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Sombras de un diario (III parte)

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Capítulo V.

  

26/12/2020.

Por la posición del sol, deben ser las nueve de la mañana. Ahora mismo me encuentro asando la carne blanca de la boa. 

Encontré un pequeño oasis de árboles de chaparro, su sombra es escasa debido que no tienen un gran follaje de hojas, y son arboles pequeños; pero me sirven para descansar y usar sus ramas como leña. Recuerdo que estas matas eran abundantes, si viajabas de Ciudad Bolívar a Puerto Ordaz, podías ver miles y miles de estos arbustos que crecían como la mala hierba, aunque francamente tengo que mencionar que para estos días ya no debe existir tal cosa como “mala hierba”.

La carne de la serpiente se empezaba a descomponer, he encontrado estos arbustos a tiempo. Estoy asando la carne como los llaneros de Apure. Ellos introducen unas improvisadas varas de algún árbol en los pedazos de carne y luego los entierran alrededor de la fogata con una ligera inclinación hacia la candela. La carne no debe recibir la llama directa, solo el intenso calor y el humo. En mi caso va a ser más rápido la cocción porque es una carne blanca de pequeños trozos, en comparación con los grandes cortes de res que los llaneros hacen. Quiero lograr la mayor cantidad de ahumado y de deshidratación posible de la boa. Con eso lograré que la carne tenga larga duración. De los quince kilos que tomé, se convertirán en unos seis o siete kilos de carne maciza. Sería genial si contara con sal, pero aun así, el ahumado le aportará un sabor exquisito y una buena preservación. 

Pelusa está haciendo ejercicio, correteando alrededor de una de las matas de chaparro, lo mantengo atado con su cordón al arbusto. Él es tan curioso como un gato y se me puede alejar demasiado de mi radio de protección, por eso nunca me confío y lo ato. 

El muy manipulador se para en sus dos patas traseras, y las patas delanteras las lleva a su boca, dándome una señal de que quiere comer, lo hace con tanta gracia, que sus dos patitas delanteras parecen unos bracitos. 

Es un gran placer ver una gran fogata arder con carne alrededor. Ya se me hace agua la boca. Creo que tomaré algunos pedazos de boa para desayunar antes que logre la cocción que deseo.

Con respecto a la herida que me hizo la tragavenado, está algo inflamada, rojiza y muy sensible. Me duele. Haré un cataplasma de hojas de chaparro y me lo pondré directamente en la mordida. No sé si me hará bien, pero los viejos de mi pueblo solían decir que estas hojas tienen muchas propiedades medicinales, solo espero que no empeore la herida, porque no cuento con antibióticos, una infección y, creo que no viviré para contarla. 

Bueno, vamos a desayunar, Pelusa ya no aguanta la espera, creo que si aguardo más por el desayuno, podría hacer una nueva pirueta para manipularme todavía más.

 27/12/2020.

*

Ayer, antes de dormirme, percibí el sonido de un motor de camión o de una camioneta. Lo sentí como a medio kilómetro de dónde estoy. La zona dónde me encuentro, es la zona de Marhuanta, un lugar semi rural con grandes extensiones de terrenos. Llevo dos años sin escuchar algún vehículo. Ese sonido me produjo renovadas esperanzas, porque debo estar cerca de una pequeña civilización de sobrevivientes, muy capacitados y preparados. Quizás sean ex miembros de las Fuerzas Armadas o personas civiles con grandes conocimientos y recursos a su disposición. Voy a buscar el lugar dónde se encuentran y les ofreceré mis servicios. Aunque realmente solía ganarme la vida como profesor de ciencias sociales, con conocimientos de castellano, inglés y matemáticas. Después de todo, la humanidad debe tener maestros para que los hijos de las nuevas generaciones sean educados en las ciencias básicas y la preservación de la lengua. Creo que esta es la razón principal por la cual llevo un diario, para mantener el idioma, mantenerlo significa: no degenerar en el barbarismo, además que me ayuda a dialogar conmigo mismo y saber en qué fecha del año me encuentro. 

