Nuevos relatos publicados: 18

Aventura en el metro

  • 9
  • 11.664
  • 9,67 (21 Val.)
  • 0

Esta historia ya la había escrito, pero por alguna razón se perdió y me veo a la tarea de reescribirla. Esto sucedió hace unos años, cuando tenía la tierna edad de 18 años. Tenía poco que había terminado con una chica que se llamaba… “Gabriela” y aún estudiaba la preparatoria en el glorioso CCH-SUR (bachiller, educación media superior, preparatoria, high school o su similar… para los que son de otros países).

Como ya he dicho en alguno de los relatos anteriores, estudiaba en el turno vespertino y generalmente terminaba mis “labores” estudiantiles a eso de las 9 o 9:30 de la noche. Sin embargo, si estás familiarizado con el contexto de México y más en la capital, sabrás que un común denominador en las instituciones pertenecientes a la máxima casa de estudios (U.N.A.M.) son los llamados “porros”. Grupos juveniles que tenían el fin de apagar y/o mitigar los movimientos estudiantiles fuera por el medio que fuera. A grandes rasgos esto es lo que hacían en un principio y fueron pervirtiendo el propósito, de por sí torcido, hasta caer en el vandalismo y algunas otras cosas.

Los porros generalmente hacían visitas regulares a las preparatorias y cch´s para causar estragos en las instalaciones y amedrentar a todos los compañeros. Maestros y alumnos, siempre tenían cuidado y prudencia cuando la revuelta de los porros era latente.

Por tal razón, un martes se había anunciado que “iban a venir los porros”. Para mí, esa visita sería la 3ª que me tocaba vivir y el recuerdo de una batalla semi-campal por defender el plantel (nariz rota, ojo morado y algunas otras heridas menores) pudo más en mí y decidí saltarme la última clase e irme a mi casa, además de que la selección mexicana jugaba esa noche.

Para ahorrar gasolina, ese día no utilicé la camioneta que generalmente usaba para ir a la escuela. Llegué a eso de las 8 de la noche al sistema de transporte colectivo subterráneo (METRO) y me di cuenta de que era “hora pico”.

La estación que tiene su base en la U.N.A.M. estaba desbordando gente. Tras una espera de 10 minutos logre colarme en un vagón y entre apretujones, quedé pegado a la puerta que divide los vagones (los que hayan viajado en el metro de la ciudad de México, sabrán a que puerta me refiero). Apretujado a más no poder y divagando en mi mente no me di cuenta de que me encontraba en una situación… por así decirlo, comprometedora y a la vez, inverosímil.

Por azares del destino y debido a la muchedumbre apretujada dentro del vagón, una mujer había quedado pegada a mí de espaldas. Vestía traje sastre color gris, cabello lacio hasta un poco debajo de los hombros de color negro. Delgada y con un olor delicioso.

Su culo había quedado justo donde descansaba mi dormido instrumento y por motivos de espacio, no me podía mover, ni ella tampoco. Siempre he tratado con respeto a las mujeres y jamás me aprovecharía de una situación como aquella. Incluso aquella ocasión, era lo que menos quería hacer. Es más, ni siquiera estaba pensando en sexo o algo así. Pero sucedió…

Cuando el vagón inició su trayectoria, los movimientos y roces entre la gente eran completamente imposibles de evitar. Por ende, sentía las nalgas de aquella mujer restregándose involuntariamente a mi cuerpo. Y durante las dos estaciones siguientes puse toda mi concentración en no excitarme, pues si lo hacía, la mujer que estaba pegada a mí, lo notaría indudablemente (y el jaleo que se armaría sería grande, pues podría ser imputado de acoso sexual o podría armar una escena ahí mismo…).

Pero mi cuerpo no respondió y los instintos naturales tuvieron lugar. Sucedió lo inevitable. Lentamente mi verga despertó, incrustándose en sus nalgas. Notaba como cada segundo crecía y crecía hasta llegar a su punto más duro. Durante esos instantes, esperé una cachetada o alguna reclamación o reacción negativa, pero nunca llegó.

Poco a poco fui percibiendo que los movimientos involuntarios que el movimiento del metro generaba, eran más intencionados. Hubo un momento donde el metro se detuvo por razón de 10 minutos entre dos estaciones y sentí como la mujer que estaba pegada a mí, me restregaba sus nalgas sutilmente. Llegada la mitad del trayecto que yo recorría en el metro, el vagón donde nos encontrábamos se vació un poco y hubo más espacio para moverse y cuál fue mi sorpresa: la mujer que estaba pegada a mí, se quedó pegada a mí. Pudo despegarse un poco, voltear y darme un buen cachete o alguna acción, pero no lo hizo.

Indudablemente sentía mi duro instrumento hurgando en su culo. Mi mente volaba y mi entrepierna ardía más que un sartén a fuego vivo. Pero aún no creía la situación que estaba viviendo. Inocentemente, pero con toda la intención que me fue posible, hice lo que en mi país se denomina un “arrimón”. No hubo respuesta alguna de su parte, más que un mayor descaro al momento de restregarme sus nalgas.

