Contrariamente a lo que había imaginado Carlos, el ambiente era de lo más agradable: una música sosegada envolvía el local y una tenue iluminación ayudaba a generar un clima cautivador, a la par que placentero.
Aunque había sido Ángela la inspiradora de la gesta, no por ello dejaba de estar inquieta. Por su parte, a Carlos se le dispararon las pulsaciones desde el momento en el que accedieron al interior de un local en el cual no sabía qué iba a encontrarse. Una seductora joven los condujo a una especie de reservado y de forma muy cordial les dejó la carta de cócteles, y a los pocos minutos, una camarera no menos atractiva tomó nota de las bebidas y volvió sobre sus pasos para dirigirse a la barra.
—Pareces nervioso, —señaló Ángela.
—¿Tú no lo estás?
—Sí, un poco, —manifestó ella, sin embargo, más que nervios, era ansiedad, ya que después de haber intentado convencer a Carlos durante meses, y de haber obtenido evasiva tras evasiva, finalmente accedió a sus caprichos sin estar todavía convencido de ello. Y no es que Carlos fuese un mojigato, sino que no estaba preparado para compartir a su esposa con otro hombre. Allí sentado con el gin tonic en la mano seguía albergando dudas sobre si la decisión tomada era la correcta. En cualquier caso, era algo recíproco, pues si se daban las condiciones, ambos iban a deleitarse de los placeres que otra pareja le brindase.
Ángela vestía una falda de cuero negro y, aunque no era demasiado corta, asomaban las ligas y parte de la cinta del liguero adornando sus largas piernas. Un suéter color burdeos de tela fina mostraba un generoso escote que no pasaba desapercibido al sector masculino. Unos zapatos de tacón de aguja del mismo color que el suéter, remataban el conjunto, estilizando una figura que ya de por sí era lo suficientemente esbelta. Estrecha cintura y generosas curvas conseguían enajenar la libido de cualquier hombre, pero era Carlos quien la deseaba con todas sus fuerzas, pues la amaba y la deseaba por igual.
—Estás muy sexi, —admitió dándole un corto beso en los labios al tiempo que posaba su mano en la larga pierna de su esposa. Le hubiese hecho el amor allí mismo y su erección era testigo de ello. Se encandiló contemplando sus grandes ojos marrones perfectamente contorneados, saboreó el rojo pasión de su labial y acarició su larga melena color castaño.
—¡Vámonos a casa! —sugirió deseando hacerle el amor a su esposa hasta desfallecer y de ese modo olvidarse de aquel dislate, en cambio, las pretensiones de Ángela seguían intactas.
—Ahora ya estamos aquí. Ya hemos dado el paso más difícil, —insistió deseando que no se volviera atrás.
Carlos iba a desaprobar de nuevo su demanda cuando una pareja se les acercó con la intención de presentarse. La mujer parecía rescatada de una película hollywoodiense. Era rubia, cabello lacio por debajo de los hombros y ojos color miel. Vestía una falda oscura y estrecha que dibujaba los contornos de su esbeltez, con una camisa blanca que mostraba también un sugerente escote acentuado por el bra de efecto push-up que no le pasó desapercibido a Carlos, quien, pese a sus prejuicios, también quedó prendado del atractivo de la mujer. Mostró una seductora sonrisa exhibiendo una dentadura de anuncio de dentífrico que lo cautivó de inmediato.
La percha de él era más común. Vestía unos pantalones chinos verdes, una camisa blanca, y por encima, una cazadora vaquera que le daba un aire juvenil, aunque era evidente que era unos diez años mayor. La mujer rubia, en cambio rondaría poco más de treinta, igual que ellos.
El desconocido se presentó y Ángela repasó con su mirada cada resquicio de la anatomía del candidato con el que supuestamente iba a retozar. Sin pretender que fuese algo evidente, intentó vislumbrar cualquier detalle que le sedujera. Era moreno, de ojos marrones, nariz pronunciada y rostro enjuto. Unas incipientes canas destacaban en las sienes, dándole un aire interesante a su madurez.
—Hola, soy Jorge, ésta es Tamara, mi mujer. ¿Podemos sentarnos? —preguntó el desconocido de forma cortés. Carlos, en cambio, saludó tímidamente con una fingida sonrisa, y ante el caluroso gesto de Ángela, no tuvo más remedio que invitarles a sentarse.
—Sí, —dijeron los dos al mismo tiempo, luego se miraron y sonrieron. La sonrisa de Ángela era de interés, pero la de Carlos era de vacilación, por ello, Ángela le cogió la mano animándole en un gesto de convicción.
