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Matilda, guerrero del espacio (capitulo 22)

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—¿Cómo van las cosas por ahí? —preguntó Matilda a través del video enlace con Numbar. La Princesa Súm, al otro lado de la pantalla del terminal, sonreía.

—Sigue lloviendo, —contestó—. Me van a empezar a salir escamas en la cola como no pare pronto.

—No estáis acostumbrados a la humedad, eso es lo que os pasa.

—Pues podías haberte quedado tu aquí, yo me hubiera ido a Maradonia con mil amores.

—No era posible, se lo prometí al general Comaxtel. Ahora en serio, ¿cómo marchan las cosas?

—Como la seda… pero cómo la seda mojada. Quedan unos pequeños focos de resistencia en el sur, que mañana estarán solventados. La mala noticia es que finalmente hemos encontrado a los monjes y monjas de los santuarios místicos. Todos muertos. Han aparecido en unas cuevas sagradas en un monte del hemisferio sur.

—Conozco las cuevas: ya me esperaba algo así.

—Hemos avisado a la superiora de Konark: ya esta de camino. ¿Y por ahí, como van las cosas?

—Mejor de lo que esperaba. Tanto que en un par de días voy a mandar al general Tokat, con el 2.º Ejército, a Taury Prime. Si nos hacemos con los sistemas Taury, quince sectores quedaran definitivamente libres de presencia imperial.

—Genial. A ver si acabamos ya con estas operaciones y nos vemos. Tengo ganas de daros un beso a Ushlas y a ti.

—Nosotras también, querida Princesa.

—Por cierto, ya se me olvidaba, —dijo la Princesa—. He estado hablando con mi primer oficial, con Didym, y me ha dicho que Camaxtli esta como loca. Las primeras pruebas de navegación con los acorazados han superado con creces las expectativas.

—Fantástico. Esto de no tener nave es como si estuviera descalza, aunque la verdad es que no sé si me adaptaré a otra nave que no sea la Tharsis.

—Seguro que sí.

Dos semanas después, Matilda se había trasladado a los Taury para apoyar al general Tokat, una vez que Maradonia había quedado liberada. El general Burk, también había salido del planeta rumbo a Taury junto a toda la flota. En Numbar, la Princesa Súm, estaba en medio de los preparativos para empezar a sacar su 5.º Ejército del planeta.

Lejos de allí, el emperador había empezado a moverse. Definitivamente había eliminado a los capitalistas y les había confiscado todas sus riquezas. Con sigilo, había comenzado los preparativos de una gran ofensiva encaminada a golpear al Consejo Federal donde más daño podía hacer. Se establecerían dos líneas de ataque, una y principal, en dirección al sector 23 y Konark: el emperador había perdido definitivamente su interés por los cristales místicos. El otro hacia Mandoria, aprovechando que la Princesa Súm estaba todavía en Numbar, y el sistema estaba desguarnecido.

La Princesa dormía placidamente en su camastro, cuando una mano la zarandeo sin miramientos para despertarla. Se sobresaltó incorporándose y mostrando sus maravillosos pechos azules. Ramírez encendió la luz y le dio la ropa para que se vistiera.

—¿Qué pasa? —preguntó alarmada al ver su seria cara.

—Zorralla ha desembarcado con 800.000 soldados en Mandoria, —dijo Ramírez sujetándola los pantalones para que se los pusiera.

—¡Qué hija de puta! —la Princesa se dejó vestir mientras su mente trabajaba a una velocidad endiablada—. ¿Sabemos algo de su flota de apoyo?

—No sabemos una puta mierda.

Los dos salieron de la habitación y entraron en el centro de mando.

—Mi señora, hemos recibido una breve transmisión del canciller Uhsak, —informó el oficial guardia—. Informa de una flota de cuatro cruceros, dos fragatas y muchos transportes de tropas. Calculamos que ha desembarcado unos 800.000 soldados. La población de la capital de refugia en las montañas, junto con el gobierno y el parlamento. También se está evacuando las principales ciudades hacia los bosques.

