Estoy convencido que todo se puede gestionar a través de la comunicación, pero, en nuestro caso, hablar de sexo con mi esposa sigue, aun, siendo un tanto complicado. Somos abiertos para hablar de muchas otras cosas, pero ciertamente no de lo sexual. Educados ambos bajo parámetros religiosos y conductas muy conservadoras, ser totalmente abiertos sobre los gustos o preferencias en este aspecto no siempre fluye de manera natural. Muchas veces me he preguntado, entonces, ¿cómo fue que resulté compartiendo los encuentros sexuales de mi esposa? Y la respuesta se remonta a los momentos en que la relación matrimonial experimentó crisis y buscamos soluciones para superar los inconvenientes.
Habiéndonos casado muy jóvenes y sin experiencia alguna en muchos sentidos, ambos miembros de la pareja deberíamos aprender y crecer paralelamente para construir una verdadera relación de compromiso y hacer que el vínculo funcionara hacia el futuro. Cada cual estaba aportando lo suyo, pero, también cada cual tenía guardados sus pendientes, muy personales, que en algún momento saldrían a relucir. Y en el fondo de todo, ciertamente había la necesidad de experimentar. ¿Cómo así que el hombre tiene libertad para tener sus aventuras y nosotras no? Se habrá preguntado mi esposa. ¿Por qué él si puede acostarse con otras y yo no? Muchas de esas preguntas habrían partido de supuestos, lo que se comenta entre esposas, las infidelidades descubiertas de los maridos y, también, la curiosidad por saber cómo es aquello; lo prohibido.
Recuerdo que Xiomara, una amiga en el trabajo con quien establecimos una relación de confianza muy cercana, algún día me preguntó si yo sabía algo sobre los clubes swinger. Ni Idea fue mi respuesta, ¿por qué preguntas? Un muchacho con el que salgo me ha propuesto ir ahí, pero me cogió por sorpresa y no supe que decir. Me hice la indiferente y le respondí que iba a mirar cómo andaba de tiempo. Pues, nada sé del tema, pero averiguamos, le respondí. Me puse, entonces, a buscar de qué se trataba el tema, qué sitios había en la ciudad y qué podría esperar en su cita. Y, claro, mi esposa, dándose cuenta de mi interés por averiguar para otra, y más sobre aquel tema, despertó sus alarmas. Fui extremadamente inocente y hasta muy honesto, lo reconozco, porque le dije que yo no sabía nada del tema y que le había prometido, a la otra, averiguar. Eso era todo.
Y eso era todo, porque no había con ella, la otra, ningún compromiso. Hoy, escribiendo este relato, encuentro natural que mi esposa se hubiera sentido desplazada, tan solo por el hecho de que yo tuviera con la otra mujer ese tipo de confianza y ella, siendo la esposa, no. Supongo que pasaron por su cabeza miles de imágenes y pensamientos y eso, por supuesto, condicionó sus respuestas cada vez que hablábamos. De nada sirvió haberle mostrado abiertamente los resultados de mis averiguaciones, sin ningún secreto, porque sospechaba que detrás de aquello había algo más profundo en mi relación con aquella mujer. Y eso desató la desconfianza.
Mi amiga rechazó la invitación, porque tal vez su pareja no era del agrado para avanzar en la propuesta, pero, en lo que a mí respecta, las consecuencias de aquel simple hecho no se harían esperar. Por una parte, la rendición de cuentas permanente ante mi esposa por lo que hacía o dejaba de hacer en el trabajo se empezó a volver agobiante, a qué hora salía, dónde estaba, con quién estaba, hasta el punto de llegar a considerar a mi amiga una mujer mucho más receptiva, considerada, abierta y confiable. Y, en ese ambiente, claro, mi ayuda para superar sus curiosidades, expuestas más espontánea y abiertamente, aparentemente sin interés alguno, tuvieron mí respuesta y llegamos a tener nuestros encuentros sexuales, dejando claro que aquello no iba a pasar de ahí.