—Nosotros hemos venido ya un par de veces, —apuntó Jorge.
—Entonces sabréis como va esto, —señaló Ángela.
—Claro, —manifestó con contundencia. —Éste es el punto de encuentro, digamos, como una toma de contacto, y si todo está en orden y ambas partes estamos de acuerdo, podemos subir a la parte superior para tener más intimidad…
—Aunque lo de la intimidad lo decide cada cual, —añadió Tamara.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Ángela.
—Puedes estar en la habitación y dejar la puerta abierta con la clara intención de que te observen o también de que se incorporen otras personas…
—Entiendo, —titubeó Carlos. Si ya albergaba dudas por tener que ver a su esposa mientras otro tío se la follaba, el hecho de tener que compartirla con más de uno, todavía se le hacía más difícil de digerir.
La pareja de extraños miró expectante a los dos primerizos. Ángela observó a su marido con un gesto levantando las cejas a la espera de una respuesta afirmativa, y éste, sintiéndose un poco presionado por los tres, no tuvo más remedio que transigir a la petición de su esposa.
Tamara detectó su reticencia y se sentó a su lado para intentar romper el hielo. A su vez, Carlos pensó que era una profesional, dada su determinación, pero agradeció no tener que ser él quien tuviese que empezar algo que todavía no sabía como gestionar.
La mujer rubia se apoyó sobre él y éste pudo notar la presión de sus pechos contra su cuerpo, así como los labios paseándose por su cuello y deteniéndose en el lóbulo de la oreja. Todo ello, junto al perfume de la mujer rubia, ayudó a consolidar su erección, ahora más que manifiesta. Tamara subió su mano a través de la pierna de Carlos, posándose en su entrepierna, palpó su estado y se relamió los labios. Entretanto, Ángela estaba ya más que excitada contemplando como la mujer rubia morreaba a su marido y le palpaba la polla a través del pantalón.
Jorge se sentó al lado de Ángela y le pasó su brazo por detrás de la cabeza. Ambos se miraron un instante y sus labios se juntaron en un apasionado y sonoro morreo en el que las lenguas se enroscaban una y otra vez en un intercambio de fluidos. Ángela notó una mano adentrándose en sus dominios y Jorge advirtió como la fina tela del tanga estaba empapada, al notar la presión en su sexo sintió un estremecimiento y automáticamente un dedo se deslizó hacia su interior, por lo que sus ojos se cerraron exhalando un leve gemido. A su vez, su mano buscó la entrepierna de su amante y presionó una dura verga que se adivinaba muy prometedora.
A un metro y medio Carlos disfrutaba de las caricias de su nueva amante hasta que Jorge sugirió subir a una habitación. A Carlos le resultó extraño la naturalidad con la que el hombre contemplaba como su esposa masturbaba a otro tío sin remilgos. Carlos enfundó su polla y aceptó de buen grado la petición, mientras miraba a Ángela con cierto rubor, pero ella le hizo un gesto de aprobación mediante un guiño.
Al entrar, esperó a que entrasen todos y cerró la puerta para evitar el acceso a otras personas que pudiesen estar interesadas en incorporarse. La luz de la habitación era mortecina, pero la estancia disponía de un regulador para intensificar o mitigar el alumbrado en función de las pretensiones de sus usuarios. Jorge reguló la iluminación para ver con un poco más de detalle el escultural cuerpo de Ángela.
La habitación contaba con una enorme cama, un sillón y una mesita auxiliar sobre la que había una caja de preservativos a disposición de los clientes junto a un tubito de lubricante sin usar. De la pared colgaban varias láminas enmarcadas con temáticas de erotismo y Ángela reconoció el buen gusto de la decoración.
