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Amigos con derechos: ¡Quiero que seas tú quien me desvirgue!

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En un relato anterior les conté mi experiencia con la señora Vélez y en esta ocasión les contaré cómo se inició esa relación con su hija Lorena, una chica que, al contraste de su madre, parecía ser muy recatada, de alguna manera tímida y al contraste de su madre, Lorena era de apariencia delgada y a pesar de que no era de glúteos exagerados como los de su madre, tenía lo suyo, un trasero redondo, más pequeño, pero también mucho más sólido. De Lorena me gustaba mucho su rostro, su voz sensual que me recordaba a esa chica que cantaba una canción llamada Corazón de Poeta. Y a pesar de ser algo tímida, se dio lo que se dio conmigo, pues creo que encontró esa confianza que nunca encontró en un chico de su edad.

Con Lorena nos conocemos desde esa edad de la pubertad y aunque en esos años fue solo de breves saludos, ya con el tiempo evolucionó a una amistad muy cercana. Vivía al final de la colonia y muchas veces llegó a mi casa y yo iba a la de ella, pues en mi caso tenía de excusa que era quien limpiaba la piscina por lo menos una vez a la semana hasta que un día su padre me dio una advertencia: -Si algún día le sacas una panza a mi hija, te aseguro que te saco los sesos. Le conté a mi madre y ella puso una queja con la policía pues el padre de Lorena era sargento de esa institución.

Lorena iba a una escuela católica y yo iba a una escuela pública y desde que hubo esa situación con su padre nos distanciamos, pero años después ella aparecía buscándome por mi casa y reactivamos aquella amistad que vino a ser tan cercana que la convertimos sin conocer todavía ese término de “amigos con derechos”. Ella fue la que comenzó a indagar acerca de mi sexualidad y le conté cómo había sido mi primera vez, mis experiencias con algunas chicas y ella me confesaba que todavía era virgen y que nunca había tenido un novio. Acordamos que todo lo que nos contáramos quedaría solo entre nosotros y que yo sería como su guía sentimental por mi experiencia con algunas chicas. Por esos días sus padres estaban en una batalla legal de su divorcio y en algunas ocasiones se salió de su casa y se vino a dormir junto conmigo en varias noches. Nunca me traspasé, aunque nos calentábamos con la misma cobija y muchas veces sentí su cuerpo junto al mío. Quizá mi apatía por su situación era más grande que mi deseo de follármela, aunque más de una vez me había provocado una erección.

Un sábado llegó ya bien entrada la noche pues no quería seguir escuchando las peleas verbales de sus padres y esa noche yo me había tomado un par de tragos y la invité a que se tomara uno. Al final nos terminamos una botella empezada que tenía un poco más de la mitad y ya con los efectos del alcohol me pidió que la besara. Nos estuvimos besando por varios minutos y cuando quise bajar a sus pechos me detuvo y me dijo: - Si quiero que me hagas el amor, quiero ser tu mujer, pero quiero que sea algo especial y no con esta tensión que nos pueda encontrar tu madre. – Dormimos abrazados y desde entonces éramos amigos con ese derecho de tocarnos el uno al otro.

Cuando terminamos el año escolar, ella comenzó a trabajar en la recepción de un motel que se acababa de abrir en la zona. De la colonia donde vivíamos nos quedaba a solo 7 minutos caminando. Una tarde que llegó me decía lo siguiente: - Tony, quiero que me hagas tu mujer y si voy a perder mi virginidad quiero hacerlo con mi mejor amigo… ¿quieres? – Me habló de que tenía acceso a las habitaciones del motel y las que menos se rentaban eran las llamadas suites, pues tenían un precio mucho más elevado y que después de un mes trabajando en el motel que era nuevo, solo 5 se habían rentado de las diez disponibles. Quedamos que ella me haría saber el día y la hora y que yo me hiciera cargo de conseguir protección. De esa manera ocurrió. Me llamó un martes por la tarde y me dijo que estaría en cierta habitación en el nivel 3, y yo le confirmé que estaría allí en 20 minutos. Cerca del motel hay una de esas tiendas de conveniencia y allí pasé a comprar un paquete de 3 condones y subí a buscar la habitación indicada.

