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Una esclava inesperada - Reencuentro fugaz I

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Curiosamente me duele un poco compartir lo siguiente... La primera parte...

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6 p.m. y hacía una tarde templada a inicios del verano en el Distrito Federal. Iba caminando por la ciudad. Era de esos momentos de reflexión a solas que cada persona disfruta raramente. Acababa de terminar con mi novia (A.C.). Estaba devastado.

Había encontrado, sin quererlo, a una mujer excepcional. No era muy bonita, pero gozaba de algo que muchas mujeres que he poseído, no tenían: era sumisa y, lo mejor de todo, era masoquista. Llevábamos casi un año y tenía tiempo que no disfrutaba del sexo como con ella. Pero habíamos tenido una pelea y nos mandamos a la chingada dos días antes.

Estaba triste y decidí caminar sin rumbo fijo para ordenar los pensamientos. Para los 21 años que tenía, sin mayores obligaciones que obtener buenas calificaciones en la universidad, deambulaba en la Roma, cerca del metro Chilpancingo. Y de pronto me pareció verla.

Mi corazón dio un vuelco. ¿Sería en verdad ella? Me acerqué lentamente de la manera más casual que me fue posible y, si… definitivamente era ella.

Me quedé de piedra. Haciendo acopio de todo el valor que me fue posible, me agarré los huevos y la abordé con un simple “hola, ¿cómo estás?” Ella se sorprendió tanto como yo. Iba sola. Converse negros, pantalón de mezclilla ajustado, resaltando sus torneadas piernas, prominentes caderas y hermoso culo. Una playera negra de “los strokes” que ocultaba un poco su imponente busto y tan casual como siempre. Por un breve instante me pareció verla palidecer, pero al momento sonrió como siempre lo hizo durante esos gloriosos ocho meses que pasamos juntos… hacía toda una eternidad.

Había engordado bastante, pero eso no quitaba que fuera hermosa. “¿Por qué no vamos a tomar un café o te invito a cenar?” le dije después de un silencio incómodo. Ella estaba tan impactada como yo, pero después de unos momentos de sopesar sus opciones, asintió sin decir una palabra. Tomamos un taxi casi de inmediato y nos dirigimos a un restaurante muy famoso ubicado en la avenida Revolución.

“Los chinos” siempre están abiertos y me pareció una buena opción. El transcurso lo recorrimos en un silencio implícito. La miraba y ella me sostenía la mirada. Ver aquellos ojos después de tanto tiempo, enternecieron mi alma y corazón hasta el punto de las lágrimas.

Tenía tanta confianza con ella que no me importo llorar; sin embargo, no dejaba de sonreír. Justo antes de bajar del taxi le solté “te he extrañado mucho” y ella solo me sonrió.

Cuando estábamos sentados en la mesa, tomé su mano y la besé. No sabía qué decir, no sabía qué hacer. Ella estaba ahí, conmigo. Nuevamente. Inicié la conversación con un “¿Cómo te ha ido?” y al instante me sentí estúpido.

El escuchar de nuevo su voz y sentir su piel, fue un bálsamo para mi corazón. Después de unos angustiosos instantes de silencio al esperar su respuesta, se levantó, se sentó a mi lado y me beso como sólo ella sabía besarme. Sentí una de sus manos subir por mi entrepierna y agarrar mi dormido instrumento. Yo me dejé hacer y la besé con fervor. La besé como si esa noche fuera la última.

Por primera vez en mi mente surgió la idea del matrimonio. No como algo impuesto, sino como una decisión propia. Un anhelo de lograr hacer feliz a otra persona, satisfaciendo sus deseos y compartiendo los propios. Unir nuestras vidas no con un papel, sino en un pacto y compartir todo el tiempo que nos quedara de vida. Con ella fue con la primera que pensé seriamente casarme. Aunque, claro, aquello era una locura. Era imposible.

Hablamos largo y tendido por 2 horas. Se había ido a vivir a Monterrey y un año después cambiaron nuevamente a su padre y ahora residían en Durango. Era relativamente feliz, aunque sus sueños de convertirse en esclava de alguien se vieron truncados cuando quedó embarazada. Pero amaba a su hija. Eso la hizo madurar y concentrar sus fuerzas y deseos de otra manera.