En esas circunstancias, y sin saber por qué, mi esposa resultó enredada con un profesor universitario. El tipo era un hombre apuesto, con pinta de modelo, comprensivo con ella y su situación, de manera que, ante mi aparente indiferencia, su presencia llenó mí ausencia afectiva en el momento preciso y, creo yo, el vínculo llegó a ser tan intenso, que incluso llegó a plantearse la posibilidad de formar pareja. Sin embargo, como dicen en nuestro país, de eso tan bueno no dan tanto, y pronto fueron claras las intenciones de aquel de llevar a la cama a mí mujer, quien en ese momento estaba necesitaba llenar otro tipo de necesidades y no precisamente sexo. Así que su experiencia fue agridulce.
Hablamos sobre lo que estaba pasando y, tratando de que cada uno entendiera la condición del otro, pareció claro que yo si había tenido oportunidades y ella, por el contrario, no. Y, refiriéndonos a su vínculo con el profesor, y si tanto le encantaba, ¿por qué no había aprovechado la situación para tener una experiencia con él? Porque me sentiría mal, respondió. Creería que me estaba traicionando y faltando a mí compromiso matrimonial. Y, en ese punto, mucho hablamos sobre la necesidad de separar una cosa de la otra. Una era la satisfacción de una curiosidad y deseo físico, y otra, permanecer fiel a su compromiso matrimonial. Ella, según confesaría después, consideraba que no podría haber disfrute sexual con una persona, actuando fuera del matrimonio.
Así que, tratando de llenar experiencias y hablar desde otra perspectiva, propuse que conociéramos gente y que, dado que aquello le causaba curiosidad, acudiéramos a los famosos clubes swinger. La agenda, entonces, se llenó de citas, especialmente los viernes en la noche, contactando hombres que pudieran estar interesados en el tema. Sin embargo, por raro que parezca, los encuentros no progresaban para nada. Nos limitábamos a mirar y las reuniones se prolongaban en charlas interminables, pero que no pasaban de la idea a la acción. Entre otras cosas, mirando hacia atrás, porque nosotros, quienes propiciábamos los encuentros, no proponíamos nada.
Pasado el tiempo, sin embargo, llegó el día en que uno de esos muchachos ciertamente mostró tener experiencia, y fue él quien nos llevó a un sitio y se dio mañas, de manera muy respetuosa, de iniciar a mí mujer, por decirlo así, en este tipo de aventuras. El, con mi consentimiento, la llevó a la sala de fantasías, para que, tímidamente en principio, ella fuera descubriendo poco a poco el disfrute que la situación le podría proporcionar. El muchacho se bajó los pantalones, se sentó en un sofá y expuso su pene. Hizo que mi esposa se colocara de rodillas, frente a él, en medio de sus piernas, y la fue guiando para que ella le acariciara y le mamara su miembro. Después, ella confiaría que aquello la había excitado y que nunca pensó que eso fuera posible con una persona que no fuera su marido.
Y, continuando la aventura, el muchacho la convenció para que se dejara penetrar. Ella accedió, pero no muy convencida y con muchas prevenciones. Así que aquello se dio un tanto forzado y no se percibió en ella real disfrute. Así que aquello se hizo, más bien, para no quedar mal con el muchacho y, acorde a lo que habíamos conversado previamente, mostrarse como una mujer adulta, decidida y madura. Y después de aquello, aparte de otras experiencias soft, no hubo nada más significativo.
Fuimos a vivir un año en Santo Domingo, República Dominicana, y, teniendo opciones de explorar y tener otro tipo de aventuras, las cosas se tomaron con calma y la atención se dedicó a otras cosas, conociendo el país y sus sitios de atracción turística, pero nada que ver con el tema sexual. Sin embargo, el propósito trazado seguía presente y se aprovechó la estadía allí para tomar fotografías de ella, en poses sugerentes, usando lencería o semidesnuda, y montarlas en páginas de contactos. Y fue a través de ese medio que alguien, en algún momento, comentó una de sus fotografías. Yo di respuesta a su comentario y fue así como se estableció el vínculo con este muchacho.
