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Sexo con mi marido

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Me encanta contar intimidades de alcoba, por eso les cuento con lujo de detalles uno de mis actos sexuales con mi marido, como los que tengo casi todos los días y por supuesto cada sábado.

Este fue el sábado pasado, el 6, claro a la noche, una noche fresca ideal para ponerme toda espectacular. La cosa arrancó a eso de las 5 de la tarde: fui con mi vecina y amiguita Ana María a la peluquería cerca de casa a teñirnos el pelo de rojo y hacernos las manos, las dos muy bien vestidas con sacó y pollera de terciopelo, cartera de cuero negra al hombro, pintaditas, con cremita y perfumadas. Tras lo cual merendamos un rico té con miel, sandwichitos de miga y masas con Normita, nuestra amiga peluquera, y su asistente Micaela, la manicura aparte de también trabajar con nuestro cabello. Volvimos a nuestras casas, Ana María se preparo para salir con su novio. Y yo, mientras Ernesto miraba el partido de las 18 y pico, me fui a bañar y luego preparar para lo que íbamos a hacer a la nochecita, que ya habíamos convenido: salida, cena y sexo hasta el sol. Tras darme una buena ducha en mi lujoso baño con duchador y todo, me sequé y me envolví en mi salida de baño blanca, y con el pelito mojadito y la piel húmeda y suavecita fui a mi cuarto, entré, cerré con llave y bajé las persianas para que mi marido no me espiara; igual ya le había advertido que no podía no sólo entrar sino menos tocarme la puerta, salvo algun lío o cosa muy necesaria.  

Así de protegida con mi intimidad, mientras Ernesto seguía con el partido, yo empecé a prepararme. Bien tranquilita, solita pero excitada, me quité la salida de baño y lo primero que hice fue lubricar bien mi vagina y mi cola, superlimpias, con cremita y un lubricante íntimo especial para las mujeres. Luego me cepillé bien mis dientes con dentífrico y un vaso con agua ya preparado. Tras eso me sequé bien el cabello rojo fuerte, y a continuación agarré mi más rico y fuerte perfume, Cocot de Chanel, y me puse sobre todo mi cuerpo desnudo: cuello, pechos, brazos, espaldita y axilas. Ya estaba lista para empezar a vestirme espectacular. Fui entonces a mi placard, corrí la puerta y abrí el segundo cajón de mi cajonera, donde tengo la ropita erótica. Y nomás, mis amorcitos, me puse la mejor ropita que tengo. Primero, la bombacha negra con encaje y puntilla, de una finísima tela muy suavecita. Luego el corpiño, también negro con encaje y puntilla haciendo juego con mi bombacha; más tarde, me puse las espectaculares medias largas negras con puntilla y con una finísima portaligas que enganché a la bombacha. Y ahora sí, a ponerme la ropa de afuera, espectacular como la interior.

Luego de buscar en mis perchas, elegí lo que me pondría abajo. Empecé por vestirme con una blusita beige de seda muy fina y suavecita, con transparencias y con la que se notaba mi corpiño; aparte, me la desabroché los dos primeros botones para que se me notara aún más el corpiño y los pechos. Luego sí, la ropa: primero dudé entre cuero o charol, de lo que como ya dije tengo de todo; por supuesto lo que eligiera iba a ser negro, mi color largamente favorito. Al fin me decidí y me puse cuero: primero, una superfinísima pollera de cuero negra, acampanada, con cinturón de cuero negro con detalles y hasta la rodilla. Y después, una elegante campera de cuero negra liviana, con bolsillos amplios, hombreras y estampados en negro; todo el cuero, por supuesto, de vaca. Y para completar mi vestimenta supersexy, unos divinos tacos aguja de charol negros. Ya estaba vestida; ahora, venía la otra parte genial, la bijou, los accesorios y la pintura, de la que me iba a poner todo lo que había en mi cuarto...

Primero peiné mi cabello rojo fuerte enrulado, con mucho bolumen y un exquisito aroma a champú y crema de enjuague. Luego abrí el cajón de mi toilette, saqué el joyero y me puse todo: mis aretes grandotes que se me notaban a pesar del mucho pelo rojo, una gargantilla de oro y dos collares de perlas, y un finísimo prendedorcito dorado en mi campera de cuero. Las pulseras de perlas las saqué también, claro, pero las guardé en la cartera igual que la cremita chiquita Hinds porque pensaba ponerme mis guantes negros de cuero para excitar aún más a mi marido. A todo esto, ya eran las 20 y había terminado el partido, así que Ernesto se fue nomás a bañar en el baño de abajo y prepararse en el cuartitto de allí, el de invitados.