El imbécil que la embarazó, la abandonó, pero estaba con alguien más, que la trataba bien, quería a su hija y me confesó que se parecía mucho a mi, sobre todo en el carácter y en la forma de ser. Tenía un trabajo de medio tiempo y vivía aún con sus padres. Ellos le ayudaban a cuidar a su hija y ella ayudaba con un poco de dinero y hacía la limpieza de la casa. Era relativamente feliz.

—¿Me extrañas? – pregunté ansioso

—Como no tienes idea – respondió mirándome a los ojos con un suspiro – y ¿tú?

Sobra decir que la necesitaba como el aire en mis pulmones. La extrañaba como la flor extraña al sol en los días de invierno. Simplemente la extrañaba. Le conté mis aventuras en el CCH después de que ella se marchara y la puse al día. Se interesó por “A.C.” y mi reciente ruptura con ella.

—Ella es rara. Es gordita… bueno, grodibuena, morena, chaparrita, pero es un poco como tú. Masoquista – le dije – Aunque no se compara. Eres única

—¿En serio lo crees? – me preguntó tímida. Nuestras manos estaban entrelazadas.

—Por supuesto – afirmé – No he conocido a una mujer tan loca como tú, ni me he enamorado así de alguien más.

Abrió muchos sus ojos y se quedó pasmada. Mis palabras eran sinceras, aunque hace unos días había conocido a una mujer de nombre extraño que me movió bastante el tapete (de hecho, esa era mi opción, dada mi ruptura con “A.C.”), pero que me lastimaría mucho en el futuro. Pero esa es otra historia y ni siquiera merece la pena contarla.

—Siempre has tenido la habilidad de hacerme sentir muy especial. Y por eso te amo como no amaré a nadie más

—Sabes que yo también te amo – le respondí con toda franqueza – y eres muy especial para mí

—Voy a estar dos semanas aquí – me dijo mirando su muñeca. El reloj marcaban las 8:30 p.m. – Me tengo que ir, pero déjame tu celular. Me gustaría revivir algunas cosas… ¿Te apetece?

Asentí aunque, esta vez, no quería sexo. No quería nada más que a ella. Sabía, en el fondo, que se iría otra vez, pero no sabía si lo podría soportar. Ella, Gabriela, fue mi primer amor. Con ella aprendí muchas cosas. Puedo decir que principalmente, gracias a ella, creo ser un buen amante. Nada extraordinario, pero si alguien bueno. Ella me enseñó a no ser reticente a nada. A tener la mente abierta, a no quedarte con nada.

Le dejé mi número de celular y la vi partir. Yo me quedé plantado, ahí, en aquel restaurante tan concurrido.

Mi cabeza era un sinfín de sentimientos encontrados. En primer lugar estaba Ga, que había regresado a la capital mexicana para asistir al velorio de su abuela y estaría dos semanas, para convivir con su familia. No hacía ni tres días que había terminado mi relación con “A.C.” y estaba muy confundido; y por último, una mujer de nombre muy extraño había movido mi mundo de cabeza y prometía ser un gran amor para mi corazón. No tenía absolutamente ni puta idea de que hacer.

Esa misma noche, recibí un mensaje de “A.C.” que recitaba algo así: “Te extraño mucho… perdóname, sé que a veces soy muy infantil y algo necia. Te amo y no me gustaría perderte. Por favor, vamos a hablar. Espero verte la próxima semana”. Al mismo tiempo, sostenía una conversación en el MSN con esta mujer de nombre raro que… denominaré M.

A eso de las tres de la mañana, seguíamos conversando por Messenger y recibí otro texto en mi celular: “Estoy caliente y extraño tu trato. Ardo en deseos de verte otra vez. ¿Mañana en tu casa?

No cabía en mi la menor duda de que era un mensaje de Ga. Le respondí de inmediato, pero con un simple: Mañana yo te ordeno, la hora y el lugar. Espera mi mensaje zorra.

Sobra decir, que me había calentado con esas simples palabras y, traté de devolverle aquel sentimiento. Sin pensarlo, había dejado la conversación con M, mis preocupaciones por mi situación con A.C. se esfumaron y toda mi mente se lleno de un solo nombre: GABRIELA. No pude dormir esa madrugada y cabe mencionar que me masturbe 3 veces, rememorando diferentes momentos con Ga.

