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Sombras de un diario

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SOMBRAS DE UN DIARIO. Los días postreros.

Pedro Suárez Ochoa

"Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida en cualquier forma o por ningún medio electrónico o mecánico, incluyendo fotocopiado, grabado, o por cualquier almacenamiento de importación o sistema de recuperación sin permiso escrito del autor".

Capítulo I.

La vida en este mundo está formada por luces y sombras, pero hoy después de cuatro años quizás no pueda afirmar lo mismo. Solo veo sombras por todas partes, los agonizantes destellos de luz que le quedaban a la humanidad, se los ha tragado las espesas tinieblas de este inesperado Apocalipsis que ha devorado a los hijos de Dios.

Hoy 14 de diciembre del 2020, a solo dos días de mi cumpleaños, solo tengo a dos seres que están a mi lado, las páginas de este diario y a Pelusa, un cariñoso y peculiar ratón de tamaño mediano con pelaje gris. Si la humanidad fuese como antes, seguro yo sería catalogado de loco por tener a una rata de mascota; pero la verdad es que, gracias al Pelusa yo no me he vuelto loco. Tengo a alguien a quien amar, a quien atender y proteger.

Hoy comimos arepa y una sardina enlatada, Pelusa se dio un gustazo, nunca le había visto tan contento. Creo que nunca había probado en su vida pescado. Le guardé varias raciones, o mejor dicho varios pedacitos de sardina. Nuestra harina de maíz escasea. Pronto tendremos que salir a las tinieblas de afuera nuevamente y procurar no ser devorados por ellos.

16/12/2020.

*

Hoy celebré mi cumpleaños treinta y cinco junto a Pelusa, hice una arepa e imaginé que era una torta con sus velitas, le di un trocito a mi pequeño amigo, acompañado del último pedacito de sardina que le guardé. Me canté cumpleaños, preferiría que me hubiesen cantado mis amigos y mis padres; pero ya no están… como les extraño, cada vez que logro dormir les veo en mis sueños. Si existe un cielo, espero reunirme con ellos.

A veces quiero pegarme un tiro para estar con ellos, para no estar más solo, para no llevar esta zozobra que me desgarra el pecho cada día. No me vuelo la tapa de los sesos quizás, por la tonta idea que tal vez el suicidio sea un pecado que me impida estar nuevamente con mis padres y amigos. No soy muy creyente, no puedo afirmar que Dios exista y, todo el cuento aquel de un paraíso y la resurrección, aunque tampoco puedo afirmar que es falso. El amor hacia mis padres y a mis amigos me hace tener un poco de lo que llaman fe. Tengo que resistir, no permitiré que esos engendros me coman o me conviertan en uno de ellos.

Por otro lado, ya solo me queda harina de maíz para dos días, necesito salir y encontrar algo de comer para mí y para Pelusa. Mañana es el día de la búsqueda, ojalá pueda encontrar un mejor refugio también. Al menos mi dotación de papel para escribir está bien y tengo tres bolígrafos, uno en uso que le queda un cuarto de tinta y el resto están nuevos, también tengo un par de lápices grafito, ambos a medio uso.

Actualmente estoy en una oficina abandonada de un viejo edificio que fue del Ministerio de Energía y Minas en Ciudad Bolívar.

Soy de Soledad, una urbe en crecimiento antes del día terrible y que solo está separada de Ciudad Bolívar por un río llamado Orinoco. Quisiera poder volver a mi Soledad, pero el Puente Angostura está derrumbado. Conseguir algún pequeño bote o curiara y cruzar el río a remo, sería una obra épica, sin mencionar que más épico sería conseguir la mencionada curiara.

**

Hoy noté a Pelusa algo alterado y preocupado. He aprendido a leer sus chillidos, sé cuándo es de alegría y sé cuándo son de alerta o de pánico. Él los puede sentir, deben estar cerca, eso es con seguridad; mi Pelusa no se equivoca. Ayer solo dormí entre tres o dos horas. Tengo mucho miedo de salir a las tinieblas de afuera. Nunca puedo dejar de sentir ese miedo, imagino que debe ser bueno sentirlo, seguro es lo que me protege, lo que me hace ser precavido.

