… Quique, te cuento y después me respondes.
Mi nombre es Balbina, soy una mujer de 39 años, morena, alta, con el cabello negro y largo, labios carnosos y un cuerpazo… Estoy para comerme y repetir, pero mi marido es un flojo y paso más ganas de follar que una quinceañera. Tengo una hija que se llama Ester. Estudia en un colegio de monjas y tiene una amiga que se llama Carolina que a veces se queda a dormir en mi casa. Carolina es una joven rubia, de 18 años, más alta que yo, de ojos azules, tiene las tetas grandes, buen culo, caderas anchas y cintura estrecha. Mi marido es guardia municipal y la noche de verano de la que te voy a hablar trabajaba en el turno de noche, pero cómo dices tú, vamos al turrón… Pasaba de las dos de la madrugada. Yo estaba tomando un refresco de limón con unos cubitos de hielo, lo tomaba sentada a la mesa de la cocina, descalza, vestida con una enagua y sin bragas, ya que con el calor que había me sobraba todo. Llegó Carolina y me preguntó:
-¿Quedan más refrescos, Balbina?
-Sí, coge uno en la nevera.
Carolina que llevaba puesto un short azul y una camiseta blanca donde se marcaban sus puntiagudas tetas, cogió un refresco de cola en la nevera, se sentó a la mesa enfrente de mí y dijo:
-Hace un calor espantoso.
-Hace, y lo peor es que no corre ni una brizna de aire. A mí hasta me suda el…
No acabé la frase, pero iba a acabarla Carolina.
-El chichi. Yo también lo tengo mojado, pero es por otra cosa.
-¿Qué cosa?
-Tuve un sueño húmedo.
Con voz dulce le pregunté:
-¿Quién estuvo en tus sueños, picarona?
-Tú.
La respuesta no me molestó, le dije:
-Joder, tienes la cabecita loca, Carolina.
-¿No la tenemos todas un poco loca?
-Yo, no, pero bueno, los sueños no se eligen.
-No, pero cuando son cómo el que tuve…
Salió la curiosa que llevó dentro.
-¿Te corriste?
Carolina se levantó, bajó el short hasta las rodillas, y vi su pequeño coño con vellos rubios, pasó dos dedos por él, los sacó pringados de jugos, me los enseñó, los chupó y después me dijo:
-Si, me corrí en tu boca.
Sentí cómo se me mojaba el interior de los muslos de las piernas e instintivamente las apreté. No podía entrar al trapo, aún no, le di cuerda para que se fuese ahorcando ella sola.
-Vamos a dejar el cuento, no sea que te hagas ilusiones… Yo soy una mujer decente.
Carolina se levantó los pantalones y tapó su coño, vino junto a m, se puso a mis espaldas y con voz melosa me dijo:
-¿Quieres saber lo que me hiciste en el sueño?
-No.
-Solo cómo empezó el sueño.
-¿Si es solo eso?
Carolina me levantó los brazos, me olió la axila izquierda, y me la lamió. Sentí cómo se me mojaban más los muslos, pero le dije:
-Quita, guarra.
Me lamió la axila derecha y el coño me comenzó a picar. Si la dejo seguir ya me veo rompiendo la enagua, cogiendo su cabeza y empotrándola entre mis piernas, así que la corté.
-Ya está bien, Carolina, estás salida, carajo.
Carolina me echó las manos a las tetas y magreándoselas me dijo:
-¿De verdad que no quieres saber que más me hiciste en mi sueño?
Claro que lo quería saber, pero si le digo que sí descubriría lo puta que soy. Tenía que disimular un poco más, aunque mandándole un mensaje para que no desistiese en el empeño de follar conmigo. Quitándole las manos de las tetas, le dije:
-No, podría despertarse Ester.
Mis palabras le dieron alas, pues entendiera el mensaje, entendiera que si no estuviese mi hija en casa nos daríamos el lote. Se puso a mi lado derecho, se quitó la camiseta y el short y desnuda y tocándose el coño, me dijo:
-Tenía que acabar soñando contigo, era inevitable.
Mirando cómo los dedos de Carolina se frotaban en el coño, le pregunté:
-¿Por qué lo dices?
-Porque cuando crees que no te veo me miras para las tetas, para el chichi y para el culo.
Era verdad, lo hacía, y cantidad de veces me había masturbado pensando que la devoraba. No creas que es porque soy una cerda, Quique, me masturbaba porque mi marido me folla una vez a la semana, y hay semanas que ni eso, pero volviendo a lo de antes, le dije:
-Esas son figuraciones tuyas.
Carolina ya no se chupaba el dedo, me dijo:
-No lo son. Aún la semana pasada después de mirarme para el culo estuviste más tiempo del debido en el aseo.
-¿Te crees que me calentaste al verte pasear en bragas por la casa?
-Sí, lo creo, y ahora estoy segura de que te masturbaste en el aseo, de lo contrario no recordarías lo de las bragas.
Ese día me hiciera un dedo… Al final me había imaginado que se corría en mi boca y en ese momento me corrí cómo una cerda, pero no le iba a dar la razón, claro, le dije:
-Tienes una imaginación muy calenturienta.
Carolina siguió a lo suyo.
-¿Ya lo hiciste con otra mujer?
-No, yo soy…
Carolina acabó la frase.
-Una mujer decente. Todas lo somos decentes hasta que nos aprietan las ganas, cuando eso pasa y nos pica el chichi, se acabó la decencia.
-Habla por ti.
Carolina me cogió la mano derecha para llevársela al coño, pero no le dejé.
-Estate quieta, traviesa.
