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Manolo el pegajoso

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Todos los personajes de este relato son ficticios. Tranquilo Pepe, te he cambiado el nombre y no te reconocerá nadie.

 

Me oculto entre las sombras. Totalmente vestido de negro me deslizo de forma invisible con la espalda pegada a la pared. Las botas de goma amortiguan mis pasos sobre los adoquines. El oscuro betún en el rostro evita los reflejos indeseados.  La gruesa lana me protege del gélido viento. Las farolas más cercanas fueron inutilizadas el día anterior con hábiles  pedradas. Los bribonzuelos a los que contraté para el trabajo, no podían creer que alguien les pagara por hacer lo que más les gustaba. De la mochila extraigo un garfio  de tres puntas recubierto de poliuretano. Verifico la cuerda y sonrío, todo está perfecto. En un movimiento circular ensayado hasta la saciedad hago girar el gancho que silba mientras adquiere velocidad. Al soltar la cuerda en el momento preciso, éste se eleva formando una parábola que sobrepasa el tejado de la casa. Aterriza con un sonido sordo. Tiro suavemente de la cuerda hasta que noto resistencia. Hago un par de movimientos bruscos y fuertes para asegurar que el anclaje es firme. Escalo silenciosamente y con mucho esfuerzo la pared hasta llegar a la ventana del piso superior. Tan solo he tirado una pequeña maceta de plástico que se ha estrellado contra el suelo.

Apoyado ligeramente en el alféizar intento acomodarme, no sé cuánto tiempo habré de esperar. De la mochila extraigo un pastelito de chocolate y una coca-cola que aún está fresca. Me gusta ir siempre bien preparado. Debí de haber traído los de hojaldre, ahora tengo todas las manos pegajosas. Pero estoy cómodo, no me importa esperar. La oscuridad se rompe al abrirse la puerta interior de la habitación. Es ella acompañada de su nuevo amante. ¡Lo sabía! No hay caricias, no hay ternura, ni unos simples preliminares. El hombre se ha limitado a bajarle las bragas, empujarla sobre la cama y penetrarla de una forma burda. Ella gime pero sé que es mentira, que actúa. En menos de dos minutos el hombre resopla y se retuerce sobre ella, se acabó. ¡Ja! Vaya mierda de polvo. Voy a coger la coca-cola para dar un trago y sin querer tiro otra maceta, ésta de barro, que se estrella contra el suelo de forma escandalosa. Las luces de la habitación se encienden.

—¡Joder! ¿Otra vez, Manolo? —exclama mi ex-mujer con voz de fastidio.

—No soy Manolo, no sé quién es ese… —grito mientras me dejo caer para evitar que me descubran.

—Esta vez no te pienso devolver el puto gancho, y me vas a pagar las macetas —grita histérica moviendo el puño con medio cuerpo fuera.

—Pues no las coloques tan mal —exclamo airado—. Si no las pusieras de cualquier manera, no se caerían con solo tocarlas.

Algunas ventanas de la calle empiezan a iluminarse, los vecinos se asoman para cotillear.  ¡Qué asco de gente! Siempre pendientes de lo que hacen los demás, como si no tuvieran vida propia… Decido irme sigilosamente antes de que alguien me reconozca.

—¡Ya está bien, Manolo…! Es la segunda vez esta semana —grita Pepe el panadero desde el edificio de enfrente.

—¡Joder Pepe! Que no soy manolo… —respondo cabreado. No me gusta que la gente acuse sin pruebas, no me han visto, no pueden saber que soy yo.

—¡Imbécil! La próxima vez quítate la gorra  del Madrid… ¡Tarado!

Los gritos empiezan a ponerme nervioso. Recojo del suelo los ganchitos de maíz que se me han caído y escapo raudo. Cómo si no hubiera más gente con una gorra del Madrid… Qué forma más odiosa de juzgar sin tener todos los datos. Y la llevo porque siempre me ha dado suerte pero la próxima vez la untaré con un poco de betún, quizás sea demasiado blanca para moverme por la noche.

Al llegar a casa noto una leve molestia en el tobillo, he debido de lesionarme al caer tan bruscamente desde el segundo piso. Mañana lo tendré hinchado, seguro. Miro el reloj, son las dos de la madrugada, debería de llamar a mi ex para despertarla, pero decido no hacerlo. Si la cabreo demasiado no me devolverá el garfio. Aunque ya me lo ha devuelto tres veces. ¿Por qué iba a ser ésta diferente? No, mejor no forzar las cosas. A veces es mejor actuar con un poco de consideración. La dejaré dormir hasta las seis por lo menos.

