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De mis vacaciones con la tía Bertha (Parte III)
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Una vez que terminamos de desayunar, la tía me prestó un mandil. Acabó por explicarme cómo funcionaba la lavadora, como planchar y como le agradaba que se aseara su casa. Cuando comprendí todo, dijo que tendría que salir un rato, pero que a su regreso traería algunas sorpresas.

Yo empecé a hacer las labores del hogar. De cuando en cuando bailaba con la escoba y contoneaba mis caderas. Me sentía dichosa, sexy, libre. Cada vez que pasaba frente al espejo miraba a una chica hermosa que gustaba de serlo. Y pensé que, de ser el resto de mi vida así, bien valdría la pena estar dispuesta a desafiar los convencionalismos de una sociedad aún prejuiciosa como la mexicana.

Aún tenía el problema de una erección que parecía permanente, y aunque no me desagradaba, convenía con la hermana de mi mamá en que había que hacer algo al respecto, porque en cualquier momento debería salir a la calle y sería muy vergonzoso que alguien notara mi dulce secreto. Con todo, y como dije, confiaba en la tía Bertha, y sabía que ella iba a conseguir la forma de evitar que se notara.

Así paso buena parte del día, hasta que ella volvió por la noche. Al verme, vio su estancia limpia y arreglada y sonrió.

-Así me gusta sobrina- dijo, en lo que ponía un paquete grande sobre la mesa del comedor.- así lo harás de ahora en adelante.

-Qué bueno que te agradó. Me esmeré mucho.

-Perfecto nena. Por eso te he traído unos premios- sostuvo mientras desenredaba la cuerda en que se estaba el contenido. Sacó de ahí un pequeño tubo rígido de plástico que tenía un broche sellado por medio de una llavecita. Lo sostuvo y me lo entregó, al tiempo que agregaba: ten, póntelo.

-¿Qué es?

-Es un implemento de castidad. Te lo pones en tu penecito, y cada vez que quiera pararse, este instrumento se lo impedirá. Y encima de él va esto -dijo y mostró un pequeño cojín en forma de triángulo que terminaba en una rayita en medio de un vértice.- así podrás usar leggins ya que esto simula los labios vaginales.

Yo veía todo eso con extrañeza. Pero si, hacia sentido para poder andar sin miedo por la ciudad. Todavía no me hacía a la idea de guardar mi pene, pero debería probar, que por algo mi tía se había tomado la molestia de comprármelos.

-Y aún no termina. Esto también te será útil- declaró con un dejo de triunfo en su voz.- era una cánula con su bolsa para hacer enemas, y una caja de tampones.

-¿Y esto?

-Con eso te vas a lavar muy bien tu anito señorita. Y después te vas a introducir un tampón.

Ahí sí que dudé. Una cosa era vestirme de mujer, pero meterme cosas ya significaba ir demasiado rápido para mí.

-Lo siento tía. Creo que esto lo dejaremos para después. -aventure una disculpa sencilla pero firme.

Ella me tomó de los cabellos con fuerza inusitada. Acercó su cara a la mía y, con un violento movimiento, tomó mi mentón con su ruda mano izquierda. Así sometida, me miró fijamente a los ojos y explicó con mucha lentitud:

-Mira muchacha estúpida. Tú harás lo que yo te ordene, que no he gastado dos pesos en ti. Vamos a hacer ahora mismo lo que te he mandado, y si te niegas de nuevo, sabrás quien es la tía Bertha enojada. ¿Has entendido?

-Si… si tía. Lo entendí.

-Ok. Vamos al baño- dispuso sin soltarme del cabello. Al llegar ahí dijo:

-Quítate la falda y los calzoncitos. Luego te pones en cuatro puntos en el suelo y paras tu gran trasero.

Yo le obedecí entre lágrimas. Supuse que ella me había traicionado, y que este plan era para que evitara en lo sucesivo ponerme prendas femeninas. Y entonces lleno la bolsita del enema con agua tibia, tomó la manguera y la dirigió hacia mi recto. Lo metió de golpe con una estocada que si me dolió un poco, y empezó a verter agua por mi orificio anal.

-Aguanta lo más que puedas. Ya llevo la mitad de la bolsa- dijo ella mientras yo sentía que mi recto y mi pelvis se iban hinchando ante el líquido que me iba llenando.

-Ya tía. Por favor. Ya- suplique entre sollozos, pero ella solo se rio.

-¿Querías ser una mujercita? Bien. Este es el primer pago por tu deseo.-sostuvo en lo que la bolsa finalmente se vaciaba.

Yo ya quería expulsar todo, pero la tía me agarró nuevamente del cuello y soltó:

-Espera solo un poco más.

Hice como me pidió, aunque las lágrimas siguieron cayendo hasta el piso de aquel baño. Entonces me sentó en la tasa y dijo:

-Ahora si, sácalo todo.

Yo liberé mi esfínter, y con gran velocidad salió toda el agua que me había entrado junto a otros restos.

-Muy bien señorita, así es como las mujeres vamos al baño: sentaditas.

-Si Señora- alcance a decir entre temblores. Porque repentinamente me había dado frío y sobre todo miedo.

-Muy bien Daniela. Ahora quiero que te vuelvas a poner en la posición de antes: con tus nalgas expuestas hacia mí.

Así lo hice, y entonces sentí que algo me estaba entrando por mi culito.

-¿Que me estás haciendo? -alcé la voz, sobresaltada.

-Te estoy colocando un tampón. Y no me grites o será peor. – dijo a la vez que me iba introduciendo aquel intruso. Y cuando hubo entrado todo, ella solo me abrazó un poco (¿Con cariño tal vez?), me dio una toalla para secarme, mi ropa interior y un bonito camisón de encaje negro.

-¿Aprendiste cómo hacer todo esto?- preguntó de nuevo autoritaria. Porque así lo vas a tener que hacer todos los días mientras vivas aquí. Y por ningún motivo se te vaya a ocurrir quitarte el tampón, porque entonces te irá mucho peor. ¿Entendiste?

-Si señora- contesté automáticamente. Porque sentía que ella, la magnífica tía Bertha, era en realidad un monstruo de bajas y malsanas pasiones.

-Ve a dormir- solicitó. Mañana hay más cosas por hacer.

Esta historia continuará en el siguiente capítulo.

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