Al día siguiente, a las 8 de la mañana me dirigí a comprar algunas cosas. Tenía alrededor de seis meses que me había cambiado de casa por motivos familiares y por esa razón, me dirigí a un hotel que conocía bastante bien. Renté una habitación con jacuzzi y coloqué mis compras y algunas cosas que había llevado: muchas velas, una cuerda de plástico (de esas de tendedero), una paleta de ping-pong, una mascada, una hielera con algunas frutas, una botella de vino tinto y algunas otras cosas más.

Diligentemente, adorné la habitación que había rentado con las velas. Cerré las cortinas para generar la oscuridad necesaria y me tomé dos cervezas mientras esperaba que dieran las 10 de la mañana.

A la hora que quieras a partir de las 10 de la mañana. Habitación 417 del hotel X. Sin bra, pero si con tanga o lo que prefieras”, decía mi SMS, enviado a las 9:38 de la mañana (es increíble cómo es que recuerdo esto…). Me quité toda la ropa, a excepción del bóxer y me tome algunas cervezas más mientras esperaba.

Alrededor de las 11 de la mañana, se escuchó el llamado a la puerta de mi habitación. Sonreí y al asomarme por la mirilla me empalmé en el acto, además de que se me enterneció y paralizó el corazón.

Allí estaba ella, con un par de botas cafés y el mismo vestido multicolor que llevaba puesto cuando hicimos por primera vez un trío. Cabello suelto y rizado, coronado con su eterna boina café. Abrí la puerta y la dejé pasar. Su expresión, al ver la habitación, fue oro.

Aún a sabiendas de que nuestra relación era un poco diferente, me nació del corazón tener un detalle, hasta cierto punto, romántico. Quizá, algunos me tacharán de cursi, pero me inclino por el romanticismo. La habitación estaba de la siguiente manera:

Había velas de todos los colores y tamaños esparcidas y encendidas por toda la habitación, cuidadosamente iluminada para que éstas pudieran tener el efecto adecuado. Había algunos pétalos de rosas y margaritas regadas por el suelo y algunas en la cama. No demasiadas, pero si las suficientes para que se notasen. 

Quizá no fuera mucho, pero daba un ambiente un poco diferente. Además, las mujeres siempre gustan de éste tipo de detalles.

—¿Tú hiciste todo esto? – preguntó incrédula y con una expresión difícil de interpretar en su rostro

—¿Quién, si no? – dije mientras apuraba la última cerveza del six-pack que había comprado

—Es… - dejó la frase inconclusa y añadió volviéndose hacia mi – Sigues sorprendiéndome cabrón. Nadie había hecho por mí esto antes.

—Sinceramente, te mereces eso y más – repuse con honestidad.

—Aunque más te vale que recuerdes como me gusta ser tratada – sentenció. Sus ojos estaban fijos en los míos y alcancé a notar el atisbo de lágrimas, mientras que su boca esbozaba aquella bien conocida y bella sonrisa.

—Para serte franco, esperaba que con esta visión, sólo pasáramos un día tú y yo. Sin sexo. Sólo intimidad. Sólo disfrutando de la mutua presencia y el placer de vernos. – dije mientras ella arqueaba una ceja – Pero te conozco demasiado bien y hoy vamos a jugar y a revivir muchas cosas. Espero estés preparada para ser seriamente lastimada – añadí moviendo mi cabeza en indicación para que observara la cama, donde se encontraban todos los artilugios que serían utilizados en su cuerpo. Ella ensanchó aún más su sonrisa.

—¿Cómo haces para ser tan perfecto? – dijo y al instante me beso con una pasión que haría parecer al infierno un lugar helado. Tomé posesión de su culo mientras ella me acariciaba el pecho desnudo.

—Gracias por no dejarme plantado – dije cuando nos despegamos y ella se dirigía a observar lo que estaba sobre la cama

—¿Recuerdas éste vestido? – me dijo mientras observaba y sonreía para sí

—¿Cómo olvidarlo? Ese vestido te lo vi por primera vez cuando hicimos nuestro primer trío. ¿Hace cuanto de eso? – pregunté sonriendo en el tono melancólico de los recuerdos

—Parecen siglos, mi querido Lex. – dijo con un suspiro. Se volvió hacia mí y añadió – Bueno, aquí me tienes. Ordena, que yo obedezco.