El miedo me empuja a hacerle mantenimiento a mis armas. Hoy pasé una buena parte del día afilando mi machete y un pequeño pero sólido cuchillo. También lubriqué mi pequeña escopeta cañón corto de un solo tiro, solo me quedan cuatro cartuchos calibre 12, espero no tener que usarlos.

He ordenado todas mis cosas, no son muchas, pero me ayudan a tener algo de comodidad. Tengo una mochila de montañista, no muy grande y está remendada por todas partes; en ella guardo un recipiente de cloro con un litro de capacidad, aunque solo le queda menos de la mitad. Tengo una pequeña olla de aluminio y un vaso de acero inoxidable, un plato plástico y una cucharilla del mismo material, un trozo de lienzo, un pequeñito recipiente con gasolina adentro, un yesquero, una gruesa cobija de lana que uso como colchón para dormir y una delgada sábana para arroparme. Tengo un recipiente de refresco cola de dos litros y uno pequeño de 600 mililitros, ambos para colocar el agua que logro potabilizar.

Estoy pensando mucho si salir mañana, porque Pelusa sigue estando algo inquieto, si aumenta la intensidad de sus chillidos tendré que posponer mi salida un día más, el problema es que, no quiero morir de hambre, ni tampoco tener que salir con debilidad extrema en mi cuerpo.

17/12/2020.

Finalmente logré salir. Pelusa se calmó, lo que me dio confianza para salir de la oficina. A mi pequeño amigo le hice una especie de bolsito koala con una media vieja y unas cabuyas. Su bolsito de viaje queda ajustado entre mi cuello y mi cuerpo, quedando a la altura de mi pecho. Mi Pelusa parece un bebecito… ¡Carajo! Cuánto le quiero.

Antes de salir de la vieja oficina, verifiqué todas mis cosas por última vez. Me ajusté mi machete a mi cintura en una especie de vaina que hice con tela de jean, mi cuchillo lo coloqué a mi pantorrilla, en una vieja vaina de cuero cerca de mi tobillo. La escopeta la encajé en el lado izquierdo exterior de mi mochila. Desayuné una arepa, le di un pedacito a Pelusa, tomamos algo de agua y salimos a las tinieblas de afuera.

Recorrí parte del barrio Virgen del Valle y me topé con un Iglesia grande abandonada que fue de los denominados mormones. La cerca estaba tumbada en una de sus esquinas, así que entré con facilidad. Tenía que entrar en esa iglesia que se componía de dos naves adyacentes. Esperaba encontrar agua en algunos de sus tanques, algo de papel y cualquier otra cosa que me fuese útil. Pero me preocupaba mucho toparme con alguno de ellos, quizás hubiesen tomado el sitio como guarida; igual tenía que tomar el riesgo. Pelusa estaba calmado… buen indicador.

Llegué a las entradas principales de las dos edificaciones, uno de los lados parecía ser donde se reunían en su especie de misa o algo así. La puerta estaba cerrada, pero había una abertura en una de sus amplias ventanas, decidí entrar por allí, saqué mi escopeta y empecé a recorrer el lugar con mucha cautela. Eran dos grandes salones, estaban llenos de polvo y telarañas, casi no tenía nada, había sido saqueado. En uno de sus salones yacía un gran banco de madera, era el único y, en el púlpito había restos de cables. La madera del banco me permitiría cocinar y hervir agua, el cojín de ese gran asiento había sido desgarrado en su totalidad. Pero tenía un inconveniente, yo sólo no podría cargar con ese banco por allí, tendría que arrastrarlo y haría mucha bulla por las calles. Si me quedaba a picar una parte con el machete haría mucho ruido también y agotaría las escazas fuerzas que tengo, sumado a que me deshidrataría. Por ahora desistí, solo tomé un puñado del poco cable que quedaba en el púlpito.

Salí de ese edificio y me dirigí hacia la otra nave, me acerqué a la puerta y estaba violentada. La abrí, el lugar también estaba lleno de polvo y tenía un gran pasillo que conectaba a un conjunto de lo aparentaban ser salones de clase. Pelusa estaba tranquilo, pero aun así no me confiaba. Ese lado de la iglesia estaba totalmente saqueado, solo paredes y piso, más nada. Edificaciones como estas tienen los tanques de agua en algún lugar no visible, o estaba de manera subterránea o estaba en la parte superior, entre el techo raso y el exterior.

