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Siempre hay esperanza

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Ni era el primero, ni el segundo día que esperaba, que pasara algo, en mi vida. Cada uno de estos, era una continuación del anterior. Sentada en una butaca, frente a un gran ventanal. A través de ella veía, una gran pared de buganvillas, con enormes flores rojas, palmeras en un costado del camino y montones de tiestos que rodeaban la piscina, ovalada.

Así pasaban los días que luego se convirtieron en meses, seis concretamente. Tiempo que había transcurrido desde mi accidente de trafico. Era una vida monótona y fría, en la cual la mayor parte del tiempo tuve pensamientos muy negativos... pensaba en el suicidio. Era uno de esos pensamientos de cabecera. Ya nada me hacia gracia, y el echo de no querer ver a nadie de mis amistades pasados, lo agravaron todo. No quería que me tuvieran lastima, para eso ya estaba yo.

Siempre fui una persona muy activa y el accidente lo había trunco todo. El deporte llenaba todas las horas de asueto. Coria en carreras amateurs, con más o menos suerte, de mi ciudad. En un chat, encontré a una peña de senderistas y ciclistas. Me gustaron sus actividades e iba, todos los fines de semana con ellos a dar vueltas por la isla, tanto a pie como en bicicleta. Jamás fui una persona delgada pero si estaba musculada y ahora en todo este tiempo de reposo, todo mi cuerpo quedo fofo y con costurones. Paso mucho tiempo antes de que me pudiera verme desnuda en el espejo o lavarme con la luz encendida.

Mis padres hastiados de verme como la dama de las camelias con silla de ruedas. Mi madre se encargaba de llevarme a un polideportivo donde daban clases de rehabilitación en el agua y mi padre se encargaba de llevarme al psiquiatra, dos días por semana.

Ha los nueve meses, como en un parto, encontré un alma caritativa. Al principio no me llamo la atención, mas que otro hombre musculoso, fisioterapeuta, del hospital. Cuando conocía a Alberto, una ambulancia solían recogerme día si día no, delante de la puerta de mi casa y por norma él solía ir en la ambulancia. De vez en cuando salíamos como amigos, por la ciudad y luego me llevaba de vuelta a casa. Tampoco a él le iban bien las cosas. Le diagnosticaron una disfunción renal y estaba a la espera de un trasplante. Tenía mucho miedo a morir, cosa que era enigmática. Él no quería morir e yo era lo único en lo que pensaba. Pero entre ambos empezó a haber mucha química y las excursiones se hicieron cada vez mas seguidas.

En uno de esas escapes por la ciudad, apunto de llevarme de nuevo a casa, él propuso pasar primero por su casa. Quería enseñarme algo y vaya que me lo enseño. Accedí. No vi nada extraño. Al llegar a su apartamento, uno que daba sobre el paseo marítimo. Con grandes ventanas que daban al mar. En donde quede fascinada mirándolo. Él, se disculpo y desapareció por uno de los pasillos, al dormitorio. Estuve mas de media hora sola dando vueltas por el balcón, soñando, con todos esos días en que fui feliz. Aquí había corrido muchas carreras e ya nunca más lo haría. Unas lagrimas corrieron por mis mejillas. Cuando volvió, lo mire de arriba abajo, solo llevaba una toalla a la cintura, que dejo caer, sutilmente, delante de mí. Un poco flacuchas las piernas, pero lo compensaba el aparato que se gastaba... Por lo demás estaba muy bien, pensé.

Sin pensárselo dos veces, me llevo al comedor y me deposito sobre su sofá. Me abrió las rodillas y se coloco entre ellas. Empezó a acariciarme el pelo por los laterales, acariciándome los pabellones auditivos y la nuca, mientras me iba besando la cara de arriba a bajo. Yo solo apretaba los cojines con las manos, sin atreverme a tocarle. No recordaba cuando fue la ultima vez que estuve con un hombre desnudo. Me asustaba en echo de que llegara a desvestirme. No quería que viera mis cicatrices... esas heridas que tanto tiempo me negué a mirar y que alguna que otra vez todavía me negaba a mirar. Él intuía que me daba mucho miedo, ese echo y se tomo su tiempo.