Tamara se deshizo de su ropa excepto de las medias y el liguero, y ayudó a Carlos a desprenderse de la suya hasta que lo desnudó por completo entre besos y caricias. Parecía un adolescente dejándose hacer ante una mujer experimentada, y en cierto modo, así era. Tumbado en la cama notó como los labios de Tamara envolvían su miembro y desaparecía por completo en su boca. El placer que la mujer rubia le estaba dispensando era sublime, mientras engullía su polla una y otra vez hasta que tuvo que frenar el ímpetu con el que Tamara se la mamaba, de modo que procuró relajarse un poco con el firme propósito de compartir el placer con la mujer. Al incorporarse vio a su esposa devorando una tranca con avidez que le hizo sentir cierto complejo, y una punzada de celos invadió su ser. La lengua de su esposa se recreó en el glande del amante para posteriormente descender por el tallo de una verga venosa hasta unos huevazos como dos pelotas que no dudó en introducirse en la boca, primero una, después la otra, seguidamente con la lengua golpeteó cada una de ellas y retomó el camino por el tronco hacia la cabeza morada, para entonces sí, abrazar con sus labios el cipote y dedicarle la mejor de las mamadas. Estaba claro que Ángela estaba disfrutando de la felación tanto como su amante. Carlos intentó no mirar y centrarse en darle placer a Tamara y se afanó en hacerle un cunnilingus repasando cada pliegue de los labios de un coño completamente depilado. Se recreó un instante en el pequeño botón mientras con un dedo presionaba el punto G llevando a Tamara a un grado de excitación importante. A continuación se incorporó para coger un preservativo y penetrar a la mujer, cuando advirtió al hombre montando a Ángela sin ninguna protección. Con las piernas completamente abiertas recibía al garañón que la embestía con vehemencia. Con la apertura de piernas reclamaba más espacio, sin embargo su amante las enganchó a sus hombros pensando en cederle un poco de amplitud al cornudo de su marido. Así era como se sentía Carlos mientras observaba a aquel tipo follándose a su mujer. Hubiese querido que los sonoros gemidos fueran de insatisfacción, sin embargo, eran todo lo contrario, estaba gozando como nunca, y por sus suspiros, incluso podría asegurar que más que con él. Quiso reprocharle que lo estuviese haciendo sin condón, pero tampoco quería ser un aguafiestas, de tal modo que optó por imitarla y penetrar también a la rubia sin preservativo.
Los gemidos iban incrementándose en cantidad e intensidad, envolviendo la habitación en una sonata de suspiros y sollozos. Carlos conocía a la perfección la sinfonía que indicaba cuando su mujer alcanzaba el orgasmo y estaba claro que estaba gozando de un prolongado clímax, al mismo tiempo que clavaba sus uñas en las nalgas de su follador. Era lo que tanto se había temido, que alguien consiguiese darle más placer que él, sea como fuere, intentó concentrarse en satisfacer a la bella mujer que tenía a su disposición, enroscándole las piernas en su cintura y acompasando sus embates con enérgicos movimientos de pelvis.
—¡Fóllame ahora por detrás! —le ordenó Tamara deshaciéndose de la postura, colocándose a cuatro patas y mostrando una fascinante panorámica de sus encantos. Carlos no lo dudó, asió sus caderas y alojó la polla de un estacazo en la ansiosa raja de Tamara para seguidamente iniciar un bombeo automático que se incrementó por momentos.
A pocos centímetros yacía Ángela de lado, con una pierna en alto mientras su follador percutía desde atrás con enérgicos embates. Sus miradas se cruzaron buscando la aprobación del otro, pero inmediatamente la vista de Ángela se perdió en el vacío sintiendo como su semental la horadaba hasta que se detuvo un instante para alargar la mano y hacerse con el tubito de lubricante.
—¿Te apetece que te la meta por el culo? —le susurró al oído a Ángela, y ésta asintió con la cabeza respirando aceleradamente. Jorge untó su polla con abundante gel, pero antes fueron sus dedos de avanzadilla con objeto de dilatar el pequeño orificio, y en pocos minutos le tocó el turno a la tuneladora. Ángela lo cogió con la mano para frenarle si era necesario y Jorge presionó con cautela intentando que la penetración no fuese dolorosa. Los decibelios empezaron a acentuarse en la habitación, puesto que los gemidos troncaron en pequeños gritos conforme el falo iba adentrándose en sus entrañas. Mientras la enculaba buscó con los dedos el clítoris para proporcionarle más placer. A su lado, Carlos seguía embistiendo con fiereza a Tamara, y ante los embates, ésta empezó a culear con movimientos en espiral queriendo notar cada centímetro de la nueva polla. Con ello, y con el hecho de ver a su esposa gozando con aquel semental llegó al clímax con sentimientos contradictorios, por ende, Tamara se dejó llevar y liberó su orgasmo exhalando un sonoro gemido. Seguidamente Carlos se dejó caer exhausto encima de ella.
