La noche del 24 al 25 de diciembre, yo estaba en el piso que compartía con mis amigas Irene y Charo. Me encontraba sola, pues Irene y Charo habían ido a una fiesta navideña a la que yo no había querido ir. No quería ir a esa fiesta ni a ninguna otra: estaba harta de muchachos borrachos muy perfumados que sólo pretendían follarme cuando se acercaban a darme conversación. Sí, es cierto, estoy muy buena, mido 1'76, gozo de buenas medidas en pecho, cintura y cadera, poseo una cara bonita, pero… soy una persona, no una muñeca hinchable. Me preparé un sándwich vegetal que acompañé con agua mineral y, para el postre, algunas frutas, y me senté en el sofá a ver la televisión a oscuras. Daban la película "Qué bello es vivir" en unos de los canales que visité y ahí la dejé. Me encantaba esa película; me hacía llorar y también reír.
Estaba en la parte en la que James Stewart regresaba al pueblo que fue suyo y saludaba y felicitaba las navidades a todos los habitantes con los que se cruzaba, sería poco más de medianoche, cuando una luz muy potente traspasó la ventana que tenía a mi izquierda. Volví la cabeza y quedé momentáneamente cegada. La luz se iba haciendo menos intensa a medida que una figura se materializaba. Lo que vi me dejó con la boca abierta: ante mi estaba ¡Santa Claus! "¡Ho, ho, ho!", soltó este, "¿qué haces todavía despierta Isa, a que no te doy tu regalo?". ¡Sabía mi nombre!, ¡no lo podía creer! Siempre había creído que lo de Santa Claus era un cuento para niños, para que estos se portasen bien a cambio de unos regalos que compraban los progenitores, un mero intercambio, o chantaje, si se puede llamar así a un "yo te doy regalos a cambio de que tú hagas mi vida algo más soportable". "Santa Claus", exclamé; "Yo mismo, llámame Nicolás, o Nico, si lo prefieres", dijo el aparecido aproximándose. "Isa, estás sola por lo que veo"; "Sí, no he tenido ganas de ir a ninguna fiesta esta noche, estoy bien en casa"; "Ah, bien, de acuerdo, he comprobado que no has pedido regalos"; "No, ya sabes, creo que eso es para los niños y todo eso"; "Sin embargo, algo desearás".
De pronto, en fracciones de segundos, me pareció que Santa estaba bueno, no sé, su sano aspecto bajo aquel disfraz ridículo de anuncio de Coca-Cola, sus barbas tan inmaculadamente blancas… Debía tener una buena polla este gordinflón venido del ártico. "Sexo", dije; "¡Cómo!"; "Deseo sexo", repetí; "Pues mira por dónde", dijo Santa, y metiéndose la mano debajo del abrigo sacó un paquete, "aquí tengo un consolador que te hará delicias"; "Bah, no, no es de verdad, ven, acércate más, Nico", ordené. Santa me hizo caso y se colocó entre el televisor y yo; su barriga casi tocaba mi nariz. Santa se mantuvo quieto mientras le estuve soltando el ancho cinturón negro con hebilla dorada para poder bajarle los anchos pantalones y tener libre el acceso a su polla, que salió disparada hacia arriba en cuanto se liberó. "Vaya", exclamé, "andamos salidito"; "Eh, ejem, verás, hace tiempo que no…, ya sabes, exceso de trabajo, y tú, además, estás tan buena…".
Le chupé la polla a Santa; la cogí y me la metí en la boca. Tenía un sabor un tanto especial, más dulce que salada. Mamé durante varios minutos. "Uff, Isa, cómo me gusta, uff, uff, ¡espera!"; "¿Qué pasa, Nico?", pregunté después de sacar la polla de mi boca; "Como tú misma notaste anteriormente, estoy algo salidito, me correré pronto en tu boca si continuas"; "Pues, vale, córrete en mi boca", y continué, "chuc, chup, chuc"; "¡No, espera!"; "¿Qué pasa?", dije volviéndome a sacar su polla de mi boca; "Isa, yo… yo quiero follarte, es lo que más deseo ahora mismo y lo que siempre he deseado desde que te conocí en sueños"; "¡En sueños!"; "Sí, verás, es algo que sólo yo puedo hacer y…"; "Vale, Nico, corta, no me ralles, en sueños…, ¿has soñado conmigo?"; "Sí". De pronto, me sentí una persona especial, digamos que elegida, el espíritu de la Navidad estaba en mí. "Vamos, Nico", indiqué, y conduje a Santa de la mano hasta mi habitación; nos desnudamos y nos acostamos. "Oh, Nico", suspiré cuando metió su lengua en mi coño, "sí, Nico, así, lo estás haciendo muy bien, oh oohh, sigue".