Sé que no debo confiarme demasiado con respecto a ese grupo de personas que tienen vehículos. Pudiesen ser simples bandoleros, aunque no lo creo, porque mantener vehículos de pie requiere de un grupo organizado con conocimientos de mecánica y electricidad. También deben de tener plantaciones agrícolas y una considerable reserva de combustible.

Pues bien, “quien no arriesga, ni pierde, ni gana”. Así que voy preparar todo, e ir en busca de esas personas. Solo espero que no odien a las ratas. 

—Tranquilo Pelusa nos irá bien, además, quién sabe si encuentras una novia—le comento a mi amiguito, él cual parece encantarle la idea de una novia. A mí tampoco me vendría mal una novia. 

Bueno, manos y piernas a la obra.

**

Estoy cerca de algo parecido a una hacienda, no veo cultivos ni ganado, solo veo grandes tanques que parecen de combustible. También está un molino de viento y un pequeño camión “350”. Hay algunas personas vigilando la entrada, sin duda están armados. Esto tiene muy mala pinta…un momento, viene llegando otra camioneta. 

***

No me puedo creer lo que acabo de ver. Al lugar mencionado, entró una camioneta tipo pick up ranchera bastante descolorida. Atrás venían tres hombres armados y traían con las manos atadas a los hermanos que me corrieron de aquel edificio que yo había tomado como refugio. La mujer morena cargaba la pañoleta en el cuello, le pude ver la cara, parecía haber sido golpeada. Su acompañante no llevaba la máscara de gas puesta, pude saber que era él por la misma braga roja descolorida. También había sido golpeado. ¡Carajo, qué es todo esto!

Mejor me voy de aquí. Además, ellos me corrieron del refugio y me robaron algunas de mis pertenencias. Ese es su problema, que lo solucionen. Nos vamos Pelusa.

28/12/2020.

*

¡Demonios! Anoche casi no pude dormir, tenía clavada en mi mente las caras de esa mujer y la de su hermano. Creo haber tenido una crisis de conciencia. Pelusa no me dirige ni un chillido, parece estar molesto conmigo. 

En mi mente estoy librando una batalla contra mí mismo, ir por esos hermanos o, seguir mi camino hacia el Orinoco. 

**

Lo he decidido, voy por esas personas, después de todo, ellos me pudieron haber matado y no lo hicieron, eso se considera haberme salvado la vida; por otro lado, no le hicieron daño a Pelusa y no me robaron mi escopeta y, sin ella no me hubiese podido soltar de aquel infectado que me atenazó con su mano cuando salté la cerca de la zona militar para huir.

***

¡Maldita sea! Estos hombres de la hacienda, son los Pirañas, con seguridad son los mismos que me mencionaron los hermanos. 

Lo que he visto dentro de la hacienda supera en monstruosidad a los infectados. Detrás de una gran casona, tienen humanos atrapados en un corral hecho de cerca de púas y alambrada de ciclón. Hay cómo unas treinta personas. Están desnudos y la mayoría tiene por lo menos dos miembros mutilados, sumando a que ninguno de ellos parece tener energías, es como si todos estuvieran a punto de desmayarse. El olor que proviene de ese corral es repugnante, las personas atrapadas allí emiten sonidos de lamentaciones indescifrables. Sin duda alguna, Los Pirañas se están alimentando de ellos como si fuesen un ganado.

Estos Pirañas parecen muy confiados en la seguridad de su hacienda, quizá debe ser porque todo ser que sabe de su existencia les tiene terror. Los muy hijos de perra parecen estar orgullosos del nombre que los identifica como tribu. En la entrada principal y en la entrada posterior tiene dos grandes carteles de madera con las palabras “LOS PIRAÑAS”, que parece que usaron sangre humana como tinta para escribirlas. 

Los hombres que vigilan alrededor de la hacienda son cinco, cerca del corral de humanos están dos hombres, todos estos están armados con armas de fuego o machetes. Aun no sé cuántos están en la gran casona de la hacienda, estimo que entre doce a dieciséis personas. A la muchacha morena y a su hermano no los he visto más, están encerrados en esa casona. Solo el Creador sabe que le habrán hecho. 