La zorrita me suplicó:
-Anda, sé buena, mastúrbame.
Volvió a intentarlo, pero no le dejé ir la mano, le dije:
-No lo voy a hacer.
Siguió erre que erre y en el tira y afloja acabé dejando que llevara mi mano a su coño. Agarrándola con la suya me frotó los dedos en él. Mi coño se encharcó aún más al encontrarse mis dedos con algo tan jugoso y resbaladizo. Luego me quiso besar, conteniéndome le hice la cobra, y le dije:
-Para, desvergonzada.
Carolina me giró la cabeza con su mano izquierda, me puso una teta en los labios, me estiró el dedo medio y de un golpe lo clavó en su coño. Gimió, cerró los ojos, y dijo:
-Esto no puede ser realidad. Sigo soñando.
Mirando para arriba vi su dulce cara de placer. Ya no me iba a hacer más la decente, le dije:
-Joder cómo me has puesto, zorrilla.
-¿Mojada?
-Empapada.
Giró la silla, se puso en cuclillas, me levantó la enagua, y vio mi coño y mis muslos empapados.
-¡Jesús cómo estás!
-Baja la voz que puedes despertar a Ester.
La gamberra me quitó la enaga, abrió las piernas de par en par, lamió mi coño, y ya me corrí cómo un río, sí, una mujer de 39 años se corrió solo con un lametón, pero es que no sabes el tiempo que llevaba mi coño abriéndose y cerrándos… Yo cuando me corro descargo, y vaya si descargué, tanto descargué que Carolina no se pudo tragarlos todos los jugos y parte de ellos le cayeron en las tetas y en las rodillas. Al acabar de correrme me besó con lengua y con sus labios pringados de jugos. Yo no tenía fuerzas ni para besar, pero los saboreé al chupar su lengua la mía. Después se levantó y me puso la teta izquierda en la boca, teta que tenía jugos de mi corrida sobre ella. Lamí los jugos y después le mordí el pezón y luego le mamé la teta. Me volvió a llevar la mano al coño. Esta vez le metí dos dedos en su jugoso coño y comencé a a masturbarla al tiempo que le lamía el pezón y le mamaba la teta. Carolina me bajó las asas de la enagua, me echó las manos a las tetas, me las magreó y después me dio la otra teta a mamar. Al ratito la ratita gemía en bajito sintiendo cómo le comía las tetas y sintiendo entrar y salir el dedo de su coño, pero no quería correrse así. Me dijo:
-Quiero correrme en tu boca, Balbina.
Carolina puso sus gruesos labios sobre los míos. Saqué la lengua, se la metí en la boca y nos comimos las lenguas largo rato, luego Carolina se subió a la mesa. Se sentó enfrente de mí con las rodillas flexionadas y las piernas abiertas. Yo no podía quitar los ojos de su precioso coño, cada vez me ponía más y más cachonda. Carolina necesitaba sexo oral más que respirar. Se echó de espaldas sobre la mesa, cerró los ojos y se acarició el clítoris con la yema del dedo medio de su mano derecha, después metió dos dedos dentro del coño y empezó a masturbarse. Viendo salir jugos de su coño metí dos dedos en el mío, luego fui acercando mi boca al suyo. Al llegar a él le besé los dedos, los sacó y pringados de jugos me los metió en la boca, los chupé y después mi lengua comenzó a hacer su trabajo, entrando en su vagina primero, lamiendo sus labios después, chupando y lamiendo su clítoris… Dándole un repaso que la llevó al punto de no retorno. Al venirle, me dijo en bajito:
-Me corro, Balbina, me corro en tu boca.
Carolina se corrió. Su coño escupió un chorro de jugos y después una pequeña cascada salió de él. Lamiendo cómo una perra en celo comencé a correrme cómo una fuente. Parecíamos dos locas sin medicación, que no chillaban con el placer que sentían para no despertar a Ester.
Al acabar de corrernos, Carolina bajó de la mesa. Nos besamos con lengua de nuevo, a eso beso siguió otro, y otro… Después de devorarnos las lenguas levanté los brazos y le dije:
-Hazme lo que me hiciste antes.
Carolina lamió varias veces mis axilas peludas que estaban sudadas y saladas, pero no paró ahí, luego me agarró las tetas y magreándolas lamió los pezones, me los mordió sin fuerza, lamió las areolas y recorrió mis tetas de abajo a arriba lamiendo y chupando. Después se arrodilló delante de mí y comió mi coño jugoso al que lo rodea una inmensa mata de vello negro, digo lo de peludo y jugoso porque sé que te gustan así los coños, Quique. Del coño salían parte de esos jugos que bajaban por el interior de mis muslos y me llegaban casi hasta los tobillos. Lamió, chupó y mamó mi coño. Poco después, al sentir que me iba a correr, moviendo la pelvis de abajo a arriba y de arriba a abajo, le dije:
-Qué buena eres comiendo coños, zorrilla. Me vas a sacar una corrida descomunal.
La corrida fue inmensa. Carolina no pudo tragar mis jugos, ya que me comenzaron a temblar las piernas y caí arrodillada delante de ella, lo que si hizo fue volver a comerme la boca hasta que acabé de correrme. Al acabar, mirando para el charco que los jugos de mi corrida habían dejado en el piso, me dijo:
-Sí que fue descomunal, sí.
La pregunta que te quiero hacer es la siguiente. ¿Quieres hacer un trío con Carolina y conmigo? Somos gallegas. Te mando cuatro fotos, dos vestidas y dos desnudas. Espero tu respuesta.
Atte. Balbina.
Quique.