—¿Solo cuatro cruceros? —la Princesa se apoyó sobre la mesa y estuvo un par de minutos pensando mientras todos la miraban con expectación. Finalmente, dijo—. Rápido, comunícame con Matilda. Hay que preparar un plan de contingencia para abastecer cómo se pueda a los desplazados.

—A la orden mi señora.

—Tengo a la comandante Matilda por la pantalla principal.

—Estamos al corriente, —dijo Matilda cuando se estableció la conexión—. Estamos embarcando al 1.º Ejército para ir hacia allí.

—Negativo Matilda: ha desembarcado con 800.000 soldados y con una flota de apoyo de cuatro cruceros y dos fragatas. Hemos recibido una comunicación del canciller Uhsak que nos ha informado. Esta no es la línea de ataque principal.

—Entonces, solo puede ir…

—A Konark, y el sector 23. La situación táctica es jodida. Si llevamos el ejército a Mandoria, nos quedamos sin capacidad de respuesta en el 23, y si lo llevamos al 23, perdemos Mandoria. Los sistemas del 23, con los astilleros de Raissa, estratégicamente son más importantes que nosotros.

—Pero no podemos abandonar Mandoria, —afirmó Matilda.

—No te preocupes por Mandoria: eso es cosa mía. Es mi casa y los voy a echar a patadas. Ya estamos embarcando al 5.º Ejército, además, tengo al Atlantis en la orbita, llegó ayer con cuatro fragatas para escoltar a los transportes.

—Muy bien, como quieras. Tened mucho cuidado. Sabes que te quiero.

—Y yo… aunque me llames pitufa, —contestó riendo.

En ocho horas, todo el 5.º Ejército estaba embarcado y en órbita. Las últimas horas, la Princesa las pasó en el Atlantis organizando los planes de batalla. Cuando informó a su primer oficial de que dirigiría la batalla contra la flota imperial, se le aflojaron las piernas.

—Mi señora, yo no tengo experiencia suficiente. Seria más razonable encomendar el mando a alguno de los capitanes de las fragatas.

—¡No! Esta es mi nave y es la tuya, así que espabílate, porque no hay más opción. Ya he cursado tu nombramiento definitivo como capitán de navío. Yo tengo que bajar a la superficie con las tropas, —y cogiéndola por los hombros para darla ánimos, dijo—. Tranquila, lo harás muy bien. El Atlantis es superior en capacidad de fuego a los cruceros imperiales, pero no suficiente para enfrentarnos a cuatro. Por fortuna, solo tienen dos fragatas: aprovecharemos la velocidad de las nuestras para que no concentren el fuego sobre el Atlantis. Recuerda, un impacto directo con nuestra batería de protones y sus escudos quedaran fuera de combate.

La flota se puso en marcha para alcanzar la entrada del corredor subespacial. En los 42 transportes, se amontonaban los más de 300.000 soldados del 5.º Ejército Federal, los carros de combate y la artillería autopropulsada, junto con toda la intendencia y la logística para mantener una campaña de esa magnitud.

Nada más salir del vórtice, Didym, hizo virar el Atlantis a estribor, mientras sus fragatas lo hacían a babor. La maniobra desconcertó a los cruceros imperiales, que cuando decidieron reaccionar, el Atlantis ya había dejado fuera de combate a una nave enemiga. Las fragatas, atacaron a las enemigas destruyéndolas rápidamente, después atacaron en grupo, causaron daños apreciables en los cruceros enemigos al dispararles desde corta distancia. La presión federal desplazó la batalla lejos del vórtice, justo a tiempo para que aparecieran los transportes, e iniciaran un descenso de emergencia en la zona nocturna del planeta. Dadas las características de la operación, la Princesa había elegido una zona apartada, lejos de donde previsiblemente habían desembarcado las tropas imperiales.

Cuando los portones de su transporte se abrieron, la Princesa fue la primera en bajar. Miro hacia arriba, a la oscura bóveda estrellada, iluminada por los fogonazos de la batalla que continuaba en la orbita, y aspiró profundamente el inconfundible aroma de su mundo.

—«Zorralla, has cometido un grave error», —pensó con convicción—. «Nadie va a echarme de mi casa».