El roce de los pelos de su barba entre mis muslos y el juego de su experta lengua en mi clítoris me extasiaban. Llegué al orgasmo y Santa lo notó; así que se detuvo. "Oh, Nico, ahora tú, córrete tú", murmuré lánguidamente. Santa me sostuvo en el aire con sus poderosos brazos y me dio la vuelta sobre el colchón; me puse a gatas sabiendo lo que Santa quería y él me metió su gran polla en el coño por detrás. "Oh, Nico, oh, qué bien me haces", dije cuando sentí su polla muy dentro, fue una penetración profunda como pocas veces había experimentado. Oí los jadeos de Santa cada vez menos espaciados, señal de que pronto descargarla su semen. Lo oí resollar y pronunciar mi nombre: "Ho, Isa, ho, Isa, Isa…". Luego oí un "Ho, ho, ho" poderoso y sentí mi coño inundado de caliente semen.
Por la mañana, cuando Irene y Charo regresaron, me encontraron profundamente dormida; un dulce y cálido sueño entre algodones se había apoderado de mí en cuanto Santa sacó su polla de mi coño, y hasta la mañana. Me desperté a causa de sus risas. Se lo habían pasado en grande, se veía. Golpearon en la puerta de mi dormitorio y entraron; yo seguí acostada. "¿Qué, viste a Santa Claus anoche?", preguntó Irene; "Sí", respondí impertérrita. Rieron. "No veo nuestros regalos", dijo Charo, "seguro que a ti algo te trajo"; "Sí", repetí en el mismo tono. Rieron más. "Yo pronto me casaré con Enrique, me lo prometió anoche, es un buen regalo", dijo Irene; "A mi, Sigfrida me propuso formar parte de su despacho de abogados, es también un buen regalo", dijo Charo; "Ha sido, pues, fructífera la fiesta", añadí yo. Salieron ambas del dormitorio y se dispusieron a desvestirse para dormir lo que no pudieron dormir anoche. Yo no salí.
Me levanté y las espié desde detrás de la puerta entornada mientras se estaban enrollando sobre el sofá completamente desnudas: mis amigas siempre habían sido un poco lesbianas. Se besaban y se acariciaban tetas y coños dando leves gemidos de placer. "Mmm, Charo, s-sí"; "Irene, chuic, chuic, oh, Irene"; "Mmm, aahh"; "Irene, más rápido, a-si"; "Méteme ahora los dedos, Charo, qué me gusta-aahh"; "Ay, Irene, tus tetas, me gustan tanto…, chuic, chuic"; "Ay, ah, así, Charo, aahh, aahh"; "Oh, Irene, más, oohh"; "¡¡Ay!!", gritó súbitamente Irene, y pararon. "¿Qué es esta cosa?", dijo Irene elevando un cinturón ancho negro, "se me ha clavado la hebilla en el culo…" ; "¿Dónde estaba?", dijo Charo; "Aquí, debajo de este maldito cojín del sofá"; "¿Es nuestro ese cinturón?", preguntó extrañada Charo; "No, seguro que no, ¿te has fijado en lo antiguo que es?, y huele… ¡huele a rayos!"; "¿A qué huele?, a ver". Irene le pasó el cinturón a Charo. "Huele a… a establo", dijo Charo; "Seguro que entró por la ventana, seguro que anoche Isa se dejó la ventana abierta y lo trajo el viento hasta aquí". Yo entonces salí de mi escondite y afirmé: "Sí, él entró por la ventana". Ellas se miraron incrédulas primero, luego a mí, y cantaron a coro: "Santa Claus llegó a la ciudad".