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De cómo me convirtieron en una putita (3)

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Le dejé un mensaje a mis padres diciéndoles que me iba a estudiar a la casa de un compañero de escuela y me fui a lo de don Natalio fijándome que no me viera nadie.

En cuanto llegué debí desnudarme y don Natalio me puso el collar, que me enloquecía de goce desde que lo probé por primera vez el día antes, al regreso de la veterinaria. Tomó el extremo opuesto de la cadena y me hizo dar una vuelta completa.

-Mmmm, ese hombre se va a volver loco cuando te vea así, desnudito y con el collar.

-Ay, don Natalio… -murmuré y después, venciendo mi timidez, le pregunté: -¿Usted cree que… que me… que me va a querer usar? –y sentí que el rubor encendía mis mejillas. Él lanzó una carcajada y dijo: -¡Te va a querer reventar a pijazos, nene! ¡Entre los dos te vamos a dejar el culo ardiendo!

Pasaron los minutos conmigo muy nervioso hasta que por fin sonó el timbre y don Natalio me dijo cuando los dos estábamos en el dormitorio: -Quietito ahí. –y fue a recibir al visitante.

Los oí hablar mientras venían por el pasillo y me estremecí cuando entraron al dormitorio, el señor Álvaro con dos bolsas en la mano derecha.

En cuanto me vio dejó caer las bolsas, abrió sus ojos al máximo y balbuceó: -Na.. Natalio, no se… no se puede creer lo que es este chico…

-Date vuelta, nene… -me ordenó mi dueño y yo obedecí, orgulloso de mi culo y feliz de poder mostrárselo al señor Álvaro.

-¡Qué culo! –gritó el visitante. -¡Qué banquete vamos a tener, amigo mío!

-Volvé a ponerte de frente, nene. –me ordenó don Natalio y obedecí, por supuesto.

-Qué lindo le queda el collar a su perrito, Natalio. –me elogió el señor Álvaro, que después recogió las bolsas del suelo.

-Le traje unos regalos, Natalio, en agradecimiento por compartir a su mascota conmigo.

-Pero, doctor, no se hubiera molestado…

-Estoy seguro de que lo que le traje le va a gustar, Natalio. –dijo el señor Álvaro mientras metía la mano en el interior de una de las bolsas y mi curiosidad crecía.

Con sorpresa vi que eran recipientes de ésos que se usan para que los perros coman y beban y de la sorpresa pasé a la excitación al imaginarme en cuatro patas ante esos cuencos.

-¡¿Me los trajo para que los use con mi mascota?! –quiso asegurarse mi dueño.

-Por supuesto, Natalio, y le traje algo más. –dijo el veterinario y sacó de la otra bolsa un paquete.

-Aquí tiene, Natalio, para que le dé de comer a su perro. Son galletas y espero que a su mascota le gusten.

Don Natalio tomó el paquete, con una expresión mezcla de asombro y entusiasmo en su rostro, en tanto yo me sentía cada vez más morbosamente excitado.

-Pero, ¿no se enfermará el nene de comer galletas para perros?

-No si se las da dos o tres veces por semana. Le explico, Natalio que los alimentos para perros contienen los mismos ingredientes básicos que la comida nuestra, como proteínas, carboidratos y grasas. Pero las proporciones no son las mismas, por lo que pueden llegar a ser dañinas para una persona si ingiere comida de perro en cantidades importantes por mucho tiempo, Pero si usted a su cachorro le da estas galletas solamente dos o tres veces por semana no le va a pasar nada, quédese tranquilo.

Yo a esa altura estaba ardiendo de calentura, por la humillación a la que me sometían los dos hombres al hablar de mí como si fuera de verdad un perro.

-Esto me ha excitado mucho, doctor; me gustaría que le demos pija ya mismo al cachorro.

-¡De acuerdo, Natalio! Pero, no me llame doctor, dígame Álvaro nomás. Y una pregunta, ¿lo compartió antes con algún otro hombre?

-No, Álvaro, es la primera vez que los vamos a coger entre dos y le propongo que usted elija por qué agujero le quiere dar: ¿el hocico o el culo?

El veterinario pensó un poco y eligió mi culo, aunque aclaró: -Yo estoy para dos polvos, Natalio, así que primero le uso el culo y después de un descanso le acabo en ese lindo hocico que tiene…

-Bien, Álvaro, trataré de empardarle esos dos polvos, jejeje…

Cuando acordaron cómo usarme don Natalio me ordenó subir a la cama y ponerme en cuatro patas, cosa que hice inmediatamente y con muchas ganas de comerme esos dos penes. Ellos se desvistieron y vi sus arietes ya bien erectos. El de don Natalio es algo curvo hacia arriba, el del señor Álvaro es bien recto, ¡los dos son hermosos! ¡Ay, que perro tan putito soy! Ardiendo de ganas vi cómo el señor Álvaro se embadurnaba el pene con la vaselina que mi dueño le había dado, para después trepar a la cama y arrodillarse entre mis piernas.

