Recuerdo que entraste así, sin más. Tu cara era de alguien dispuesta a todo para arrancarme la contraseña de su celular.
Estabas vestida como una reina, si es que se podía esperar menos de ti. Tus manos colgaban al lado de tus caderas, luciendo unas uñas brillantes y rojas como la sangre del diablo.
Miraste adentro de mis ojos y pude sentir tu olor a hembra desde la cama.
Nada dijiste con la boca, ningún ruido hiciste al acercarte. Con la puerta abierta te sentaste arriba mío, no sin antes pisarme la verga con tu pie descalzo.
Recuerdo que te quedaste un rato en esa posición, presionando y soltando, cada vez con más fuerza.
Tu boca hacía gestos de maldad, de una tigresa a punto de devorar a su presa. Se notaba en tus ojos, esos ojos de águila que de lejos presienten el peligro, lo anormal, lo misterioso, que les interesaba ver como se ponía dura debajo de tu pie.
Tu olor a hembra en celo inundaba mis narinas, y podía adivinar que bajo tu falda los fluidos empezaban a escaparse de las bragas rojas que siempre me dejabas oler. Fue gracias a que te sentaste sobre mi pantalón mojado que pude sentir el jugo de tu feminidad escurriéndose por las piernas.
En un abrazo apretado te fundiste con mi pecho. Tus hermosas tetas amortiguaron la pasión con la que parecías tragarme el alma.
Y empezaste a menearte…
Bailaste al compás del sexo con un disfrute nunca visto. Mi verga dura dentro de tus partes. Esas caderas que hace tanto tiempo me atraían, que hace tantos años veía pasar, ahora desnudas masajeaban mi intimidad con la gracia de un ángel.
Montaste mi masculinidad con la fuerza de una diosa. Me arrancaste las fuerzas con la dureza del amor, que cuando se hace demasiado salvaje parece encogerse para estallar en mil chorros de fluidos compartidos. Fluidos que solo comparto contigo, en la cama de tu amigo, por la contraseña de un celular.
Sonríe princesa, sudando y cansada como un animal. Relaja tu piel caliente en la mía, dejándote llevar. Por un sueño, por una brisa, por mis manos acariciando tu ano, tus nalgas y su suavidad. Deja que te duerma el masaje, y el mensaje quien sabe, mañana lo has de enviar.