Nuevos relatos publicados: 13

De cómo me convirtieron en una putita

  • 6
  • 14.047
  • 9,00 (14 Val.)
  • 2

Bueno, claro que sé por qué me mira de esa manera, está caliente conmigo. Tiemblo de sólo pensarlo.

Reconozco que soy un lindo chico, con algunas cosas como… ¡Ay, me cuesta decirlo!... con algunas cosas un poco… un poco femeninas. Tengo facciones delicadas, piernas largas, de rodillas finas y muslos bien torneados y una cola empinada, redonda y carnosa. Soy lampiño y de piel clara y tersa. Mi cabello es de color castaño y con rulos. Hay veces que me dan ganas de dejármelo crecer hasta los hombros, pero pienso que eso me daría un aire más femenino aún y desecho la idea.

Les cuento que vivo con papá y mamá, que estoy terminando la preparatoria y que la casa de ese vecino mirón está a dos casas de la nuestra.

Desde hace unos días no se conforma con mirarme sino que además empezó a decirme cosas subidas de tono. Por ejemplo: -Adiós, lindo, no sabés todo lo que te haría… -o esto otro: -Te como crudo, precioso…

Cuando lo escucho apuro el paso y oigo a mis espaldas su risa entre burlona y libidinosa.

Sé, por algún comentario en el barrio, que se llama Natalio, que es viudo, que vive solo y desde hace algunos días estoy sintiendo algo que me inquieta. Siento que el asedio de ese vecino está empezando a excitarme. Me excita sentirme deseado de esa forma perversa. Pienso cada vez más en ese vejete y eso me tiene caliente y alarmado al mismo tiempo.

Mientras tanto él me asedia cada vez más. Ayer, cuando salí a hacer una compra que me mandó mamá se me puso a la par: Hola, bebé, estás cada vez más lindo…

Yo, nerviosísimo, empecé a caminar más rápido mientras miraba para todos lados a ver si alguien nos miraba. El viejo apuró el paso también y siguió diciéndome cosas:

-Oíme, bebé, ¿por qué te hacés el difícil?

-Déjeme tranquilo, váyase.

-¿Te creés que no me doy cuenta, nene?

-¡¿De qué se da cuenta?! ¡déjeme tranquilo! –dije caminando cada vez más rápido.

-De que te gusta la pija, lindo.

Al escuchar semejante cosa salí corriendo con la mente hecha un caos y perseguido por la risa del viejo.

Llegué a la esquina, crucé la calle en dirección al supermercado y fui normalizando el paso poco a poco, con el corazón desbocado y pensando en en lo que el vecino me había dicho.

-¡¿Cómo se atrevió a decirme esa barbaridad?!... ¡¿Qué me gusta la… la p… la pija?!

Compré lo que mamá me había mandado y al volver lo hice por la esquina contraria, por si el viejo estaba en la puerta, pero no estaba.

Pasaron dos días y no hay caso, no puedo sacarme al vecino de mi cabeza ni tampoco dejar de pensar obsesivamente en eso que me dijo: “te gusta la pija, lindo.”

¡¡¡Noooo!!! ¡¡¡nooo!!! ¡¡¡nooo!!! Me repetía yo una y otra vez tratando de convencerme de que ese degenerado no tenía razón. Sin embargo, mis defensas se iban debilitando poco a poco y sin remedio en tanto él seguía hostigándome con miradas, frases obscenas y proposiciones descaradas. Hasta que una tarde, cuando pasé frente a él, que estaba en la puerta, me tomó sorpresivamente de un brazo y a pesar de mi resistencia me metió en su casa. ¡Me estaba raptando! Y yo, tengo que confesarlo, me dejé raptar. Dejé que me arrastrara a través de un corto pasillo hasta una habitación que resultó ser el dormitorio.

-No… Déjeme… no, no… -suplicaba yo aunque sin ningún deseo de que ese viejo pervertido desistiera de su propósito. Ese vecino al que en el barrio llamaban don Natalio me tenía ya totalmente en sus manos. Me estaba haciendo descubrir mi orientación sexual y mi naturaleza de sumiso.

De un empujón me tiró en la cama de dos plazas y me exigió con los ojos muy abiertos y el rostro desencajado: -¡Desnudate, nene! ¡vamos! ¡y te aviso que no me gusta repetir una orden!

Yo estaba excitadísimo y entregado por completo a su dominación: -Sí, está bien, don Natalio… No me… no me pegue…

Él emitió una risita perversa y me dijo como sim hubiera leído mi mente: -Ah, así que además de la pija te gusta que te peguen, ¿eh, nene?

-No… yo… -vacilé aunque de verdad no podía negar que él tenía razón, porque el tono autoritario con que me había ordenado que me desnudara me había excitado y me imaginé que el viejo me daba una buena paliza en la cola. Una serie de fantasías y deseos morbosos dormidos en mi inconsciente habían empezado a aflorar en ese momento con fuerza y claridad.

-Bueno, basta, desnúdate de una buena vez. –y empecé a desvestirme con las mejillas ardiendo de vergüenza y deseo mientras él también se quitaba la ropa. Yo lo miraba a hurtadillas y veía su piel lechosa, su vellosidad grisácea en el pecho y las pantorrillas. No era lo que se dice un Adonis y no me hubiera atraído si lo fuera. Al revés, me calentaba su ancianidad, su cuerpo nada agraciado; otro descubrimiento de mi morbo que yo estaba haciendo.

Por fin ambos estuvimos en cueros y él entonces me hizo poner de pie sobre la cama.

-Empezá a girar despacio, nene, quiero verte completito. -y yo giré mientras imaginaba la mirada del viejo devorando cada centímetro de mi cuerpo adolescente.

Cuando completé el giro y quedé otra vez ante él vi que tenía el pene erecto y me estremecí. De ganas y un poco de miedo también, al imaginar que esa cosa debía doler mientras entraba en algo tan estrecho como es el ano. Pero don Natalio había anulado mi voluntad por completo, al punto de no poder oponerme a nada que él quisiera hacerme.

Se dio cuenta de que yo le miraba el pene y estalló en una carcajada: -¡Ah, putito! ¡tenés ganas de comer esta pija! ¡Sí, claro que tenés ganas! ¡Y la vas a tragar por el culo y por la boca! –dijo y se me fue acercando con los ojos brillándole de calentura.

-Bueno, ahora ponete en cuatro patas. –me ordenó y yo, en esa posición, me sentí un perro, el perro de don Natalio, ese vecino que ya me dominaba por completo.

(continuará)

(9,00)