Volviendo a mí, antes de los guantes agarré la finísima cartera de cuero, también negra y de vaca, de donde saqué la carterita negra de cuero con mis cosméticos y el potecito de crema de la cara. Y al maquillaje: primero, la cremita blanquita en la cara para que se me notara más el maquillaje, con un aroma muy rico. Luego, el brillito para la cara, para que quedara brillosa aparte de blanca. Y luego sí, la pintura: cejas bien delineadas y espesas, los ojos con sombra marrón con brillito y el rimmel en las pestañas. Luego mi amado rubor, uno bien subido de tono, bien rojizo para tener la cara bien colorada como a mí me gusta. Y lo mejor: muy maquillada, con mucha pintura en la cara, me pase mi lápiz de labios rojo con brillito por la boca, con un aroma a frutilla superfuerte. Y me pinté mis larguísimas y superprolijas uñas de rojo, también con brillo. Esperé que se me secaran. Y ya estaba lista, sólo faltaba preparar mi cartera. Guardé la cremita de las manos, la de la cara, la pintura, el joyero y acomodé todo lo demás: jabón de tocador, peine, lubricantes, crema íntima femenina y masculina, preservativos, pastillas para la potencia sexual, pastillas mías anticonceptivas por si mi marido no quería preservativo, un inhalador con polvillo excitante, más una cuchara sopera por si quería ingerirlo, una bolsa con cuatro bombachas eróticas, dos normales y dos corpiños de repuesto, un paquete de pañuelitos de papel -carilinas-, un pañuelo bordeaux de seda, un frasco de vidrio de yogur descremado y su cucharita, un cuchillito de untar para el desayuno a la mañana siguiente, mi billetera de cuero negra repleta de plata, documentos y fotos eróticas mías y de Ernesto, un álbum de fotos eróticas, otro de fotos familiares, un pendrive con archivos eróticos de audio, video, Word e imagen, mi celular y hasta una pistola negra pequeña por si pasaba algo raro. Tras eso, me puse los guantes de cuero negro y me colgué la cartera. Ahora sí, ya lista para la larga noche, abrí la puerta que estaba con llave, salí del cuarto espectacularmente vestida, maquillada, perfumada y enjoyada y fui abajo al comedor a esperar a mi marido, que estaba en el cuartito cambiándose.

Por fin, mientras yo estaba ansiosa, salió Ernesto, vestido espectacular igual que yo, con finísima campera de cuero negra de vaca, camisa blanca superfina con cuellito almidonado, pantalón negro de gabardina con cinturón de cuero y zapatos negros de cuero impecablemente lustrados, con guantes de cuero negro igual que yo, una riñonera también de cuero con todo tipo de cosas. Y lo mejor, bañado, perfumado y afeitado, con un riquísimo aroma en el cabello a enjuague y colonia, loción para después de afeitar, y empapado de un exquisito perfume Kenzo, tanto en cuello, pecho, brazos y las manos bañadas de perfume como en la camisa y hasta un poquitó en la campera. También en su riñonera llevaba un cuchillo de untar para el desayuno matinal y un revólver para protegerme por si pasaba algo. Listos los dos, él se excitó conmigo al verme toda de cuero y supermaquillada, y a mí se me hacía agua la boca viéndolo a él tan lindo, bien vestido y superperfumado.

Por fin, a las 21.30, me tomó del brazo, salimos, cerramos la puerta de calle con llave y subimos al auto, todo perfumado y lustrado. Y nos fuimos a un lujoso hotel alojamiento pero que además tenía precioso salón de cenas, todo iluminado y decorado. Nos sentamos en una mesa cerca del amplio ventanal, él se descolgó la riñonera y yo mi cartera, de donde saqué las pulseras y la cremita Hinds. Me quité los guantes de cuero, me puse dos pulseras de perlas en cada muñeca y me coloqué crema humectante para las manos. El rico aroma de la Hinds lo escitó a Ernesto, que se puso colorado casi como mi cara llena de pintura y rubor. Y ahí llegó la cena. Primero, a cenar todo lo que a los dos nos encanta: picada con queso de todo tipo -cremoso, gruyere, roquefort, cantimpalo-, jamón crudo, cocido, salame fino y grueso, mortadela, salchichón y el fiambre extranjero que más me gusta, el divino leberwurst, que me hizo probar mi amiga alemana Emma tantos años atrás.

