Sucedió durante nuestra tercera noche en Desire RM, aquel noviembre del 2020. Para quienes no sepan qué es este lugar, lo explico brevemente: es un pequeño hotel (114 habitaciones) ubicado en Puerto Morelos, Riviera Maya, exclusivo para parejas liberales. Salvo los restaurantes, el resto del establecimiento es de ropa opcional y es swinger friendly.
Algo único es que cuenta con dos espacios con el propósito específico de tener sexo en público: uno es la terraza jacuzzi, con una enorme tina para unas 30 personas con wet bar, así como siete u ocho camas con vista al mar o a la laguna; el otro es el playroom, un largo cuarto situado junto a la discoteque, con un gran colchón colectivo de unos 10 o 12 metros de longitud, un muro acolchado con argollas y un par de sillones eróticos, todo ello entre espejos que cubren gran parte de los muros. Mientras que la terraza tiene su horario de mayor actividad entre las 4 y 7 de la tarde, así como después de la una de la madrugada, el playroom funciona a partir de las diez de la noche. Ambos lugares son los paraísos para el voyerismo y el exhibicionismo, aficiones que tenemos tanto Andrea, mi novia de aquel entonces, como yo.
La primera noche que visitamos el playroom, sólo fuimos a lo nuestro: tener sexo cerca de otras personas, viendo y sabiéndonos vistos. El enorme colchón está dividido en una especie de cubículos, mediante ligerísimas cortinas de tul, que no proporcionan aislamiento visual alguno, sino solamente cierto límite físico para cuestiones de privacidad, si es que en ese entorno puede haber alguna.
La segunda noche le propuse a Andrea que entraríamos sólo a excitarnos, que no cogeríamos allí, sino que sólo tendríamos intensos fajes, quizá sexo oral y, cuando no pudiéramos más, nos iríamos a nuestra habitación a desfogarnos. Así lo hicimos.
La mañana del tercer día conocimos en el área de la alberca a una pareja ligeramente más joven que nosotros. Él, el típico gringo blanco con pinta de adinerado; ella, una mujer de rasgos orientales con tetas firmes y pequeñas en un cuerpo muy atractivo y bien conservado a sus cuarenta y tantos. Platicamos de cosas insustanciales, aunque nos cayó en gracia saber que ese día tanto ella –Lisa- como yo, cumplíamos años. Nos despedimos con el clásico “see you later” y no volvimos a pensar en ellos.
Después de la cena y la pre-copa en el lounge al aire libre, con buena música en vivo, estábamos listos para la disco. Tomamos nuestro lugar en un sofá desde el que teníamos una buena panorámica de la pista de baile, cerca del bar y, en consecuencia, cerca de la entrada al playroom.
La noche se puso loca desde temprano, gracias a una joven hispana, pareja de un hombre mucho mayor quien, bastante pasada de copas empezó a bailar descalza en la pista, con un ritmo a la vez desmañado y erótico, mientras el viejo la veía desde un banco alto junto a la barra. Poco después, la chica lanzó su breve vestido y quedó completamente desnuda, para mayor placer visual de todos los que allí estábamos. Por si eso no fuera suficiente, durante su frenético baile se frotaba contra quienes bailaban cerca de ella, para después terminar también restregando su firme cuerpo contra prácticamente todos los asistentes, incluyéndonos a Andrea y a mí. Desgraciadamente, el alcohol hizo sus estragos y al cabo de un rato, ya muy trastabillante, salió del local, casi colgada de su viejo acompañante, habiendo calentado el ambiente.
Después de volver de la barra con una segunda ronda de tragos y antes de sentarme junto a Andrea, le dije que me daría una vuelta por el playroom para “tantear las aguas”; no teníamos plan específico para esa noche, pero no queríamos irnos de Desire sin una tercera jornada en ese excitante salón. Volví un poco desilusionado, puesto que el cuarto estaba completamente vacío, lo que hacía absurdo entrar a él; decidimos esperar mientras bailábamos un rato. Luego de una media hora y a pesar de la penumbra del antro, vimos que algunas parejas desaparecían tras la cortina que separa al playroom de la disco; una mirada nos bastó para decidir que era el momento de una segunda exploración, la que haríamos juntos. Después de beber el resto de nuestros tragos, nos dirigimos hacia allá. Ya desde la entrada, la escena era inmejorable; un tipo –bastante sangrón, por cierto, al que nunca vimos platicar con nadie más- estaba desnudo, atado al muro acolchado, de cara a éste, mientras su rubia y atractiva esposa, con las tetas al aire, lo azotaba levemente con un látigo de múltiples puntas, alternando los golpes con besos y lengüetazos en su espalda, nalgas y piernas. Nos estacionamos un poco viendo el show, mientras nos desvestíamos y colocábamos nuestra escasa ropa en un casillero y tomábamos de allí mismo un par de toallas; la rigidez de mi pene delataba mi excitación, tal como la de mi novia, que pude comprobar al palpar su vulva.