Miró a su alrededor, y vio a Ramírez, con un operador, organizando los escuadrones para que fueran avanzando. Se acercó a él, y mientras hablaban, un enorme fogonazo iluminó la noche mandoriana. Los dos miraron hacia arriba y luego se miraron a los ojos.

—Las comunicaciones de largo alcance están interrumpidas por el campo de distorsión imperial, —comentó Ramírez, aunque sabía perfectamente que ella ya lo sabía.

En la orbita, Didym, seguía con la batalla. El fogonazo lo produjo un crucero imperial que fue destruido después de un ataque en pinza. El Atlantis logró desactivar sus escudos e inmediatamente las fragatas la dieron con todo lo que tenían. Didym enfiló a continuación a otro crucero, produciéndose un intercambio feroz de disparos que producían enormes destrozos en ambas naves. Mientras tanto las fragatas acosaban al cuarto crucero, que abrió un vórtice y huyó, abandonando la batalla. Cuando las fragatas se unieron a la batalla, los daños en el Atlantis eran gravísimos.

—Orden de evacuación, niveles 1 y 2, ¡Ya!, —ordenó Didym desde el puente destrozado por la batalla.

Instantes después, con dos fragatas intentando proteger al Atlantis, el crucero enemigo estalló en una explosión colosal. Un enorme fragmento, salio disparado y tras pasar entre las fragatas, impactó en el Atlantis, que sin escudos, acusó el golpe.

—Capitán, perdemos altura, no podemos entrar en la órbita.

—¿Cómo va la evacuación? —preguntó Didym con el uniforme

manchado de sangre por una gran herida que tenía en la cabeza.

—Evacuación completada.

—¡Los propulsores no empujan!

—¡Perdemos el timón!

—¡Ingeniería! Evacuamos. Todos fuera, —ordenó Didym. Y después, dirigiéndose a los demás, añadió—. Desalojen el puente. ¡Vamos, vamos, vamos!

Desde la superficie, la Princesa vio otro potente fogonazo que iluminó la noche. Un par de minutos después, uno de sus oficiales señaló un punto del cielo.

—¡Allí, allí! —todos miraron en esa dirección y vieron una enorme bola de fuego que caía en una trayectoria diagonal hasta perderse en el horizonte.

—Que una lanzadera se acerque, —ordenó la Princesa—. Tenemos que saber que cojones está pasando ahí arriba.

Cuando amaneció, la Princesa ya sabía lo que había pasado y que Didym estaba herida en una de las fragatas. Durante la noche, su ejercito se puso en orden de marcha, y comenzó el avance hacia la capital.

Una semana después, se habían unido a su ejercito muchos integrantes de las milicias, que habían huido a las zonas montañosas, con parte de la población de la capital y de las zonas colindantes.

Con una capital desierta, y sin posibilidad de utilizar a sus habitantes cómo escudos humanos, Zorralla decidió plantar batalla en los paramos que rodeaban unos promontorios llamados “Cerros Cáusticos”, a tiro de piedra de la capital. Instaló su centro de mando en el más alto, y lo rodeo de sus incondicionales Guardias Negros.

Cuando llegó a la zona, la Princesa vio que Zorralla había desplegado su división acorazada al frente, en la zona central de su despliegue, con sus carros semienterrados en el terreno y protegidos por taludes de arena. Por detrás se veían los morteros autopropulsados y la artillería pesada: se había fortificado. Estaba claro que ella no iba a atacar, que la cedía la iniciativa. En principio, la Princesa Súm desplegó su artillería y morteros en el centro, encarando a los del enemigo, pero colocó sus dos divisiones acorazadas por detrás de la artillería. Solo quedaba esperar. Instaló su centro de mando en una colina próxima desde donde veía en su totalidad el campo de batalla. Rápidamente sacó conclusiones: la operación de invasión se había montado apresuradamente, no habían traído medios pesados suficientes, solo lo mínimo, una división. Aunque las milicias de Mandoria se habían integrado en el ejército, la desproporción en infantería era de casi dos a uno a favor de Zorralla. En medios aéreos estaban igualados y lo principal, no esperaban una respuesta tan rápida: Zorralla no estaba preparada para una campaña larga. En treinta horas, la Princesa había desplegado su 5.º Ejército sobre el terreno. Durante cuatro días, las dos vanguardias estuvieron cañoneándose aguantando en sus posiciones, bien resguardados por los escudos de energía. La única buena noticia que tuvo la Princesa fue la aparición del canciller Uhsak y su gobierno. Se encontraban ocultos al otro lado de las líneas enemigas junto a un buen número de refugiados. Un escuadrón especial al mando de Ramírez los había rescatado y los había conducido a lugar seguro.