Su fantasía era tener sexo con una mujer casada estando el marido presente. Y, bueno, creí que sus deseos coincidían con los nuestros, así que procuré que ella y él se conversaran y conocieran virtualmente, antes de poder concretar algo real, porque él se encontraba en nuestro país y, nosotros, en República Dominicana. Ellos, curiosamente, se entendieron bien desde el principio. El muchacho era mulato y a mí esposa le agradó. Incluso, contrario a lo que uno esperaría, en las fotografías que recibió de él se le veía vestido.
Después, por lo que pude conversar con él, y no por lo que me hubiera contado mi mujer, me confió que, en aquellas conversaciones virtuales, algo había habido de exhibicionismo sexual a través de la webcam, de modo que él ya la había visto a ella, y ella a él. Eso fue posible porque aquel muchacho era dueño de un café internet y tenía espacio para estar bastante tiempo frente a los computadores, de manera que utilizó esa herramienta para seducir a mi mujer y convencerla en llevar adelante la experiencia.
Casi seis meses después de aquello, el ansiado encuentro por fin se dio. Nos encontramos en una discoteca y claro fue, desde el principio, la atracción que aquel hombre producía en mi mujer. Él era, por decirlo así, el objeto de sus deseos, y el tipo de hombre por el que había estado esperando para un encuentro sexual, de modo que todo pareció fluir más fácil. No obstante, en un momento dado, pareció que el final de aquella situación dependiera de mí y no de ellos, quienes habían construido el vínculo a través de sus contactos virtuales. Tuve que preguntarle a ella, ¿Lo quieres hacer? Sí, fue su respuesta.
No me importó ver a aquel joven disfrutando de mi mujer en la pista de baile, a la vista de todos, pero sí llegué a dudar de su respuesta al verla tan dubitativa y, en algún sentido, pidiendo mí aprobación. Por eso su sí me avivó más la curiosidad y las ganas de ver en qué finalizaba todo aquello. Al fin y al cabo, si finalmente se hacía realidad, quedábamos a mano. No habría, como en efecto no ha habido, motivo de reclamos, de celos, de querer controlar al otro.
El trayecto al motel alborotó aún más el morbo que despertaba en mí esta experiencia. El estar instalados los tres en la parte trasera de un taxi no fue impedimento para que aquel muchacho empezara a besuquear a mi esposa y recorriera con sus manos todas las partes de su cuerpo. Era su fantasía. Disponer de la esposa de otro en frente del marido. Y ella aceptaba de buen agrado aquella embestida, de manera que poco podía hacer yo para intervenir en eso. Estaba sucediendo lo que por mucho tiempo se había previsto tan solo como una fantasía, pero esa noche se estaba haciendo realidad.
Llegados al motel, el intercambio entre ellos dos se hizo más evidente. El la sentó en la cama, frente a él, y dejó que ella, a su ritmo, dictara lo que seguiría a continuación. Y ella, en efecto, sabía su papel, sabía lo que seguía y sabía lo que quería. Cuidadosamente y con delicadeza fue aflojando el cinturón de aquel, bajando su pantalón y palpando dentro del pantaloncillo su miembro, como si se tratará de algo muy frágil, exponiéndolo a continuación. Estaba fascinada, como también lo estaba yo, no tanto por lo que estaba viendo, un miembro espléndido a la vista, grande y erecto, sino por imaginar que mi esposa lo fuera a mamar. Y ella, contrario a lo que yo esperaba, porque no es lo que acostumbra en los preliminares conmigo, así lo hizo.