Todo acompañado con tostaditas con manteca, aceitunas verdes y negras rellenas con queso parmesano, rodajitas de pan con mayonesa o salsa golf, saladitos, galletitas saladas, maní y por supuesto sandwiches de miga de todo tipo, triples, dobles y simples, de jamón, queso y huevo, con tomate, con ananá, durazno, salame, todos con huevo y abundante mayonesa para estar bien llenitos y potentes. Desde ya, todo rociado con una buena cerveza, esa noche yo quería olvidarme de mi evangelismo y tomar todo el alcohol que pudiera, es que me encanta hacer el amor bien borracha. Tras la cena, y como nos sobra la plata bien ganada por los dos, al postre: flan con crema o con dulce de leche que me vuelve reloca, almendrado y helado de tres bochas: chocolate, frutilla y vainilla. Y para cerrar, cafecito con crema y la cuenta que él pagó tan gentil y caballero que es , como estos 46 años de casados y 50 que nos conocemos. Charlamos de todo , nos hicimos mimos en las manos suaves y perfumadas, él me dio un piquitó y me regaló un lápiz de labios, una cremita, un collarcito y otra bombacha. Yo le regalaría todo mi cuerpo y mi amor.

Por fin, ya en domingo,a eso de la 1, fuimos a la habitación reservada para doce horas, hasta bien entrado el mediodía. La habitación era como se imaginarán todo lujo: paredes y suelo tapizadas de pana bordeaux, cama matrimonial impresionante, mesitas de luz con todo a ambos lados, toilette lujoso, juego de luces, fuente con agua y mil adornos. Y el baño privado, un mundo aparte: tres o cuatro tipos de ducha, lámparas bellísimas, azulejos blancos con arabescos de todos los colores, cajonera, masajeador, duchador como en mi casa, estantes de fina madera... En ese ambiente, con un ramo de rosas rosadas con las que me sorprendió mi marido, el champagne abundante que tomamos, nuestros perfumes, mi maquillaje y cremita, nuestra ropa de cuero, lo bien comidos que estábamos y sobre todo las ganas que teníamos los dos,  no cabía otra que una noche de sexo superintensa, romántica, amorosa, superprivada, erótica, supersalvaje y bien sucia como a los dos nos gusta. Ya excitados y tomados, aspiramos y saboreamos nuestro polvillo sexual y nos preparamos para una larga noche. Primero mi marido fue hacía el baño a terminar de alistarse para nuestra batalla, mientras yo -toda vestida- lo esperaba sentada en la cama, sin dejar de oler polvillo y cada vez más ansiosa y excitada.

Salió Ernesto del baño, empapado de perfume de nuevo, en bata -que había allí- y con un espectacular y amplio slip negro que me superescitó. A mi turno, cada segundo más y más ansiosa y excitada, superestimulada por el alcohol, el polvo, el fiambre y todo lo demás, me fui para el baño, me retoqué el maquillaje, me puse más perfume y salí vestida toda de cuero pero moviéndome sensual, mientras él estaba sentado en la cama en slip y bata superexcitado y ya jadeando. Me le acerqué, le hice unos mimos, lo besé en toda la cara dejandolo todo marcado con pintura de labios, nos hicimos más y más mimitos y comenzamos a decirnos cosas superfuertes. Y se vino el desnudo... Las luces estaban algo bajas, Ernesto fue hasta el regulador y dejó la pieza casi en penumbras. Puso una música suave muy sensual y yo, al compás de ella, empecé a moverme bailando provocativamente mientras empezaba a quitarme la ropa. Y mientras a Ernesto se le hacía agua la boca y se toqueteaba su slip y su entrepierna, yo primero me quité los tacos aguja, luego él me desprendió el cinturón, después me saqué la campera de cuero, le tocó a él desabrocharme el botón trasero de mi pollera de cuero, yo me bajé el cierre y me la quité revoleándola suavemente y supersensual por el piso. Así quedé en blusa y ropa interior; él se sacó su bata abríéndosela despacito y arrojándola por el aire al suelo. Se me acercó y, después de palabras suaves, palabras asquerosas, mimos y besos, comenzamos a sacarnos lo poquitó que nos quedaba: él me desabrochó la blusita y me la sacó tirándola a la mierda, seguí bailando sensual y ya jadeando, él amagó a sacarse el calzón y esperó a que yo me quitara la lencería fina.

