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Clases de guitarra

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Esta es una historia real que me gustaría compartir. La recuerdo como un breve episodio agridulce de mi vida que sin embargo es digno de contar.

Soy guitarrista y ocasionalmente trabajo de productor en un estudio de grabación. Tenía 22 años cuando esto ocurrió. Tomaba clases de batería, no porque me interesara dominar el instrumento, sino porque quería tener un mayor entendimiento de la rítmica y quería comprender más el funcionamiento de la batería para poder grabarla mejor. Mi profesor era un músico “huesero” que más que poseer una técnica impecable tenía muchísima experiencia en la ejecución de su instrumento y era un buen maestro, las clases eran algo informales pero fructíferas y aprendí mucho. Un día me dijo: “Deberías dar clases de guitarra gratis. Te serviría mucho como músico porque inevitablemente tendrías que volver a lo más básico, cosa que a veces olvidamos por sentir que somos muy chingones y que lo sabemos todo. Además ayudarías en algo a mejorar este pueblo polvoriento al compartir tu conocimiento desinteresadamente”

Me pareció una excelente idea, tenía tiempo de sobra así que de inmediato contacté con una página de Facebook de noticias y anuncios de la alcaldía en dónde vivo y les pedí que publicaran mi anuncio de clases de guitarra gratis.

Me escribieron cerca de 30 personas para pedirme información, pero solo tres se animaron a asistir. Una de esas personas fue Fabiola. Me escribió una tarde para pedirme información y no pude evitar notar en su foto de perfil que tenía una cara muy linda. No puedo negar que me emocionó la idea de que una mujer atractiva fuera mi alumna, pero tampoco le di mucha importancia y le respondí como a todos los demás. Después de algunas preguntas acordamos el inicio de las clases y el miércoles siguiente se presentó en mi casa.

El día llegó y recibí un mensaje de ella en el que me decía que estaba afuera de mi casa así que salí a recibirla. Llegó sola en una camioneta gris, se bajó y la hice pasar. No fue hasta que estuvo dentro de mi habitación que pude observarla bien; Tenía cerca de 38 años (nunca le pregunté su edad), era ligeramente de menor estatura que yo (mediría cerca de 1.68) su cabello castaño claro con mechas californianas le llegaba algo más abajo de los hombros. Llevaba lentes oscuros y un atuendo bastante casual (incluso diría que descuidado) que no me permitía apreciar mucho de su cuerpo salvo que era de complexión delgada. Lo que sí fue evidente a pesar de sus lentes oscuros era que tenía un rostro precioso, de rasgos muy finos, una nariz pequeña y respingada y unos hermosos labios carnosos. En su piel clara comenzaban a notarse algunas marcas de expresión que no restaban nada a su belleza. Pensé en lo hermosa que seguramente habría sido en su adolescencia, y a pesar de eso, en ese momento no tenía ninguna intención sexual hacia ella.

Comencé la clase preguntándole qué esperaba del curso, o cuál era su objetivo. Comenzó a llorar, lo cual evidentemente me desconcertó mucho. No supe bien cómo reaccionar así que solo atiné a ofrecerle unos pañuelos desechables y escucharla con atención. Me dijo que estaba pasando por un momento muy difícil, que tenía una depresión profunda porque recientemente se había divorciado. Tenía tres hijos, su ex esposo era un hombre con mucho dinero con quien se había casado siendo muy joven. Él la había tenido siempre en una “jaula de oro” y le daba todo lo que ella quería, pero que nunca le permitió trabajar, estudiar, salir a divertirse o hacer algo interesante de su vida.

Ahora que se habían divorciado su rutina se había desmoronado, se encontraba desolada y sentía que estaba vagando sin un propósito, por lo que estaba poco a poco comenzando a buscar nuevas actividades.

Le dije que todo iba a estar bien, que aprender a tocar un instrumento sería de muchísima ayuda en su proceso, y que iba a aprender no solo a tocar la guitarra sino a apreciar la música de un modo distinto, así que comenzamos. Aunque mi intención era dar el curso gratis ella insistió en pagarme a lo que accedí.

Quisiera remarcar que desde un inicio noté en ella una evidente timidez y una gran falta de confianza en sí misma, pero al mismo tiempo noté que encontraba en mi casa un espacio agradable. Muy pronto empezó a desarrollar cierto apego hacia mí y siempre fue muy cariñosa y efusiva en sus saludos y despedidas. Cada que la acompañaba a la puerta después de una sesión me abrazaba muy fuerte y me agradecía mucho.

Fuera de las clases no teníamos ningún contacto; Nunca le llamé por teléfono ni nos escribíamos salvo para confirmar los horarios. Las clases por lo general eran una vez a la semana y duraban una hora y media, tiempo durante el cual le enseñaba algo de teoría musical y uso práctico del instrumento, pero también solía mostrarle piezas musicales con el fin de analizarlas y apreciarlas de diferente manera. Casi siempre, al final de la clase platicábamos un rato y esas conversaciones sin duda le servían de catarsis, me contaba sin entrar en detalles acerca de su estado de ánimo y me daba a cuentagotas más información sobre su matrimonio fallido y sobre sus hijos cosa que incrementó su apego hacia mí. Yo por mi parte hacía mi mejor esfuerzo para mantener a raya el cariño que empezaba a sentir por ella.

