mí.

—Pero no solo ella, todos confiamos en ti. Tu escuadrón, este ejército con el que entraras mañana en combate, tú pueblo. Tú fíjate lo especial que eres que en unos pocos meses has conseguido que tu pueblo, que nunca había oído hablar de ti, te adore, —no la dejó rebatirle, la sujeto la cara, la beso en los labios mientras la otra mano penetraba por dentro del pantalón y se alojaba en su entrepierna. Ella, inmediatamente apretó la vagina contra su mano.

—Nos van a ver, —susurró con la voz entrecortada.

—Tranquila mi amor, —siguió estimulándola hasta que notó cómo la excitación de Súm aumentaba. La Princesa se retorció entre sus brazos mientras aprisionaba la mano de Ramírez con sus muslos. La tapó la boca con la mano para que no se la oyera. Cuando empezó a calmarse, la quitó la mano de la boca y la Princesa aprovecho para besársela.

—Haces conmigo lo que quieres, —susurro.

—Eso no es cierto, mi amor. Si por mí fuera, te tendría permanentemente en una cama y te follaría a todas horas, —contestó riendo—. Y no como hasta ahora, entre batalla y batalla. Ya sabes que soy muy básico.

Por encima de las cajas del parapeto, apareció la cara de uno de los soldados de su escuadrón de siempre. Les tendió dos vasos de licor mandoriano. Las mejillas de la Princesa adquirieron un tono oscuro, llamativo, mientras miraba a Ramírez.

—Mi señora… mi señor, —dijo el soldado que tenía otro vaso de la mano—. Por nuestra Princesa favorita. Por cierto, si me permite… y sin querer faltarla al respeto, quiero decirla que cuando se sonroja… bueno no puedes porque eres azul… pero ya me entiendes… cuando sus mejillas se ponen… azul oscuro… pues eso… eres mucho más mona de lo que ya eres.

La Princesa le miraba con los ojos como platos y la boca abierta, mientras Ramírez se partía de la risa.

—Juan, —preguntó finalmente Ramírez—. ¿Cuántos de esos llevas?

—Pues… unos pocos, —reconoció el soldado con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Y ese ya ha sido el último?

—Por supuesto, mi señor, ha sido el último. Antes de irme quiero decir, si me lo permite, —y sin esperar respuesta, el soldado continuo—, que todo lo que he dicho es absolutamente cierto. Princesa, eres muy mona, y así mucho más.

—Lárgate ya, anda, —le ordenó Ramírez.

—A la orden.

—Por cierto ¿qué es una pitufa? —preguntó la Princesa a Ramírez, que casi se atraganta.

—¿Quién te ha hablado de eso?

—Matilda. A Ushlas y a mí, nos ha llamado eso.

—¿Os estabais metiendo con ella? —preguntó Ramírez riendo.

—Un poco.

—No te preocupes, no es nada malo. Es una cosa azul de la Tierra. Recuérdamelo cuándo regresemos a Mandoria.

A la hora fijada, todo estaba preparado. El grueso de la flota de combate de la almirante Rizé entró en el corredor seguida por los transportes del 16 y 22 cuerpos de ejército del general Tokat que asegurarían las zonas de desembarco. Cuando llegaron a Numbar, los cruceros federales se lanzaron contra la flota imperial pillándola desprevenida. Las fragatas aseguraron la ventana por la que comenzarían a descender los cargueros, protegidos en todo momento por las corbetas. Una hora después de comenzar la operación, las fuerzas del 1.º y 2.º Ejército al mando de Matilda, comenzaros a llegar a Numbar. Desde el puente de su transporte, con un solo vistazo, vio que las operaciones marchaban bien. Dentro de la descomunal maraña que formaban varios cientos de naves disparándose entre si con saña, vio que las unidades al mando de la almirante Rizé, maniobraban con criterio, mientras que las naves imperiales hacían lo que podían.

—Mi señora, la comandante Ushlas informa de que el centro de mando avanzado está instalado, —dijo el capitán del transporte—. Cuatro divisiones operan ya sobre el terreno y que en estos momentos se procede a desembarcar las unidades de artillería acorazada.

—Gracias capitán, ¿cuánto queda para descender?

—Seis minutos.

—Por favor, informe a la comandante Ushlas de que en diez minutos estoy en la superficie.

Durante unos minutos, Matilda observó como los transportes, de cuatro en cuatro, iban atravesando la atmosfera creando unas enormes bolas de fuego.

—Tenemos luz verde del control central, capitán.

—Entendido. Informe al control que entramos. Motores a media, escudos ventrales a plena potencia, inclinación sobre el vector 30º, amortiguadores de inercia al máximo, estabilizadores de proa conectados.

La nave vibraba como si fuera a deshacerse. En ocasiones, grandes llamaradas lamían las ventanas laterales del puente.

—Díez segundos para salir de la zona de fricción, capitán. Cinco segundos.

—Estamos fuera. Recibimos fuego antiaéreo.

—Recobramos control de navegación. Rumbo 261443. Recobrando vector

—Velocidad de entrada, 872 kpm.

—Rumbo fijado. Vector fijado.

—Reduciendo velocidad.

—Las corbetas nos protegen.