Fue realmente delicioso y muy excitante ver cómo ella literalmente devoraba aquel miembro con su boca, mientras aquel macho, disfrutando de lo lindo, se deleitaba con las mamadas que mi esposa le procuraba y que parecían no parar. Ella chupaba con especial atención su glande, grande, en forma de hongo, que parecía explotar con las caricias de la lengua de mi mujer. Pero él quería más y, tomando su cabello, la guiaba para que su pene fuera más profundo dentro de su boca. Y ella, obediente, lo permitía. ¿Por qué no protesta? Me preguntaba yo, ¿si por acciones menos atrevidas que estas me ha reclamado en algún momento? Pero ella no reparaba en eso. Disfrutaba la aventura y disfrutaba ser el objeto sexual de aquel.
Después de aquello terminaron de desnudarse. Me impresionó, debo decirlo, el cuerpo bien formado y trabajado de ese muchacho. Llegué a pensar que era mucho hombre para esa hembra. En realidad, se veía el contraste. El, alto, acuerpado, musculoso, exhibiendo un miembro proporcionalmente grande con respecto a su cuerpo, y ella, más bajita, más menuda, aparentemente indefensa, más blanca. Por mi cabeza pasó la idea de que su miembro era muy grande para su vagina y que quizá la penetración le iba a causar algún dolor. Pero no fue así.
Ella, desnuda frente a él, propició la penetración. Se acomodó de espaldas en la cama y abrió sus piernas, invitando tácitamente a que aquel la penetrara, como en efecto sucedió. Él también fue cuidadoso e introdujo su miembro en la vagina de mi mujer con mucha delicadeza, yendo de a poco. Pero ella estaba tan excitada y lubricada, que su pene entró sin dificultad alguna. Y el gesto esperado de dolor se convirtió en una sensación placentera, lo que hizo que ella lo tomara por sus nalgas y lo guiara para que la penetrara más profundamente.
El movimiento del cuerpo de aquel, penetrándola a ella, me excitó sobre manera. El contraste del color de su piel con el de ella y la longitud del miembro que ingresaba y salía constantemente del cuerpo de mi mujer era fascinante. Y verla a ella como se contorsionaba en respuesta a los movimientos de aquel, simplemente cautivaba la vista y agudizaba los sentidos para identificar qué pasaba a cada instante. En ese, su primer encuentro sexual oficial con un extraño, totalmente dispuesta y entregada a la experiencia, curiosamente no emitió ningún gemido. La expresión de su cara y las contorsiones de su cuerpo confirmaban lo bien que lo estaba pasando, pero nada más.
Y después de aquello, pasado su primer intercambio sexual entre ellos, y después de un descanso, ella tomó el control de las acciones y, montándose sobre el pene de aquel, se movió de lo lindo al ritmo de sus personales y particulares sensaciones. Su cadera era verdaderamente una batidora, para complacencia y agrado de su macho, quien gozaba a plenitud su atrevimiento. Jamás me imaginé que mi esposa fuera capaz de comportarse como lo estaba haciendo, dejando atrás tanto recato e inhibiciones. Realmente, esa noche, podría decir que había visto a otra persona, otra mujer diferente a la que cotidianamente convivía conmigo.
Esa expresión liberada de su sexualidad y su comportamiento con los hombres no se detuvo. Nuestra manera de comunicarnos en pareja no cambió en realidad. Simplemente aparecieron códigos no verbales, que, debidamente interpretados, daban a entender el real significado de lo que pasaba por su interior. Y, eso, de verdad, me sorprende incluso ahora, pues no sé cuál será la próxima expresión que debo traducir para interpretar sus gustos o deseos. En otra ocasión, recordando las proezas acaecidas en ese primer encuentro con su amante, me informó que se había puesto en contacto con él y que tenía deseos de verle, pues hacía tiempo nada se sabía de él. ¿Propósito? Pregunté, esperando que me dijera que se quería revolcar con él o algo parecido. Conversar y saber qué ha sido de él fue su respuesta.
