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De cómo me convirtieron en una putita (2)

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Lo escuché jadear mientras trepaba a la cama y se arrodillaba frente a mí, con su pene a pocos centímetros de mi cara.

-Abrí la boca, nene. –y yo la abrí imaginando, a pesar de mi inexperiencia absoluta en material sexual, que él me lo iba a meter en la boca y yo tendría que chupársela o algo parecido. Se la chupé y eso me excitó mucho. Me gustó sentir ese pene duro en mi boca y chuparlo hasta que don Natalio me dijo: -Basta. –y lo sacó para después ordenarme que abriera el cajón de la mesita de noche y que tomara un pequeño pote.

-Es vaselina, nene. Untame la pija con eso. –y mi emoción ardiente al tomar su pene y empezar a ponerle la vaselina me resulta imposible de describir.

-Ahora te la voy a meter en el culo. –me advirtió y sin más se fue desplazando con las rodillas hasta ubicarse entre mis rodillas, que me había ordenado separar.

Don Natalio no es muy delicado que digamos para cogerme. Apoya el glande en la entrada de mi culo, presiona un poco y en cuando entra la cabeza del pene empuja con las caderas y me lo entierra todo de un solo envión. Eso fue lo que hizo aquella primera vez y yo grité de dolor, pero el dolor se fue enseguida y empecé a gozar intensamente con esa cosa dura que iba y venía por dentro de mi colita.

No sé cuánto tiempo pasó, porque yo estaba como en éxtasis de tanto placer, pero de pronto sentí varios chorros calientes que me inundaron el culo y don Natalio cayó encima de mí jadeando como una bestia mientras yo ardía de ganas de masturbarme. Le pedí permiso para hacerlo: -Sí, nene, andá al baño y mastúrbate. Después te vestís y te vas.

-Gracias, don Natalio… -Y corrí al baño, me senté en el inodoro mirando hacia la pared y descargué toda mi tremenda calentura en varios chorros de semen, dos de los cuales aterrizaron en mi muslo izquierdo. Entonces, siguiendo un impulso, los recogí con mi dedo índice, me metí ese dedo en la boca y lo chupé con avidez para beber esos restos de mi propia leche mientras pensaba cómo sería que don Natalio se corriera en mi boca y yo bebiera todo su semen.

Volví al dormitorio, me vestí y esperé con intuición de sumiso que don Natalio, que yacía de espaldas y con los ojos entornados, me diera la orden de irme.

-Abrí el cajón de la mesita de noche. –me dijo y lo hice.

-Agarrá la libreta y la lapicera. ¿Tenés celular?

-Sí, don Natalio…

-Bien, abrí la libreta en la p, escribí perro en un renglón libre y en la otra columna anotame el número de tu móvil, así puedo tenerte bien controlado.

-S… sí, don Natalio… -y escribí con esfuerzo, porque mi mano temblaba de excitación al sentirme un perro, el perro de don Natalio.

Al día siguiente estaba yo en el colegio cuando mi celular sonó durante uno de los recreos. Era él: -¿Dónde estás, nene?

-En el colegio, don Natalio…

-¿A qué hora salìs?

-A las doce, don Natalio…

-Bueno, a las cuatro te venís a casa que vamos a hacer una compra.

-¿U… una compra?...

-¿Qué pasa, nene? ¿Quedaste sordo de la cogida que te di ayer?

-No… no… perdón, don Natalio… A… a las cuatro estaré en su casa. –dije intrigado por lo de la compra y él cortó sin despedirse.

Después no pude dejar de pensar en esa compra que íbamos a hacer. Almorcé solo, como siempre de lunes a viernes porque mamá y papá trabajaban y mamá me dejaba preparada la comida que yo debía calentar.

Miraba el reloj obsesivamente de manera casi continua, con la ansiedad de develar el misterio hasta que por fin llegaron las cuatro y fui poco menos que corriendo al encuentro de don Natalio. Me estampó un beso en la boca y por el pasillo hacia la puerta se lo pasó palmeándome las nalgas.

-Qué bien te queda este pantalón tan ajustadito, nene. –me elogió refiriéndose al jean color arena que yo llevaba esa tarde y efectivamente es muy ceñido y me marca el culo y los muslos.

Una vez en la calle y mientras caminábamos me atreví a preguntarle qué íbamos a comprar.

-Ya te vas a enterar. –dijo con una risita misteriosa que aumentó mi curiosidad y ésta se hizo mayor cuando llegamos a… ¡una veterinaria!

Abrió la puerta del local y tuvo que empujarme para que yo entrara, porque había quedado paralizado por la sorpresa.

