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Sombras de un diario (Parte final)

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Capítulo VII.

  **

Los ayudantes del doctor venían en camino. Nuestro salvador nos desató rápidamente.

— ¿Dónde les pusieron sus armas?—preguntó el hombre del ratón.

—Están en la otra sala, con nuestras cosas—respondió mi hermano, que al igual que yo estaba aturdido todavía por el sedante y el tiempo que llevábamos amarrados a esas aterradoras sillas.

Fuimos a buscar nuestras cosas en la sala contigua. Allí estaban nuestras mochilas y nuestras armas. La adrenalina que producía nuestros cuerpos empezaba a desplazar los efectos del sedante. Nos colocamos nuestras mochilas y cargamos nuestras armar inmediatamente.

— ¡Qué está pasando aquí!—exclamó uno de los ayudantes e hizo un movimiento para sacar algo de su pantalón, mi hermano disparó su escopeta. El desgraciado caníbal estaba a unos cinco metros de nosotros, y al recibir el disparo en su cuerpo fue empujado hacia atrás con violencia. De pronto se empezó a escuchar el sonido de algo como si fuese una campana, era la alarma de ellos.

Nuestro nuevo amigo nos indicó por dónde íbamos a escapar. Al salir afuera por una de las ventanas se empezaron a escuchar tiros, todos iban dirigidos hacia nosotros. Corrimos lo más rápido que pudimos y no fuimos a resguardar detrás de unas rocas. La balacera se prendió. Nuestro amigo se colocó su mochila y a la vez que se los escucharon chillidos de ratón. Era su mascota quien se alegraba de que estuviera allí nuevamente.

—Sí nos quedamos aquí, nos van a rodear—comunicó el valiente hombre.

—Tienes razón, pero no podemos salir de aquí—agregué.

—Yo los voy a cubrir, dame tu revolver y tus balas. Yo le cubriré, después ustedes me cubren a mí.

—Está bien.

Hicimos el cambio de armas; pero en ese momento, uno de los Pirañas salió entre el monte disparando por nuestro flanco izquierdo…y…y nuestro amigo recibió un disparo en su cuerpo, él devolvió los disparos y alcanzó al caníbal en el pecho. Sentí una aflicción que recorrió inmediatamente todo mi ser. Nuestro salvador y amigo había sido herido, tal vez de muerte.

— ¡Estoy bien! Seguimos con el plan—expresó nuestro valiente hombre.

—Nos quedamos contigo—añadí, mientras mi hermano devolvía los disparos al resto de nuestros enemigos.

—La bala entró y salió, creo que agarró solamente carne. No te preocupes.

No me hizo caso, volteó y empezó a disparar con mi revolver.

—Toma, llévate mi mochila y cuidad a Pelusa, mi ratón. Me esperan en el Orinoco, por los lados de La Carioca, yo los alcanzo.

Tomé su mochila, mi hermano seguía disparando con su escopeta. Yo sentí que aquel hombre inevitablemente iba a morir.

– ¡Huid! ¡Qué esperan carajo!—nos ordenó nuestro amigo. –Si no se van, yo mismo los mato.

Mi hermano dejó de disparar, puso su mano en el hombro de nuestro salvador y dijo un “gracias hermano”. Luego empezamos a correr hacia atrás, con toda la rapidez con que podíamos. Yo iba sollozando. Me sentía indigna. Mi hermano me tenía agarrada muy fuerte en mi brazo izquierdo. No iba a permitir que me devolviera.

Los disparos se seguían escuchando, nosotros nos habíamos alejado unos doscientos metros, y en eso se escuchó una enorme explosión. Volteamos, y vimos como una bola de fuego envolvía aquella hacienda. Nuestro amigo seguramente había volado el gran tanque de combustible de ellos. A los pocos segundos se escuchó otra explosión, pero con menos intensidad que la anterior. La hacienda estaba totalmente alumbrada por la enorme llamarada, la frecuencia de los disparos había disminuido más no cesado.

30/12/2020.

Han pasado dos días y nuestro amigo no ha vuelto. Durante todo este tiempo he leído su diario. Es un gran hombre. Si puede llegar a amar un ratón, imagino como debió haber sido en su vida anterior, antes de este apocalipsis. Cuanto amó y ama a sus padres. Yo me he tomado la libertad de continuar escribiendo su diario. Esto tiene que quedar como testimonio sobre la vida de un gran y humilde hombre, quien se sacrificó por nosotros, quienes lo corrimos a la patada aquel día.

Aún tengo la esperanza de que vuelva, tal como había prometido. Mi hermano dice que tenemos que marcharnos a otro lugar, y agrega que nuestro amigo no lo logró. Que si no lo mataron esos caníbales, lo haría la hemorragia de su herida.

Su mascotica Pelusa no quiere comer, y eso me parte más el corazón…un momento (pausa) …estoy llorando, es que no es justo, no lo es ¿Cómo es posible que alguien desconocido haya dado su vida por nosotros? Debe haber muerto y Pelusa lo sabe, por eso no quiere probar ni un bocado. Tengo que ser fuerte, este legado debe continuar, no puedo ahora dejar que este diario deje de existir, quizás este sea el nuevo propósito de mi vida.

Vamos a esperar hasta mañana. Tendremos que partir nuevamente. Adiós amigo. Espero te hayas reunido con tu familia en el cielo. Seguro habrás encontrado el descanso y la felicidad que tanto te mereces.

31/12/2020.

—Vamos Pelusa, debes comer. Tienes que hacerlo por tu amigo y hermano, el no querría que murieses de hambre y menos después de todo lo que hizo para mantenerte vivo. Vamos Pelusa come.

— ¡Vamos Pelusa, come hermanito!—dijo alguien que estaba parado detrás de mí. Pelusa se me soltó de las manos y fue corriendo hasta la persona que había pronunciado esas palabras. Era nuestro amigo… estaba hecho un desastre, pero estaba vivo. Mi hermano lo sostenía porque estaba muy débil. Pelusa empezó a chillar de alegría mientras su amo lo llevaba a su rostro y al mismo tiempo lo acariciaba.

Yo empecé a llorar de alegría, me emocioné mucho, creo que nunca había estado tan feliz de ver a una persona. El hombre se acercó a mí con el apoyo de mi hermano. Extendió su mano derecha hacia mí, y me dijo:

—Por cierto bonita, soy Pedro.

Yo no extendí mi mano, sino que lo abracé de manera muy fuerte y puse mi rostro en su pecho y seguí llorando.

— ¡Cuidado bonita, cuidado! Me duele mucho.

—Disculpa—dije, y dejé de abrazarlo. –Yo soy Cristina, y él es mi hermano Lázaro.

—Pues un placer. Espero no me vayan a correr nuevamente.

— ¡Jamás!—comenté con mucha energía y reí por su sentido del humor.

—Bueno, dejémonos de pendejadas, hoy va ser año nuevo. Hay que celebrar—intervino mi hermano con una gran sonrisa de oreja a oreja.

—Por cierto Lázaro, creo que esto te pertenece—dijo Pedro y, sacó de una bolsa de tela, la máscara de gas de mi hermano. Y esto es tuyo bonita, extendió hacia mí, mi pañoleta.

Ese día fue fantástico. No pudo ser mejor. Gracias DIOS.

 

“Fin”.

 

Epílogo.

07/01/2021.

Soy Pedro, y hoy vuelvo a escribir en las páginas de mi diario. “Ellos” están cerca, Pelusa nos dio su alarma con su singular chillido; pero ahora somos tres… 

(9,29)