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De cómo me convirtieron en una putita (final)

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-¡Ah, mirá vos! ¡contame, perrita! ¡contame! –me exigió y le conté, mirando al piso por la vergüenza, todo lo que había pasado.

Él estalló en una carcajada y dijo mientras mis mejillas parecían a punto de encenderse en llamas: -¡Pero, claro! ¡Jorgelina! ¡jajajajajajajajaja! ¡No se nos había ocurrido con Álvaro! Pero sí, a partir de ahora sos Jorgelina, si sos casi una chica de tan lindo, ¿eh, Jorgelina? –y volvió a reír justo en el momento en que sonaba el timbre. Fue a abrirle al veterinario y cuando éste estuvo en el dormitorio me dijo: -Vamos, Jorgelina, contale al señor lo de esa vieja.

-¿Jorgelina? –preguntó, intrigado, el señor Álvaro.

-Sí, se llama Jorge pero ya te va a contar. ¡Vamos, perrita, contale al amigo Álvaro! Pero antes desnúdate, vamos.

Me desvestí y mi dueño me puso el collar ante la impaciencia del señor Álvaro. Cuando le conté lanzó una carcajada e inmediatamente convinieron que desde ese momento me iban a llamar Jorgelina. Me sentí humillado, pero también muy excitado ante esa feminización de mi nombre por idea de doña Lola y que ambos hombres hacían propia. Mi esclavización se iba acentuando y se hacía cada vez más perversa.

-A ver, subí a la cama, Jorgelina, quiero ver cómo está ese agujero.

Obedecí, me puse en cuatro patas y el señor Álvaro me abrió las nalgas para que mi dueño pudiera ver mi orificio.

-¡Está perfecto! ¡bien rosadito!

-¡A darle, entonces, mi amigo! –e inmediatamente se desvistieron.

-¿Qué agujero elige, Álvaro?

-El culo, si no le molesta, Natalio…

-No, ¿qué va a molestarme? Además, usted no sé, pero yo tomé viagra…

-¡Yo también, Natalio! ¡jajajajajajaja!, así que después cambiamos…

Don Natalio se ubicó de pie ante mí blandiendo su pene semierecto.

-Vamos, Jorgelina, dale unos besitos… -me ordenó y después de unos besos en el glande y el tronco el pene se mostró bien parado y así mi dueño me lo metió en la boca profundamente, hasta provocarme arcadas. Lo retiro un poco y comencé a chupárselo justo en el momento en que me entraba el ariete del señor Álvaro hasta el fondo de mi culo hambriento. Sus huevos golpeaban rítmicamente contra mis nalgas y yo seguía mamando hasta que de pronto y casi al mismo tiempo sentí los chorros de semen en el culo y en la boca, mientras ellos rugían como animales y caían sobre la cama. Yo quedé temblando unos segundos y después también me derrumbé excitadísimo, con el pito erecto y muchas ganas de masturbarme, aunque sabía que me era imposible hacerlo sin permiso.

Entonces ocurrió algo imprevisto. Sonó el timbre y mi dueño y el señor Álvaro saltaron de la cama sobresaltados.

-¿Espera a alguien, Natalio?

-No. Contestó don Natalio mientras se vestía apresuradamente e iba hacia la puerta. El señor Álvaro también se vistió y me mandó a esconderme en el baño.

Desde allí escuché, asombrado, la voz de doña Lola que hablaba con don Natalio y con el señor Álvaro. Fue éste quien abrió la puerta del baño: -Salí, Jorgelina. –me dijo y yo salí, coloradísimo de vergüenza, justo para oír que doña Lola la decía a don Natalio: -Pienso que sería bueno dominar a Jorgelina entre los tres, ahora que sé que también le da pija este otro señor. –y señaló al veterinario.

Yo escuchaba el diálogo deseando que la tierra se abriera bajo mis pies y me tragara. Los tres hablaban de mí como un objeto o como un animal doméstico, como una mascota.

-Me parece muy bien lo que usted propone, señora. –dijo don Natalio. -¿Y usted qué opina, Álvaro?

-Estoy  de acuerdo… -aprobó el señor Álvaro mientras yo me daba cuenta de que doña Lola me devoraba con los ojos.

-Qué linda se la ve con ese collar… -dijo la vieja.

-Sí, le queda muy bien porque es una perrita. –coincidió don  Natalio.

-¿Ustedes la usan como sirvienta? –quiso saber doña Lola.

Los dos hombres se miraron y fue Álvaro quien contestó: -No… no se nos había ocurrido.

-¡Ah, no, tienen que aprovecharla! –sugirió doña Lola. –No saben lo buena sirvienta que es, muy prolijita, muy ordenada.

-No estaría mal… -dijo don Natalio. –La verdad es que a veces me agota ocuparme de la limpieza. A partir de ahora vas a ser mi sirvienta, Jorgelina.

-Sí, don Natalio, lo que… lo que usted quiera… -acepté sumisamente y excitadísimo ante lo que estaba ocurriendo.

-¿Y usted, Álvaro? –quiso saber don Natalio.

-Y bueno, sí, me interesa tener una sirvienta.

-Bueno, Jorgelina, sos la sirvienta de los tres. Ya vamos a arreglar qué días nos atendés a cada uno. –determinó don Natalio.

-A mi casa va los lunes, miércoles y viernes a las dos de la tarde. –aclaró doña Lola. –Así que arréglense entre ustedes. –dijo mostrando una firmeza de carácter que la fragilidad de su figura no permitía imaginar.

-Nos arreglaremos sin problemas. –aseguró don Natalio. –Pero ahora lo que quiero es cogérmela, que es lo que íbamos a hacer con Álvaro cuando usted llegó, señora.

-Bueno, adelante. A mí me va a gustar mucho mirar cómo le dan verga. –dijo doña Lola, y me dieron verga. Yo en cuatro patas en la cama, con el pene del señor Álvaro en la boca y el de don Natalio en el culo. Por el rabillo del ojo veía a doña Lola observándonos y eso me calentaba todavía más.

“¡Ay, que me llenen de leche! ¡que me inunden, que me inunden!” pensaba mientras mamaba y sentía el pene del señor Álvaro yendo y viniendo por dentro de mi culo. Hasta que por fin la doble explosión y mucha leche en mi boca y en mi culo, y los dos hombres jadeando como bestias y doña Lola que aplaude y ríe y yo de rodillas suplicando que me dejaran masturbarme mientras tragaba todo el semen que tenía en la boca.

-¿Usted qué opina, doña Lola? ¿lo dejamos que se masturbe?

-Sí, y miremos cómo se masturba la muy putita.

-Bueno, al baño en cuatro patas, Jorgelina. –dijo don Natalio tomando la cadena de mi collar.

Una vez en el baño y sentado en el inodoro de cara a la pared, ¡qué delicioso morbo masturbarme mientras ellos me miraban! Estaba tan caliente que no tardé mucho en acabar en la palma de mi mano izquierda.

-¿Puedo… me… dejan que, que beba mi… mi semen? –pregunté ansioso.

Ellos se miraron y se entendieron. –Sí, Jorgelina, adelante con esa lengua de putita. –me dijo don Natalio y entonces bebí todos esos goterones.

Bueno, ésta es mi vida. Soy la puta y la sirvienta de don Natalio, del señor Álvaro y de doña Lola, que me convirtieron de Jorge en Jorgelina, y yo feliz. Ya no podría vivir de otra manera. Soy esto.

Fin

(9,20)