Y, con esa idea, fuimos a verle. Incluso ella, contrario a como ha sido en otras ocasiones, fue vestida de manera muy convencional. Nada de vestido insinuante ni atrevido, nada de lencería. De verdad, le creí. Pensé que íbamos a conversar, tomarnos un café y pasar el tiempo. Sin embargo, una vez frente a frente, se desató la calentura y, sin siquiera haber previsto o planeado nada, el encuentro terminó entre sábanas. Y, para complementar, la despedida de ambos se dio bajo la ducha con agua caliente, extendiendo aún más los coqueteos, lo toqueteos y el intercambio sexual. Casi no acaban. No lo esperaba. Me vi sorprendido.
O, como en otra ocasión, que, a regañadientes, aceptó asistir a un encuentro con un muchacho que habíamos contactado por internet, simplemente con el propósito de conocerlo. Era un día jueves. La primera impresión no pareció favorable y ella, durante la conversación, se mostró muy indiferente y evasiva. Y, como ya creo conocerla un poco, me ausenté por un rato y le dije al muchacho, bueno, voy al baño. Si quiere tener sexo con ella esta noche, tendrá que convencerla, así que ahí los dejo un rato. ¡Déjelo de mi cuenta! Dijo él.
Conversaron un rato, bailaron otro tanto y, cuando regresé, pregunté. ¿Vas a hacer algo con él? Pero, sería un ratico, contestó ella. ¿Acaso no tienes vuelo mañana? Me dijo. ¡Ahora no importa eso! repliqué. ¿Quieres o no quieres estar con él? Sí, fue su categórica respuesta. Así que salimos en búsqueda de un sitio donde poder realizar el encuentro. Al llegar allá, sin demora, cada uno se desnudó por separado y nuestro nuevo amigo, excitado como estaba con la aventura, rápidamente montó a mi mujer y empezó a disfrutar de ella como se le antojó. Y ella, encantada, no paraba aquello.
Después de penetrarla varias veces y haberla hecho experimentar orgasmos en diferentes posiciones, el muchacho se tomó un descanso. Ella, mostró su gusto, quedándose allí, tendida en la cama, esperando, tal vez, una nueva atención. Entonces, viendo que el tiempo había pasado y ciertamente tenía compromisos laborales muy temprano, me atreví a intervenir. Bueno, dije, si queda algo pendiente, mejor se apuran, porque ya nos tenemos que ir. El muchacho se incorporó, dirigiéndose a ella, sin decir nada, tan solo enarbolando su miembro erecto. Y ella, tampoco sin decir nada, abrió de nuevo sus piernas para recibirle. Y otra vez presencié una faena casi interminable. Estaba insaciable. Y eso me comentó el muchacho: Esta comeloncita la señora ¿no?
De manera que me aficioné a ser sorprendido, a no estar cierto de lo predecible y a esperar ver algo nuevo cada vez, a seguirle la corriente. Me encanta. Aquel muchacho se volvió su corneador regular. El tipo no es muy guapo, no en comparación con el primer moreno con el que tuvo su primera experiencia. ¿Qué te gusta de él? Pregunté. Su vigor, su resistencia, su virilidad. Una manera de decir, ese tipo me hace sentir lo máximo, muchas veces. Y, a partir de ahí, por decirlo así, mi mujer ha explotado sexualmente y el corneador ha sido la herramienta para que ella se sienta realizada y más segura en ese aspecto.
Yo no la pude convencer de atreverse a muchas cosas, pero él sí. Muchas veces el evento ya está coordinado y acordado. Yo solo soy informado de lo que va a suceder. Y no me opongo para nada a eso. De alguna manera me releva de algunas responsabilidades. Así que, hoy en día todavía tengo que traducir sus expresiones, porque no siempre lo que dice con palabras ilustra lo que está sintiendo o deseando. Y de esa manera pasé de ser un marido comprensivo a un cornudo mirón.