A las seis en punto suena el despertador. Me gusta madrugar y aprovechar el día. Lo primero que hago es llamar a mi ex, antes incluso de levantarme de la cama. Tarda bastante en contestar, debe de estar dormida. Al final escucho su voz somnolienta: «Diga…» Espero a que lo repita tres o cuatro veces y cuelgo. Vuelvo a llamar un par de veces más y hago lo mismo. Preparo mis cosas y me pongo en marcha.

A las ocho, ya estoy en el bar de enfrente de casa vigilando mi garfio. A pesar de Paco me gusta este bar porque por él no ha pasado el tiempo. La barra es la misma que cuando iba de niño con mi padre. Los olores de la madera impregnada de vino me relajan. Haré tiempo hasta que se vaya el amante para ir a buscarlo. El café de este sitio es excelente, creo que es toda la porquería de la cafetera lo que le da ese sabor especial.

—¿Cómo va todo Manolo? —pregunta Paco el camarero sin ningún interés.

—Tirando, no me puedo quejar.

—¿No te habías divorciado de tu mujer?

—Sí, pero ella me sigue queriendo, no puede vivir sin mí.

—Si tú lo dices… —masculla Paco mientras insinúa una sonrisa burlona.

—Volverá conmigo, es cuestión de tiempo —digo convencido.

—¡Y Qué! ¿Esperando a que se vaya su querido a trabajar, para recoger la cuerda?

—Sí —respondo avergonzado y sorprendido de que lo sepa.

Hago como si estuviera interesado en el periódico, y consigo que me deje tranquilo, mientras vigilo la entrada del portal. Lo veo salir, va muy bien vestido con un traje elegante. El maletín parece de los buenos. Pero me animo pensando que me desharé de ese tipo como hice con los anteriores.

Llamo a la puerta y me abre mi ex. No tiene buen aspecto, tiene la piel pálida y unas ojeras marcadas, los ojos rojos trasmiten nerviosismo. El pelo encrespado la hace parecer casi una loca. Más que caminar, se arrastra hasta el salón mientras la sigo. Creo que no duerme bien. Pero incluso así, con esa vieja bata, la sigo encontrando atractiva.

—Me vas a volver loca Manolo. Las cosas han de cambiar…

—Te he traído algo de ropa —digo mientras dejo en el suelo las bolsas con la ropa sucia. —Así te entretienes, ya sabes que a mí las camisas me quedan fatal.

—Manolo… Hace tres años que nos divorciamos, tienes que salir de mi vida, tienes que dejarme en paz.

—Subo un momento al terrado a recoger el garfio. ¿Me puedes hacer un café mientras?

Cuando bajo, ya tengo un café humeante esperando en la mesa baja del salón. Ella se ha sentado en un sillón y sostiene una taza de hierbas, té o cualquier mierda de esas. Me pongo cómodo y la miro a los ojos. Realmente tiene mal aspecto.

—Manolo, no podemos seguir así, ya no puedo más —insiste—. Tengo los nervios destrozados. Para poder dormir he de tomarme un montón de medicamentos, parezco una zombi. Te lo pido por favor… sigue con tu vida y déjame tranquila.

—Si puedo ayudarte en algo, no tienes más que decirlo. Sabes que haría cualquier cosa por ti.

—No quiero nada de ti, quiero que desaparezcas de mi vida —suplica mientras se le escapa una lagrimita.

—¿Me haces una pajilla? —digo para ver si la animo—. Hace una semana que no tengo sexo…

—¿No me estás escuchando? No quiero hacerte pajillas, ni que me traigas tu ropa sucia, ni que saquees mi nevera. Estoy harta Manolo, harta…

—Si me haces una paja, te dejo tranquila una semana. Te lo prometo. —Mientras hablo voy desabrochando y quitándome los pantalones, sé que habrá trato, siempre  lo hay.

—¿Me lo prometes? Una semana entera, sin llamadas, sin visitas, sin nada… Como si no existieras.

Te lo prometo —digo mientras agarro su mano para ponerla sobre mi pene que está necesitado de caricias.

Me gusta la forma en que me masturba lentamente, como sin ganas, eso hace que los movimientos sean más dulces, más sensuales. Con una mano acaricio un pecho entrando por el escote de la bata. Ella intenta apartarme la mano.

—Si me dejas que te acaricie, acabaré antes, ya lo sabes.

Ella cede, deja que mis dedos estiren de su pezón, que manoseen a su antojo esas dos preciosas tetas. Hoy no reacciona como otras veces, los pezones siguen flácidos. A veces cuando está nerviosa le pasa.

—Chúpamela un poquito… —imploro.

—No, ese no era el trato —responde firme.

—Una semana y media.

—¿Cumplirás?

—Palabra.

Se arrodilla entre mis piernas, y siento el primer lametazo en el escroto. Sus manos acarician mis muslos. Sus pechos rozan mis rodillas. Sube con la lengua por la base del pene hasta llegar al prepucio, donde se recrea jugueteando con la puntita de la lengua. Cuando parece que no puede existir nada más placentero, abraza con los labios el glande y baja hasta llegar a los testículos, rozo su garganta con la punta. Sale para decirme algo:

—No te corras dentro —dice seria.