—Cambiando a amortiguadores de descenso.

—Punto de aterrizaje a dos minutos.

—Impacto en los escudos de estribor. No hay daños.

—Velocidad de aproximación 295 kpm.

—Desplegando amortiguadores de aterrizaje: tren fuera, —y después de una breve sacudida—. Estamos en tierra. Abriendo portones frontales y laterales. Expandiendo escudos de energía a 200 metros.

—Distancia al suelo 8,20.

—Abriendo portón ventral.

Matilda no llevaba el arnés místico, llevaba equipo de infantería, y salio por un portón lateral seguida por su fiel asistente que igualmente vestía de infantería, portaba un rifle de partículas y a la espalda llevaba una unidad de transmisiones. Mientras, las enormes unidades de artillería autopropulsada, salían por el portón principal. La brigada de la 116.ª División, que transportaba la nave, iba saliendo con orden, y agrupándose por escuadrones, se alejaban hacia sus puntos de reunión fijados de antemano. Fuera de la protección del escudo de la nave, la artillería imperial levantaba enormes columnas de tierra y fuego, y los proyectiles que impactaban en el escudo, explotaban formando, visto desde el interior, una masa multicolor con predominio de rojos y naranjas. Un cabo, que reconoció del escuadrón del Tharsis, se aproximó corriendo.

—La comandante Ushlas me envía para que la acompañe al centro de mando, mi señora—dijo el soldado cuando llegó a su posición.

—Adelante cabo, te seguimos, —y mirando a su asistente añadió—. Y tú, baja bien la cabeza.

Cuando llegaron al límite del escudo de energía, que terminaba cuatro o cinco metros por encima de la superficie, como un gran paraguas, se detuvieron.

—La artillería imperial hace descargas cerradas cada quince segundos, mi señora, —dijo el cabo. Esperaron hasta que los proyectiles enemigos batieron el terreno y entonces salieron corriendo. A los quince segundos volvieron a parar y se refugiaron tras unas rocas. Cuando cayeron los proyectiles, salieron de su refugio y comenzaron a correr. Veinte minutos después, con varias paradas de seguridad y cubiertos de polvo llegaron al centro de mando.

—¡Atención! La comandante en jefe, —exclamó un oficial cuando Matilda apareció por la puerta.

—Buenos días señores, —exclamó Matilda haciendo una indicación con la mano para que nadie se cuadrara.

—Todo va según lo previsto, —dijo Ushlas inclinándose sobre el mapa de operaciones—. Tokat, con sus cuerpos de ejército ya está presionando las líneas enemigas en el sector occidental. Las 87.ª, 99.ª y 118.ª divisiones avanzan por el sector central. Han dejado atrás varios reductos fortificados de cierta importancia. El resto de divisiones se están agrupando en las zonas convenidas.

—Muy bien. No quiero núcleos de resistencia por detrás de nuestra línea ofensiva, —dijo Matilda estudiando la maraña de anotaciones que ya tenía el mapa—. ¿Tenemos ya apoyo aéreo?

—Afirmativo. Dos escuadrillas de cazabombarderos están operativas, el resto, por el momento, están en las operaciones de flota.

—Que la artillería de la 2.ª división acorazada converja sobre los reductos y los machaque con sus morteros pesados. Que una escuadrilla apoye el ataque, y que la otra siga apoyando a las unidades de vanguardia.

—A la orden.

—Según tengamos disponibles más escuadrillas, que se incorporen a las operaciones de vanguardia.

Mientras tanto, en Evangelium, los primeros transportes en descargar tropas, regresaban vacíos para transportar el resto de tropas que quedaban por embarcar, y que estaban estacionados en un sistema cercano.

La princesa Súm, abrió los ojos, y miro el reloj. Había podido dormir un par de horas, recostada sobre el pecho de Ramírez. Sentía el estómago atenazado por los nervios previos a la batalla. Sabía que todo iba bien, porque si no la hubieran avisado. Su cabeza bullía de pensamientos de todo tipo, alegres y sombríos. Se giró un poco para poder mirar a Ramírez. Pensó en lo mucho que le quería, en cuantas veces ha soñado con una galaxia en paz, y poder irse con él a algún lugar apartado, salvaje, rodeados de naturaleza, que sabe que a él le encanta, mientras ella escribía cuentos. Sonrío cuando recordó el día que dijo que si alguna vez ella era reina, él quería ser su bufón para hacerla reír. Un conato de lágrimas llegó a sus ojos cuando recordó al sargento, su otro compañero de juegos, muerto hacia ya un año. Protegida por la impunidad del parapeto, se desabrochó el pantalón e introdujo la mano de Ramírez en su entrepierna. Estaba frotando su vagina con la mano del capitán, cuando se dio cuenta de que estaba despierto. Ramírez la atrajo hacia si, y la dio un profundo beso mientras su mano la masajeaba la vagina. A los pocos segundos tuvo un orgasmo amortiguado por los labios del capitán. Cuando se tranquilizó, Ramírez la acaricio la mejilla y la colocó el flequillito.

— Pues ya no me queda licor, —se oyó al otro lado de parapeto. Ramírez soltando una carcajada vio como las mejillas de su amor volvían a tornarse azul oscuro.

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