Tendré que esperar la noche para intentar rescatarles, solo me quedan tres cartuchos de escopeta, el cuchillo y mi machete. Dejaré mi mochila entre el monte con Pelusa dentro de ella. Estoy ubicado en la parte de atrás de la hacienda, por fortuna no tienen perros. 

Al parecer estos tipos salen con frecuencia en el día y en la noche para cazar humanos. De salir ellos esta noche, contarían con menos personas en su seguridad, lo que me facilitaría las cosas.

Mi plan es tratar de infiltrarme por la casona, la cual tiene muchas puertas y ventanas, y la mayoría de las ventanas están sin protectores, ni nada. Sí me atrapan me pegaré un tiro, así que tendré que guardar un cartucho. Sí tengo éxito rescatando a los hermanos, será un milagro; pero también tendré a estos caníbales tras de mí.

Me despido por si acaso no regreso. Si no sobrevivo, Pelusa tampoco lo logrará, pero ojalá este diario de alguna manera pueda sobrevivir, para que sirva de testimonio que, muy a pesar de nuestra avanzada degeneración como humanidad, hubo un humilde hombre que apostó a la vida de otros seres humanos, porque cómo dijo el mayor y más humilde de todos los reyes: “Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos”.

Voy a despedirme de Pelusa.

—Tranquilo amigo, volveré. Además, no te puedes quejar, esto fue idea tuya. Te quiero mucho Pelusa.

Que esto se mantenga en un “hasta luego”, y no en un “Adiós”.

 

 

Capítulo VI. 

 

Los acontecimientos desde el día 27/12/2016.

Desde que sacamos a las patadas de nuestro edificio, a aquel extraño hombre que tenía como mascota a un ratón, nuestra vida tomó un giro inesperado. Mi hermano y yo, somos quizás las personas más precavidas durante estos peligrosos tiempos, y tenemos como norma no fiarnos de nadie en absoluto. Cualquier persona viva es un potencial enemigo, un potencial traidor, que no dudará en clavarnos un cuchillo por la espalda con tal de mantenerse vivo y a salvo. Sin embargo, aquel día cuando corrimos a ese hombre y a su singular mascota, yo sentí un extraño vacío en mi corazón, me cuestioné muchas veces si mi hermano y yo habríamos tomado la decisión correcta. La mirada de ese hombre era muy diferente a las pocas personas que hemos llegado a ver durante estos años, tenía un singular brillo en sus ojos, ese brillo que tienen los humanos genuinos. El tono de su voz era diferente. Por mi mente pasó sumarlo a nuestras fuerzas. Con él íbamos a ser tres en lugar de dos, porque siempre fuimos solamente dos, mi hermano mayor y yo. Nunca fuimos un grupo numeroso como le hicimos creer a él. Tal vez, si hubiésemos sido tres personas no nos hubiesen capturado Los Pirañas.

Ese día 27/12/2016, cuando mi hermano y yo nos disponíamos a cazar serpientes o cualquier tipo de reptil, con el fin de conseguir algo de proteína para nuestros cuerpos, divisamos en la lejanía una camioneta llena de personas, que dedujimos inmediatamente que eran Los Pirañas. Abortamos nuestra cacería y nos regresamos inmediatamente a nuestro refugio. Pero al llegar al edificio fuimos recibidos a tiros por otro grupo de personas. Cuando intentamos escapar, ya teníamos a nuestra retaguardia, a esa camioneta. Habíamos sido rodeados y capturados por Los Pirañas. Ellos llevarían días estudiando nuestros hábitos. Todo había sido una trampa, la camioneta solo fue una distracción.

—Suelten sus armas—nos ordenó un hombre desde la camioneta, era obeso, de piel clara y sucia, con una boca deforme y dientes espantosamente afilados como los de una piraña. Su aspecto aterraba.       