— ¡Bingo!—dije. Allí estaba el tanque, en la parte superior. Subí por una escalerilla, quité la tapa y alumbré con mi yesquero. Nada, seco cómo los médanos de Coro. Qué decepción.

Finalmente salí de esa iglesia. Me fui con un puñado de cable y con el conocimiento de que allí había madera. Tomé la avenida Libertador, ya me empezaba a cansar y a deshidratar. Hice una pausa, tomé la botella grande de cola y bebí dos sorbos de agua, puse agua en la tapita de Pelusa y éste tomó a placer.

—Con calma torito, con calma, que no tenemos mucha—le dije a mi compañerito, acariciando su peludita cabecita, él estaba dentro de su pequeña bolsa de media, pero con su cabeza descubierta.

“CHILLIDOS DE PELUSA”… Fueron muy fuertes, saqué mi pequeña escopeta y le monté el martillo, lista para disparar. A mi lado estaba una vieja y larga cerca de alambres de ciclón. Era la vieja cerca que en un tiempo delineaba la zona militar de la ciudad. A mi frente la avenida y, lo que fue la urbanización Vista Hermosa. Al menos la cerca protegía mis espaldas, o también significaría quedar acorralado.

Seguí avanzando con mucha precaución, me dirigía hacia la parte baja de la ciudad. Después de caminar unos cuarenta metros los pude ver, estaban a unos doscientos metros de mí. Eran menos de diez, parecía que devoraban algo, una persona o un perro quizás. Pelusa empezó a chillar más fuerte, así que me vi obligado a meterlo completo en su bolsa y la cerré con un viejo cordón de zapato. Vi hacia atrás de la avenida; nada en esa parte, luego me dirigí con rapidez hacia Vista Hermosa, por la parte de los pequeños edificios de cuatro pisos. Pelusa se calmó tan solo un poco.

Aproveché para revisar uno de los edificios y refugiarme allí. Escogí el que estaba más próximo a la avenida, tenía la intención de usarlo también como una torre de vigilancia, así podría ver si había más infectados cerca de esa zona.

La entrada de ese edificio no tenía puerta. Les oré y pedí a mis difuntos padres que el lugar estuviese vacío. Entré, estaba parcialmente oscuro, por algunas ventanas se filtraba algo de luz solar. Empecé a subir las escaleras muy despacio, había guardado la escopeta y saqué el machete. Pelusa paró de chillar, fue reconfortante no escucharle. Las puertas de algunos departamentos estaban abiertas, revisé algunos de ellos, en uno encontré un viejo colchón y una mesita de noche, pero no los tomé. Seguí revisando otros departamentos y en uno de ellos encontré una lata de caraotas, estaba en la cocina, la lata estaba parcialmente oxidada y su fecha de vencimiento, decía 5/mar/2019. Vaya suerte que tengo, la sardina que nos comimos Pelusa y yo se había vencido en el 2018—estamos mejorando, supongo—Que gran felicidad fue haber encontrado comida.

Luego de revisar los departamentos que pude, decidí subir a la azotea, allí estaba la escalerilla, oxidada y podrida en algunos de sus peldaños, pero se podía subir por ella. Revisé la azotea, estaba vacía, tenía algunas poncheras y tobos para recolectar agua de la lluvia. Los recipientes tenían una tercera parte de agua, estaban llenas de larvas de mosquito, pero era agua. Alguien estuvo aquí y si todavía es su refugio, espero no ser recibido a tiros o a machetazos.

Capítulo II.

18/12/2020.

*

Fue una gran bendición encontrar ayer este edificio, pero aun así tenía que estar seguro de que ninguna persona, ni ellos, pudiesen acceder fácilmente a mí. Así que tenía que buscar la manera de asegurar la entrada de la azotea o crear un sistema de alarma; o mejor aún, tener ambos a la vez. Revisé algunos departamentos más, solo encontré un pedazo rasgado de sábana que estaba manchado de sangre seca, llevaría mucho tiempo así. Luego fui en busca del viejo colchón y por la mesita de noche. Los subí uno por uno a la azotea. Esa actividad de subir y bajar me había agotado un poco, sumado al cansancio que ya traía de ese día.

