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Tengo 18 y me inició un cincuentón

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Esto es así desde que a los trece años descubrí mi homosexualidad. Había en la escuela compañeros que me acosaban, pero yo no les hacía caso porque los chicos de mi edad nunca me excitaron y en cambio yo seguía soñando con esos hombres entrados en años, aunque a esa tierna edad nunca pude concretar nada.

Ahora, a los dieciocho años, estoy por ingresar a la Universidad y tengo la suerte de haber entregado mi culo y mi boca a varios señores.

Déjenme decirles que soy un lindo chico de facciones delicadas, grandes ojos oscuros, cabello enrulado de color castaño, nariz breve y recta y labios carnosos.  Mi cuerpo delgado tiene algo de femenino, pero está lejos de caer en lo grotesco, sólo algunas curvas largas y suaves. Soy lampiño y tengo la cintura alta y estrecha, culo empinado, redondito, y piernas largas, de rodillas finas y muslos llenos y bien torneados, más mórbidos que musculosos y cubiertos por una suave pelusita apenas perceptible sobre la piel clara y tersa.

Mi iniciación ocurrió hace tres meses con un hombre de unos cincuenta años. Yo estaba tomando una gaseosa en un bar y él no dejaba de mirarme desde una mesa cercana. Era robusto, calvo y canoso vestido de traje y corbata.

Yo, aunque nervioso, le devolvía las miradas y en un momento decidí ir hasta el baño, para que pudiera verme completo y apreciarme gracias a la ropa ceñida que me gusta usar. Al volver a la mesa vi que el tipo no sólo me miraba, sino que además me dirigía sonrisas que se me ocurrían medio perversas y eso me calentaba todavía más. De pronto el tipo, que había estado escribiendo algo en un papel, se puso de pié y al ir hacia el baño dejó ese papel sobre mi mesa: seguime hasta el auto, decía la esquela. Cuando volvió del baño se inclinó hacia mí y murmuró junto a mi cara: -Seguime, lindo. –y lo seguí, claro.

El auto era de alta gama y tenía vidrios polarizados. Apenas me senté junto a él, me dijo: -Me llamo Ernesto ¿y vos?

-Jorge…

-Sos muy lindo, Jorgito.

-Gracias, señor…

-Y a mí me gustan mucho los chicos lindos… -le sonreí aunque algo inquieto, porque no sabía qué iba a querer él de mí. ¿Y si me quería como activo? Eso ni loco. Tampoco un ida y vuelta. Yo adoro que me la metan y me la hagan chupar y tragar toda la lechita., pero de activo nada.

Entonces, para terminar con la incertidumbre me animé a preguntarle: -A usted que… qué le… qué le gusta de mí, señor?

Él, tal vez sorprendido por la pregunta rió y dijo:-Cuando fuiste al baño te miré bien; el culito, las piernas. Eso me gusta, y tu carita de nene, claro.

-Ah, ¿vió? Tengo 18 años pero no parece, ¿cierto? –dije ya tranquilo y seguro de que el tipo quería cogerme.

-Para nada, lindo, yo te daba quince.

Poco después llegábamos a su departamento, un piso en la quinta planta de un edificio en Puerto Madero, uno de los barrios más caros de la ciudad. El señor me guió para que conociera todos los ambientes, cocina y baño incluidos, y dejó el dormitorio para el final. Era un departamento lujoso y el dormitorio no era la excepción. La cama era gigantesca, con un cobertor color arena. Mientras yo miraba todo, él, que durante la recorrida se había quitado la chaqueta y la corbata, iba desvistiéndose hasta exhibirse con un bóxer bajo el cual la pija le abultaba un poco.

-Vamos, lindo, desnudate y mostrame todo… -me dijo mientras yo no podía dejar de mirarle el bulto, que estaba cada vez más grande.

-Sí, señor Ernesto, claro… -dije y empecé enseguida a quitarme la ropa, devorado por la ansiedad y las ganas de ser comido.

Por fin, cuando estuve desnudo y mirando al piso, lo escuché aclararse la garganta y luego decir: -Qué bomboncito sos, nene… ¡Qué cuerpo tenés!... Sos increíble…

-Ay, gracias, señor…

-Date vuelta…

-Sí, señor… -y antes de hacerlo miré y vi, con un estremecimiento, que su pija estaba totalmente afuera del bóxer y bien parada.

Él advirtió que yo había mirado y dijo: -¿Viste cómo me tenés, nene?