Todos los hombres de la camioneta empezaron a reírse y mostraban sus repugnantes bocas con dientes puntiagudos. Los otros miembros de ese aterrador grupo que nos había recibido a tiros, se acercaron a nosotros, eran tres hombres armados con pistolas automáticas y uno de ellos tenía un fusil largo. El repugnante obeso se acercó hasta mí una vez que mi hermano y yo tiramos las armas al piso. Con él venían dos hombres muy altos, de piel oscura.

—Una mujer, “la cosa más escasa del mundo”—expresó el obeso con dientes de piraña, y se acercó a mí oliendo mi rostro y mi cabello, yo estaba paralizada de miedo, con muchas ganas de llorar, mis piernas temblaban sin control. 

Mi hermano golpeó a ese cerdo maldito, lo golpeó tan fuerte que lo tiró al suelo. En eso, mi hermano recibió una tunda de golpes por todas partes de su cuerpo, que lo hicieron retorcerse de dolor en el piso. Su máscara había caído a los pies de uno de los hombres que lo golpeaban y éste la tomó para si. 

—Te atreves a golpearme. Serás una rica sopa, y tu esposita será la mujer y madre de nuestra tribu—habló el obeso, dirigiéndose a mi hermano, y se limpiaba la sangre de su deformada boca en dónde había recibido el golpe.

— ¡Es mi hermano desgraciado! No le harás nada—grité y al mismo tiempo me arrojé hacia el asqueroso obeso; pero recibí una gran bofetada por parte de él que me hizo desmayar.

No sé cuantos minutos pasaron, pero cuando logré despertar, ya estábamos en la camioneta, amarrados con cuerdas en las manos y en los pies. Íbamos rumbo hacia Marhuanta. Mi hermano estaba hecho un fiambre, lo que me hizo estremecer de dolor por él. “Tanto cuidarnos, tanto ser cautelosos, para que al final cayéramos en manos de estos cochinos caníbales”. Estábamos perdidos, seríamos la sopa de ellos. Yo temía mucho por la vida de mi hermano y, no quería ser violada y ultrajada. 

La camioneta tomó rumbo hacia un lugar dónde ya no habían calles asfaltadas, sino de tierra. Llegamos a una hacienda que estaba custodiada por más de estos infelices. En el centro de esta hacienda había una gran casa muy vieja y de aspecto sombrío. Nos metieron allí y nos sentaron y amarraron a unas sillas de barberos, que eran muy viejas y estaban atornilladas al piso. Dentro del lugar se respiraba un olor a cobre y hierro, acompañado con un fuerte olor a sudor de personas que llevan días sin asearse. Aquellas siniestras sillas estaban frente a un conjunto de camillas de acero, teñidas en sangre. Al lado de estas camillas había una mesa rectangular con muchas herramientas de quirófano y otras que parecían de carniceros.

De pronto, a mi hermano y a mí, nos inyectaron algo que nos hizo dormir inmediatamente. Cada vez que nos despertábamos, nos volvían a inyectar con ese extraño sedante. No comprendí porque nos mantenían así, durmiendo en esas sillas de barberos. Solo sé que teníamos mucha hambre al segundo día luego de despertar. También teníamos bastante sed.

—No tengan miedo, y sean bienvenidos a nuestro hogar. Soy el Doctor Lugo—expresó un hombre que se acercó a nosotros. Era alguien de mediana edad, cabello blanco y de baja estatura. Tenía un mandil lleno de sangre vieja y llevaba puesto unos lentes que le daban un aspecto de intelectual y psicópata a la vez. — Señorita, me han dicho que ustedes son hermanos. Quiero dar mi palabra de que, no les pondremos un dedo encima, si se unen a nuestra familia. Queremos hijos, y eso solo lo puede hacer posible usted, señorita. 

—Eso nunca, ¡maldito loco!—vociferó mi hermano y al instante recibió un fuerte golpe en el rostro por parte del obeso de la boca deformada. 