Tuve una idea para asegurar la pequeña puerta, así que desgarré la sábana manchada en dos partes, coloqué un cable en el interior de uno de los trozos de tela y le fui dando vuelta hasta tensarlo, haciendo un fuerte torniquete. El resto de los cables eran pequeños pedazos, no iba a poder hacer lo mismo con el otro trozo de sábana, pero aun así le di vuelta y la tensé de igual manera. En la pequeña puerta, del lado exterior, tenía un par argollas de metal soldadas a la lámina, así que até ambos trozos de tela a ellas, quedando asegurada la puerta como si se tratara de una cadena con candado. Lo sé, no es lo más seguro, pero es mejor que nada.

—Bien, dormiremos tranquilos Pelusa—le hablé a mi compañerito luego de hacer bien los nudos de los torniquetes de tela.

— [Leve chillido].

—Sí, yo también tengo sed.

Tomé un tobo de hierro, vacié su contenido de agua en otro y lo usé como silla, me senté allí y saqué mi botella grande de agua y pude tomar a placer, sin preocupación. Mi cuerpo sintió un gran frescor, tomé bastante, casi vacié el contenido. Después le di a Pelusa en su tapita.

—Mucho supervisar cansa, ¿eh Pelusa?

Sé que fui algo irresponsable al tomar tanta agua, pero llevaba días fantaseando con hacerlo; además, tenía bastante agua a mi alrededor, solo tenía que tratarla para hacerla potable. Cuando de pronto: “CHILLIDOS”.

—Están muy cerca—pensé.

Saqué mi escopeta. La azotea del edificio no tenía ningún tipo de barandas, había que tener cuidado con acercarse al borde, un resbalón o un ligero tropiezo, y listo, caería al vacío. Guardé a Pelusa en la mochila, en su mismo koala de media y lo dejé cerca de la puerta. Luego me arrastré hasta el borde de la azotea para asomarme, tenía que hacerlo con mucho cuidado, asomaría solamente un poco mi cabeza, no quería que me vieran. Llegué hasta el borde que daba con la avenida. Allí estaban ellos, “son los mismo que vi hace rato”, pensé. Tenían sangre en sus rostros. Sentí mucho miedo y adrenalina, mi corazón latía rápido. Deseé que no entrasen al edificio; si daban conmigo no tendría escapatoria, solo saltar al vacío o darme un tiro en la cabeza.

Entraron. Habían entrado al edificio dónde estaba. Al menos había reforzado la puerta. Me preparé para lo peor. Me acerqué a la entrada de la azotea, apuntando hacia abajo con mi arma. Si lograban romper el torniquete de seguridad que apliqué, entonces los recibiría con un disparo.

Habían pasado quizás unos tres minutos, yo permanecía allí cómo una estatua, apuntando hacia abajo. Alejé la de la entrada a mi pequeño amigo, no quería que escucharan a Pelusa, ni menos quería que le hicieran daño. El tiempo pasaba…nada. Levemente escuchaba los chillidos de Pelusa, muy a pesar que estaba dentro de la mochila y alejado de mí.

Los había contado, eran ocho de ellos, - y yo solo tengo cuatro cartuchos -. Si lograban abrir la puerta, tendría que cargar mi arma muy rápido luego del primer disparo. Mi única ventaja era, que la entrada admitía espacio para una sola persona a la vez, al igual que la escalerilla. Eso me daría un instante para recargar y, mi radio de tiro era seguro, no podía fallar.

Grandes gotas de sudor recorrieron mi frente. El sol estaba inclemente, lo sabía por el brillo, más no sentía su calor por toda la adrenalina recorriendo mi cuerpo. [RUIDOS MUY CERCA] Me tensé, intenté calmar mi respiración. Si llegaba a sentir movimientos en la escalerilla, todo sería cuestión de segundos, con suerte minutos. Mi respiración era intensa.

No subieron, dejé de sentir el sonido que hacían con sus pasos desesperados, produciendo un pequeño eco con sus talones contra el piso.