Cuando recuperó el resuello vio que su esposa seguía gozando de la sodomía. Carlos contempló como el falo de aquel individuo se adentraba en el esfínter de su esposa con contundentes golpes de riñón que parecían querer reventarle el ano, en cambio, la cara y los gemidos de ella eran un manifiesto del placer que percibía. Tamara se incorporó y descendió sus fauces para proporcionarle más placer a Ángela con su lengua repasando toda la zona, desde la polla de su esposo —actuando en forma de pistón— transitando después por una raja que se abría y cerraba en cada embate, y tras unos breves minutos lengüeteando y succionando el clítoris, Ángela liberó todo lo que tenía. Un grito escapó de su boca y un chorro de líquido explosionó en la de Tamara, que no dudó en saborear. Ángela estaba a punto de rematar su orgasmo cuando su follador aceleró los embates y soltó lastre en su interior entre resoplidos hasta ultimar el clímax en un último empujón, como si quisiera dárselo todo.
Ante semejante escenario de depravación, Carlos corroboró lo que tanto se temía, y era que aquella aventura deteriorara su relación con Ángela. Estaba sobradamente claro que ella había gozado hasta el límite, al fin y al cabo era lo que quería, y aunque quisiera rechazar esa realidad, él también lo había hecho, sin embargo, lo que le reconcomía por dentro era saber que alguien se había follado a su amada, y no sólo eso, sino que ella lo había disfrutado sobradamente. Sabía desde el principio que no estaba preparado para ello, por lo que quiso desaparecer de allí a la mayor celeridad. Se acercó a su esposa que yacía a medio metro intentado recuperar el resuello.
—¿Nos vamos?
—¿Ya? —se quejó ella, en voz baja en contra de su empeño.
—¿No has hecho ya lo que querías? —preguntó un tanto airado.
Ángela entendió sus palabras como un reproche, y sobre todo detectó su inquietud y su enfado.
—¿A qué viene esa actitud? —le preguntó en voz baja incorporándose en la cama.
—¡Vámonos, —replicó con el mismo volumen de voz.
Jorge y Tamara se miraron intuyendo que la pareja tenía sus discrepancias al respecto, pero ninguno de los dos quiso intervenir en sus problemas.
Ángela se vistió y Carlos hizo lo propio, a continuación cogió su bolso y se despidió de la pareja dándoles un beso a cada uno, seguidamente Carlos le dio también un beso a Tamara y la mano a Jorge en una situación, hasta cierto punto cómica, puesto que Jorge seguía desnudo. Mientras le daba un ligero apretón de manos de despedida, de forma inconsciente le miró de refilón la polla a media molla, de modo que tuvo más motivos para odiarlo, aun así se tragó su orgullo y se despidió de la forma más cordial que le fue posible.
Intentó alcanzar a Ángela, pero ella enfiló las escaleras, después cruzó con premura la sala y salió del local.
—¿Puedes esperarme? —le reprendió Carlos cogiéndola del hombro. Ella se dio la vuelta en un arrebato.
—Hemos quedado como dos imbéciles maleducados que no saben lo que quieren, —se quejó ella.
—Tú sí que sabías lo que querías, —replicó.
—Los dos sabíamos a lo que íbamos ¿o no? —alegó ella.
—Sabes que nunca quise hacer esto y que lo hice por ti.
—¿Para qué lo hiciste entonces, para reprochármelo? Podrías al menos haber sido un poco más educado con Jorge y con Tamara.
—¿Tan educado como tú? —le preguntó con segundas.
—Me has hecho quedar como una idiota delante de ellos, —protestó.
—Por lo menos has tenido el relleno de culo que tanto deseabas.
—¡Vaya! ¿Así que se trata de eso? ¿de que me la ha metido en el culo? Tú nunca has querido, ¿de qué te quejas? —argumentó.
—Claro, y como yo no quería buscabas tu oportunidad.
—No tienes ningún derecho a decirme eso, —le recriminó.
—Tengo todo el derecho del mundo a hacerlo. Eres mi mujer y no tenía ningún interés en compartirte con nadie, y mucho menos con un tío pegado a una polla.
—Entonces es un problema de tamaño…
—No, no lo es. Es un tema de principios, y en los míos no entraba este despropósito.
—Deberías haberme hablado de principios cuando estabas embistiendo por detrás a Tamara.
—¿Qué tenía que hacer, sentarme en el sillón y ver como te empalaba un semental mientras su mujer te come el coño?
—Pensaba que eras más abierto de mente.
—No soy tan abierto de mente como tú de piernas, —señaló para inmediatamente arrepentirse de sus palabras.
Ángela lo miró con displicencia, levantó la mano y llamó a un taxi que en ese momento pasaba por la calle, abrió la puerta del vehículo, entró y el coche desapareció entre el tráfico.