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Ana 4

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Ana había empezado a dictar clases de violín para pagar las cuentas. El dinero que cobraba por tocar en las orquestas era ínfimo, y a veces, ni si quiera cobraba. Por otra parte, su enorme orgullo no le permitía aceptar dinero de ninguno de sus amantes. En alguna ocasión pensó en pedirle prestado a su vecino, un hombre joven que la acosaba desde hacía meses, y que cada tanto, se las ingeniaba para hacerla suya, aun cuando ella no quería. Sin embargo, siempre terminaba desechando la idea. Es cierto que de todos sus amantes era el que más la deseaba y no dudaría en prestarle dinero. Pero si ya la trataba como puta ahora, con plata de por medio, se creería su dueño.

En su fuero interno reconoce que por momentos disfrutaba de estar con él, sobre todo, porque consideraba la pija del vecino, una de las más lindas que había visto jamás. De un color vivo, y una forma extrañamente asimétrica, gruesa y resistente. Pero el tipo se excitaba obligándola a coger, y eso le daba miedo. Y ese temor residía en la sensación que la poseía cada vez que tenía la certeza de estar a punto de ser violada: calentura. Efectivamente, una parte de ella disfrutaba el maltrato, pero apenas terminaba de ser penetrada, la invadía la culpa y el asco por sí misma. Por eso decidió evitar al vecino lo más posible, y por ende, con pocas opciones para mejorar su situación económica, usó su departamento como escuela de música.

A la semana de publicar anuncios e imprimir volantes, consiguió tres alumnos. Dos mujeres, que en realidad llegaron a ellas recomendadas por sus compañeras de orquesta, y un preadolescente. Es en torno a este último donde va a girar este relato.

Ana había terminado de limpiar y ordenar el departamento para recibir a su nuevo alumno. Facundo llevaba el uniforme de escuela: pantalón gris, zapatos negros, camisa blanca y corbata bordó, y colgándole de su hombro, el estuche negro que contenía el violín. Tocó el timbre, y Ana fue a abrirle. El chico fue evidentemente sorprendido gratamente al observar a su nueva profesora. Ana se vestía lo más recatadamente posible para dar clases. Esta vez no llevaba calzas ni vestidos sensuales, sólo un pantalón de jean común y corriente, y una blusa azul, elegante, pero bastante suelta. Sin embargo Facundo parecía estupidizado por la visión.

—Hola, pasá. — saludó Ana y se hizo a un lado para que el chico entrara.

Facundo no podía creer su suerte. Había dudado en tomar clases de violín. Pensaba que si se enteraban los compañeros de escuela, se iban a burlar de él. Por eso le pidió a su mamá que busque un lugar bastante lejos. Ella accedió fácilmente, era comprensiva y nada invasiva. Lo llevó hasta capital y lo dejó sin intentar conocer a la profesora.

Ahora que tenía a Ana en frente, no dudaba de lo importante que fue su decisión de tomar clases en ese lugar: adelante suyo se encontraba una rubia despampanante, apenas más alta que él. La blusa azul envolvía unas tetas firmes. Sus caderas generosas anunciaban un trasero igual de voluptuoso. La estaba recorriendo de arriba abajo con la mirada cuando notó que la profe lo miraba fijo con una sonrisa que le pareció burlona.

Facundo enrojeció. Le dio pena el chico. Evidentemente no estaba acostumbrado a tratar con mujeres mayores, y no había aprendido a disimular sus miradas lascivas. El chico enrojeció aún más, entonces Ana lo guió hasta el living, dándole la espalda, para que el chico no se sintiese intimidado y tuviese tiempo de volver al color normal. Al llegar al living, pudo observar a través del débil reflejo que le devolvía la ventana, como su nuevo alumno se deleitaba mirándole el culo. Le dio gracia. Sabía que a esa edad los chicos estaban con las hormonas enloquecidas Se preguntó en qué estaría pensando el chico. ¿Acaso en despojarla de su ropa salvajemente como lo hacía aquel vecino abusador? Era muy probable.