Después de dos toques a la puerta Lorena la había abierto. Estaba un tanto nervioso, pero no tanto como Lorena que temblaba y sus manos estaban frías. Sentía su miedo y le dije que, si no estaba segura, que no teníamos que apresurarnos. Ella me contestó lo siguiente: Yo quiero que me hagas tu mujer, pero si tú no quieres está bien… siempre seremos amigos. -Le dije que, si quería, que simplemente pensé que ella era la que no estaba segura. Nos comenzamos a besar por largos minutos parados cerca de una puerta corrediza que tenía vista al lado del estacionamiento y poco a poco se fue relajando y nos acomodamos así con ropa por sobre la cama. Lorena vestía una minifalda blanca con una camiseta de color negro. Llevaba sus zapatos tenis y unas calcetas blancas que solo le cubrían el ojo del pie. Le removí su camiseta y ella me asistió sentándose en la cama y luego le quité su sostén también de color negro y por primera vez veo sus pechos pequeños y alargados con una areola café oscura con sus pezones pequeños y puntiagudos. Los besé y me dediqué a mamarlos suavemente mientras escuchaba ese gemido de placer y sensual de Lorena.

Le besaba el cuello y los pezones delicadamente mientras mis manos recorrían sus piernas aun con su minifalda y bragas puestas. Podía observar cómo se le erizaba la piel y cómo se le escapaban sus gemidos entre unos labios con brillo rojizo mientras cerraba sus ojos. No decía mucho, solo se dedicaba a disfrutar de mis caricias y con los minutos comencé a bajar el cierre de su minifalda que estaba a un lado y ella había encorvado su espalda para que yo pudiese quitársela. Llevaba unos diminutos bikinis de color negro, le quité sus zapatos tenis y luego dejé por último su prenda íntima. Estaba mojada de la excitación que cuando le quité sus bragas, estas extendieron aquellos jugos vaginales cómo si fuese tela de las que tejen las arañas. Yo me removí mi camisa, zapatos y pantalón y solo me quedé con mis calzoncillos estilo bikini. Me fui por sobre Lorena y seguí mamando sus pequeñas tetas hasta bajar a su ombligo. Creo que Lorena no se lo espera, no sé si ella tenía idea del sexo oral. Cuando bajé al sur de su ombligo ella exclamó: ¡Que haces! – Le dije que ese día le iba a besar cada pulgada de su cuerpo; de cabeza a sus pies y viceversa. Intentó detenerme, pero con sus piernas abiertas y mi pecho presionando su sexo, era imposible que detuviera lo que se venía, pues además creo que la idea de que le besaran su sexo, ese morbo que le provocaba mi lengua cada vez que se acercaba a su sexo, es algo que muy pocos seres humanos a esa edad realmente queramos detener. Recuerdo el día que la gata Sonia, la primera chica que me hizo sexo oral, nunca me esperaba que una chica quisiera tener mi pene en su boca, pero cuando sentí y vi su intensión, nunca me pasó por la mente detenerla.

Lorena se dejó llevar por ese instinto igual cómo yo lo hice en mi primera experiencia y solo gimió y solo me sobaba el cabello mientras mi lengua le invadía ese salado y exquisito orificio. Se la chupé de una manera delicada y luego de una manera más agresiva le succionaba su clítoris. Hicimos una breve pausa para poner sus nalgas a la orilla de la cama, puse una almohada en mis rodillas y de esa manera también tener acceso a besar su perineo y sorprenderla con alcanzar a invadirle el ano. Para estas instancias Lorena ya estaba entregada al placer y solo elevaba sus piernas y me tomaba del cabello y de tanto pasar mi lengua por sus dos agujeros, explotó con su primer orgasmo, el cual creo fue más que un solo orgasmo, parecía que a cada veinte segundos gemía profusamente y recuperó la compostura hasta tres o cuatro minutos después. Quedaba con una respiración aligerada y podía ver en su juvenil rostro ese relajamiento del placer. Según me contaba después, ese había sido su primer o primeros orgasmos… nunca había experimentado un placer igual.