—Que alegría volver a verle, canciller, —dijo con una sonrisa mientras le abrazaba afectuosamente.

—Mi señora, cuando se empezó a rumorear que estaba aquí con un gran ejercito, no lo podíamos creer, —dijo el canciller mirando el intenso cañoneo del frente—. Por todos los dioses, que barbaridad. Quiero ayudar mi señora, deme un arma.

—Canciller, lo que necesito que el gobierno siga funcionando, —dijo acariciándole las mejillas con ambas manos—. Fuera del campo de batalla, hay todo un planeta que le necesita. Zorralla ha causado muchos destrozos y ha devastado zonas enteras con los bombardeos desde la órbita.

Durante tres días más, las vanguardias siguieron machacándose con la artillería. La Princesa estaba enfadada, cabreada, irritada y en las propias palabras de Ramírez, insoportable. Una semana cañoneándose sin resultados era demasiado para sus nervios, y lo peor es que ni ella, ni sus generales, veían la forma de salir de esa situación.

—¡Joder!, ¿A nadie se le ocurre nada? —estalló en la última reunión del estado mayor, a la que también asistía el canciller que la miraba con ojos temerosos—. No podemos estar tirándole bombas toda la vida a esa hija de la gran puta, —y mirando al canciller añadió—. Ya que a nosotros, que se supone que sabemos, no se nos ocurre una mierda, a lo mejor a ti si, ¿qué opinas?

—¿Tal vez hacer algo que ella no espere? —balbuceó temeroso.

—¿Qué ella no espere? Desde donde esta, esa zorra sabe hasta a que hora voy a cagar. Esa puede ser una buena idea, —y dando por finalizada la reunión, añadió—. Señores, señoras, váyanse todos a cagar, a ver si mientras se les ocurre algo ingenioso, y no se preocupen que yo también lo voy a hacer.

Salieron todos los generales, y cuando solo quedaban los oficiales de confianza, se dirigió al rincón donde siempre estaba Ramírez. Se paró a un metro de él, se dejó caer hacia delante y apoyó la frente en su poderoso pecho.

—Permiso para hablar libremente, —dijo Ramírez.

—Claro que tienes per… ¡joder tío como siempre!

—Estás insoportable, y lo peor, es que eso, no te deja razonar con claridad.

La Princesa siguió con la frente apoyada sobre el pecho de Ramírez, pero termino pegándose a él mientras le abrazaba. El también la abrazó, mientras la acariciaba el pelo. Le cogió de la mano y entraron en el pequeño habitáculo donde dormían. Dejó dicho a su asistente que nadie los molestara, y cerro la puerta. Se desnudaron y estuvieron amándose hasta que quedaron rendidos de cansancio.

—Ya es tarde, deberíamos haber cenado ya.

—Dame tú de cenar, —dijo la Princesa con voz ñoña. Ramírez la miró riendo, pero no dijo nada. Se vistió, la tapo con una manta y salio del habitáculo. Regresó unos minutos después con una bandeja con varias cosas. Se quitó la ropa y se sentó sobre el camastro entrelazando su piernas con las de la Princesa. Poco a poco fueron cenando los dos con un montón de risas y caricias. La Princesa jugueteaba con su cola haciendo cosquillas a Ramírez. Volvieron a amarse y finalmente, la Princesa se quedó dormida entre los brazos de Ramírez, que apago la luz y se durmió también.

Cuando Ramírez abrió los ojos, todavía era de noche, y su adorada Princesa no estaba en la cama. Se levantó de un salto, se puso los pantalones y salio disparado poniéndose la camiseta. La encontró en la mesa de estrategia, sentada en un taburete y haciendo trazos sobre un mapa holográfico. A su lado, varias tabletas que consultaba permanentemente. Ramírez fue hasta la cafetera y la llevó una taza de café puro muy dulce, como a ella le gustaba.