La primer clase fue muy básica. Le enseñó la primera posición del violín, las cuatros cuerdas principales, y sus respectivas notas. Cada vez que se le acercaba para corregir su postura, notaba como la respiración de Facundo aceleraba. Nuevamente sintió pena por él. Un chico tan tímido estaba condenado al fracaso.

A facundo, la clase se le hizo más corta de lo que hubiese querido. Le hubiese gustado estar más tiempo con Ana. Le gustaba sus movimientos agiles y su postura firme al mostrarle como se debe tocar. Una vez en su casa, le dedicó una paja en el baño, mientras esperaba a que la comida esté hecha.

Transcurrieron varios meses, donde desarrollaron una docena de clases. La timidez de Facundo iba disminuyendo. Trataba a Ana de vos, y había aprendido a observarla subrepticiamente, sin que ella se diera cuenta. Al menos eso creía él.

El primer contacto que tuvieron fue por un error. Ana lo acompañaba hasta el ascensor, para luego despedirlo en la puerta del hall del edificio. En unas de esas despedidas, cuando Ana estaba a punto de salir del ascensor, Facundo pretendió salir tras ella, pero el ascensor  aún no había abierto del todo, por lo que tuvo que frenar sus pasos de golpe, pero no pudo evitar empujar con su cuerpo suavemente a su profesora. Se murió de vergüenza, porque desde que bajaban del ascensor no dejó de desnudar a Ana con la mirada, cosa que le provocó una erección. Estaba seguro de que ella había notado su dureza, seguramente debería estar muy ofendida.

—Perdón —Dijo en un susurro. Mientras la puerta se terminaba de abrir, Ana giró su pequeña cabeza rubia y le sonrío.

—No pasa nada. — Contestó.

A ella le daba gracia su atolondrado alumno, pero le caía bien. Lo veía como un chico perdido en la vida, cosa con la que se sentía identificada. En su interior comenzaba a gestarse una idea: ayudaría a ese chico a ser más seguro y a confiar en sí mismo. Esa tarde donde sintió el pequeño miembro erecto, se había permitido usar un short bien cortito. Ese que le gustaba tanto al pajero de su vecino. El chico ya no la miraba estupidizado, pero cada vez que no lo observaba, sentía su mirada clavada directo en su culo y piernas. En el ascensor fingía mandar mensajes de texto para dejar que Facundo se deleite con su cuerpo. Aun así, le había sorprendido la erección del chico. Se preguntaba qué cosas pasaban por la cabeza de un chico de su edad. Seguramente se moría de ganas de cogerla. La calentura de ese chico solo debería ser comparable a la del demente de su vecino.

Al ver la despreocupación de Ana por ese incidente, Facundo buscaba cualquier excusa para tocarla: cuando la saludaba, apoyaba la mano en su cintura, y la acariciaba suavemente. Sus besos iban a parar muy cerca de los labios. Por otra parte, el “incidente” del ascensor se repetía constantemente, y cuando salían o entraban al departamento, Facundo avanzaba fingiendo torpeza, y rozaba las nalgas de la profe con sus manos. Lo hacía de manera que ella apenas lo notara, rozándole el culo con las yemas de los dedos durante apenas unos instantes, convencido de que ella no reconocería sus manos dibujando la forma de sus glúteos, sino que pensaría que ese contacto era producto involuntario de su torpeza.

Sin embargo Ana notaba estos avances, y de hecho era ella la que frenaba de golpe, al caminar por los pasillos, o al salir del ascensor buscando el tacto del tronco duro apretándola, y preguntándose divertida, si algún día el pendejo se animaría a comerle la boca. Sin embargo pasaron las semanas, y Facundo no había avanzado más allá de los besos y los roces.