Solamente limpié mi rostro con una toalla y ella hizo lo mismo con su pequeña vulva. Vio cómo me saqué la verga de mi calzoncillo y me puse el primer condón. Se puso en esa típica posición del misionero y de esa manera me fui por sobre Lorena y ella abrió sus piernas. Le asomé mi glande a su bien lubricado orificio y la cabeza de mi verga se hundió y Lorena hizo un gesto y gemido de dolor y poco a poco, lentamente mi falo estaba completamente adentro de esa linda chica. Lo que me gusta de las mujeres flacas y petit es esa sensación de apretadas y en esta ocasión pude sentir literalmente cuando le rompí el himen y le pregunté a Lorena si le dolía y ella solo me dijo que no era un fuerte dolor, sino una sensación de ardor. De esa manera perdía su virginidad y con los minutos comenzamos con una balada lenta por sobre la cama. Me miraba a los ojos mientras delicadamente mi verga salía y se hundía en esa preciosa panochita que Lorena me había contado que se la había comenzado a afeitar desde hace algún par de años. Aquel sexo fue uno erótico y romántico y nunca hubo una aceleración abrupta y solo se subieron las revoluciones en algo, cuando Lorena con unos movimientos pélvicos me insinuaba que encontraba ese ritmo para volver a encontrar la gloria de otro orgasmo. No decía nada, más solo correspondía al embate que le enviaba y de esa manera de un choque de sexo algo pausado, le llegó otro orgasmo y vi como sus ojos se le aguaron, se le perdieron en el placer y en esta ocasión dijo: ¡Uh… que rico! – Y explotó jadeando de placer. Yo tampoco me pude contener y al ver como se corría Lorena, segundos después llené a rebalsar ese condón. Cuando me fui al baño a removerme el profiláctico, este tenía la evidencia de unos hilos de sangre por la ruptura de su himen.

Ese día usamos los tres condones y Lorena se había corrido en posición de perrito y montándome, pero a esa edad de la juventud uno es insaciable y obviamente uno se recupera en minutos. Lorena me había pedido que quería también hacerme sexo oral y en eso estaba, dándome una felación de amateur, pero rica de todas maneras cuando se lo propuse:

- ¿Quieres probar hacer el sexo anal?

- ¡No creo que pueda… me da miedo!

- Pero… ¿lo has considerado hacer?

- Mis amigas me han hablado de que lo han hecho… unas dicen que lo han disfrutado, pero otras también dicen que les ha dolido mucho.

- ¿Quieres intentarlo? De esa manera tú tienes tu propia experiencia y no solo lo que te cuentan tus amigas.

- No sé Tony, me da miedo. Quiero, pero me da miedo.

- Inténtemelo y si te incomoda mucho, pues desistimos. ¿Te parece?

- ¡Esta bien! Intentemos. -me dijo.

Se puso en posición de perrito y en vez de asomarle mi glande, le volví a poner mi lengua en esa posición. Le lamí el ojete delicadamente y sé por la manera que comenzó a mojarse que le gustaba que le comiera el culo. Después de unos 10 minutos de darle besos negros le asomé el glande no sin antes dilatarle el ojete dándole masaje con mi dedo de en medio hasta hundirle mi primera falange. Le puse la cabeza de mi verga en la entrada y se la comencé a hundir lentamente. Se ponía tensa y me expulsaba el glande con mucha presión. Nunca me dijo que parara y eventualmente de una manera delicada y con mucha paciencia, mis 22 centímetros se hundieron hasta que mis testículos chocaron con sus nalgas. Ella solo gimió, pero me aseguró de que, sí en verdad le dolía, pero que a la vez le gustaba mi invasión. En esa posición y sin mucho movimiento le tocaba la vulva y le masajeaba su clítoris, hasta que ella misma hacía un vaivén que no podía corresponder con el ímpetu que imaginaba pues era incomodo dejarle ir algunos embates mientras le masturbaba el clítoris. Mas, sin embargo, en diez minutos alcanzó el orgasmo y esta vez sí me dijo que se venía y ella comenzó con esos movimientos pélvicos que también me llevaron a la gloria y me he ido en su apretado culo el cual sangró esa vez que se lo desvirgué también. Creo que el placer tuvo que ser divino, pues este acto de hacerle sexo anal mientras le masturbaba el clítoris se le convirtió en una adicción a Lorena que por esos días cuando teníamos oportunidad, lo repetíamos. Fueron esos días que ya su padre se había ido de su casa y yo llegaba por las noches a su cuarto a escondidas y eran tremendas culeadas que le daba a Lorena.

Meses después pasó esa experiencia que les narré con su madre y quien en cierta ocasión me habló de que su hija le había contado de esas experiencias conmigo. Un día confronté a Lorena y le pregunté que sí alguien más sabía lo que había pasado entre nosotros y ella lo negó todo el tiempo. Creo que Lorena nunca supo lo que pasó entre su madre y yo, pero eventualmente décadas después me confesó que ella se lo había contado a su madre. También me confesó que se había enamorado de mí, pero que sabía que tenía a muchas chicas en ese tiempo y que no miraba la posibilidad de una relación seria conmigo. Lorena fue una rica y grata experiencia, de esos buenos recuerdos inolvidables de mi juventud… ¡Qué ricas culeadas le di a esta chica!

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