Por su parte, don Natalio ya estaba arrodillado ante mí y me ordenaba abrir la boca. La abrí y él me metió su pene bien duro que empecé a chupar enseguida, justo en el momento en que sentí el contacto del pene del señor Álvaro en la entrada de mi culo.

No sé cómo pude mantener el equilibrio ante sensaciones tan fuertes, pero pude lograrlo y me entregué apasionadamente a los penes de mis dos violadores.

Estaba yo chupando apasionadamente el pene de don Natalio cuando escuché gruñir al veterinario y sentí su leche caliente en el fondo de mi culo. ¡Qué goce! Seguí mamando con el señor Álvaro sobre mis espaldas durante un segundo y después caído en la cama junto a mí, jadeando agitado.

-¡Así, nene! ¡Así, perrito! –me alentaba don Natalio que metía su pene cada vez más profundamente en mi boca, al extremo de que cada tanto me provocaba arcadas. Por fin se corrió inundándome de leche. La tragué toda mientras miraba a mi dueño echado en la cama, bufando.

¡Qué horas aquéllas! Yo desnudo, con mi collar de perro, y esos dos hombres, uno viejo, el otro madurón, usándome a fondo, sumergiéndome en lo más hondo del emputecimiento, llenándome de semen.

Cuando me habían cogido dos veces, don Natalio quiso probar los obsequios del señor Álvaro y entonces vertió agua en uno de los cuencos y algunas galletas para perros en el otro recipiente y me ordenó mientras ambos permanecían en cueros: -Vamos, nene, a comer como el perro que sos.

Yo estaba súper caliente y hubiera hecho cualquier cosa con tal de que después me permitieran masturbarme. Me acerqué a los recipientes y primero traté de tomar un poco de agua como los perros, con la lengua. Me resultó difícil al principio, pero pude lograrlo y eso me puso contento. Estaba siendo un buen perro. Comer fue más fácil, solamente tenía que hundir el hocico en el recipiente e ir tomando los galletas, que no eran grande.

Mientras tanto escuchaba los comentarios de mi dueño y del señor Álvaro y lo que decían me excitaba todavía más: -Qué buen perro tiene, Natalio, véalo que bien come. Créame que lo envidio.

-Bueno, doctor, pero lo comparto con usted.

-Y se lo agradezco no se imagina cuánto, amigo, pero ¿quiere que le diga una cosa? Me parece que no deberíamos considerarlo un perro sino una perra, vea las formas que tiene, vea esas nalgas, esas caderas, esas piernas.

-Tiene razón, doctor, es como una nena, es perra entonces.

Claro que sí, los dos tenían razón. Yo a esa altura y escuchándolos me sentía una perra, una perra algo especial porque tenía pene, pero una perra al fin.

Por fin terminé con el agua y las galletas y quedé esperando órdenes mientras mi pene estaba bien duro y erecto.

Don Natalio se inclinó hacia los cuencos y rió complacido al verlos vacíos.

-¡Vea, Álvaro! ¡Vea que bien se portó la perrita! ¡no dejó nada!

Ahí fue cuando me atreví  y le dije: -Don Natalio estoy… estoy muy… muy excitado… ¿Puedo… puedo masturbarme? –y el señor Álvaro intercedió por mí: -Se lo merece, amigo, autorícelo.

-Claro que se lo merece, doctor. –concedió mi dueño y tomó el extremo de la cadena de mi collar. –Vamos, perrita, vamos al baño. –y hacia allá fuimos, yo en cuatro patas y ellos detrás de mí.

Una vez en el baño don Natalio hizo que me sentara en el inodoro: -bueno, masturbate, perrita. –dijo y yo sentí vergüenza de tener que hacerlo delante de ellos, pero era tan grande mi calentura que me masturbé sintiéndome arder entero.

Minutos después el doctor Álvaro se despidió con la promesa de mi dueño de repetir la sesión en los próximos días.

Cuando quedamos solos don Natalio me quitó el collar y me ordenó que me vistiera: -Bueno, perrita, sabés cómo son las cosas, ¿cierto?

-Soy suyo, don Natalio… usted haga lo que quiera… -atiné a decir.

-Sí, sos mi mascota, mi perrita. –confirmó él y me llevó hacia la puerta, donde me despidió con una palmada en el culo.

Era ya de noche y de pronto, en camino a mi casa, vi a doña Lola, una vecina, que venía hacia mí.

-Buenas noches… -la saludé y ella me cerró el paso.

-¿Qué hacías en lo de don Natalio?

La pregunta me puso muy nervioso y empecé a tartamudear tratando de encontrar una respuesta.

-¿Querés que te diga yo lo que hacías? ¿querés que le cuente a tus papis que lo visitás a ese viejo? ¿Creés que no me doy cuenta de que sos un putito?

-Por favor, doña Lola… -supliqué desesperado, al borde del llanto.

-Vamos a mi casa, caminá… ¡Vamos, movete! –exigió la vieja con tono imperativo y yo la seguí sabiéndome en sus manos aunque sin imaginar que quería de mí.

(continuará)

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