Una tarde, se cruzaron a su vecino en el pasillo, cuando maestra y alumno terminaban la clase. Facundo notó la calentura del macho celoso en los ojos de su rival, y también percibió el miedo de Ana. Aunque no logró detectar cierto goce que ella sentía por el encuentro de los dos hombres que más la deseaban.  Facundo no conocía la historia que unía a esos dos, sin embargo logró palparla en el aire. La sexualidad era abrumadora en el piso de ese edificio. Ana temía que el vecino golpeara a Facundo y la llevara a rastras a su departamento, para abusar de ella como hizo varias veces. Sin embargo, por la cabeza del hombre, no pareció haber pasado la idea de que aquel chico fuera su amante. Esta idea la indignó. Finalmente el vecino entró a su departamento.

Bajando en el ascensor notó que Facundo la miraba diferente a otras veces. Se puso a contestar unos mensajes dejando que el otro disfrutara de su cuerpo, como de costumbre. De repente lo sintió acercarse. Esta vez había determinación en la mirada del chico. Parecía varios años mayor. La agarró de la cintura. Ella se alejó, se arrinconó en una esquina del ascensor como cuando el vecino intentaba manosearla, pero facundo dio un paso adelante, la tomó esta vez de las caderas, intentó besarle la boca, ella lo esquivó. “que haces, soy tu profesora”, dijo, porque no podía decir otra cosa. Y entonces él le estampó el beso, y apretó su pija dura en sus caderas, y sintió la dulzura de los labios de hembra adulta, la deliciosa saliva, la firmeza de sus curvas, y la profundidad de ese cuerpo pequeño. Todo eso duró un instante, ella lo dejó hacer, pero le devolvió un cachetazo. “pendejo maleducado”. Este se ruborizó como nunca antes, sin embargo había una mueca de triunfo en su rostro. 

No estaba seguro de si debía volver a la clase. Ana estaría enojada. Sin embargo no había llamado a su mamá para contarle la desubicación del hijo. Por otra parte no se le ocurrió una buena excusa para convencer a su madre de que no lo lleve al centro, así que cargó el violín y fue a encontrarse con la profesora. Por un lado era mejor enfrentar la situación lo antes posible, aunque este pensamiento no evitaba que le tiemblen las piernas.

Llegó al edificio, y subió en el ascensor. Al llegar al departamento de Ana dudó, quizá era mejor escapar y vagar por ahí. Sin embargo, una pisca de esperanza se empecinaba en anidar en su mente confundida.

Tocó el timbre. Ana lo saludó normalmente, con una sonrisa. Eso lo alivió. Llevaba un vestido azul, con la espalda desnuda. Se había cortado el pelo un poco. Le pareció que estaba más linda que nunca.

— Que linda estás profe. — le salió naturalmente.

Ana le sonrío. Ahora la esperanza iba en aumento.

Ella se preguntaba qué haría el chico. ¿Actuaría como un animal? así reaccionaban la mayoría de los hombres, pero él todavía no lo era. Decidió fingir que lo de la otra vez no había sucedido.

La clase transcurrió con normalidad. Facundo comenzó a ejecutar el primer movimiento de La Primavera de Vivaldi, cometiendo varios errores.

— ¿Qué te pasa, estás nervioso? — le preguntó ella maliciosamente. “Mirá, así”. Y entonces ella se paró en la postura elegante que él tanto admiraba, y comenzó a tocar el violín, y las notas le parecieron lo mas hermoso que haya escuchado jamás.

