Nuevos relatos publicados: 11

Intimidades (final)

  • 4
  • 11.090
  • 9,17 (12 Val.)
  • 2

Mientras conmigo adelante íbamos hacia la puerta cancel le escuché decir: -Te quedaste corto, Ernesto. El chico es mucho más lindo de lo que me dijiste.

Cuando don Ernesto me llamó por teléfono para avisarme que vendría me preparé pare recibirlo. Me di una buena ducha que incluyó una limpieza profunda de mi culo y después me puse una camiseta sin mangas y un mini short de jean que me había fabricado en esos días aprovechando un pantalón que ya no usaba, por gastado. La nueva prenda dejaba al descubierto la parte inferior de mis nalgas, esos pliegues que dan nacimiento a los muslos.

Una vez en el comedor don Ernesto y su amigo Anselmo, ambos vestidos con traje y corbata se sentaron a la mesa.

-¿Quieren tomar algo? –les ofrecí solícito.

-A vos te queremos, Jorgito… -dijo don Ernesto.

-Ay, don Ernesto, ¿los… los dos me… me quieren?

El señor Anselmo lanzó una carcajada y dijo: -¡Claro, precioso! ¡¿para qué creés que vine?! No perdamos tiempo, Ernesto, el chico me tiene muy caliente, ¡quiero entrarle ya!

Don Ernesto se rió y dijo: -Te entiendo, Anselmo, vamos a entrarle los dos al mismo tiempo… Tiene dos agujeros, la boca y el culo, sos mi invitado así que te dejo elegir…

El invitado eligió mi culo y no hizo falta que me ordenaran desvestirme porque de tan excitado que estaba yo había empezado a quitarme la ropa mientras temblaba de pies a cabeza y ellos se desnudaban también.

-¡Qué cuerpo tenés, nene! ¡qué cuerpo! –gritó el señor Anselmo mientras se me venía encima.

Don Ernesto me hizo poner en cuatro patas y entonces sacó de su maletín un pote que le dio al señor Anselmo:

-Tomá, es vaselina. –le dijo. –Ponéte bastante en la verga. No quiero que le lastimes el culo y tengamos que estar un tiempo sin poder cogerlo.

Pasaron unos pocos segundos y noté que el señor Anselmo se acomodaba arrodillado entre mis piernas mientras don Ernesto, de pie ante mí, me ordenaba abrir la boca. La abrí con gusto para engullir la verga justo en el momento en que sentía la otra verga que empezaba a entrarme en el culo causándome al principio ese dolor que ya me gustaba, porque era el anuncio del goce.

¡Qué placer me dieron esos señores! Don Ernesto acabó pronto y me echó en la boca tres chorros de semen que saborée durante algunos segundos antes de tragarlo. Estaba en esa riquísima degustación cuando el señor Anselmo me llenó el culito de leche caliente. Mi pito estaba durísimo y yo no daba más de ganas de masturbarme. Les pregunté si me dejaban hacerlo y me autorizaron advirtiéndome que luego de descansar un rato iban a volver a darme verga.

-¡Ay, sí, sí! ¡por favor ¡por favooooor! –grité exultante minetras corría hacia el baño.

Volví liberado de esa hermosa tensión sexual que me habían provocado los dos señores ahora yacentes de espaldas en la cama.

-¿Me dejan acostarme entre los dos? –les pedí con la idea de estimularlos y que recuperaran el vigor sexual lo antes posible y yo disfrutar otra vez de esas hermosas vergas.

Me hicieron lugar y me tendí de espaldas para iniciar la tarea.

¡Qué buenos cogedores son! A los pocos minutos de ocuparme de sus vergas con mis manitos ya estaban listos para volver a entrarme. Es delicioso tener en la mano una verga bien erecta y dura.

-Bueno, nene, en cuatro patas y a tragar pija. –me ordenó don Ernesto.

-Sí, sí señor, eso quiero… dijo mientras me acomodaba.

-Esta vez yo te la voy a meter en el culo, Jorgito, y a mi amigo Anselmo se la vas a chupar, ¿entendido?

-Sí, don Ernesto, lo que usted diga… -contesté con la piel erizada por la calentura. Vi que don Ernesto se untaba la verga con vaselina y miré al señor Anselmo, de pie ante mí sosteniéndose la pija con su mano derecha.

“¡Soy carne de pija!” pensé erizado de pies a cabeza y obedecí cuando el señor Anselmo me ordenó que abriera la boca. Allí estaba yo, cada vez más putito, en las cumbres más altas del placer, con una verga que iba y venía dentro de mi culo hambriento y otra en mi boca concediéndome una mamada entre las exclamaciones elogiosas del señor Anselmo: -Muy bien, Jorgito… Aaahhhh… ¡Muy bien!... así… asíiiiiiii… Poco después y casi al mismo tiempo sentí los varios chorros de semen en ambos agujeros mientras el señor Anselmo lanzaba un alarido casi bestial y don Ernesto caía sobre mi espalda entre fuertes jadeos.

Debo ser el putito más feliz y bien atendido de la ciudad, con estos dos machos viejos pero muy rendidores que me dan una muy buena ración de verga tres o cuatro veces a la semana. Para mejor, ayer el señor Anselmo me adelantó que la próxima vez vendrían con un amigo de él al cual le había hablado de mí.

-¡Ay, ¿de verdad, señor Anselmo?... ¡¿Tres hombres para mí?!

-Sí, Jorgito, sí… -me confirmó- Tres vergas y mucha leche para el nene…

Fin

(9,17)