Posiblemente muchos pensarán que soy débil y un cursi, pero el verla ahí, tan dispuesta a satisfacerme y a recibir lo que yo tenía para ella… me hizo llorar, aunque, brevemente. Ella sonrió al ver mis lágrimas. Noté que iba a decir algo y la hice callar con un movimiento de mi mano. Me deshice de mi bóxer y mi verga saltó al momento. Estaba a reventar. Sus ojos brillaron de deseo, pero se quedó parada esperando.

A sabiendas que el tiempo era corto, no dejé que los recuerdos apagaran mis ganas y mi amor, que en instantes iba a demostrar. “Quítate el vestido” le ordené y ella lo hizo en un momento, dejándome ver sus pechos, nuevamente. Eran inmensos y muy hermosos. Los amasé al instante que el vestido caía al suelo. Apreté con fuerza, pellizqué con saña y le solté dos tremendos cachetes a cada uno.

Ella soportó como lo hizo siempre. Me separé para verla y ella se sonrojó. “Sé que no soy la de antes, pero soy enteramente tuya”. Aquel vientre semi plano, se había transformado en una evidente panza. Se veían marcas de las estrías de su embarazo y grasa se acumulaba formando grandes lonjas a la altura de la cadera e inexistente cintura. Los muslos, por otra parte, estaban más gordos y macizos, al igual que todas sus piernas.

Quizá para algunos, aquella visión hubiera menguado el deseo; sin embargo, para mí era la mujer más hermosa y con mejores proporciones de todo el mundo. Jamás me ha importado el estado físico de una mujer. Y lo que ella significaba para mí, junto con nuestra historia y lo que habíamos compartido, la hacían la mujer más deseable para mis ojos. No voltearía la vista hacia alguien más, por bien que estuviera.

“Eres simplemente perfecta” dije “no hay mujer más hermosa que tu”. Ella lo negó e intentó tapar su gordura con sus manos. Me acerqué a ella y le solté una cachetada brutal. Mi mano quedó marcada en su mejilla. Cuando se recuperó repetí la jugada pero infringí toda la fuerza que me fue posible. “Eres la mujer más hermosa” sentencié. “¡Dilo zorra!” y como no decía nada, le solté otra cachetada con igual fuerza en su otra mejilla. “¡Quiero escucharlo de tus labios, maldita puta! Di que eres hermosa… porque lo eres” Ella me miró a los ojos y pudo observar la furia y pasión con que proclamaba aquella verdad. Sonrió sincera, pero no dijo nada. “¡Dilo!” y le solté otra cachetada con fuerza desmedida. Al volver su cara, solté otra. Fueron seis los golpes que recibió aquel hermoso rostro antes de que, con hilo en la voz, dijera lo que le ordenaba.

En cuanto lo dijo la besé con pasión y aprisioné sus pechos con fuerza desmedida. Cuando terminé de besarla, volví a golpearla en el rostro, por el simple gusto de hacerlo y ella me sonrió. “Dilo de nuevo” le ordené y ella así lo hizo. Satisfecho de aquello, le ordené un oral. No había terminado la frase cuando ella ya estaba mamando afanosamente mi instrumento.

Vaya que extrañaba aquella boca. Nadie (y he estado con muchas mujeres) me ha dado una felación como ella. Era una profesional. Tan delicada, pero tan apasionada por dicha actividad. Por momentos se la tragaba entera y en otros, la ensalivaba completamente e incluso escupía en ella. Sabía y recordaba cómo hacerme gozar. Pasados unos cinco minutos de aquel tratamiento, en un momento en que ella estaba con mi verga hasta el fondo de su garganta (cosa que me vuelve loco), la retuve. Ella no se resistió y en tosió en dos ocasiones. La liberé, para dejarla respirar, pero casi al instante, tomé su cabeza y se la volví a ensartar hasta el fondo.

Ese tratamiento de su cabeza me hicieron recordar los primeros días de mi vida sexual, justamente con ella. Y en honor a esos recuerdos, apliqué las mismas acciones que, antaño, había realizado. Al hacerlo, no recibí ni una sola queja por su parte. Diez minutos después de un brutal vaivén de su cabeza hacia mi entrepierna, estaba a punto de correrme. Y también tenía ganas de orinar, por tanta cerveza.