—Joven, sepa usted que le dejaremos vivir, si permite de buena gana que su hermana se case conmigo, y comprenderá también que tengo que compartirla con mis hombres. Además, seguiremos buscando mujeres, y podemos conseguir una para usted; al menos claro, que quiera usted cometer incesto.

Mi hermano lanzó un escupitajo sobre la cara del hombre de cabello blanco y lentes. Éste tomó la saliva que cayó en su rostro y la llevó a su boca.

—La saliva, uno de los más importantes fluidos de los humanos, aunque yo prefiero la sangre, tibia y fresca—agregó el doctor, quien sin duda alguna era el líder de Los Pirañas. — ¿Han probado ustedes la carne humana? Seguro que no; pero ya lo harán, además no estamos apurados… el hambre siempre gana.

No teníamos escapatoria. Seguro mi hermano estaba pensando lo mismo que yo. En cualquier oportunidad daríamos lucha, con el fin de que nos mataran de manera rápida, sería mejor morir que pasar por todas esas aberraciones que querían que cometiéramos. Nos necesitaban y, harían todo lo imposible por convertirnos en unos de ellos. Nos obligarían a perder nuestra humanidad. 

Cuando cayó la noche, sentimos que una de las camionetas partió de la hacienda, de seguro irían a la caza de más humanos. Mientras tanto, a nosotros nos tocó presenciar lo más bajo de la humanidad. Ante nuestros ojos, en una de las camillas de acero, habían traído a una infortunada persona que le faltaba un brazo y una pierna. Era un hombre de unos cuarenta años, estaba desnudo y sumamente flaco, su mirada…pues en realidad no había tal mirada, solo vacío y muerte. Lo acostaron y lo ataron a la camilla. Luego el diabólico doctor, tomó una jeringa y la inyectó en la pierna restante de la pobre víctima.

—Tienes suerte Juan, hoy te he puesto anestesia—dijo Lugo, y se aseguró que escucháramos ese comentario. No había duda que nos iban a torturar visualmente para quebrar nuestro espíritu.

Con uno de esos instrumentos quirúrgico, el pequeño hombre le amputó la pierna. Luego sus ayudantes, con un frasco de vidrio, depositaban la sangre que salía de las venas abiertas del corte recién hecho. Luego, el desgraciado hombrecito cerró el corte que había hecho. Estos desgraciados, conservaban vivas a sus víctimas, para sacar el mayor provecho de ellos. Porque si los mantenían vivos no necesitarían conservarlos en refrigeración.

Los presentes se fueron de la sala dónde estábamos, solo se quedó el pequeño psicópata de lentes, con el frasco de vidrio lleno de sangre en su mano izquierda.

—Hoy probarán la sangre humana…perdón, la sangre humana “de otra persona”. Porque todos hemos probado nuestra propia sangre en algún momento—comentó el psicópata, y al instante empezó a beber sangre del frasco. Luego le ofreció a mi hermano. —Amigo, tienes dos opciones, o te bebes esta sangre, o llamo a mis ayudantes para violar a tu hermana en frente de ti.

— ¡Vete al carajo, hijo de las mil perras!—exclamó con mucha energía mi hermano.

—Como quieras.

—No te muevas, no grites; o tú mismo beberás tu propia sangre—dijo un hombre alto, quien le había llegado por atrás de manera sigilosa al pequeño caníbal, colocándole el cañón de su arma en la cabeza.

Era el hombre del ratón, a quien nosotros habíamos corrido, y ahora se convertía en nuestro salvador. Me emocioné de esperanza y a la vez sentí vergüenza.

Nuestro salvador, luego de agregar esas palabras que hicieron paralizar de miedo al pequeño psicópata, le dio un fuerte golpe en la cabeza con la cacha de su escopeta. El doctor se desplomó y dejó caer el frasco de vidrio con sangre en el piso, este se quebró e emitió un gran sonido que, en breve haría volver a sus ayudantes. Nuestro amigo cortó rápidamente nuestras ataduras con su cuchillo, en eso se escuchó una voz desde el exterior. 

— ¡Doctor! ¿Está bien? ¡Doctor! 

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