—Tranquila, yo te aviso —digo mientras atrayendo su cabeza con mis manos la penetro hasta el fondo.

La libero y la dejo trabajar. Lo hace de miedo, es muy buena. Cuando siento que ya no puedo más, busco su nuca con mis manos. La aprieto sobre mí y descargo el abundante esperma directamente en su garganta, ella quiere salir, pero no la dejo hasta que la última ráfaga ha acabado.

—Afhgahfgg Te dije que no te corrieras dentro —dice airada mientras un hilillo de semen sale de la comisura de su boca y serpentea hasta la barbilla.

—Perdona, se me pasó.

Frente al congelador, babeo de placer, ha hecho canelones, me encantan. Meto dos enormes bandejas en mi bolsa y veo que también hay macarrones, mejor que se hagan compañía, se vienen conmigo también. Ohhh, croquetas caseras, y pollo empanado y… Abro la bolsa de deporte donde traía la ropa sucia y vuelco los cajones directamente en ella. Así acabaré antes.

—Me llevo algunas cosillas de la nevera —digo al salir de la cocina.

—Déjame algo… —dice resignada.

—Si apenas me llevo nada —digo intentando que no se note el peso de la gigante bolsa de deporte que está llena—. ¿Qué tal con el nuevo? Parece muy finolis ¿No? —pregunto a ver si le saco algo.

—Es abogado, y una persona seria. No te metas con…

—Mira, otro día me lo cuentas —interrumpo bruscamente—. No quisiera inmiscuirme en tu vida. Ahora tengo un poco de prisa, me voy antes de que se me descongele la comida.

—Me has prometido una semana y media, recuérdalo —implora.

—¿Acaso te he mentido alguna vez? —Nada más decir la frase me arrepiento. Su mirada me lo confirma—. Bueno… tampoco hay que bucear en la historia antigua… —Intento arreglarlo sin éxito.

—Por favor…

—En una semana y media no sabrás nada de mí —digo de la forma más convincente que puedo mientras me voy con mis cosas.

Al salir no puedo creer en mi suerte, las llaves de la casa están sobre el pequeño mueble del recibidor, conozco su llavero con la mariposa de colores. Al pasar junto a ellas las meto en el bolsillo. Ahora he de buscar algún sitio donde me puedan hacer copias. Sonrío ante este golpe de suerte. En menos de media hora he vuelto con un duplicado de todo. Ahora tengo que devolver las llaves a su sitio para que no sospeche. Vuelvo a llamar al timbre.

—Manolo… —susurra de forma lastimera al verme—. Si te acabas de ir…

—Es un momento, se me ha olvidado llevarme  la salsa barbacoa para el pollo. —Mientras hablo corro rápidamente hacia la cocina donde agarro el primer bote de salsa que veo. Al salir, vuelvo a dejar las llaves donde estaban. Soy un genio, ella no se ha enterado de nada.

—Pero… —Intenta protestar.

—Lo siento, tengo prisa. Se me va a estropear la comida, otro día me cuentas lo de tu médico —digo mientras le doy un beso en la mejilla.

—Es abogado —responde molesta cuando ya tengo la puerta abierta.

—Bueno, pues eso. ¡Qué más da! Esos que se visten con trajes son todos iguales ¿No? Venga, cuídate.

Vuelvo a casa cargado, el tobillo me molesta algo, pero es soportable. Lo que realmente me preocupa es la promesa que le he hecho a mi ex. Por una vez, me gustaría no engañarla. Se merece encontrar una persona buena y ser feliz. Debería de averiguar más cosas sobre ese abogado, tenía aspecto de buena persona.

Han pasado cinco días. Estoy cumpliendo mi promesa, ni la he llamado ni molestado. Me siento orgulloso de mí mismo aunque el dolor de huevos ya molesta. La comida se me está acabando. Decido bajar a la tienda del barrio para rellenar el congelador. Cuando estoy frente a las neveras de los congelados, veo por el espejo a una de las dependientas colocando latas. La falda corta deja entrever unas bonitas piernas. En ese momento me sobresaltan unos gritos. Maldita sea mi suerte, están atracando al cajero. Instintivamente me agacho y me pego a la estantería junto a la dependienta. Nos miramos asustados.