Aun así, esperé un poco más en el mismo lugar, sin dejar de apuntar hacia abajo. Pude relajarme un poco cuando ya no sentí a Pelusa chillar. Tomé el tobo de hierro y me senté sobre él. Bebí el poco de agua que había dejado en la botella; pero seguía estando cerca de la puerta. Después decidí echar un vistazo hacia abajo, me arrastré de igual manera como lo hice hace instantes. No los vi más, al menos por ahora. Mi respiración se había normalizado.

**

Luego de este trance que pasé, me dispuse a preparar todo para comer, hervir agua y hacer una pequeña carpa…bueno, no creo que se deba llamar carpa a lo que hice. Gracias a las ruinas de un tanque de concreto que está arriba del edificio, pude extender mi cobija entre dos paredes perpendiculares entre sí, formando así un techo.

Dentro de estas ruinas, coloqué el colchón que encontré, extendí mi sábana sobre éste y me refugié del sol. La altura de estas dos paredes era de aproximadamente 1,60 metros, y yo mido 1,90 metros, así que tenía que mantenerme sentado en el colchón o en el tobo que había tomado como silla.

Cerca de las ruinas de este tanque había grandes pedazos de pared, como si alguien hubiese derrumbado la estructura con mandarria. Con eso trozos de concreto fue que pude sostener la cobija que me servía de techo, y también tomé tres estos pedazos para hacerme un pequeño fogón, así que corté trozos de madera de la mesita de noche para usarlos como leña, y me dediqué a hervir agua para potabilizarla.

Cuando el sol ya se estaba poniendo, aproveché algo de esa agua hirviendo y coloqué la lata de caraotas en la olla, se calentó con “baño de maría”. Apagué rápidamente mi pequeño fogón antes que la noche llegase por completo. No quería ser la antorcha olímpica desde la azotea de un edificio en pleno apocalipsis.

Abrí la lata con mi cuchillo, y la sostuve con mi pedazo de lienzo para no quemarme (uso el lienzo como filtro de agua). Cuando la lata estaba abierta, un humeante aroma a caraotas penetró por completo todos mis sentidos, me transporté a aquellos días cuando mi madre nos preparaba pabellón, mis ojos se aguaron, no lo pude evitar. Gracias a los leves chillidos de Pelusa por querer comer, es que pude salir de mi profunda nostalgia.

Serví la mitad del contenido de la lata en mi planto, mi boca se hacía agua, le puse un poquito a Pelusa en el piso, el cual devoró en menos de cinco segundos. Luego con mi cucharilla probé, sentí de una vez que la energía recorría mi cuerpo, cerré mis ojos y disfruté por completo su sabor exquisito. Comí lo más lento que pude, le di otro tanto a Pelusa y éste dejó dos granitos.

—Bueno amigo, hay que guardar estos granitos para tu desayuno—le comuniqué a Pelusa.

Luego de comer, me dediqué a vigilar un poco. Recorrí con mi mirada los cuatro puntos de vista que me ofrecía mi nuevo refugio. Después me fui a mi nueva cama, un colchón viejo con sus resortes saliéndose, “pero era más suave que el piso”. Retiré mi cobija que servía de techo y me dediqué a mirar a las estrellas. El firmamento estaba despejado, y todos esos pequeños luceros más la luna, me hacían sentir el hijo del Universo. El sueño se fue apoderando de mí, el cansancio iba inmovilizando mis músculos para prepararme para dormir. Hice un esfuerzo y me levanté, puse los tobos vacíos encima de la entrada de la azotea, los puse de tal manera, que cualquier movimiento en la lámina, harían ruido, sería mi sistema de alarma.

Pelusa es mi mejor alarma, pero ante los humanos él no chilla, y los humanos para estos días no son muy amistosos que digamos.

Me volví a acostar e inmediatamente me dormí, un pesado sueño se apoderó de todo mi sistema nervioso. La cena que tuve, el colchón, más mi agotamiento, hizo que me entregase por completo en los brazos de “Morfeo”.

—Mañana es otro día Pelusita—Fue lo último que comenté ese día. Pelusa estaba en su koala y a mi lado…él también quedó rendido.

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