Me desabroché las portaligas y me saqué las medias negras, siempre bailando sensual al compás de la música y revoleando las prendas íntimas con suavidad pero con superexcitación. Él me desprendió mi corpiño y me lo arrancó arrojándolo a la concha de su madre, arriba de todas nuestras ropas que ya eran un kilombo, una montaña de prendas de hombre y mujer mezcladas sin saber qué era qué. Nos quedaba lo que nos cubria nuestros genitales. Bailamos los dos juntos, nos hicimos mimos, besos, el me pasó la mano por todo el cuerpo, yo también lo manoseé todo, nos dijimos todo tipo de porquerías y jugamos a ver quién se sacaba primero lo que nos quedaba, si él el slip o yo la bombacha. Lo hice esperar mucho, me hice rogar tanto, que él no me esperó más, se decidió y con furia y jadeando como loco, se quitó el calzón y quedó en totales pelotas. Ahí sí, "dale Teli" me dije, y tras otro movimiento sensual y cuando él se me venía encima, retrocedí y despacito, siempre ahciéndome rogar lo más posible, por fin me quité la bombacha y la arrojé a la concha de su hermana. Ernesto ni esperó y se me fue encima, pero yo lo paré y le coloqué cremita íntima en el pene que ya era un tremendo salchichón de más de 20 centímetros de largo, mientras mi clítoris también se empezaba a parar. Ni locos queríamos protección de nada, para qué si tenemos 60 y pico y estábamos prendidos fuego. Le puse la cremita, lo besé, lo mimé, nos dijimos más mierdas, acordamos la posición para empezar y nos preparamos con todo. Se venía, por fin, el momento cumbre de la noche...  

Eran ya casi las 3 cuando largamos. Me acosté en la cama, boca arriba como más me gusta, y abrí las piernas. Ernesto apagó las luces y me dijo un superprovocativo "mamita, Estelita, preparate que te voy a dar una sorpresa...". Jadeando y recontraexcitada, me preparé para el comienzo abríendo más las piernas y jadeando cada segundo mas. "Cerrá los ojitos y vas a ver, amor", me dijo mi dulce. Y sin esperar, se me subió encima con toda su potencia física -100 kilos, 1,95, unos músculos enormes- y sexual, con un salchichón de más de 25 centímetros. Ahí abrí todo lo que pude mis gambas y de a poquito, Ernesto me metió su tremendo pene en la vagina. Empecé a gemir de placer, yo soy de las que gozo desde que me saco la bombacha hasta que recibo el semen. Empecé a largar mi flujo, con mi clítoris totalmente excitado, mientras mi marido parecía no terminar nunca de penetrarme con un salchichón que ahora sí comprobé lo que era, de más de 25 cm, duro como un garrote y de cinco o seis cm de espesor, bien grueso. Largo, duro y grueso como a mí me gusta y necesito. Por fin me lo metió todo y no me lo sacó mas, yo le pedía que no me lo sacara por nada del mundo. Yo ya gritaba como loca mientras él me decía todo tipo de porquerías, se me revolcaba con furia encima, me apretujaba las tetas todo lo que podía y no paraba de besarme, acariciarme y manosearme bien manoseada, mientras yo le pedía más y más.