Quizás debería de hacer algo… El empleado se resiste, lo están golpeando. No puedo quedarme quieto. Alargo la mano y la paso entre las piernas de la empleada que está a mi lado sentada en cuclillas. Reacciona mal, pero no puede hacer nada si no quiere que nos descubran, estamos rodeados  de latas en precario equilibro. Así que sigo explorando su entrepierna, rasgo las medias con las uñas. Mi dedo esquiva el hilo del tanga y encuentra su vagina. La penetro con el dedo, no está húmeda y no es agradable, aunque es estrechito. Le palpo los pechos y me sorprendo, son duros y pequeños con pezones como perlas. Aprovecho para masturbarme mientras le sobo las tetas. Me corro rápido y me limpio con su falda, ella me mira indignada y  enfadada, no ha debido de gustarle que la manche. Cuando el follón se acaba, nos encontramos al dependiente magullado y con sangre. Le han dado de lo lindo hasta que les ha entregado la recaudación. Aprovecho el jaleo y me voy con la cesta de la compra sin pagar, no creo que la dependienta se acuerde de mí. Pero por si acaso, estaré unos días sin aparecer por esa tienda. Y para no arriesgar, me cambiaré de lado la raya del pelo.

Mientras camino para casa me maldigo por lo bruto que soy. Estábamos  rodeados de botes con cosas suaves, debí de haber usado mayonesa o kétchup para que el dedo se deslizara mejor. Pero ya no puedo hacer nada y no creo que se vuelva a repetir la escena otra vez.

Tengo un día tontorrón, estoy nostálgico. He limpiado con esmero el garfio y la cuerda. Eso me ha hecho recordar los grandes momentos vividos junto a ellos. Melancolía es la palabra, echo de menos a mi ex. Cuando llega la noche, no puedo aguantar más, necesito saber que está haciendo. Será sólo un vistazo. Ella no tiene por qué enterarse, eso no es romper  la promesa que hice. Me visto de negro y me dispongo a salir. No sé qué hacer con la gorra… Parece que algo tan blanco llama la atención, pero siempre me ha traído suerte.  Está claro que soy un sentimental. De pronto tengo una idea brillante, no tengo por qué llevarla puesta, la llevaré en el bolsillo.

Frente a la casa de mi ex, juego con el llavero. La calle está desierta. Las farolas siguen fundidas. Respiró hondo e introduzco la llave en la cerradura, gira sin rechistar de forma suave. Cierro la puerta tras de mí cuidadosamente. Vaya mierda de servicio municipal, si hubieran arreglado las farolas, ahora tendría una luz suave para poder moverme con comodidad. Mañana mandaré una carta quejándome, no pueden tardar más de una semana en cambiar unas bombillas, es algo inadmisible.

Mientras subo las escaleras para ir al dormitorio me prometo que sólo será un momento. Sólo los miraré, y después me iré de putas, hoy no puedo molestarla, se lo prometí. Subo a tientas, no quiero encender la linterna. He llegado hasta el dormitorio sin hacer el menor ruido. Ahora si que necesito encender alguna luz. Pego la linterna  en la palma de la mano y la enciendo. La separo lentamente hasta que una luz difusa me permite reconocer la habitación. Están los dos tumbados boca arriba sobre la cama, ella lleva un tanga minúsculo y él un slip. Los dos llevan antifaces y tapones para los oídos. Debe  de costarles dormir.

Mi ex debe de estar hasta las orejas de pastillas, apago la linterna y me acerco para darle un beso de despedida. Al hacerlo siento una tremenda erección, sus labios son cálidos. Poso la mano sobre su pecho y lo noto tibio. Acaricio su cuello, aún la quiero. Necesito sentirla. Me desnudo totalmente y me tumbo encima de ella con mucho cuidado. Es como haber llegado al paraíso. La oscuridad es total, no veo nada, pero conozco hasta la última peca del cuerpo de mi ex. Le flexiono levemente las rodillas y la penetro con cariño para quedarme inmóvil. Me muevo con mucho cuidado, se va  humedeciendo lentamente, no tengo prisa. Es algo maravilloso sentir su calor, su olor, después de tanto tiempo. Tengo la mejor corrida de mi vida, ella no se ha enterado de nada. Me quedo ahí, saboreando el momento. Si  supiera cuanto la quiero, no me habría abandonado. Pero nunca he sabido transmitir mis sentimientos.  Le coloco el tanga en su sitio y me voy como he venido, sin hacer ruido.

Ya ha pasado la semana y media, son las dos de la madrugada.  Llamo por teléfono a casa de mi ex. Contesta una voz de hombre. Cuelgo. Lo repito tres o cuatro veces. Al día siguiente a primera hora ya estoy en el bar de Paco haciendo tiempo. Cuando el amante se va, llamo a la puerta.

—Te dije que no te molestaría en una semana y media, y he cumplido —digo mientras la sigo hasta el salón.

—Gracias Manolo, que bueno eres. —Creo que hay algo de ironía en su tono de voz, pero no puedo estar seguro.

—Te he traído algo de ropa…

—Manolo…

—Si me dejas darte por culo, no te molesto en un mes. Te lo prometo.

—¿Un mes entero?

 

 

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