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El calvario de Luciana (11)

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La arquitecta había abandonado su casa matrimonial para mudarse a un departamento de dos ambientes que tenía para alquilar en su inmobiliaria. Lo rento y se instaló allí después de convencer a su hija, que quería irse a vivir con ella, de que era conveniente que permaneciera junto a su hermano en la casa de la familia. En su desesperada y enfermiza pasión por Emilia necesitaba estar sola para poder moverse con tranquilidad en ese sentido.

Esa noche, en tanto Graciela cenaba a desgano en su nuevo hábitat, Emilia recibía en el saloncito al cliente programado en la agenda: el empresario de la carne Víctor W, que no ocultaba su ansiedad por gozar de Luciana. Bebió apresuradamente el café y luego comenzó a frotarse nerviosamente las manos mientras hablaba con la proxeneta.

-Vamos a ver, señor Víctor, ¿cumplió usted con lo que le pedí? ¿mantuvo bien llenita la mamadera?

-Me costó, mi estimada, pero he cumplido y le aseguro que ardo por hacérsela tomar a su putita hasta la última gota.

Emilia sonrió satisfecha pensando en Luciana tragando toda esa leche y luego, advirtiendo la impaciencia del hombre, llamó a Luisa para que lo guiara hacia la habitación.

La jovencita estaba tendida de espaldas en la cama, desnuda a pedido del cliente, a punto de adormecerse y abrió los ojos cuando escuchó el sonido de la puerta al abrirse. El hombre, al verla, agrandó los suyos al máximo por el asombro y la impresión de comprobar que esa putita era en persona aún más bella que en las fotografías. Luciana dejó de mirarlo y el hombre se fue acercando a la cama despacio, para después sentarse en el borde. Allí aspiró con fuición el aroma de las esencias que emanaba de la chica y que Luisa usaba cuando le hacía tomar la ducha diaria. Mientras devoraba con sus ojos ese cuerpo increíblemente perfecto, ese rostro tan sugestivo, esa boca de labios carnosos y en ese instante entreabiertos, llevó su mano lentamente a las tetas de la putita y comenzó a acariciarlas para después ponerse a jugar con los pezones, que pronto advirtió duros entre sus dedos. La respiración de Luciana se volvió agitada y esto hizo que el hombre experimentara una profunda satisfacción. Su mano descendió con lentitud mientras la jovencita gemía con los ojos cerrados. Cuando por fin la mano llegó al objetivo, el cliente emitió una risita:

-Jejeje… estás caliente, ¿eh, perrita?

-Soy una perrita en celo para mi placer y el placer de todos los hombres y mujeres con quienes estoy… -dijo Luciana repitiendo la letanía profundamente alojada en su conciencia, y el hombre se excitó aún más. Sabía de las prácticas usadas por Emilia con cada una de las hembritas que atrapaba para convertirlas en animalitos serviciales, y mientras hundía sus dedos en esa concha empapada sintió que la verga se le iba poniendo cada vez más dura.

-Bueno, a trabajar, putita, parate y desvestime, primero los zapatos y las medias. –ordenó y Luciana, programada para obedecer, salió de la cama y se arrodilló ante el cliente para cumplir con lo que le había sido ordenado. Después, el empresario se puso de pie y la chica le fue quitando el saco, el pantalón, la corbata, la camisa y finalmente el calzoncillo, siguiendo el orden que el hombre le iba dando. Luciana miró la verga bien erecta y palpitante y sintió el impulso de tomarla entre sus manos, pero a su mente le había sido quitada la posibilidad de actuar por cuenta propia. El cliente le ordenó que se arrodillara sin apoyar el culo en los talones y una vez que la tuvo en esa posición le dijo:

-Abrí el hocico, perrita. –y cuando tuvo a Luciana con la boca abierta y sus ojos fijos en esa verga, el hombre se la metió en la boca hasta la garganta y le cruzó ambas manos en la nuca, para evitar que pudiera mover la cabeza. Entre risitas vio los esfuerzos vanos de Luciana por librarse de esa cosa dura que la ahogaba y entonces mantuvo su mano derecha en la nuca de la putita mientras le tapaba la nariz con el pulgar y el índice de la mano izquierda, gozando entre carcajadas de los intentos desesperados que la pobrecita hacía para salir de la angustiosa situación que la tenía al borde de la asfixia. El cliente era un experto en esa clase de juegos sexuales y supo cuándo liberar a la hembrita y arrojarla sobre la cama, donde quedó respirando con fuerza y agitadamente para dar a sus pulmones el aire del que habían sido privados durante esos segundos torturantes.