Y así estuvimos unos 20 minutos, somos expertos en hacer durar el acto sexual, mejor dicho esto que era una batalla campal. Yo gritaba, él puteaba, mi flujo desbordaba mi vagina a pesar de su pija y bañaba las sábanas... Por fin se vino el momento cumbre. Ernesto me gritó "Estelita, dale que me vengo, dale que me vengo la concha tuya", mientras aceleraba la penetración y la frotada de su pene contra mi clítoris. Y yo no me quedé atrás y también puteé "sí mi amor, la puta que te parió, dale, llename de muchísimo semen bien llena hasta el borde, puta, concha, la pija de la verga". Ernesto le dio, le dio, le dio, yo le di, le di, le di, gritamos, puteamos como la concha de su madre. "Ahí te lo mando todo bien a tu vaginudo fondo, Estelita y la puta que te remil parió", repetía con tremenda furia. Y llegó nomás. Ernesto eyaculó una impresionante cantidad de semen en mi vagina. Como sólo él puede hacer ya que eyacula más que otros hombres. Al tiempo que yo largué todo el flujo que pude. Un orgasmo tremendo, me llenó de leche taponando mi vagina con su semen de buen olor y excelente calidad.

Terminamos de largar todo, un orgasmo de casi 10 segundos, tremenndo la potencia física y sexual de mi marido. Me lo sacó al fin despacito, yo no quería que lo sacara, pero igual después me pasó lo que quedaba de semen por mi cara, boca y pechos, y luego me manoseó toda bañada de su semen con las manos, pasándolas bien pasadas por todo mi cuerpo. Así terminó nuestra primera batalla de una larga guerra. Que se reanudó a los 10 minutos, cuando luego de franelearnos de nuevo él me la dio pero ahora por la cola, taponándome de su semen mi orto. Y otra vez pasó lo que quedaba de su leche por donde pudo, siempre le quedaba semen para algo más. Y así estuvimos toda la noche hasta el amanecer: vagina, mi boca, yo en la boca de él mi flujo, él su semen en mi cara, pechos y demás, después nos vestimos con nuestras prendas íntimas y también acabó en mi corpiño y mi bombacha, siempre frotándome su semen tras acabar. Luego eyaculó sobre mi blusa que estaba en el piso, yo acabé en su slip y su camisa, lo llené todo de rouge, se tomó revancha y me volvió a dar por vagina, cola dos veces, boca tres, otras dos por vagina -en todas las posiciones, eh- y concluimos a eso de las 7, ya con pleno sol, con un tremendo acto de media hora donde él eyaculó el triple de semen que cuando empezamos cuatro horas atrás.

Después de eso, completamente arruinados de alcohol, polvo y sexo, nos fuimos a bañar, nos cambiamos la ropa interior y nos fuimos a dormir, él con su camisa y slip y yo sólo con mi corpiño y mi bombacha para estar cómoda. Nos despertamos a las 11, y tras fiacar un poco, Ernesto me besó y me hizo mimos. Luego se levantó, fue a la cocinita del cuarto y preparó un gran desayuno con café con leche, tostadas de pan lactal negro, queso blanco, mermelada y hasta jugo de naranja, que me trajo a la cama en una preciosa bandeja blanca con motivos de flores. Ni terminamos de desayunar que a él y a mí nos agarraron ganas de vuelta. Y nos dimos varias veces de vuelta, en todas las posiciones, ritmos y por todas las vías y formas posibles e imaginables. Hasta hicimos la chanchada de acabar arriba de las tostadas, comiendo tostadas con una mezcla de su semen -o mi flujo- y queso o mermelada. O las tostaditas sólo con semen o flujo, o con las dos cosas, o con las cuatro...  

Al final, nos bañamos de nuevo, nos vestimos, llamamos a un remise porque no podíamos ni movernos -el auto nuestro quedó en el estacionamiento del hotel, luego nos ofrecieron gentilmente traérnoslo de vuelta a casa- y cuando llegó el remise, nos subimos como pudimos con todo lo nuestro y nos fuimos a casa. Ahí sí la paramos: eran las 2 y media de la tarde y nos fuimos a la cama a dormir, él con su calzón boxer. Yo, por mi lado, me saqué todo el maquillaje, me puse el camisón y me metí en la cama a dormir con mi Ernesto. Y rápidamente nos quedamos dormidos; luego nos despertamos recién a las 8 y media para cenar una pasta liviana, los dos en bata, y nos fuimos por última vez a descansar temprano, ya que Ernesto tenía que levantarse a las 6 para ir a trabajar al día siguiente. Así fue como pasó esa noche y día de incontenible furia de sexo y amor con mi dulce marido que hace 46 años me cuida y me ama. Ya contaré más sobre él. Pero en realidad también aquí acabo -como lo hice con Ernesto- mi primera entrada, como debía ser: contando otra noche más de sexo con mi marido.

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