Una tarde, acabábamos de terminar la sesión y salíamos de mi habitación con dirección a la puerta cuando me abrazó justo antes de bajar las escaleras y me besó. Correspondí al beso pensando que se arrepentiría en cualquier momento y me diría que fue un error pero no lo hizo y permanecimos así un buen rato, de pie besándonos frente a las escaleras. No dijimos nada más, la acompañé a la puerta y nos despedimos como siempre.

Me quedó claro que su apego ya se había convertido en deseo y no pensaba desaprovecharlo. La semana siguiente nos vimos como de costumbre y la noté más cómoda y desenvuelta, además de que iba más arreglada; llevaba puesto un labial rosa, el cabello recogido y un vestido ligero sin mangas de color azul cielo con puntos blancos. Pensé que tal vez durante la semana había estado pensando en lo que pasó y llegué a la conclusión de que se había decidido a seducirme.

Empezábamos la clase y curiosamente los papeles se habían invertido, ahora el nervioso era yo y no podía concentrarme ni expresarme con la fluidez de siempre por lo que en un momento le dije que me disculpara, coloqué a un lado la guitarra, me acerqué a ella y la besé. No opuso ninguna resistencia así que la tomé de la mano y la guie para que se sentara en la orilla de la cama. Allí me senté a su lado y seguí disfrutando de sus labios carnosos mientras empezaba a acariciar el interior de su pierna. Cualquier duda que aún pudiera caber en mí se disipó cuando tomó mi mano y la llevó hacia su vulva. Sentí de inmediato una especie de descarga eléctrica recorrer todo mi cuerpo y empecé a acariciarla torpemente por encima de su ropa interior.

No será difícil darse cuenta de que yo no era precisamente un casanova. No tenía mucha experiencia y estaba muy nervioso. Pensé que estaba actuando de una forma muy patética y que tenía que ser más decidido si quería que ella se entregara completamente. Temí que mi indecisión la hiciera retractarse así que decidí no dar lugar a dudas.

La hice recostarse en la cama y me coloqué encima de ella. Empezamos a besarnos con vehemencia, casi con furia, nuestras lenguas se encontraban y chocaban mientras recorrían cada rincón de la boca del otro. Encontré en sus labios suaves y carnosos una increíble fuente de placer y pude haberme quedado ahí, besando su boca todo el día pero aún me faltaba mucho por hacer.

Pasé a su cuello, lo recorrí con mi lengua desde la clavícula hasta la oreja una y otra vez mientras desataba su cabello y jugaba con él. Ella por su parte empezó a acariciar mi verga que ya se encontraba durísima, la acomodó de modo que mi glande sobresalía por encima del borde de mi pantalón y empezó a frotarlo con la punta de sus dedos, esparciendo por toda su superficie mi líquido pre seminal al mismo tiempo que con su otra mano me guiaba a introducir mis dedos en su vagina.

Estábamos en ese punto ardiendo de deseo, en apenas unos minutos estábamos resoplando y sudábamos más por el celo que por el calor del verano en la Ciudad de México.

Comencé a bajar el vestido desde sus hombros dejando al descubierto su sostén blanco, el cual hice a un lado para liberar sus pezones y lamerlos. Ella intentó quitarse las bragas pero le dije que no lo hiciera, que quería quitárselas yo mismo.

Me levanté de la cama y ella se sentó y me pidió desabrocharle el vestido desde la espalda, se paró, se lo quitó y lo aventó hasta una esquina de la habitación quedando en ropa interior. Llevaba un sostén blanco y un cachetero de encaje que hacía juego. Evidentemente se había preparado para la ocasión. Luego se colocó frente a mi sin decir nada pero invitándome con una mirada a desnudarla.

Le quité la ropa interior con delicadeza y entonces pude verla por completo; al admirarla totalmente desnuda sentí que estaba irremediablemente enamorado de ella, de sus pechos pequeños y sus pezones cafés que contrastaban con su piel blanca, de sus hombros delicados salpicados de pecas, su abdomen ligeramente abultado donde se apreciaba la marca de una cesárea, más abajo su vello púbico parecía ser de color dorado al recibir la luz del mediodía que se filtraba a través de las cortinas delgadas, pero sobre todo me enamoré perdidamente de su increíble culo. Nunca había notado, en parte por la ropa que usaba que estaba dotada de un par de nalgas imponentes, firmes y redondas, del tamaño perfecto y cubiertas por una capa suave de delgadísimos vellos que hacían lucir su piel como un durazno. Supe que tenía que ponerla en cuatro, embestirla desde atrás y ver mientras la penetraba cómo mi pelvis chocaba con esas maravillosas nalgas.