Se dio lugar otro “parón” entre estaciones y duró demasiado. Durante ese tiempo, me aventuré, con miedo, pero con audacia y calentura a realizar otra acción. Tomé, lentamente su cadera con mis manos, consciente de que la situación era demasiado obvia. En el momento que la sujeté me quedé helado y esperé su reacción con los ojos cerrados. Para mi fortuna, no hubo alguna. “El que calla, otorga” dicen por ahí y me dejé llevar por completo.

Descaradamente, con mi mano derecha me apoderé de uno de sus pechos y apreté con fuerza. Escuché un levísimo gemido de aprobación y sentí como sus dedos guiaban a mi otra mano a su entrepierna. Aquella mujer estaba completamente depilada y sin perder más tiempo, comencé a “dedearla”. Su vulva era un charco de flujos.

Sentí, con incomodidad (por la posición) que sus manos buscaban mi verga con desesperación y, al encontrarla, se metieron en mis pantalones para agarrarla. La tomó y comenzó un firme sube y baja. Se me escapó un gemido y al instante abrí los ojos. Aún había mucha gente en el vagón, pero significativamente menos que antes. Había una pareja al lado nuestro que no nos quitaba el ojo de encima y un viejo dormido al otro lado.

Instintivamente, debido al público, comencé a retirar mi mano de la entrepierna de la misteriosa mujer que me permitía tantas libertades en su cuerpo. Ella, al sentir dicha jugada, me sostuvo la mano dentro y no me dejó extraerla de su pantalón.

Ahora, con el pleno conocimiento de que aquella hembra gustaba de mis dedos, decidí obviar la pena, vergüenza y pudor que sentía y dejarme llevar por la situación, que me tenía a punto de explotar. Ella me seguía masturbando y mantenía un ritmo constante. Yo atiné a meter dos dedos dentro de ella y gimió sin tapujos. En ese momento todas las miradas se posaron sobre nosotros, pero nadie dijo o hizo nada. Consciente de nuestro espectáculo, abandoné uno de los pechos, que hasta ahora no había dejado de masajear y hurgué hasta que mi mano libre logró colarse entre su saco y su camisa y repetir el tratamiento sin menos tela que me estorbara entre aquel pezón y mis dedos.

Su pezón era gordo y ancho (o al menos eso es lo que me dice mi memoria táctil) y se encontraba completamente erecto. Bendita suerte la mía, el metro hizo un tercer parón entre las 3 últimas estaciones que faltaban para mi bajada, que era la estación Centro Médico. Seguimos así durante el parón y tuvimos, por increíble que parezca, dos minutos de oscuridad, ya que se fue la luz del vagón. Su vulva era como un vaso de agua y mi verga un mástil dispuesto a cualquier cosa.

Al borde de la locura y por instinto, comencé a desabrochar su camisa, pero me lo impidió. Intenté lo mismo con el pantalón, pero con el mismo resultado. Por consiguiente, me conformé con la paja tan morbosa que estaba recibiendo y el placer de tocar a una mujer.

Y continuamos con lo que veníamos haciendo desde hace rato. Mil cosas pasaron por mi mente y fantaseaba con irme a joder con dicha mujer, pero el destino me tenía una mala jugada (ya era mucha buena suerte). Justo cuando estábamos por llegar a la estación Eugenia, aquella mujer, que hasta el momento, siempre había estado de espaldas, se despegó de mí tan súbitamente que no me dio tiempo de reaccionar. Se volteó y me miró fijamente.

Su rostro, hasta ahora oculto a mí, reveló una cara normal. No era bonita, pero no era fea; sin embargo, tenía una mirada de lujuria que jamás olvidaré. Se acercó a mí y me besó con furia. Al besarla me apoderé de sus nalgas y las sobé con brío. Ella hizo lo propio con las mías y justo cuando las puertas del vagón anunciaban su cierre, se despegó de mí y salió corriendo. Lo súbito de sus acciones me impidieron perseguirla y me quedé plantado, con la verga parada, a medio beso y caliente como nunca. (mujeres… en serio… no hagan eso… nunca)

Paralizado y pasmado por toda la situación que acababa de experimentar, no me di cuenta de que todas las miradas se posaban sobre mí y mi erecto miembro. De inmediato me dirigí a la puerta del vagón, pues en la siguiente era mi bajada. Cuando finalmente llegué a mi destino (el trayecto de una estación a otra se me hizo eterno), salí con la cara roja de vergüenza, intentando ocultar una evidente erección y aun un poco pasmado.

Mujeres… muchas de ellas disfrutan haciendo este tipo de acciones… reitero, por favor no lo hagan…

Espero les haya agradado, ya que esto, fue una experiencia completamente verídica… por desgracia, nunca me ha vuelto a suceder, aunque no dudo que existen muchas experiencias similares que nadie se atreve a contar…

(9,67)