A las siete de la mañana, su asistente apareció con cara de susto, pero la Princesa la tranquilizo, y ordenó que convocara a los jefes militares a las nueve.

A esa hora, todos expectantes, rodeaban la mesa donde la Princesa seguía haciendo anotaciones.

—Señores, señoras, como todos ustedes pudieron comprobar, ayer estaba especialmente… irritada, —dijo dejando de escribir y mirándoles detenidamente. Después, con una ligera sonrisa en los labios, añadió—. Pero tranquilos, me han vacunado… por fortuna para ustedes, —volvió a mirar sus anotaciones, y prosiguió—. Allyson, ¿cuánto tardarías en llevar tu división al flanco derecho, y colocarla en orden de batalla a lo largo del Arroyo Espinoso?

Allyson O´Reilly, general jefe de la 29.º División acorazada y originaria de Nueva Irlanda, rodeo la mesa, y poniéndose a su lado se inclinó para estudiar el mapa.

—De dieciocho a veinte horas, —respondió finalmente—. Los caminos no son claros, y no es fácil trasladar con rapidez 450 vehículos más los de apoyo logístico.

—Pues tienes nueve horas. Cuando anochezca, quiero que empieces a moverte, con mucho sigilo y sin luces, ni ruidos. Cuando amanezca, quiero a la 29.º a lo largo del Arroyo Espinoso. Y os quiero muy tapaditos y camuflados con redes y lo que haga falta, porque tendréis que esperar allí un par de días cómo mínimo. Si alguna unidad no llega a tiempo a las nuevas zonas de estacionamiento, que paren a resguardo y se camuflen: no quiero movimientos de día. Por la noche que continúen. En el arroyo termina el Bosque Sombrío y empieza el páramo, y repito: quiero a los carros bien escondidos entre los árboles, y a sus tripulaciones también. Los cuerpos de ejército 2.º y 5.º os desplegaréis en el flanco izquierdo, y lo que queda del 3.º, después de haber sacado la 29.º al centro, junto con el 1.º, y el 4.º detrás, en reserva. Esto va a ser largo, que nadie espere una batalla de pocas horas. La operación comenzara a las 6:00 con una intensificación de nuestro bombardeo artillero sobre su ala derecha para apoyar el ataque de los cuerpos 2.º y 5.º ¿Alguna pregunta? —miró a todos que guardaron silencio mientras O´Reilly, un poco apartada, daba ordenes por su comunicador—. Pues en marcha.

Con absoluta puntualidad, la artillería federal comenzó a bombardear con intensidad, el ala derecha del despliegue enemigo. Al mismo tiempo, dos puntas de ataque, formadas por los cuerpos de ejército 2.º y 5.º comenzaron a presionar contra las defensas imperiales.  Al inicio de la tarde, habían logrado avanzar, pero lentamente, como la Princesa había previsto. Dos días después, la línea de frente estaba a los pies de los Cerros Cáusticos, y en algunas zonas se combatía cuerpo a cuerpo. La Princesa, ordeno entonces que se unieran al ataque las unidades de la zona central de su ataque. En respuesta la princesa Zorralla, comenzó a mover unidades de su ala izquierda para reforzar las defensas de sus zonas central y derecha. En la madrugada del día siguiente, y después de que los combates se intensificaran durante la noche, la Princesa ordenó avanzar a la 29.º División Acorazada que llevaba casi tres días oculta en el bosque. Los 322 carros de combate de la división, seguidos por las 125 unidades de artillería y morteros autopropulsados, se lanzaron a una carrera feroz que pillo desprevenida a la princesa imperial. Cuando quiso reaccionar, solo pudo interponer tres regimientos acorazados que fueron literalmente arrollados, junto con sus unidades de apoyo aéreo.

—Orden para la general O´Reilly, —dijo la Princesa Súm a sus oficiales de estado mayor—. Que una brigada rodee los Cerros Cáusticos por el norte y embolse al enemigo. No quiero que la princesita se escape.

