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Esa nena me abrió sus labios

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La poseí por detrás. La hice mía entera. Mi verga era demasiado larga y gorda para ella. Eso me ponía más cachondo. La deseaba más. Ella anhelaba que la tomase. Su coñito liso, con poco vello. Oscuro por encima. Un montículo delicioso de vello. Me gustó mucho acariciárselo antes de todo. Pasear mis dedos por encima, como quien acaricia un peluche y tira suavemente del pelo.

La poseí por detrás, por el coño ya húmedo de los minutos anteriores de encontrarnos y desearnos. No mediamos palabras. No nos conocíamos. Enseguida nos deseamos. La poseí por detrás. Le bajé el pantalón de malla hasta abajo. Le acaricié el potorro desde su culo, metiendo mi mano grande y fuerte y llegando con mis dedos. Percibí su humedad. Me saqué la verga, ya endurecida. Y al principio me la cogí con la mano para apuntar e introducírsela despacio. Enseguida la penetré. Y ella lanzó un pequeño gemido. Suave, leve involuntario. Y en ese momento supe que la había hecho mía. Y cuando la penetré del todo no pude parar. Empecé a galopar dentro y fuera de ella. De vez en cuando me inclinaba hacia adelante para abarcarla los pechos con mis manos, cuando los necesitaba. Unos pechos preciosos, blandos, temblones, deliciosos. La poseí entera. Era mía. Pequeña. La abarqué toda. La disolví en mi ser. En mi alma. Cuando me derramé lo hice dentro de ella. Y desapareció el momento. Se quedó conmigo para siempre. Saqué mi verga húmeda de su interior.

Me subí los calzoncillos y los pantalones. La besé en los labios. La di unas últimas caricias. Y me fui. Una experiencia inolvidable.

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