Cuando se decidió a desabrocharme los botones de mi blusa y me desabrocho el sujetador, temblaba como una hoja. Rellenaba cada hueco que dejaba con sus besos, sus dedos y lengua, que dio buen acopio de cada una de mis huellas en la piel. Me hizo sentirme cada vez más tranquila. Lentamente mi respiración iba incrementándose en respiración fuerte, en jadeos incontrolados. Alzándome de pie, enganchada a su cuello, me bajo los pantalones y el tanga. Lentamente volvió a dejarme en el sofá, aunque esta vez quedamos tumbados. Ahora ya no iba tan despacio. Sin esperar mucho, metió dos de sus dedos en mi vagina, para comprobar si estaba lo suficientemente lubrificada. Supuse que lo debía estar, me era difícil saber si estaba excitada, de cintura para abajo. Subió mis piernas y apoyada sobre ellas, de un viaje me introdujo su pené y en un segundo me sentí inundada, por aquella daga, que se oprimía a mis paredes. Dentro y sin moverse, me chupaba los pezones, haciendo que me dolieran a rabiar. Me besaba y mordía, descaradamente los labios, a través de las rodillas inertes. Arañándole la espalda, quería que me diera ese placer que tanto tiempo me había negado a mantener, por miedo a no poder cumplir.

Todo su peso se comprimía con fuerza contra mis muslos, enganchado por las nalgas. Tenía el efecto que ese bicho crecía, por momentos, dentro de mí. Con unas fuertes sacudidas de vaivén, que se estrellaron contra mi útero, mís músculos apáticos no percibieron demasiado dolor. A punto de correrse, la saco y me la ofreció en la boca. Jamás me gusto hacer una mamada a ningún hombre. Me daba mucho asco. Me parecía antihigiénico, pero no tuve valor de negarme. Estaba a casa pasada más y más excitada... a mil por hora. La chupaba como si fuera un caramelo. No tardo ni un minuto cuando descargo en mi boca, hube mis dudas que hacer con ese liquido caliente en mi boca. Así que tras pensármelo unos segundos me lo trague. Tampoco era para tanto, pensé. Tumbado sobre mí, para descansar unos minutos, su aparato se quedo entre mis muslos y se volvió a animar. Levantándose, saco del un cajón de un armario un preservativo. Le dije que no se lo pusiera. No estaba muy convencido de ese plan pero volvió sin ponérselo, volviéndose a tumbarse sobre mí. Mi vagina esperaba ansiosa, ser de nuevo penetrada, sin rubor le cogí su verga y dura de nuevo, la introduje en ella. Resople cuando, paso una de mis piernas y me dejo de lado, pegándose a mi espalda. Más dura que antes, ese hermoso instrumental, de nuevo cabalgando sobre mí. Embestía con mucha fuerza y me magreaba las tetas, sin clemencia y mordía mis labios. No sé si era una ilusión o la realidad, pero sus testículos golpeaban con mucha fuerza mis nalgas y los pezones, me los iba a arrancar de un momento a otro. Le gritaba desaforada que me follara y me follara con ganas. Quería que todo eso no parara nunca y tenerla siempre dentro.

En la ante sala de eyacular de nuevo, me pregunto si quería que la sacara. Negué con la cabeza y todo ese liquido se derramo en mi interior. Cuando volvió a sacármela, su semen bajaba por mis piernas. Sabía que todo era producto de mi imaginación, pero aun así, me gustaron las sensaciones.

Cuando volvimos a mi casa, tuve que inventarme una buena excusa. No podía decirles a mis padres que estuve toda la noche... Destupiedo y desentumeciendo las tuberías oxidadas, por más de un año de no uso.

Seis meses, de tan provechosos encuentros, a él le informan que tenía un riñón disponible y que debe hacerse las pruebas, para la operación. Estábamos muy contentos, ambos, por fin dejaría de tener que ir a diálisis. Cuando entro en quirófano, yo espere toda la intervención paseando de arriba a bajo por la sala, esperando saber como había ido la intervención.

Fueron mas de seis horas esperando que alguien me dijera algo, pero nada, nadie salió de ahí. Solo entraban médicos corriendo. Pero no sabía dónde iban, así que no me preocupe. Cuando por fin salió el medico, que lo intervino. Mirándome muy fijamente a los ojos y sentándose a mi lado en uno de los bancos, quedo unos instantes mudo. Sabía que algo fue mal. No especifico que es lo que había pasado... Algo salió mal en la intervención y no lo soporto... Murió. Cuando me lo confirmo, todo mi mundo murió con él y volví a sentarme en ese enorme ventanal de mi casa.

Pero esta vez había una esperanza... Un bebe. Al hacerme las pruebas de embarazo... no todo él desapareció en esa intervención... Estaba embarazada. Ahora veía el jardín diferente.

Por primera vez, en muchos meses, supe que siempre pasan cosas, cada día, que te sorprenden y que te llena de esperanza.

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