Había planeado aquello y quería comprobar si seguía siendo aficionada a eso de la lluvia dorada. “Sé que quieres mi leche puta, pero tendrás que esperar. Mientras te voy a dar otra cosa” La dirigí al baño. Y cuando caminábamos hacia allí, le solté una nalgada en ese majestuoso e inmenso culo. Al instante, toqué su entrepierna y noté lo empapada que estaba. Froté con saña su vulva mientras que restregaba mi verga contra sus nalgas, al mismo tiempo que con una de mis manos pellizcaba con vehemencia sus pechos y pezones. La despegué de mí y le ordené quitarse y entregarme las bragas que llevaba.  Y entonces ella supo que es lo que iba a hacer a continuación. Sonrió y abrió su boca de par en par, hincada sobre el suelo de la regadera.

Aunque parezca sencillo, es difícil orinar cuando tienes una erección, además de que existe poco control sobre la dirección de la orina que sueltas. Pero sin importarme aquello, la bañé con mi líquido dorado. La lluvia baño su cabello y su cuerpo, mientras ella intentaba atrapar algo con su boca. Fue imposible, dado el descontrol que obraba en mí. Me sorprendí cuando ella se acercó y engulló mi miembro. Tragó gustosa la ración de meados que había preparado para ella y cuando terminé se separó y me agradeció sonriente. En el acto le solté una cachetada fortísima. Me hinqué sobre un charco de mi propia orina y empapé con ella las bragas de Ga. Cuando las consideré suficientemente mojadas le ordené abrir la boca e introduje ahí su prenda.

Ella trago dispuesta y, contrariamente a lo que yo imaginaba, incluso la escuchaba sorber y tragar gustosa. Nuevamente le solté una fortísima cachetada, la tomé por el cabello y tirando de él, nos dirigimos de nuevo hacia la cama. Ahí, me senté al borde y la coloqué sobre acostada sobre mis piernas, con su culo en popa. Ella jamás opuso resistencia alguna mientras hacía todo aquello. Tomé la paleta de ping-pong y sin más comencé a azotar sin clemencia aquel par de nalgas.

Aquello pareció encenderla y mientras azotaba con fuerza sus nalgas, ella me acariciaba las piernas. Que reconfortante sentir que agradecen el tratamiento de uno. Cuando llevaba unos cinco minutos de golpes ininterrumpidos comenzó a gemir. “Para eso te puse eso en la boca pendeja, para ahogar tus gritos. Porque, esto, sólo está comenzando”.

Cuando terminé la frase comencé a fulminarla de manera brutal. Golpe tras golpe caían sobre esas hermosas y ahora más voluminosas nalgas, y, pero para mí placer, ella no se cubría o se alejaba de mí, incluso me ofrecía más sus nalgas.

—¿Sabes? – le dije mientras la seguía golpeando – “A.C.” no tiene tanta resistencia como tú. Incluso no le gusta ser dominada tanto como a ti. Le gusta que le pegue y que la lastime. Incluso que la humille, pero solo un poco.

—Mggggg – alcanzó a emitir

—Pero tú eres especial Gabriela. ¡Cómo desearía tenerte siempre! – exclamé mientras el aire restallaba con cada golpe que recibía mi primer amor.

Y así continué por media hora, sin parar, hasta que se me cansaron las dos manos. Cuando no pude más, noté como su cara estaba congestionada por el llanto. Acaricié su cara y en sus ojos vi dolor, pero también aquella satisfacción que sólo ella podía transmitirme después de un tratamiento como aquél. Con cuidado, retiré la prenda que oprimía su boca y cuando ésta salió le solté una increíblemente fuerte y última nalgada. Gritó, pero no se movió. Su culo estaba muy maltratado. Se veía hermoso.

Para esos momentos estaba a reventar. Me fascina azotar culos y aquella tarea me había puesto a cien. La atraje hacia mí, me recosté en la cama y la penetré. Ella estaba encima de mí y la besaba. La besé con pasión mientras amasaba sus maltrechas posaderas y de vez en vez, le soltaba una ligera nalgadita. Mi ritmo era semi lento, pero firme. Se la metía hasta los huevos. Acariciaba su espalda y, en un momento, la empujé un poco para poder observarla y amasar su impresionante busto.