Y así lo hice. La llevé de nuevo a la cama en donde comprendió lo que yo quería sin necesidad de decir una palabra. Colocó su cara sobre la superficie de la cama y levantó su culo dejando su espalda en una sensual curva y esperó pacientemente mientras me quitaba toda la ropa. La penetré sin más juegos. Mi verga entró con facilidad y empecé a embestirla con fuerza mientras apretaba sus nalgas. Alterné el ritmo y me di cuenta que dejaba escapar más gemidos cuando la penetraba lentamente, pero me dijo que volviera a hacerlo rápido porque así, despacio, se iba a venir más pronto.

Tal vez sintió en los espasmos de mi cuerpo que estaba muy cerca del orgasmo, así que se levantó, me tiró sobre la cama y se recostó a lado mío para luego empezar a besarme y frotar mi verga.

Tras un par de minutos y al ver que no me venía se subió sobre mí, tomó mi pene erecto con su mano derecha y lo introdujo en su vagina. No quisiera exagerar pero tengo que describir esa visión. Ella estaba ahí, desnuda y gloriosa encima de mi cuerpo, la ventana a sus espaldas hacía resplandecer su piel y su cabello, el calor de ese mediodía de Junio se fundía con los aromas de nuestros fluidos. Escuchaba sus leves gemidos que sonaban como tiernos quejidos suaves, sentía en mi verga el calor de sus entrañas y tenía las manos llenas con sus deliciosas nalgas. Estaba en el paraíso, era sin duda el mejor sexo de mi vida y no pude evitar imaginar lo que ella estaría pensando, cómo después de clase iría por su hija a la escuela, satisfecha, bien cogida. Saludaría a la maestra, a las personas de siempre quienes no se imaginarían en absoluto que esa mujer recién divorciada, tímida y deprimida acababa de darle una cogida monumental a un veinteañero.

Pensar eso me excitó muchísimo, quería venirme en ella, llenarle la cara de semen, meter mis dedos en su ano y después lamerlos, dar rienda suelta a todas mis perversiones.

Todo eso pensaba mientras la tenía montada sobre mí.

Por último lo hicimos de misionero, en el momento más tierno de la sesión. Nos besamos con delicadeza, me dijo “te amo” aunque yo sabía que no era cierto, pero le dije lo mismo. Terminó con un gemido contenido mientras rasguñaba mi espalda y yo acabé sobre su abdomen, llenando de semen su ombligo.

No pudimos disfrutar mucho del tibio placer que viene después del orgasmo porque se vistió rápidamente y me dijo que tenía que irse ya. Nos despedimos con un beso breve y yo quedé en una especie de trance. Me masturbé apenas volví a entrar a la habitación que todavía olía muchísimo a sexo.

La siguiente sesión fue algo menos intensa aunque hubo elementos nuevos; Le hice sexo oral en la cocina y además le lamí el ano sin la menor contemplación, ella por su parte me mamó delicadamente la verga por unos minutos. Lo hicimos de perrito de nuevo, pero esta vez sin desnudarnos por completo.

Por último una sesión después solo me la chupó y me dejó terminar en su boca, pero no cogimos bajo el argumento de que tenía un compromiso y debía retirarse más temprano.

La semana siguiente no asistió a clase, supuse que habría tenido algún inconveniente, pero una semana después tampoco asistió. Le mandé un mensaje preguntándole si ya no iba a continuar y me respondió algo como; “Ah hola, disculpa por no avisarte, me surgieron unos inconvenientes con la escuela de mi niña y por el momento ya no voy a poder ir. Pero sí quiero continuar, apenas pueda te escribo y nos ponemos de acuerdo ¿vale?”

Le dije que estaba bien y ese fue nuestro último contacto. Nunca me mandó ningún mensaje, jamás la volví a ver, ni supe nada más de ella. No quise molestarla o importunarla así que no volví a escribirle ni la llamé. Por supuesto que la extrañaba, visitaba su perfil de Facebook solo para ver su foto y en más de una ocasión, en mis noches de soledad y calentura me masturbaba pensando en ella. Muchas veces pensé en escribirle, pero me contuve y poco a poco fui olvidándome de ella y haciéndome más a la idea de que no iba a volver a verla.

Tal vez se sintió culpable por sus hijos o su ex esposo, tal vez al final la venció la monotonía, la depresión o la culpa. Pienso que al menos, por un breve instante se permitió disfrutar de algo distinto, vivir una experiencia nueva y convertirse en una diosa que por un momento efímero se entregó a un joven desprevenido. Ahora cada que pienso en ella espero que esté bien y me hace feliz imaginar que donde quiera que se encuentre está cogiendo sin inhibiciones, explotando al máximo ese lado increíblemente sensual y poderoso que tuve la oportunidad de probar. Espero que así sea, y si se lo preguntan; no, no aprendió a tocar la guitarra.

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