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Adiós es la palabra más dulce cuando se sabe que regresaras

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Triste apartó el visillo de aquel cristal, mirando con melancolía, como su amor marchaba. Un suspiro sacó de su interior aquel cálido aire que empaño de vaho el cristal. Ella no se dio la vuelta para despedirse, caminaba despacio con la cabeza baja, dejaba a su amado triste, pero tristemente tenía que alejarse.

Aquel amor que duraba apenas unas horas no volvería hasta pasados unos días, exactamente hasta la siguiente luna. Montó su caballo y cabalgando al trote hasta perderse en la llanura, dejando una estela de polvo que lo envolvió todo sin dejar que él pudiese verla.

Con su mano abierta hizo desaparecer aquella exhalación de frío aliento en el vidrio de la ventana, sin obtener satisfacción a sus deseos de encontrarlo en el horizonte.

Su amor desaparecía como desapareció en él el ansia de amar cuando aquella noche la hizo suya.

Recostó su cabeza en la abultada almohada, aún se apreciaba su aroma, el olor inconfundible de ella, de su misma condición.

Un almohadón que sirvió para acercarla a ella en aquel instante preciso de necesidad amatoria.

Para entonces sus besos ya eran recuerdo, una evocación que le atormentaría cada noche cuando en aquel lecho retozase junto a ella en sus cálidos pensamientos.

El gran espíritu le haría soñar y en su sueño cabalgaría a su lado, encontrándose en lo alto de las montañas, casi pudiendo tocar las nubes.

Solo la compañía de la naturaleza invadiría su mente, viéndose con él tendidos en la hierba, y como techo la copa de los árboles. Podía apreciar la suave brisa que refrescaba sus cuerpos del sofocante ambiente.

Sus cuerpos abrazados eran uno solo y sus besos una sucesión de palabras de amor mudas que tan solo el acelerado sonido de sus corazones reproducía.

Pero despertó y aquel paisaje maravilloso se desvanecería quedando sola hasta la próxima luna con el recuerdo de sus besos.

Espero que te guste un cachito.

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