El vendedor, un hombre de unos cincuenta años, rodeó el mostrador y vino hacia nosotros con una sonrisa comercial. Era alto, algo gordo y de cabello canoso.

-Buenas tardes. ¿Qué andan buscando?

Yo, después de haber mirado al hombre, tenía la vista clavada en el piso y trataba de adivinar qué de todo lo que había allí iba a comprar don Natalio y me estremecí cuando dijo: -Quiero ver collares para perros.

“¡Buscaba un collar de perro para  mí! Y sí, si soy su perro y a los perros la gente los tiene con collar”… -me dije.

-Ah, bien, señor, ahí están los collares. –y vi al haber alzado un poco la mirada que señalaba un exhibidor sujeto a la pared de la derecha. Y enseguida preguntó: -¿Qué tamaño tiene su perro? –y yo creí morir de vergüenza cuando don Natalio me señaló y dijo: -Es éste… éste es mi perro.

Después hubo un silencio que a mí me pareció interminable mientras una profunda vergüenza me tenía con la barbilla apoyada en el pecho.

-Mmmmhhhh, muy buen ejemplar, amigo… Un perro de raza, lo felicito. –dijo el vendedor.

-Gracias, se ve qué sabe apreciar la calidad de un animal.

-Claro, es mi profesión. Soy doctor en veterinaria. Me encantan los animales y especialmente los perros.

-¿Y este le gusta?

-¡Mucho!

-Me alegró, ¿señor…?

-Álvaro, doctor Álvaro Cifuentes.

.Bien, doctor, yo me llamo Natalio, elegiré un collar y después seguirnos conversando.

Yo había seguido el diálogo coloradísimo de vergüenza pero también muy excitado al presumir –y desear- que el veterinario podría sumarse a don Natalio en esto de usarme sexualmente.

Vi que don Natalio miraba los collares mientras el veterinario no dejaba de mirarme a mí. Por fin don Natalio eligió un collar bastante ancho de cuero negro con tallas de metal plateado y una cadena.

-Llevo éste.

-Bien. Permítame que se lo envuelva.

-No, déjelo así nomás. Lo va a llevar mi perro en la mano. Aunque en verdad me gustaría ponérselo ya, pero usted sabe cómo es la gente… -ironizó don Natalio y lanzó una carcajada que el vendedor acompañó con su risa. Después siguieron hablando sobre mí.

-Me dijo que le encanta mi perro.

-Claro que sí.

-Soy un hombre generoso, amigo, así que cuando quiera se viene a casa, que está a dos cuadras de acá, y jugamos los dos con mi perro. ¡Le encanta jugar! ¿Cierto, perrito? –dijo y yo ya no daba más de la vergüenza mezclada con la excitación. Tenía que contestar e hice un esfuerzo, tragué saliva y por fin dije con un hilo de voz: -S… sí, don Natalio…

-¿Sí qué, perrito?

-Sí, que… que me encanta jugar, don Natalio… .completé temblando de pies a cabeza.

El veterinario río y dijo: -¡Qué bien adiestrado lo tiene, señor!

-Sí, es un perrito muy educado, dócil y juguetón, ¡una mascota perfecta!

-Si me da su teléfono lo llamo mañana mismo, ¿le parece bien? –tanteó el veterinario y mi dueño –sí, porque a esa altura don Natalio ya era mi dueño y yo su perro, su mascota- le dio su número telefónico que el otro anotó.

Mientras volvíamos a casa de don Natalio –yo llevando mi collar en la mano derecha- mi dueño me felicitó por mi comportamiento en la veterinaria y yo le agradecí lamentando no tener una cola para moverla como la mueven los perros.

Ya en la casa me ordenó desnudarme y que me pusiera en cuatro patas. Yo temblaba de excitación cuando me colocó el collar y deseaba desesperadamente que me cogiera. El tomó el extremo de la cadena y me hizo pasear por el dormitorio desplazándome sobre manos y rodillas mientras emitía una risita que interpreté como de satisfacción.

Después del paseo vino la frutilla de la torta. Me hizo trepar a la cama y que me quedara en cuatro patas, se quitó el pantalón, los zapatos y el calzoncillo y me ordenó abrir la boca. Me metió su pene erecto y se lo estuve chupando hasta que soltó varios chorros de semen que tragué ávidamente, hasta no dejar ni una gota. Qué delicia fue cuando ese néctar viscoso atravesaba mi garganta y me colmaba de una sensación indescriptible de tan hermosa.

Y al día siguiente lo prometido: vino el veterinario y jugamos los tres. Pero además, trajo lo que para mí fue una muy agradable sorpresa que acentuaba mi condición de perro.

(continuará)

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