Avanzamos hacia el fondo, buscando un espacio libre para acostarnos, cuando Andrea señala discretamente y me dice:
-¿Ya viste quién está allí? Tu colega la china.
En ese momento, Lisa besaba a un hombre que no era su marido –y a quien no alcanzamos a identificar-, mientras éste le lamía las tetas a quien claramente era la pareja del otro. Andrea y yo nos quedamos de pie, disfrutando de la escena y manoseándonos con lujuria.
-Ven, vamos a ponernos cerca de ellos –le propuse, y colocamos nuestras toallas al lado de la transparente cortina, recostándonos sin perderlos de vista.
Entonces el marido de la china –le llamaré Lewis, aunque no recuerdo su nombre- se acostó sobre su espalda, mostrando su verga erecta de buen tamaño, similar a la mía aunque de color mucho más claro. Las dos mujeres se arrodillaron y se abocaron a brindarle atención al miembro viril, mientras el otro hombre se mantenía ligeramente al margen, únicamente acariciando las nalgas de ambas. Las dos chicas parecían tener una excelente coordinación, mientras una chupaba el pito, la otra lamía los testículos; luego ambas lamían el tronco desde la base hasta la punta y de cuando en cuando se fundían en un cachondísimo beso, sin dejar de manosear los genitales del afortunado Lewis.
Andrea y yo no perdíamos detalle, pero no nos quedábamos quietos; estábamos francamente calientes en esta experiencia multisensorial.
-Flaquito, ¿Te confieso algo? –me dijo agitada mi novia.
-Lo que quieras, guapa, lo que quieras.
-Me prende durísimo lo que están haciendo ellas.
-¿La forma en que chupan el pito? –pregunté.
-Sí… pero también que se besen una a la otra. –Y luego, con voz muy baja, dijo algo que no alcancé a escuchar.
-¿Cómo dices?
Elevando un poco más la voz, pero casi entre gemidos, repitió:
-¡Que se me antoja mucho!
¡Uf, qué descarga de adrenalina! Me estremecí de excitación y con la garganta casi cerrada la animé:
-¡Anda, ve con ellas!
-Pero… ¿Cómo? –dudó. -¿Será correcto? ¿Qué hago..? Dime, tú dime.
-Sencillo –le dije, consciente de que no sería sencillo, pero confiando en el arrojo de Andrea. –Te acercas un poco más y le dices a la china: “¿May I join to you?”
-¿Así nada más?
-Sí, así nada más, pero hazlo ahora –insistí. –La oportunidad es en este momento… Y una cosa: mámasela riquísimo, disfruta y hazlo disfrutar al cabrón.
Emocionado, vi cómo mi novia, gateando lentamente, se acercaba el escaso metro y medio que nos separaba de ellos y, colocando una mano en el hombro de Lisa, algo le dijo al oído. La china sonrió y le hizo una seña que claramente significaba: “adelante”.
Con esa complicidad asombrosa y natural que sólo las mujeres pueden tener, el dúo erótico ascendió a un trío francamente pornográfico en un caos contenido –valga la expresión- que me tenía en las nubes. Me acerqué por detrás a Andrea, cuyo culo apuntaba hacia arriba; lamí entre sus nalgas mientras introducía dos dedos en su vagina ardiente, chorreante… y no pude esperar más: la penetré con mi pene en un solo movimiento, lento y constante, hasta el fondo y así, lenta y constantemente inicié un bombeo con la intención de no distraerla y de incrementar su estado de excitación.
El orgasmo de Andrea llegó mientras besaba apasionadamente a Lisa al tiempo que la otra chica mantenía en su boca la verga de Lewis y a su vez era cogida por su marido. Mi novia se estremeció, gritó y los espasmos vaginales casi me hacen eyacular, lo que impedí a toda costa, ya que no quería que esto acabase tan pronto. Con delicadeza salí de Andrea y me senté a esperar que ella terminara su actividad.
Lo que sucedió a continuación lo narraré muy pronto.