Yo me di vuelta y entonces lo escuché exclamar: -¡Qué culo, Jorgito! ¡Qué culo increíble!

Al escuchar eso me puse a temblar entero, abrasado por una intensa calentura. Inmediatamente lo sentí pegado a mí por detrás, haciéndome sentir en las nalgas su tan apetecible pija.

-No pude contenerme y dije, o mejor dicho supliqué: -Ay, señor… Metámela… ¡Metámela! Yo ya sabía lo que era la penetración anal, porque me había comprado un consolador de dieciocho centímetros de largo por tres de ancho con el que calmaba el hambre de mi culo. Cada vez que me metía ese juguete sentía cuando estaba entrando un dolor intenso, pero que se reducía casi completamente una vez que el ariete estaba del todo adentro. ¿Sería lo mismo con una pija de verdad? Pero era tal mi excitación que dejé de pensar en eso enseguida.

-Claro que te la voy a meter, Jorgito, hasta los huevos te la voy a meter. Pero antes me la vas a chupar. –respondió a mi ruego el señor Ernesto.

-Sí, señor Ernesto, lo que usted quiera… -le dije y nos acostamos en la cama, él de espaldas, con su verga apuntando al techo, yo, de sumiso que soy, a la espera de sus órdenes.

-Bueno, Jorgito, a chupar. –y chupé. Engullí esa pija desesperadamente, ansioso por probar esa experiencia que imaginaba muy placentera. ¡Y fue enorme el placer que sentí chupando y lamiendo guiado por mi iniciador que de pronto y sin avisarme, me llenó la boca de semen mientras gruñía y me gritaba: -¡Tragá, nene! ¡tragá todo! ¡tragááááááá!

Y tuve que tragar a pesar de que al principio me dio un poco de asco el sabor salado de esa leche.

Mientras yo tragaba y tragaba, el señor Ernesto jadeaba tratando de normalizar su respiración y yo me preguntaba si él, que ya no era un jovencito, podría repetir el polvo pero en mi culo.

De pronto me preguntó: -¿Tragaste toda la lechita, nene?

-Sí, señor… toda…

-A ver, abrí bien la boca y mostrame. –me ordenó incoporándose a medias en la cama. Abrí la boca bien grande y le mostré que no quedaba allí ni una gota de su semen.

-¡Muy bien, Jorgito! ¡Muy bien! –aprobó con entusiasmo. –Ahora limpiame bien la pija con la lengüita. –y lo hice encantado tragando los últimos restos de semen que quedaban en el glande.

Te ganaste un premio. –dijo él cincuentón y emitió una risita.

-¡Ay, gracias, señor Ernesto!... ¿Puedo preguntarle qué premio va a ser?

-El premio va a ser la que chupaste pero por el culo.

-Qué rico, señor… -dije tratando de dominar mi ansiedad y después pregunté: -¿Me… me deja hacer algo, señor?

¿Qué querés hacer, nene?

-Me… me gustaría jugar un poco con esa cosa tan linda, señor… -y señalé su pija en reposo.

Él lanzó una carcajada y dijo: -¡Pero claro, precioso! ¡Jugá nomás!

Entonces me incliné hacia esa verga, la tomé entre mis manos y comencé a sobarla. Es que ansiaba que se irguiera de nuevo para poder sentarme sobre ella y sentir cómo se iba metiendo en mi culo. Al mismo tiempo, me asombraba la manera en que mi instinto se hacía intuición y me guiaba por el camino del placer a pesar de mi inexperiencia.

El señor Ernesto expresaba su goce con gemidos y elogios: -Bien, bebé, muy bien… aahhhh… seguí jugando… aaaaahhhhh… -y su verga, lentamente, iba cobrando vida bajo el estímulo de mis manos, mis labios y mi lengua.

Por fin la verga alcanzó su plenitud. Le vi hermosamente parada y dura y entonces pasé mi pierna izquierda por sobre el vientre del señor Ernesto y fui moviéndome hasta que mis nalgas quedaron justo a la altura de esa pija. Entonces la tomé con mi mano derecha y la fui guiando hacia el objetivo. La mojé con mi saliva y temblando de calentura comencé a sentarme sobre ella. Temblé entero cuando sentí que empezaba a entrar y era tal mi deseo que hasta me pareció hermoso ese dolor intenso que sentí cuando tuve adentro los primeros centímetros. Me senté de golpe y entonces el dolor desapareció y todo fue placer… ¡un enorme placer sentir esa verga yendo a fondo y por último inundarme el culo de leche!

Fin

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