El cliente esperó a que la respiración de la jovencita se normalizara, no por consideración, claro, sino porque debía estar recuperada de su casi asfixia para que pudiera hacerle una buena primera mamada. Cuando advirtió que Luciana ya estaba en condiciones de servirlo, le ordenó:

-Levantate, putita, te quiero de rodillas ante mí, ¡vamos!. –y cuando la vio en la posición requerida le dijo:

-Abrí esa boquita de mamona que tenés. –mientras blandía su verga erecta delante del rostro de la jovencita. Luciana sintió temor al recordar su reciente suplicio, y al darse cuenta el cliente le dijo:

-No tengas miedo, perrita, sólo quise divertirme una vez, pero ahora lo que quiero es que me hagas una buena mamada y te tragues hasta la última gota de mi leche.

Luciana procesó esas palabras, esa orden, y se avino a abrir la boca y a que el hombre le metiera en ella esa verga bien erecta y durísima, que comenzó a chupar de inmediato. Le daba placer hacerlo, era una sensación de intenso goce y cada vez que el hombre la retiraba y le decía: -Lamela. –ella lo hacía aplicadamente, deslizando su lengua desde los huevos hasta el glande, rojísimo y palpitante. El cliente sabía muy bien cómo demorar la explosión y ponía en juego esa sabiduría adquirida con los años, de modo que la mamada se prolongó durante mucho tiempo hasta que la verga expulsó varios chorros de semen espeso y caliente que inundó la boca de la putita y que ella debió tragar, y lo hizo con una sensación de placer. El empresario sintió que la descarga de tanta tensión hacía vacilar sus piernas y se dejó caer sobre la cama, de espaldas. Abrió sus piernas y dijo: -Vení, mamona, limpiame la verga con la lengua, quiero que me la dejes bien sequita.

Luciana se arrodilló entre las piernas del cliente, se inclinó hacia delante e hizo lo que se le había ordenado. Después, profundamente satisfecho por el comportamiento de la putita, el hombre le dijo: -Ahora voy a dormir un poco y cuando me despierte vas a tomar otra mamadera, jejeje. –y segundos después roncaba estruendosamente.

Dos horas más tarde despertó y sin delicadeza alguna hizo girar hacia él a Luciana, que dormitaba, y tomándola del pelo le puso el rostro contra su verga:

-Metétela en el hocico, perrita, y reanimala, jejeje…

Luciana se puso a chupar esa carne adormecida y pronto sintió que la verga iba despertando y poniéndose cada vez más tiesa hasta que logró una buena erección. La putita estuvo mamando y lamiendo durante más de media hora, entre los jadeos, gemidos y frases obscenas del cliente que por fin acabó, aunque esta vez sólo fueron dos chorritos delgados que la jovencita tragó rápidamente para después pasarse la lengua por los labios a la pesca de alguna gotita que pudiera haber quedado allí.

Instantes después, ya recuperado del orgasmo y con Luciana yaciendo en silencio a su lado, el hombre le ordenó que lo mirara y cuando Luciana volvió su rostro hacia él le dijo:

-Oíme, perrita, llevo años viviendo aquí y he conocido a muchas putitas de Emilia, pero a ninguna como vos, ninguna tan hermosa, tan apetecible.

Luciana no entendió muy bien lo que ese hombre había dicho, pero lo vio sonreír y sonrió con una sonrisa apagada, la máxima expresión que la hipnosis y la droga le permitían. La había excitado chupar esa verga y tragar el semen, pero su mente estaba programada para saber que no podía hacer nada sin autorización, entonces dijo con ese tono monocorde que le era propio:

-Estoy excitada…

El hombre la miró con expresión triunfante:

-¡Ahhhhhh, putita!, ¿así que te excitó haberme chupado la pija? ¿te excitó haberte tragado mi leche?

-Me excitó haberle chupado la pija y haber tragado su leche…

Vìctor W. se incorporó a medias en la cama y llevó una mano a la concha de la jovencita, que gimió al mero contacto de esos dedos con sus labios externos. El hombre metió el índice y el dedo medio en ese nido que era un río de flujo y tuvo ganas de una nueva forma de placer.

-Masturbate, perrita. Quiero verte haciéndote una buena paja. –dijo y sacó los dedos arrancándole a Luciana un nuevo gemido. De inmediato la jovencita encogió sus piernas, separó las rodillas y comenzó a masturbarse con  los ojos cerrados, en medio de un fuerte jadeo alternado con gemidos expresivos del intenso placer que estaba sintiendo y de la tensión que iba creciendo desde la vagina para abarcar poco a poco todo su cuerpo. El cliente la miraba con ojos agrandados por la calentura y de pronto comenzó a acariciarle las tetas y a jugar con los pezones. Luciana, presa de la más violenta excitación, comenzó a retorcerse en la cama y a gritar hasta que por fin, coincidiendo con un fuerte pellizco del cliente en uno de sus pezones, estalló en un orgasmo interminable que ella acompañó con una música hecha de jadeos, gemidos y gritos hasta quedar quieta, saciada, en calma.