—A la orden mi señora.

—Que una lanzadera, este preparada para llevarme al frente, — y mirando a su asistente, la dijo—. Mi arnés y mis armas, —después dirigiéndose a otro oficial le ordenó—. La infantería al centro. Que dos batallones aerotransportados cierren el cerco por el flanco izquierdo, por detrás de los cerros. Que avancen las unidades de reserva. General Nardüll, el CMA es suyo.

Con Ramírez provisto de su coraza, su escudo y su hacha, la Princesa subió a la lanzadera con todos los integrantes de su grupo de escoltas mandorianos que iban fuertemente armados. En una maniobra arriesgada, el piloto pudo llevar la lanzadera casi hasta las primeras líneas. Sin pensarlo ni un instante, se colocó delante de sus tropas y protegiéndose con su escudo de energía mística grito con fuerza.

—¡Soldados. Por Mandoria! —y salio corriendo hacia el enemigo, seguida por Ramírez y sus mandorianos.

—¡Por la Princesa! —gritaron miles de voces y salieron tras de ella.

La carga sobrepasó las defensas imperiales, que en desbandada intentaron agruparse en torno al CMA de Zorralla. La batalla se tornó terrible, sangrienta, brutal. Unos minutos después, la Princesa tenía a la vista a la princesa imperial, detrás de sus guardias negros que combatían como suicidas. Entonces ocurrió lo que nadie podía esperar. La Princesa saltó sobre el guardia que tenía delante y apoyando su pie en su pecho, salto al interior de recinto de seguridad de Zorralla.

—¡La Princesa esta en peligro! —gritó alarmado Ramírez golpeando sin cesar con su hacha.

Tres guardias negros se interpusieron en el camino de la Princesa y fue lo último que hicieron. Zorralla avanzó blandiendo su espada y comenzó a intercambiar golpes con la Princesa Súm, pero esta estaba como poseída. Su mirada dentelleaba odio. Después de unos pocos segundos de intercambiar golpes, Súm la alcanzó en el brazo derecho, cortándoselo a la altura del codo, y sin esperar lo más mínimo, la agarró del pelo y con un certero golpe de Surgúl, la cortó la cabeza. Con ella cogida por el pelo, se subió sobre una piedra y mostró el trofeo.

—¡Por Mandoria! —gritó mientras cientos de guardias negros intentaban huir—. ¡Sin cuartel!

Fue una carnicería, ningún guardia imperial, o guardia negro, sobrevivió a la matanza. Las tropas regulares fueron respetadas y no sufrieron ningún daño.

Dos mariscales, de la Guardia Imperial y de la Guardia Negra de la princesa Zorralla, estaban en el salón del trono, junto con algunos generales del ejército regular imperial. Querían hacer una especie de acto oficial de rendición. Un par de miles de ciudadanos mandorianos ocupaban las zonas altas para no perderse la aparición de su valerosa Princesa. Se abrieron las puertas y Súm entró, cubierta de la sangre de sus enemigos, y con Surgúl en su mano derecha goteando. Ramírez y sus mandorianos la seguían. Se acercó a los mariscales, y sin detenerse, enarboló su espada y decapitó, a los dos. El silencio era total. Siguió andando mientras las cabezas rodaban por el suelo y los cuerpos se desplomaban, subió las escaleras y se situó ante el trono. Hizo una indicación con la mano y uno de sus escoltas trajo ante su presencia a una general del ejército regular del emperador, mientras Ramírez, metía en un saco las cabezas de los mariscales. Se acercó a la general, con el saco de la mano, y después de mostrarla la cabeza de Zorralla, la metió en el saco y lo puso a sus pies.

—Dile al emperador, que yo, Súm, Princesa de Mandoria y jefe del estado, guerrero del Círculo, miembro del Consejo de los Cinco, comandante del 5.º Ejército federal, soy la que le ha cortado la cabeza a su heredera. Mandoria es mi casa, es nuestra casa y en ella nadie entra sin nuestro permiso. Y que se prepare, porque Matilda y yo, junto con todos los ciudadanos libres de la galaxia, vamos a por él.

(10,00)