Ella, feliz de recibir mi verga en su concha, se incorporó y, como tenía aquel cabello rizado estorbándole la visión, se lo recogió con sus dos manos, mientras yo la seguía taladrando. Esa acción me dejó libre acceso para ahora maltratar sus tetas. ¡Y vaya que eran unas tetas! Admirando su sonrisa, le solté un tremendo cachete en uno de sus pechos. Solo gimió levemente,  a pesar de que el golpe fue poderoso. Ante aquella respuesta, me excité más y comenzó una lluvia de golpes de igual magnitud sobre sus pechos. Ella estaba feliz y gozaba como nunca. Y debo confesar que, reviviendo todo aquello, mi resistencia se vio menguada por tanta morbosidad y, sin poder controlarlo. Terminé dentro de ella.

Cansados, caímos rendidos sobre la cama. Ella estaba encima de mí y disfruté el momento. Sentir su peso, oprimiéndome… su calor, su olor y notar su agitada respiración a mi lado me hizo estremecer de placer y gusto.

—Ya extrañaba tu verga – me dijo entrecortadamente

—Y yo tu disposición al dolor – le respondí agitado – Me elevas a niveles de excitación insospechados.

—Y el día aún es joven. Según tengo entendido, iba a terminar seriamente lastimada – dijo, volteó a ver sus nalgas al rojo vivo y añadió – Y esto dista mucho de estar seriamente lastimada. Además, también tengo mi espalda, mi abdomen, mis tetas, mis piernas, mi ano y mi vagina. Todas quieren sentirte

—De verdad que estas enferma mujer – dije tomando con mis manos, su rostro y la besé tiernamente – Y es por eso que me gustas tanto. Es por eso que me excitas tanto… y es por eso que te amo tanto

—¿Aún me amas? – me preguntó con una sinceridad implícita

—Por su puesto Gabriela – le espeté – Fuiste, eres y serás mi primer amor.

—Yo también te amaré siempre – me susurró

Y la volví a besar. La besé con amor. La besé con pasión. La besé con la mayor ternura que fui capaz de transmitir. La besé con lujuria. La besé.

Mi “amigo” aún no estaba recuperado del envite, así que decidí jugar con sus agujeros. Abrí el vino y lo serví en los vasos que siempre hay en los hoteles de paso. Tomé un largo trago mientras la observaba sorbiendo el suyo. Y sonreí al notar que nuevamente (y que siempre me pasa después de tener un orgasmo) tenía ganas de orinar. Se lo comenté y ella gustosamente engulló mi flácido instrumento y pude descargar sin necesidad de ir al baño. Es increíblemente morboso saber que ella disfrutaba con aquello. Los que gustan y practican éste tipo de cosas me entenderán.

Cuando terminé de orinar, le ordené que se acostara y me abriera las piernas. Obedeció sin rechistar y, sin dominio sobre mí, me abalancé a devorar su coño. Adoro el sabor que tienen y es afición mía practicar el sexo oral. Ella soltaba pequeños gemidos mientras yo lamía, chupaba y, de repente, mordía su sexo. Le mordía sólo lo suficientemente fuerte para que lo sintiera. Mientras hacía esto, chupé tres de mis dedos e inserté dos en su concha. Entraron fácilmente y sin problemas. Un gemido de placer fue su respuesta ante dicha invasión. El cuarto lo dirigí hacia su orto, que también mamaba con placer.

Penetró sin dificultad. “También has tenido actividad por aquí zorra. Muy bien. Sigues siendo una puta” Le dije al notar la facilidad con que entraba mi dedo.

Y así continué con aquél tratamiento de sus bajos, mientras el aire se llenaba de sus sonidos y mi boca de sus sabores. Y en eso estaba, cuando sonó mi celular. Ella, tomó el celular y lo observó, entre gemidos. Su cara mostro un enojo visible y cerró sus piernas. Se incorporó notablemente enfadada y me tendió el celular que seguía reclamando el contestar una llamada. En la pantalla rezaba “Llamada entrante de… A.C.”

Continuará…

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