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Confidencias de un compañero de trabajo

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Hace poco tiempo coincidí en mi empresa con un compañero bastante mayor que yo con el que he llegado a tener una relativa amistad. Es bastante retraído y tiene fama de huraño y poco comunicativo.

Casualmente participé con él en un proyecto común y pude descubrir que bajo su apariencia hostil tenía una personalidad muy sensible. resultó ser un conversador muy ameno y, cuando adquirimos confianza, se reveló como una fuente inagotable de anécdotas.

Una de ellas servirá de base a mi actual relato. No aseguro que fuera exactamente así lo que me ha contado, pero es como yo recuerdo su historia

Rafael, que así se llama, había estudiado lo que entonces se conocía como peritaje industrial, en Madrid. Cuando terminó buscó trabajo en el sector de automoción, pero no consiguió encontrar nada interesante.

Su padre, que debía estar introducido en el mundo del transporte consiguió que le hicieran una entrevista en una compañía dedicada al transporte por carretera. No era a lo que él había aspirado pero realizó la entrevista y tuvo la fortuna de ser seleccionado y contratado. Eso sí, en Barcelona.

Así que en un corto plazo se tuvo que presentar en la sede de la empresa, situada en el Poble Nou, barrio de aquella ciudad. Aún le quedaba una sorpresa, allí le comunicaron que su destino definitivo sería una delegación situada en una población costera a cuarenta kilómetros de la capital catalana.

Allí se presentó Rafael y su nuevo jefe le puso al corriente de su trabajo que consistiría en controlar los consumos y demás gastos de todos los camiones de la planta además de optimizar los trayectos de cada una de las rutas que convergían en la delegación. A Rafael se le hundió el mundo cuando vio el galimatías que eso suponía. Controlar a un montón de camioneros resabiados, él, que tenía poco más de 20 años y nula experiencia práctica.

Los apuros y dificultades que tuvo que soportar me los fue contando posteriormente, pero no los quiero detallar para no resultar redundante.

Lo primero que tuvo que solucionar fue su alojamiento y manutención. Encontró una pensión con ínfulas de Hostal, que le supuso buena parte de sus ingresos, que no eran nada excesivos. Las comidas las hacía en un restaurante modesto próximo al hostal.

Cuando llevaba unas semanas instalado e iba cogiendo el aire al trabajo, descubrió, al dar un paseo por los alrededores del barrio que en una casa de planta baja, rodeada de un pequeño jardín, un cartel en el que se anunciaba que se alquilaba una habitación.

Sin dudarlo llamó a la puerta para preguntar por el anunció. De la casa salió una señora mayor, vestida totalmente de negro y algo corpulenta. Rafael se interesó por la oferta y notó como la señora le miraba con cierta desconfianza. Antes de darle la información le hizo una serie de preguntas que a él le parecieron un interrogatorio en toda regla. Finalmente, cuando él le dio el nombre de la empresa y se aseguró que era empleado fijo, le dio acceso a la casa (hasta entonces le había atendido en la puerta de la calle) y le enseñó la habitación. Rafael quedo entusiasmado. Una pieza grande, con dos ventanas al exterior, bien amueblada, con una cama ancha y una mesa enorme, dos sillones, armario y un lavabo en el propio cuarto. Temió por un momento que el precio no estuviera a su alcance, se lo preguntó a la dueña y resultó ser más barata que el hostal donde estaba. Además la señora le ofreció pensión completa por una cantidad razonable.

Sin dudarlo le dijo que le interesaba quedarse a pensión completa. Una vez acordado se propuso hacer el traslado al día siguiente.

A partir de ese momento se encontró cómodo en general. Aparte de la calidad de la habitación disponía del uso compartido del cuarto de baño de la vivienda, espléndido y muy limpio.

Poco después fue conociendo las circunstancias de su patrona. Se percató de que, pese a su aspecto un tanto lúgubre, no era tan mayor como le había parecido a primera vista. Luego supo que tenía 40 años. Era viuda de un pescador que había fallecido al naufragar su embarcación en uno de esos golpes de mar que el tranquilo Mediterráneo guarda para hacerse respetar. Tenía un niño de cinco años que el primer día estaba con su tía. Aunque los seguros habían paliado la falta de los ingresos del pescador, había decidido alquilar la habitación para obtener una ayuda complementaria.

Rafael continuo conviviendo con la madre y su hijo, que desde un principio simpatizó con él.

En el trabajo. que paulatinamente fue dominando, no llegó a hacer amistades. Sus compañeros, mayores que él y casados, no eran especialmente sociables.

Rafael se encontraba cómodo en la casa. Decidió aprovechar el tiempo libre para ir preparando el curso de acceso a la ingeniería superior cuando le fuera posible hacerlo. Me confesó que finalmente no llegó a tener la oportunidad de dar ese paso, pero él, entonces, lo tenía entre sus objetivos.

Su vida continuó sin variaciones dignas de mención hasta una tarde de fiesta, en la que estaba estudiando en su cuarto, la patrona le invitó a merendar. Su hijo estaba con su tía y así no merendaba sola. El accedió lógicamente y durante un buen rato estuvieron charlando amigablemente. Rafael se percató de que ella había suavizado ligeramente su habitual luto riguroso. Aparte de la aparición de tonos menos severos en su indumentaria se notaba que se había maquillado discretamente. Además, sorprendentemente, la blusa de color crema estaba parcialmente abierta, pudiendo intuirse unos senos turgentes y plenos.

Rafael, poco versado entonces en el trato con mujeres, no dejó de percibir el cambio en el comportamiento de ella. Decidió quedarse prudentemente a la expectativa para ver cuales eran los propósitos de ella...

En un momento dado, abrió un mueble en el que había un tocadiscos. De un cajón sacó unos vinilos y puso uno en el plato. Según él recordaba eran boleros antiguos, que él había oído de pequeño. Ella, tímidamente confesó que era la primera vez que ponía esa música desde que faltaba su marido y le pidió que lo bailase con ella. Rafael accedió gustoso y la enlazó prudentemente por la cintura. Ella se fue estrechando y al rato estaban literalmente empotrados. Rafael se sintió violento porque no pudo evitar una erección que se hundía entre sus piernas. Su temor se disipó cuando ella, sin apenas separarse, metió su mano en su pantalón y agarró su pene con ansia.

En ese momento Rafael prescindió de sus pudores y, pese a su falta de experiencia la fue desnudando sin dejar de abrazarla. Sin esperarlo se encontró con un cuerpo que, pese a su rotundidez era un regalo para la vista. El sobrepeso estaba perfectamente distribuido y resultaba francamente excitante. En pocos segundos pasaron del salón a la habitación en la que conservaba la cama matrimonial. Ella, previsoramente, sacó de una mesilla una caja de preservativos por lo que Rafael dedujo que todo lo había planificado previamente, y según lo que contó, sin entrar en demasiados detalles, Rafael no dejaba de tener cierto pudor, estuvieron haciendo el amor hasta que, como diría Sabina años más tarde, los encontró la luna.

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