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De cómo me convirtieron en una putita (6)

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Eran las dos de la tarde cuando toqué el timbre del departamento 2, en la planta alta, ya excitado pensando en que tendría que estar desnudo ante esa vieja y hacerle de sirvienta. Además, no dejaba de intrigarme por qué había empezado a tenerme desnudo. Me era imposible no relacionar mi desnudez con algún propósito erótico de doña Lola, que me sorprendió en esos pensamientos cuando me franqueó la entrada al edificio.

-Hola, sirvientita. –y su saludo hizo que mi pito comenzara a ponerse un poco duro.

-Buenas tardes, doña Lola… -saludé y subimos por la escalera con ella detrás de mí. ¿Mirándome el culo?

-Vamos, sacate la ropita y empezá a trabajar. Ya sabés lo que tenés que hacer.

-Sí, doña Lola… -contesté sumisamente y empecé a desvestirme con ella mirándome y yo tratando de disimular mi temblor.

Cuando estuve desnudo me dijo, imperativa: -Bueno, linda, ¡movete!...

La miré, inquieto y excitado a la vez: -¿Li… linda?...

-Sí. –confirmó ella envolviéndome de arriba a abajo en una mirada lenta. -¿acaso no sos linda?

-Soy… soy un varón, doña Lola… ¡por favor!

Ella emitió una risita burlona, me tomó de un brazo y sin dejar de reír me llevó al baño, en el que había un espejo de pie ante el cual me plantó: -Mirate, linda. –dijo y yo me miré.

-Mirá esa cinturita que tenés… Mirá esas caderas… Los varones tiene caderas estrechas y mirá las tuyas, con esas curvas… -yo me sentía presa de una especie de embrujo e iba mirando cada parte de mi cuerpo que la vieja nombraba.

-Mirate las piernas, linda… Buenos muslos, ¿eh?... no son musculosos… son suaves, igual que esa piel que tenés, linda…

Yo me sentía perdido mentalmente, como si doña Lola hubiera ocupado mi cabeza.

Me ordenó darme vuelta y ya de espaldas ante el espejo me dijo: -Y ese culo, linda… Mirate el culo… -y yo giré la cabeza por sobre mi hombro derecho y miré mis nalgas.

-¿Te parace que es el culo de un varón, linda?... No, ¿cierto? es el culo de una chica, bien alto, redondo, carnoso… Lo entiendo a ese viejo, si yo tuviera pija también te la metería…

-Por favor, doña Lola… Por favor… -supliqué con mi pito ya totalmente erecto y duro, excitadísimo y rendido por completo al morbo de esa vieja que, tal como presumía mi dueño, había resultado ser muy perversa.

En ese momento apoyó sus manos en mis nalgas y yo me estremecí de pies a cabeza.

Ya doña Lola se había apoderado de mi mente ocupándola por completo,  impidiéndome pensar, resistirme a sus manejos. En ese momento, mientras ella sobaba mis nalgas supe que haría conmigo lo que quisiera, que yo era algo así como su esclavo.

De pronto interrimpió el tocamiento, se apartó y me dijo: -No tengo pija pero igual te voy a coger, linda. Te voy a coger con los dedos y con alguna otra cosa. No sé cómo te llamás.

-Jorge… -dije con un hilo de voz, estremecido de miedo y calentura.

-Bueno, acá conmigo sos Jorgelina. Ahora a trabajar y después te voy a dar una buena cogida… ¡Vamos, movete!

-Sí, doña Lola, lo que usted diga… -murmuré y marché a cumplir con mi obligación de sirvienta alentado por lo que pasaría después.

Doña Lola no dejó de vigilarme durante toda la tarea, señalándome algún error y obligándome a repetir el trabajo allí donde yo no lo había hecho bien. Eso me hizo recordar mi idea de cometer alguna falta grave, romper algo, por ejemplo, para ver si ella me castigaba pegándome, pero ante la promesa de que iba a cogerme, deseché ese plan.

Por fin terminé todo el trabajo cuando ella estaba viendo televisión en el living.

-Ya está todo listo, doña Lola.

-Bueno, vamos para el baño. –y una vez allí ella abrió el botiquín y sacó un pote de crema y un envase desodorante de forma cónica, con la punta redondeada.

-Mirá lo que vas a probar en el culito, Jorgelina. –dijo sonriendo perversamente y exhibiéndome el envase de desodorante. Era más chico que los penes de don Natalio y del señor Álvaro, pero yo estaba seguro de que igual iba a darme mucho placer.

-Sí… sí, doña Lola, hágame lo que usted quiera… -dije sintiendo que de tan caliente me costaba respirar.

Me puso de pie contra el lavatorio y ví cómo embadurnaba el pote con alguna crema que también se aplicó en dedos de su mano derecha.

-Abrite las nalgas. –me ordenó y cuando lo hice sentí cómo sus dedos tanteaban mi orificio anal arrancándome gemidos de placer.

Me metió primero un dedo y después otro mientras emitía una risita y yo no dejaba de gemir.

Al cabo de un rato sacó sus dedos: -Preparate, Jorgelina… -me dijo y noté que lo que entraba en contacto con mi orificio era el pote, que poco después iba y venía dentro de mi culo en tanto mis piernas temblaban y yo gemía y jadeaba en el paroxismo del goce, porque el ano ya no me ardía.

-Sos muy puta, Jorgelina… ¡Muy puta! –me decía doña Lola con la boca pegada a mi cuello. Yo refregaba mi pene contra el lavatorio y de pronto acabé con varios chorros de semen y en medio de un largo gemido.

-¡¿Qué hiciste, desgraciada?! ¡¿Cómo te atreviste a terminar sin mi permiso?! –me gritó doña Lola.

-Ay, pe… perdón, doña Lola… ¡Por favor! ¡por favor!...

-¡¿Perdón?!... ¡Nada de perdón! ¡Ahora vas a saber cómo se paga semejante insolencia! –y tomándome de un brazo me llevó a su dormitorio y me hizo arrodillar contra uno de los costados de la cama.

-¡Echate hacia adelante, puta insolente! –me gritó mientras abría una de las puertas del placard.

Por sobre el hombro la vi venir hacia mí empuñando un cinturón doblado en dos y me estremecí entero, aterrorizado y expectante a la vez.

Se inclinó hacia mí y me dijo junto a mi oído derecho, mordiendo las palabras: -Te voy a dejar el culo rojo como un tomate. –y empezó a pegarme y yo a sentir una mezcla rara de dolor y placer cada vez que el cinturón caía sobre mis nalgas.

No sé cuántos azotes me dio, pero yo gemía a cada golpe y ella jadeaba. ¿La excitaría ezotarme? Yo creo que sí.

Cuando la paliza terminó las nalgas me ardían y yo ardía de pies a cabeza, excitadísimo.

-¿Aprendiste la lección, Jorgelina? –me preguntó con la voz algo enronquecida.

-S… sí… sí, doña Lola, perdón… No lo… no lo voy a hacer más… -prometí aunque no estaba seguro de cumplir la promesa.

-Bueno, vestite y andate y ya sabés, te espero el miércoles a la misma hora.

-Sí, doña Lola, claro…

Una vez abajo, antes de abrir la puerta me preguntó: -¿Cómo te llamás, nena?

Tragué saliva y contesté: -Jor… Jorgelina…

-¡Muy bien, nena! ¡Muy bien! –aprobó ella y lanzó una carcajada.

No soy una chica ni quiero serlo, pero me excita mucho que doña Lola me hable como si lo fuera y me llame Jorgelina.

(continuará)

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