Pero poco iba a durarle esa calma, porque el espectáculo de la masturbación había puesto otra vez en forma al cliente, que se sentó y recostándose contra el respaldo de la cama dijo:

-Vamos, perrita, me pusiste al rojo vivo con esa paja que te hiciste, así que a trabajar, vamos, a chupármela otra vez. –y Luciana lo hizo. Se arrodilló entre las piernas del hombre, tomó la pija erecta y dura con su mano derecha y se la metió en la boca. De inmediato fue presa de esa sensación placentera que experimentaba siempre que hacía una fellatio, y se aplicó a la tarea. Le demandó casi media hora de mamar y lamer conseguir que el cliente acabara, y fue con un par de chorritos escasos, el segundo luego de un intervalo tras el primero. Sin duda la mamoncita había extraído hasta la última gota de semen de esa verga.

El hombre lanzó un prolongado suspiro y satisfecho y agotado se quedó dormido enseguida. Segundos más tarde Luciana también se sumergía en un sueño tan profundo como un abismo sin fondo.

……………

A las once de la mañana siguiente, un rozagante Víctor W. conversaba con Emilia en el saloncito, ambos ante sendos pocillos de café.

-Ha sido una noche inolvidable, mi estimada señora. –dijo el hombre con una amplia sonrisa de satisfacción.

-Me alegra sobremanera que lo haya pasado bien, mi querido señor.

-¡¿Bien?!... ¡Ha sido una noche gloriosa, Emilia! Luciana es indudablemente la mejor, lejos, de todas las putitas que he conocido aquí.

-Coincido, Víctor. Esa jovencita ha sido un gran hallazgo. Y dígame, ¿se portó bien? ¿fue una perrita obediente?

-¡Se portó muy bien, Emilia! Claro que sí, han hecho ustedes un gran trabajo con ella; bueno, como con todas las anteriores, evidentemente cuentan con un mecanismo muy bien aceitado. Y ahora, si me permite me retiro, mi querida señora, me espera mucha tarea en la oficina, pero le ruego que vuelva a agendarme un turno y me avise cuándo podré volver por aquí.

-Delo por hecho, mi estimado señor. Lo agendaré y mi fiel Elba se comunicará con usted para informarle que día tendremos el gusto de su presencia.

Se despidieron con un apretón de manos y después Luisa, de acuerdo con las normas de cortesía de la mansión, lo acompañó hasta el sector de cocheras, donde el empresario había dejado su automóvil.

……………..

En el momento en que el cliente atravesaba el portón con su vehículo sonaba el celular de Emilia. La proxeneta vio que se trataba de Graciela y decidió que ya era tiempo de atenderla.

-Hola, perra callejera. –dijo y advirtió, complacida y excitada, que su esclava respiraba agitadamente.

-Por fin, Ama… -pudo decir después de unos segundos.

-Por fin, ¿qué?

-Digo que… que estuve llamándola durante varios días y usted no…

-¿Te estás atreviendo a reclamarme algo, perra más que puta?

.No, Ama, no, se lo juro, jamás me atrevería a reclamarle algo… Es sólo… es sólo que tuve mucho miedo de que usted me hubiera abandonado, Ama… Solamente eso…

-Me habías preguntado cuándo volverías por aquí y te dije que cuando yo tuviera ganas de tenerte. ¿Olvidaste eso, yegua?

-No… No, Ama, no, es que… es que no puedo vivir sin usted, mi adorada señora… Sin usted me falta el aire…

-¿Sos consciente de lo que eso implica, esclava?

Graciela hizo una pausa, pensó en el significado de la pregunta y con voz temblorosa dijo:

-¿Qué quiere decir, Ama?

-Evidentemente tu cerebro de animal no te permite darte cuenta de que si no podés vivir sin mí vas a vivir como yo, tu Ama, tu Dueña y Señora, decida que vivas. ¿Está claro ahora?

Graciela se estremeció al escucharla.

-Nunca me gustaron las tonterías, perra, y por eso te doy veinticuatro horas para que me contestes si estás dispuesta a vivir como yo decida que vivas o no.

Graciela respiró hondo durante algunos segundos y luego dijo:

-Esta bien, mi señora… ¿Debo llamarla para comunicarle mi decisión?...

-No esperarás que sea yo quien te llame, ¿verdad, arrastrada?

-Está bien, Ama, perdón por mi pregunta tan estúpida…

-Pregunta estúpida e insolente. –corrigió Emilia.

-Le pido perdón otra vez, Ama, mañana a esta hora la llamo.

-Bien, puta. –dijo Emilia y cortó la comunicación a sabiendas de que la moneda estaba en el aire y se jugaba a cara o cruz su posesión total y definitiva de Graciela para hacer con ella lo que se le antojara, ¡y vaya si se le antojaban cosas!

…………..

Graciela exhaló un suspiro cuando cortó la comunicación y su rostro se crispó en una expresión preocupada mientras se apoyaba en el respaldo del sillón.

“Vivir como ella quiera” –se dijo. “¿Qué significará eso? ¿qué vida me hará vivir?”…

(Continuará)

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