Ana le dio la espalda, entonces Facundo se acercó y comenzó a acariciarle las caderas. Ella seguía tocando, como no enterándose de nada. Entonces le apoyó su miembro duro directo en las nalgas. Solo los separaba el pantalón escolar y la tela azul del vestido. Entonces Ana dejó de tocar y empezó frotarse con él. Facundo beso su espalda una vez, y luego otra, y luego la lamió, y empujó hacia adelante para sentirla más cerca. Nunca antes había estado con una mujer, pero sabía que no volvería a tener esa misma suerte. Este momento nunca se repetiría. El sueño hecho realidad sólo sucede en las películas, pero le estaba pasando a él. Levantó suave y despacio la falda del vestido.  Sus besos subieron hasta el cuello. El olor era riquísimo y el sabor delicioso. Ella dejó el violín en el suelo sin despegarse de la pija del alumno. De repente, se dio cuenta de que deseaba ese miembro más que ningún otro. Le acariciaba el rostro con ambas manos, mientras facundo seguía besando, y ya encontraba las nalgas. Las acarició suave, luego con más fuerza hasta estrujarlas. “quítate la ropa” susurró Ana. “haceme lo que quieras”. Y Facundo hizo lo que quiso. Cuando se terminó de desvestir vio a su profesora totalmente desnuda. Su cuerpo era perfecto, pequeño pero completo. Todo lo que un hombre desea lo tenía en su metro sesenta y sus cuarenta y cinco kilos. Tetas firmes, piel blanca, sin imperfecciones, cara de niña inocente, pero gesto de puta experimentada. Piernas sensuales, y un culo para comer y chuparse los dedos.

Lo agarró dela mano y lo llevó al cuarto. Facundo nunca en la vida imaginó tanta felicidad. Ella se tiró a la cama bocabajo “haceme lo que quieras” repitió. El alumno se subió a la cama y le besó el culo. Le gustó tanto que tuvo que volver a hacerlo una y otra vez. Cuando notó que no iba a aguantar mucho para eyacular, la tomó del hombro y la hizo girara. Se sentó a su lado y apoyando suavemente la mano en la nuca de la profesora, sin mediar palabra, la direccionó hacia donde estaba su miembro hinchado. Ella se lo tragó entero, pero como quería que el chico disfrute, lo retiró y comenzó a darle besos suaves en el tronco y en las bolas. Luego sacó la lengua y comenzó a lamerle el glande, brindándole un placer doloroso. Facundo no pudo aguantar mucho. Ella recibió la leche en su cara, sabía que eso le encantaba a los hombres y quería brindarle a su amante el mayor placer imaginable.

Fue a lavarse la cara y encontró a facundo con un gesto de culpa y vergüenza por haber acabado tan rápido. “No te preocupes, la próxima vas a durar más”, lo animó. Comenzó a acariciarle el pecho y a darle besos, bajando despacio hasta llegar a su pene. Se lo metió en la boca y tras unas pocas lamidas, ya estaba erecto de nuevo. “¿querés el culo”?, preguntó, y sin esperar respuesta se puso en cuatro. Facundo apuntó y penetró. Fue brusco, pero por principiante, no por violento. Sentir su pija apretada dentro de ese hoyo, le proporcionó un placer asfixiante. Comenzó a embestir con más fuerza, mientras la espalda de ella se arqueaba y la cabellera dorada se sacudía. Ana resistía los embistes con facilidad. Él no lo sabía, pero estaba acostumbrada a cosas más grandes, sin embargo el tamaño de Facundo era ideal y le proporcionaba un placer que nunca sentiría con falos de adultos. El alumno retiró su pija con cierta dificultad y eyaculó en las nalgas de la profesora.

Al acabar por segunda vez comenzó a inspeccionar el cuerpo de Ana, centímetro a centímetro, conociendo cada uno de los lunares, besando todas sus partes, hasta llegar a la vagina. Entonces se detuvo ahí un buen rato. Ella le señaló el clítoris, y le enseñó cómo debía besarlo, con qué frecuencia, con qué intensidad. Facundo fue buen alumno, y luego de largos minutos de paciente trabajo la hizo estallar en un orgasmo.

Se quedaron abrazados hasta que se hizo la hora en que terminaba la clase, y luego se despidieron en el hall del edificio hasta la próxima semana.

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